Malhablar de la feminazi pero fiero. Malabar de tropos y metáforas para dar exacta medida de lo que decodifican como estafa. Todo bien, igual, la adoramos, pero no da. Entregar a les chiques sucis inmundes, fundides nivel histeria, todo me viene mal, no quiero irme a dormir, más la casa dada vuelta, Aconcagua de vajilla enchastre total en la pileta, heladera arrasada, baño tapizado de toallas y al recogerlas mezcla de shampoo y desenredante #malapraxis. Por no volver sobre el temita de la vaca robada #sellevarontodo. Celebran que –al menos– no encontraron a nadie decedide ni aquejade de traumatismos serios. Bastante entrada ya la mañana, les chiques todavía duermen, agotades por overdose de libertad. Orlanda Furia y Pia Eva Angélica, muy amigas últimamente, les imitan en el depto de la segunda. Todavía alborada en la ventana, Valet Parking entrega mensaje que avisa: idas a bailar logramos volver sin ser violadas narcotizadas descuartizadas, para no molestar nos vamos a dormir al depto A, pero dejamos la practicucha de Lepanto en el pasillo porque es de despertarse tempranito. Ahí descubre vaca famélica Gregoria Portento, de pijama en la cocina, la boca llena de sueño, párpados pican, pugnan por volver a cerrarse. Rodeada por la estela de la bacanal infantil, intocada desde noche anterior porque todes agotades, patea zoquetes y juguetes, cosas, de camino a su cartera, de la que extrae billetes con los que compra docena de medialunas en la panadería mediopelo del barrio #puragrasa. Sale sin bañarse ni lavarse, apenas vestida. También ella, al fin, siente deseos de desafiar mandatos sociales. #metienenharta
Mañana de verano llena la cocina de luz cálida, que impacta con el cuerpote de Talmente Supernova, de pie delante del horno. Aguarda que se caliente el agua de la pava para preparar unos mates, disfruta de brisita tibia que cuela la ventana y le presta oreja a Dragona Fulgor, sentada a la mesa con Lepanto en el regazo, embarcada en sesión de terapia gratuita acerca de lo que bautiza como su “separación definitiva”. Susurran para que les chiques no despierten, precaución innecesaria habida cuenta de la distancia y la puerta, cerrada. Alarma activada por el terror psicológico de que se levanten antes de lo perentorio necesario. Se turnan en la desdichada relación de sus muchos y fatigosos problemas, tan cuantiosos como irresolubles. Se escuchan, más que nada, oscilando entre una perspectiva “siempre que llovió paró” (esperanza depositada en el porvenir) o “qué vachaché” (incitación al conformismo inmediato). De vuelta de su expedición en procura de hidratos de carbono, Gregoria Portento se alegra de encontrarlas despiertas, suma medialunas al cónclave y escucha la sesión, a la vez que recopila un picadito de lo peor de su semana para compartir. #IloveLacan #yotegano #yolapeordetodas
Ya cercanas al mediodía, nidito de hornero movedizo a la altura de la mesa. Es Cala, que madruga de malhumor. Quiere a su madre y upa. En un arranque de inspiración celestial, Talmente Supernova propone tarde de picnic en Parque Rivadavia. Para pintarse la cara de sol, chupar vitamina E, tomar aire, recrearse. Guiña un ojo a todas y a nadie: máximo agotamiento con mínimo esfuerzo. Poco hace falta para que se perspectiven tiradas sobre el pasto tipo sapo de panza al sol, olvidadas de quehaceres y responsabilidades, desafectadas de niñes durante plácido par de horas. Distraídas con su propia cháchara no ven a Cala cazando migas dulces, índice y pulgar de ambas manos en una orquestación de efectividad asombrosa, hasta que es demasiado tarde: la palabra ha sido pronunciada.
–¿Medialunas? –Pequeña Montaña se corporiza como ser desperezante, cabellera revuelta, panzota color café en proa, ojos achinados.
O durmió con los shorts de ayer o se los puso de nuevo, en calidad de “ropa limpia”.
–Yo también quiero –Momo en calzones lo deja atrás, cohete full trote en dirección a su madre, que lo alza, le da besos, le ofrece una leche chocolatada.
Enfatiza el también como si evidente maldad reinante lo estuviera dejando afuera de hipotética repartija, cuando lo único evidente es que medialunas no hay. Intentan las trogloditas esa línea argumental durante algunos minutos con poco éxito y menos convicción, hasta chocar con Panda. Ánfora de terracota, mini boxer alterna raya cobalto con otras verde agua, furia en sus ojazos oscuros: por poca plata que quede y/o tengamos y/o dispongamos es injusticia que no vamos a tolerar que unas coman y otres no, etc. Rápida de reflejos, Gregoria Portento arranca organización colectiva del depto como sine qua non de la ida a la plaza, pago por las (en este punto todavía hipotéticas) medialunas por venir. Intercambian los dos mayores acerca de la licitud de la solicitud, se cuchichean los oídos erguidos en sus gruesas alturas de hombresniños. Coinciden en su ilicitud debido a la nefanda traición que anida en la base de la fementida “dádiva” medialunera, si bien terminan por torcer el brazo en vistas de que el orden es para beneficio de todes y mal de ningune. Pero: las medialunas deben mandar a comprarse ipso facto, conservarse a resguardo de potenciales rapiñas hasta que el orden de la casa se constituya en fait accompli. Ahí sí, desayuno rápido de la tropa y largada de la expedición gauchi-solariega.
Enzarzades en la lógica discusión acerca de la repartija de tareas higiénicas, la mágica aparición de Orlanda Furia soluciona al menos el tema del aprovisionamiento.
–¿Por qué yo? –su cuerpo largo se despereza como elástico usado, piernas largas tatuadas desnudas hasta la bombacha, pelos en la entrepierna, evidente que la remera “de dormir” apenas le cubre el ombligo porque era de Vikinga Bonsái o Bombay.
Ante la mirada recriminatoria general acepta, a condición de que le preparen tecito con tostadas, mermelada y queso blanco mientras se pega una ducha #LadyDi. No hay pan, se agrega el ítem a la compra, lo mismo que fiambre, hacemos unos sandwichitos y nos los llevamos para comer en la plaza. Pide Cala, porfis, incluir a Lepanto en la salida. La extasía la perspectiva de tirar ramita para que busque y traiga de vuelta. Revolea ojos Dragona Fulgor, ¿algo más?, pero manda un proforma a Valet Parking para que la dueña no se inquiete, tu salchicha está con nosotres.
Gran comprensión de la situación, total disposición para colaborar con el orden común y la mar en coche: no bien Gregoria Portento ingresa en el baño las manos enfundadas en látex naranja, secador y balde plástico con trapo y productos de limpieza matahongos y revienta gérmenes, les chiques se desentienden de levantar ropa sucia y ordenar juguetes para dedicarse a buscar cosas que llevar al parque. Pequeña Montaña rescata patines metálicos ajustables, ruedas naranjas, de su placard muy al fondo. Se hace remolcar por Panda en la bici de Dragona Fulgor. Momo trota detrás, Cala más todavía, rabiando, elles también quieren. El relevo llega casi sobre el parque, tarde y mal. Nadie pensó en apersonar pinza para manipulir las tuercas de los patines. Zapatillas de Momo naufragan engullidas por tiras, agarres plásticos, piezas de metal. Cala se aferra a la bicicleta, necesita ayuda para subir, uñas apenas barren el piso desde la muy altura. Se hace empujar por Pequeña Montaña. Carrera entonces con Panda remolque de Momo aullante, piernas tiesas brazos hacia adelante, pavor de choque intervenido por el gusto de ser protagonista. Mamis avanzan repitiendo “no”, “cuidado”, “ojo”, “se van a lastimar”, “se van a caer”, “se van a hacer mal” o combinando estas opciones en una única frase tremebunda. Si eligen una, afectan su pronunciación alargando las vocales contra natura, chicle que culmina en un gesto de fastidio o de bueno, mátense #quédifícildecidir. Cierra la comitiva Lepanto, tironeado del cogote por correa que lo anuda y sujeta a la muñeca de Dragona Fulgor.
Doblas esquina Rosario les sorprende con Cala que berrea, más que nada por el ninguneo y la falta de confianza (no la dejan andar sola), Panda y Momo trenzados en álgida discusión sobre cómo usar un patín cinco talles más grande, Pequeña Montaña pantomima de aburrido para quien quiera verlo y oírlo. Gregoria Portento, Talmente Supernova (Lepanto de momento en brazos), Dragona Fulgor curten uruguayidad a mil por ciento, me chupan todes bien la argolla. Tragan mate de paradas, como profesionales, esperando que los conflictos se resuelvan solos. Les chiques no colaboran. #forres
Bastante chocades todes machucades llegan al Rivadavia, resultado de malas decisiones tomadas a destiempo (es decir, sin timing), imprevisión de rampitas y otros accidentes del terreno, baldosas irregulares o rotas, falta de contención de impulsos suicidas, desobediencia muy general a las pautas consuetudinarias del vagar por la ciudad. Afectada se ve la integridad física de les menores. Por más que Panda y Pequeña Montaña intentan de a ratos bajar el nivel de excitación, “así las viejas dejan de gritar”, el desboque frenético se reenciende tipo magiclic, vez tras otra, hasta alcanzar conclusión lógica: golpazo. Llanto desconsuelo chillidos histeria colectiva. Todes peleades con todes, ofendides, sintiéndose víctimas o poco (o mal) considerades. Adultas ensayan contención de crisis, bordeando el estallido ellas mismas #METIENENHARTA. Minutos pasan enfurruñados tras tremenda reprimenda de las madres, hasta encallar en una semi calma. Oi, Lepanto: me había olvidado. ¡Seguime, Lepanto, alcanzame! Corre Cala mientras busca rama para revolear. Olas de un mar agitado, ignorante de la posibilidad de vida sin luna.
Sobre la sábana, sobre el pasto, la tarde se escurre como engrudo por desagote escueto. De cara al sol, ahuyentan sin demasiado disimulo a les chiques para que vayan a jugar allá, al arenero. ¡Aprovechen para correr! Se discuten lumbalgias, contracturas, malasangres. Orlanda Furia traga sandwichito de mortadela non stop. Se compadecen de sus cuerpas maltratadas. Dolor mandibulario por pico de bruxismo hace furor #MeToo. Comparten achaques, quejas aquejan sus psiquis manoseadas #ISeeDeadPeople. Cansancio muy general a causa de tanta convivencia y tan forzada (entre otras cosas, por ejemplo: las muertes). Juntas y separadas se repiten que falta poco, se congratulan por la hazaña hercúlea que están a punto de lograr. De nuevo unido a Talmente Supernova, en cuyo tobillo se anuda la correa que lo acogota, Lepanto hace lo posible –bastante poco– por conquistar su libertad. La dificultada operatoria es avistada (otra vez) por Cala, que se apersona para pasearlo, si no sufre, pobrecito. No lo quiere largar Talmente Supernova, mete presión la infante con serie de berridos desorganizados en síncopa, interviene la madre, tiran aflojan, enana se sale con la suya, trotando tirando de la correa se aleja, Lepanto la sigue en base a sus posibilidades –pocas–, lengua afuera, a cogote mancillado.
En el área “juegos”, pesada sindical activa sistema de ocupación infalible de hamaca. Rotan y se alternan en infinito ouroboros, dueños del columpio para beneficio propio, compartido. Chocho Momo se ampara en los gordos, que le dan el gusto una y otra y otra vez, hasta que padre preocupado por la justicia social se acerca a investigar por qué su pequeño ternero mamón no cruza oportunidad de balanceo y organizada pero temerosa la caterva abandona la parada en dos por tres, el rumbo puesto en los sandwichitos de mortadela. Se suma Cala al cónclave, espontánea, fruncida la nariz porque quiere pero sin fiambre, mayonesa tampoco me gusta, ¿te acordás, mami? Paciencia bushidō canaliza Gregoria Portento, toma la posta, dejá, yo le preparo, abre, traga, le ofrece solo pan con restos, todo va bien, se mastica en silencio armónico, remanso momentáneo de paz.
–¿Y Lepanto? –duda inocua, de momento–. ¡¿DÓNDE ESTÁ?! –correntazo de alta tensión atraviesa a Dragona Fulgor.
Se miran entre todes, sorpresa paraliza el rostro de Cala, su cuerpo todo, tan preocupado hasta hace un momento por el ingreso de sustancias no deseadas, estatua de sal con ojos de pescado que boquea por su vida. Se le van encima madre, Talmente Supernova, Gregoria Portento, cada una con su estilo, distintos niveles de ansiedad incrédula, no te la puedo creer, ¡no-te-la-puedo-creer! La crisis se lee en las caras despavoridas de lo perdimos, perdimos el caniche de Pia Eva Angélica. #elhorror
–¡¿Pero dónde lo dejaste, Calabria?! ¡¡HABLÁ, MI AMOR!! –si había bordeado durante breve instante la histeria Dragona Fulgor, ahora se tira de lleno, palomita.
Apronta desde otro ángulo la situación Talmente Supernova. De entrada da por perdido al can extraviado y se dedica a pensar excusas válidas o reparaciones post hoc que sean satisfactorias, estén a la altura. Y además –¿Qué me pasa a mí con esto? ¿Qué pienso yo de perder caniches?– aprovecha para bocetar a mano alzada la desesperación desquiciada que copula de pronto con el picnic. #arte
Ímpetu auxiliador mueve a Panda y Pequeña Montaña a búsqueda somera por los alrededores, más pro forma que otra cosa. Vocean el nombre del can extraviado, detienen transeúntes “con cara de buenes”, esperanza puesta en cosechar alguna información valiosa. Cada tanto relojean la central de operaciones, agitan manos en alto para comunicar ubicación, lo último que quieren es agregar pérdida a la socorrida situación en la que se encuentran.
Hereje la cara de oportunidad, Orlanda Furia aprovecha para trotar el largo ancho del parque aullando en loca histriónica. Compone lo que cree es una madre desesperada. Desde afuera se decodifica algún tipo extraño de bululú. Logra publiquito considerable, aunque disperso, parejas que se detienen a tratar de entender qué pasa, jubilades fastidiades por el fuera de programa, jóvenes curioses, niñes que incomprenden. Tanto y tan grande magnetismo genera Orlanda, que la apronta al fin vecina escandálica, sacada, incredulidad a flor de labio: ¡pero escuchame! ¡Cagando el monumento a San Martín, ¿te parece?! Hay chicos acá, haceme el favor, qué falta de respeto. ¡Cararrotas! ¡Sinvergüenzas!
–El monumento es a Bolívar –docta y aliviada, Gregoria Portento rectifica, mientras levantan campamento a velocidad metal.
Patitas en polvorosa para que no les linchen. ¿Recogen la hez del can prestado antes de abandonar la escena del crimen? No, dejan todo como está y se van a la mierda. Cala llora, todavía, operada por la inercia. Momo la acompaña solidario en esa tristeza residual, rémora de panic attack por las calles de Caballito. Las mayores coinciden en que lo mejor es no decir nada del peligro transcurrido ni de lo sucedido (en general), para no preocupar a la dueña #tacto #omertà. Heladería sobre avenida de La Plata pone fin a tanta amargura innecesaria. Con conos de un gusto silencia la astucia de Gregoria Portento a grandes y chiques. El resto de la vuelta transcurre en mayormente silencio goloso, de azúcar y leche dulce.
Agotamiento tan total cunde en el general de la tropilla que nomás entrar al depto caen les menores desmayades en camas y sillones: siesta. Qué alegría y qué placer, gracias, dios, Dragona Fulgor, Talmente Supernova, Gregoria Portento se toman unos mates tranquilas en la cocina mientras declina la tarde. Lepanto con su dueña, Orlanda Furia pide té verde, una galleta, algo para picar. #tudolegal
Caen en la cuenta del errorazo cometido tras la cena. Fideos con salsa de tomate en el recuerdo, les chiques pletóriques, de energías, de ganas, de ser grandemente, con todo su poder. Para algo dormimos. No les interesa ver película ni que les lean cuentito ni tres pepinos: jugar, a ver si nos entendemos. Por toda la casa y a lo bruto, tipo escondidas, mancha estatua, Poliladron. Correr gritando como desaforades, escapar de la otredad en tromba. Hasta medianoche, Gregoria Portento intenta con propuesta de ducha, incluso tina, a ver si el agua aquieta afanes de revuelta. Logra bañar a Cala, Momo acompaña indiecito en el inodoro, ofrece charla al acaso, la entretiene. Tras ese triunfo (módico), la encontramos inconsciente en el sillón. Pobre Gregoria. Duerme el sueño de las heroínas con la boca abierta, lo que concita curiosidad burlona de les chiques. Se apersonan, señalan con el índice, ríen cubriéndose bocas y hasta ojos (mal cálculo). El resto de la conducción, también desfallecido, salpica las distintas habitaciones del departamento en posturas ridículas, maximizantes de ventilación en ingles y axilas #calor #nopensé. Falta Orlanda Furia, la única, evidentemente evadida tras la vuelta de la salida. Se consultan entre elles les chiques, Pequeña Montaña hipotetiza escape a lo de Pia Eva Angélica. Se baraja durante algunos instantes posibilidad de confirmación del hecho pero en seguida amainan ansias: temen que interpelarla signifique un todo el mundo a dormir, bajada de línea organizativa de ánimas. Prefieren, en cambio, apagar las luces para que “las chicas” descansen, a ver si de paso hay menos mosquitos (no). Largan búsqueda del tesoro, idea genial de Momo, que lo esconde, munides de linternas, fósforos #quépeligro, celulares propios y ajenos. Salpican las pesquisas con risas ahogadas e ingesta de frutas, pan, picotean restos, queso, fiambre. Queda larga estela de detritus señalando ahí se ha jugado y mucho y bien.
Cara de poco presenta el tesoro una vez descubierto, vaca flaca, alcancía pobretona, apenas puñado de monedas en medio de carencia general de billetes. La satisfacción del descubrimiento no alcanza para disimular inmediata pérdida total de interés. Abandonan cajita de latón con el peculio común sobre la mesa de la cocina y, entendiendo agotadas las posibilidades lúdicas del departamento, deciden subir a ver cómo transcurre la noche boca arriba. El abordaje de la terraza les lleva un rato, se entretienen jugando con los haces de luz en las escaleras. Reprimen risas y gritos de susto para no despertar a las fuerzas represivas del Estado #madres. Corren en puntitas de pie, se resbalan, se golpean (un poco), saltican, ríen quedo.
–Esta es la mejor noche de mi vida –Momo emocionado sostiene su linterna contra el pecho, iluminándose la cara desde abajo da un Nosferatu luna llena o manzana santacruceña, hermoso redondo relleno.
En la terraza, calor lindo los recibe, de brisa apenas, cálida húmeda, aire denso que contiene, mece y apacigua. Rato largo invierten en buscar estrellas, contarlas, compararlas, a ver quién ve más o encuentra alguna forma rara graciosa. Sucumben a la maravilla de la “naturaleza”, ignorantes de lo que es en verdad un cielo estrellado #niñesurbanes. Tendides sobre el encarpetado hidrófobo, brisa acaricia diálogo archipielagado, cada vez más.
Cala es la primera en caer. Se queda dormida sin prolegómenos, en mitad de una observación, respiración queda sonora anuncia el inicio del descanso de la guerrera. Los que resisten despiertos se codean tentados por la alharaca #pareceunchancho. Pequeña Montaña le quita el celular de la mano, apaga la linterna. Le propone a Panda bajar a buscar colchón y almohadas, si hubiera libres, para pasar noche bajo las estrellas #replan. Dejan a Momo en la terraza para que vigile a Cala durmiente, no vaya a ser cosa que se despierte, encuentre la costa desierta y entre en pánico. Puestos manos a la obra, la empresa descubre más aristas puntudas de las que acertaron a imaginar, el tamaño del colchón impone dificultades para el traslado, la ausencia de manijas obliga a manipuleo muy dificultado. Para cuando logran domeñarlo, aparecer arrastrándolo con grandes trabajos y bufidos en la terraza, Momo duerme. Sus rasgos infantiles relajados miman los de Cala. Brazos en jarra, cara de gran responsabilidad, los dos mayores conferencian sobre el mejor método de trasiego. Les suben al colchón rolando, en un empuje coordinado. Ni así se despiertan.
Se alternan en un par de viajes más. Suben colchonetas de campamento, bolsas de dormir, almohadas, un par de sábanas. Panda baja a buscar almohadones, vuelve con –también– los paraguas sobrevivientes y un cubrecamas, Pequeña Montaña aporta banquito plegable sorprendido entre lavarropas y mesada. Construyen una especie de nido extravagante, de cachureo. El costado del colchón como almohada, fijan debajo de él las bolsas de dormir. Gran suspiro marca el fin de la faena. Sobreviene puñado de momentos silenciosos, de cara al cielo. Últimas brazadas de lucidez compartida.
–Mamá me dijo que después de mañana volvemos a casa –respira quedo Panda–. ¿Sabías?
–¿Qué día es mañana?
–Ni idea.