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MELANIE CRUZÓ LA CALLE SIN DEJAR DE MIRAR, asombrada, cómo se quemaba la casa de los Benson. Aunque no eran realmente amigos, sí los conocía. Todo el mundo los conocía. Eran una especie de celebridades en su universo. Jed Benson había sido un famoso fiscal en su oficina hacía años y luego se había marchado y hecho una fortuna trabajando por su cuenta. Una señora fortuna. Melanie se había encontrado con Jed y su esposa Nell una o dos veces por casualidad, pero nunca se habían conocido íntimamente, nunca habían hablado por mucho tiempo. Ella no era parte de su grupo. Ellos eran el tipo de gente que sale todas las noches con traje de gala y joyas y que al día siguiente aparecen en el periódico en una fotografía al lado del alcalde. El tipo de gente que uno pensaría que es inmune a una tragedia como ésta.

No era fácil moverse entre la multitud; no obstante, Melanie logró maniobrar el cochecito lo mejor que pudo y acercarse hasta un punto que estaba a pocos pasos de la barricada de la policía. La camioneta refrigerada de los forenses llegó. Los oficiales que trataban de controlar a la multitud de curiosos quitaron la barrera para dejarla pasar. Uno no llama a los forenses a menos de que haya cadáveres. Alguien en esa casa había muerto.

Un murmullo comenzó a correr entre la multitud. Una mujer se abrió paso hasta la barricada y agarró el brazo de un joven policía que llevaba un corte de pelo militar.

“Oficial, por favor, ¡déjeme hablar con los bomberos!” gritó la mujer por encima del alboroto. “¡Yo conozco la casa! ¡Déjeme ayudar!”

Entre las espaldas de los curiosos, Melanie reconoció a Sophie Cho, su compañera de cuarto en la universidad y amiga. Sophie era arquitecta y había pasado el último año trabajando en una renovación en la casa de los Benson que había salido en las páginas sociales. Aquí no sólo se estaba quemando su trabajo sino que ella era amiga personal de la familia. Sophie se veía profundamente alarmada, tenía la cara pálida y en los ojos oscuros resaltaba la preocupación. Melanie empujó el coche con su bebé por entre la multitud y no se detuvo hasta llegar a donde estaban Sophie y el oficial en la barricada. El policía miró a Melanie y se veía que trataba de identificarla.

“¿Sí? ¿Qué puedo hacer por usted?” preguntó.

“Melanie Vargas, de la Oficina del Fiscal General,” dijo Melanie, mientras escarbaba en su bolso que colgaba del coche y mostraba rápidamente su identificación. “Usted fue mi testigo en una incautación de drogas hace unos meses.”

“Claro, ya me acuerdo,” dijo el policía, ahora más amable. “¿Le tocó este caso? ¿Necesita entrar?”

“Usted trabaja con el teniente Ramírez, ¿cierto?” preguntó Melanie eludiendo la pregunta del oficial. ¿Caso? Seguramente sospechaban que se trataba de un incendio premeditado. Ahora sentía curiosidad de verdad.

“Sí. El teniente está con el jefe de bomberos,” dijo el policía.

“¿Puedo hablar con él, por favor?” preguntó Melanie.

Después de hacerle señales al oficial más cercano para que lo reemplazara, el policía se fue a buscar a Rommie. Sophie, que había caído en un estupor de asombro, al ver a Melanie acercarse se volvió hacia ella con un gesto de terror.

“¿Hay alguien herido? ¿Están bien los Benson?”

Melanie agarró el brazo de Sophie con la intención de comunicarle toda la tranquilidad que era posible dadas las circunstancias. Pero ¿cuánta tranquilidad se puede comunicar en una situación semejante? Las cosas no pintaban nada bien para nadie que estuviera en esa casa.

“Sophie, sé tanto como tú, pero voy a preguntarle al teniente que está a cargo. Y si crees que puedes hacer algo para ayudar, se lo haremos saber.”

“Sí, por favor.”

Entretanto, Romulado Ramírez se aproximaba a grandes zancadas hacia ellas, al tiempo que los otros policías y los bomberos se abrían para darle paso. Como siempre, vestía con elegancia, pero desarreglado; el pelo oscuro pegado a la frente a causa del sudor, y su costosa chaqueta llena de manchas de hollín y polvo. Esquivó la barricada y se acercó a Melanie.

“¿Cómo estás, hija?” dijo y la abrazó y la besó en las dos mejillas. Le corría tanto sudor que le mojó la cara y la tuvo abrazada por un momento más, como si necesitara un poco de consuelo. Seguramente conocía a Jed Benson. Tenía sentido, los dos eran más o menos de la misma edad y Rommie había trabajado con los fiscales de su oficina durante muchos años.

Rommie miró por un momento el cochecito, pero era tanta la confusión que pareció no verlo.

“No entiendo. Ni siquiera he llamado a tu jefe. ¿Tiene poderes extrasensoriales? ¿Cómo hizo para mandarte aquí?”

La jefa de Melanie, Bernadette DeFelice, directora de la Unidad de Delitos Mayores de la Oficina del Fiscal General de la ciudad de Nueva York, tenía una relación personal muy cercana con Rommie Ramírez. En efecto, se conocían bastante bien. Seguramente él hablaría con ella, así que Melanie tenía que ser muy cuidadosa con lo que decía para evitar que la pillaran en una mentira.

Su respuesta fue tan vaga como le fue posible.

“Estoy aquí para investigar la escena, Rommie. ¿Qué pasa?”

Rommie movió los pies con nerviosismo.

“¿Qué te dijo Bernadette? No sabía que ella ya supiera que Jed Benson fue asesinado. Se va a poner furiosa. Y tú sabes que no es bueno enfurecer a Bernadette.”

Sophie quedó sin aliento. A Melanie la noticia la golpeó como una palmada en la cara. Jed Benson, el hombre de oro, el muchacho estrella, ¿asesinado? Le costaba trabajo creer lo que estaba oyendo. ¿Una víctima como él, en un vecindario como éste? ¡Imposible! Al menos, extremadamente raro. Pero si era cierto, era el tipo de caso de alto perfil que podría fraguar una carrera y hacer que una chica olvidara sus problemas. Quería estar adentro. No, necesitaba estar adentro. Era el destino lo que la había traído hasta aquí en este preciso momento. En circunstancias normales ella era muy joven para que le asignaran un caso tan jugoso, lo sabía. Pero estar en la escena del crimen le daba una ventaja. Podría aprovecharla en su favor. Era su gran oportunidad, y le había sido concedida como un regalo justo cuando más la necesitaba. No iba a dejar que se le escapara.

 

MELANIE MIRÓ A ROMMIE DIRECTO A LOS OJOS y con el tono más seguro y profesional de que fue capaz dijo:

“Estoy lista para trabajar en el caso. El fuego fue premeditado, ¿cierto?”

“Con el objeto de destruir las evidencias del asesinato, según parece,” asintió Rommie.

“Entonces Benson ya estaba muerto cuando el fuego empezó. ¿Cómo lo mataron?”

“Difícil decirlo, hay un desorden total allá adentro. Tengo que hablar con el forense.”

Sophie se agarró del cochecito como si necesitara apoyo. Melanie la miró, pero enseguida Sophie respiró profundo y se enderezó.

“¿Él fue la única víctima?” preguntó Melanie. “¿Ningún otro miembro de la familia?”

“Su hija fue ... le cortaron los dedos. Amanda. Tiene quince años. Tal vez para conseguir información, quién sabe.” Rommie apartó la vista y su voz se quebró como si fuera a llorar. Después de un momento recuperó la compostura y siguió. “El ama de llaves fue golpeada. A las dos las llevaron al hospital. Nell Benson no estaba en casa y aún no ha llegado. Estamos tratando de localizarla.”

“¿Alguna pista sobre el asesino?”

“Huyó. Hay policías patrullando la zona, pero no tendremos una descripción física hasta que podamos entrevistar a las sobrevivientes.”

“Bien,” dijo Melanie. “Vamos adentro y examinemos la escena del crimen.”

Rommie quedó desconcertado. “¿Quieres ver la escena ahora mismo? Melanie, ésta no es una demostración para fiscales. Además, ¿cuál es tu jurisdicción? Normalmente los asesinatos no son crímenes federales. Los fiscales del distrito se pondrían furiosos si te dejara pasar.”

“Yo podría hacerte la misma pregunta,” replicó Melanie con tranquilidad. “¿Por qué un teniente de narcóticos está a cargo de esto y no alguien de la División de Homicidios del área norte de Manhattan? Pero me imagino que tú sabes cómo haces tus cosas. Deja que yo me preocupe por las mías. Si llegamos primero a la escena, tenemos más derechos. Los fiscales del distrito tendrán que vivir con eso. Siempre hay una manera de hacer que una acusación de asesinato se vuelva un asunto federal. Sólo tengo que hacer algunas consultas y encontraré diez casos que pueda citarle al juez.”

Rommie movió la cabeza no muy convencido. “No sé, Melanie,” dijo.

Melanie tenía que encontrar las palabras correctas. Se arriesgó a jugarse la carta de la relación que existía entre Rommie y Bernadette DeFelice. “Entiendo. Quieres asegurarte de que todo se haga bien, por respeto a la memoria de Jed. Pero recuerda, tú tienes una relación especial con nuestra oficina. Si conseguimos el caso, lo manejaremos con guantes de seda. Te consultaremos cada paso. Nunca tendrías ese tipo de acceso a los fiscales del distrito.”

“¿Tú crees que tu jefe va a consultar algo? Ni lo sueñes, hija,” dijo Rommie. Pero Melanie vio otra cosa en los ojos de Rommie. Estaba calculando los beneficios de tener una línea directa con Bernadette. Melanie se quedó firme, observándolo, sintiendo que había ganado.

Finalmente él dijo: “No me voy a pasar toda la noche discutiendo. Tenemos trabajo que hacer. Si los fiscales del distrito no han llegado todavía, es su problema. Tú eres más rápida, el premio es tuyo. Sin embargo, te advierto que las cosas están muy feas allá adentro.”

“Soy una chica adulta. Estaré bien.”

Eso sólo dejaba un problema logístico: qué hacer con Maya mientras ella entraba. Sophie a veces cuidaba a Maya. Como era una soltera muy infeliz y se moría por tener un hijo propio, en realidad a veces rogaba que se la dejaran. Pero Melanie no sabía si Sophie estaba demasiado perturbada esta noche. Eso le recordó que había prometido decirle a Rommie que Sophie quería ayudar a los bomberos.

“Rommie,” dijo Melanie, “antes de entrar necesito presentarte a mi amiga Sophie Cho. Ella es la arquitecta que rediseñó la casa Benson. La conoce al derecho y al revés y quiere ayudar en todo lo que pueda.”

“¿Arquitecta?” eso le llamó la atención.

“Sí,” respondió Sophie.

“¿Tiene los planos de la casa?” le preguntó Rommie.

Sophie se quedó paralizada. “Están en el archivo del Departamento de Planeación Urbana,” respondió ceremoniosamente. “¿Por qué?”

“Los necesito ya mismo.”

“No los tengo,” dijo Sophie, moviendo la cabeza enfáticamente. “Pero puedo entrar y ...”

“No se permiten civiles adentro. ¿Usted no tiene una copia?” le preguntó Rommie, mientras estudiaba su cara con suspicacia, como si no le hubiese creído. Comenzó a decir algo más, pero uno de los bomberos que estaba cerca lo llamó por su nombre y le hizo señas de que viniera a la casa.

“Muy bien,” le dijo Rommie a Melanie. “Tengo que entrar. Más tarde seguiremos hablando de esos planos, señorita. Deme su nombre y su teléfono,” dijo y sacó una libretica de su bolsillo superior. Sophie le dio la información. Él la anotó y desapareció hacia la casa, dejando que Melanie lo siguiera.

“¿Qué fue todo eso? ¿Por qué quiere los planos?” preguntó Sophie.

“Probablemente están tratando de descubrir dónde se inició el fuego.”

Melanie estiró el brazo y le acarició el pelo a Sophie, estudiando su cara. Los ojos de Sophie estaban secos, pero Melanie la conocía lo suficiente para saber que ella podía estar muy perturbada sin permitir que se le notara. Sophie se guardaba todo. Una chica coreana de Flushing, bajita e intensa, que luchaba por llegar a la cima de lo que era, al menos en Nueva York, una profesión despiadada. Ella se tomaba en serio muchas cosas y Melanie no podía saber cómo se sentía ante lo ocurrido.

“¿Estás bien, chica?” le preguntó Melanie con suavidad.

“¿Yo? Estoy bien. Son los Benson por los que nos debemos preocupar. Tienes que hacer algo, Melanie. Me sentiré mucho mejor si sé que tú estás en el caso. Déjame llevarme a Maya a casa para que tú puedas hacer tu trabajo.”

“¿Estás segura?”

“Claro que estoy segura.”

“Bien, si crees que puedes. Sé lo buena que eres con ella.” Eso era cierto. Melanie confiaba totalmente en la manera como Sophie trataba a Maya.

“Muy bien, todo arreglado. No te preocupes, tómate todo el tiempo que necesites. Si me siento cansada, dormiré un poco en el sofá.”

“¡Eres la mejor, Sophie! Muchísimas gracias.”

Melanie le dio a Sophie las llaves y unas instrucciones rápidas. Se abrazaron y luego Sophie agarró el cochecito y se alejó.

Melanie se dirigió hacia el oficial con el corte de pelo militar, que estaba de nuevo en su puesto, al lado de la barricada.

“Voy adentro con el teniente.”

Debió haber sonado más segura de lo que se sentía, porque el oficial enseguida se retiró para dejarla pasar. Él no podía saber que ésta era la primera vez que Melanie estaba en la escena de un crimen. Había visto fotografías de autopsias, es cierto, pero independientemente de lo gráficas o desagradables que fueran, las fotos eran sólo fotos. Difícilmente podían compararse con la sensación de ver justo frente a los ojos carne humana de verdad, acuchillada, desgarrada, quemada. Melanie rogó que no se fuera a sentir mal o se fuera a desmayar. Todo es parte del trabajo, se dijo a sí misma, haciéndole al oficial un gesto con la cabeza mientras tomaba aire y caminaba hacia la casa para ver lo que había quedado de Jed Benson.