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EN LUGAR DE SER SITIOS EN LOS QUE ABUNDA el movimiento, las firmas de abogados prestigiosas de Nueva York tienden a ser lugares silenciosos y reverenciales. Los abogados que trabajan ahí no se quitan la chaqueta del traje ni levantan la voz. Y prefieren pensar que su profesión es algo sublime e intelectual, en lugar del trabajo duro que en realidad es.

Melanie recordó esa actitud tan pronto salió del ascensor en el piso treinta y dos y entró en la lujosa recepción de Reed, Reed y Watson. Después de su pasantía judicial, había pasado dos años en la silenciosa biblioteca de una firma como ésa, haciendo una investigación sobre derecho de seguros y el Código Comercial Uniforme. Los socios para los que trabajaba ocasionalmente la invitaban a almorzar a elegantes restaurantes. Todos ellos compartían una misteriosa habilidad para tener conversaciones reservadas y corteses, en las que no decían nada sobre sí mismos ni sus opiniones. Melanie nunca supo si ella les gustaba o simplemente la toleraban, o si tendría la más mínima posibilidad de convertirse en socia si se quedaba los ocho o diez años requeridos. La helada frialdad del lugar la hizo salir volando tan pronto consiguió un empleo como fiscal.

Mientras se acercaba a la estirada recepcionista que atendía tras un imponente escritorio de madera de cerezo, Melanie entendió que Reed, Reed y Watson era exactamente como la firma para la que había trabajado. Lo que significaba que la firma estaba mejor protegida contra los extraños que una fortaleza subterránea. Podía estar segura de que no obtendría nada. Todo dentro de la mayor cortesía, por supuesto.

“¿Sí? ¿Tiene usted una cita, señorita?” le preguntó la recepcionista con un antipático acento británico. Era una mujer de una edad difícil de establecer. Llevaba una blusa de seda de cuello alto, cerrada con un camafeo, y lentes de medio aro por los cuales observaba todo con desdén. Hubo un tiempo en el que Melanie se habría sentido intimidada. Pero ahora tenía tras ella el poder del gobierno federal.

Melanie sacó sus credenciales. “Melanie Vargas, de la Oficina del Fiscal General. Tengo una cita con Dolan Reed, con relación al asesinato de Jed Benson.”

La recepcionista frunció la nariz con desagrado. Aparentemente, el uso de la palabra “asesinato” le había parecido de mal gusto.

“Muy bien. Ya la anuncio. Por favor tome asiento.”

La mujer señaló un conjunto de sofás y sillones, impecablemente tapizados en monótonos tonos de color beige. Un gran retrato al óleo de un hombre vestido a la usanza de hace un siglo dominaba la sala. Melanie se acercó y lo observó. De acuerdo con la pequeña placa de bronce que había sobre el marco dorado, era el retrato de un tal George Dolan Reed, fundador de la firma. Posiblemente un ancestro del hombre que venía a ver, en el cual sobresalían los ojos de acero y la nariz romana de los malvados burgueses del siglo XIX. Melanie se quedó observando la pintura, de espaldas a la recepcionista, mientras trataba de escuchar lo que la mujer estaba diciendo a través de su auricular inalámbrico. La lujosa alfombra absorbía la mayor parte del sonido. Melanie alcanzó a escuchar su propio nombre y el de Jed Benson, pero no mucho más. Una mujer joven con un vestido rosado que pasó por la recepción se quedó mirando a Melanie intrigada y luego siguió.

“¿Sra. Vargas?” preguntó alguien tras ella.

Melanie se dio vuelta. La mujer que había hablado debía tener aproximadamente cincuenta años, tenía una cara agradable y figura de matrona y llevaba un sastre de paño y zapatos de tacón bajito.

“¿Sí?”

“Mary Hale,” dijo la mujer con un tono de voz sereno y le extendió la mano. Melanie se la estrechó y entrecerró los ojos. Las manos de la mujer eran carnosas y llenas de callos, y le apretó la mano con firmeza.

“Estoy un poco confundida, Sra. Hale. Mi cita es con Dolan Reed.”

“El Sr. Reed es nuestro director general. Como se podrá imaginar, vive extremadamente ocupado. Me pidió que me ocupara de este asunto, puesto que estoy en el comité de asignaciones. Le aseguro que estoy bastante familiarizada con los casos de Jed Benson.”

La mujer comenzó a caminar por un corredor que salía de la recepción y a Melanie no le quedó otra alternativa que seguirla. Tal como lo había anticipado, estaba comenzando la ronda de evasivas. Naturalmente, Dolan Reed se negaría a entrevistarse con ella. La jerarquía lo era todo en estos lugares. Los socios mayores eran reverenciados como oráculos y los protegían como a las joyas de una corona. Si quería resultados aquí, tendría que jugar duro y comenzar a producir citaciones.

Mary Hale abrió la puerta de un salón de reuniones que no tenía ventanas y estaba amoblado con una larga mesa brillante rodeada de sillones de cuero rojo. Casi al final de la mesa, cuidadosamente alineado con el borde, había un delgado sobre de manila. Mary hizo un gesto hacia él.

“Por favor tome asiento, Sra. Vargas. Pedí una lista de los asuntos que llevaba actualmente Jed Benson para que usted la revise. Está en ese sobre.”

Melanie levantó las cejas con escepticismo, mientras corría la pesada silla y se sentaba. A juzgar por la delgadez del sobre, lo que contenía no valía la pena el viaje hasta acá. Lo abrió y vio que tenía razón. En una sola hoja de papel estaban anotados los nombres de tres casos. De acuerdo con los encabezados de la parte superior de la página, el computador también había revelado los números de identificación de los clientes y las horas facturadas en cada caso, pero esas columnas estaban tachadas con un marcador grueso. La hoja no servía prácticamente para nada.

Melanie levantó la vista y miró a Mary Hale, quien la observó con sus fríos ojos grises.

“Sra. Hale, ha habido un malentendido. Cuando hice la cita, le dije al asistente del Sr. Reed que necesitamos hacer una investigación exhaustiva de todos los archivos del Sr. Benson.”

“Entonces hubo un malentendido. Si yo hubiese sabido eso, le habría dicho que no perdiera su tiempo. Aquí no hay nada, Sra. Vargas. El trabajo del Sr. Benson para la firma Reed no tuvo nada que ver con su muerte.”

“Ése es un juicio que tiene que hacer mi oficina después de una investigación exhaustiva. Esta lista no es suficiente. Necesito conocer a fondo los asuntos en los que estaba trabajando Jed Benson.”

“Lo siento, pero eso es imposible.”

“Ah, y ¿por qué?”

“Confidencialidad.”

“¿Confidencialidad?”

“Sí. Reed, Reed y Watson maneja el criterio de que nuestros archivos son totalmente confidenciales.”

Melanie se puso de pie. Era igual de alta a Mary Hale y la miró directo a los ojos.

“Ustedes pueden manejar el criterio que quieran, Sra. Hale, pero la ley es la ley. Las dos sabemos que la confidencialidad entre abogado y cliente sólo se refiere a las comunicaciones directas con los clientes, y la confidencialidad trabajo-producto no se aplica a las investigaciones criminales. Eso significa que debe haber cajas y cajas de documentos disponibles para nuestra revisión. Así que, ¿dónde están?”

Las mejillas de Mary Hale se encendieron. Vaciló por un momento, mientras elegía cuidadosamente las palabras. “El Sr. Benson no fue muy ... productivo en los últimos tiempos,” dijo finalmente Mary. “Me temo que no hay casi nada en sus archivos.”

“Me cuesta trabajo creerlo. Reed es una de las más destacadas firmas de la ciudad. Es conocida por ser cortés pero implacable a la hora de deshacerse de lo que no sirve. Si Jed Benson no estaba siendo productivo, nunca habría durado aquí.”

“Sra. Vargas, le estoy diciendo que no tenemos nada que responda a su solicitud. ¿Está dudando de mi palabra?”

“Sra. Hale, ésta es una investigación de asesinato. No puedo apoyarme en su palabra. Esperaré aquí mientras trae las cajas, o tal vez quiera llevarlas al gran jurado cuando la cite. Lo que usted prefiera.”

Mary Hale hizo un pequeño gruñido de disgusto. En lugar de retroceder, Melanie dio otro paso hacia ella, aumentando la presión.

“Como dije, es la política de nuestra firma,” dijo Mary con irritación. “No puedo hacer una excepción sin consultar a mis socios. Si usted insiste, podré discutir este asunto en la próxima reunión de socios, el jueves de la próxima semana. Si mis socios están de acuerdo, pondremos a su disposición los documentos en una sala de conferencias aquí. Usted podría hacer copias. No hay necesidad de una citación.”

“Esperaba que eso ocurriera hoy. El asesino de Jed Benson todavía está suelto. No puedo esperar hasta el próximo jueves.”

“Me temo que tendrá que hacerlo. Es imposible convocar una reunión antes de eso, debido a los horarios de todo el mundo.”

Melanie se dio cuenta de que Mary no iba a ceder ni un milímetro, al menos no hoy. ¿Para qué se molestaba? Estaba perdiendo su tiempo. Tenía el poder de las citaciones. No necesitaba la colaboración voluntaria.

“Dígale al Sr. Reed que espere mi citación. Dirigida personalmente a él,” dijo Melanie, mientras se complacía en ver cómo se descomponía la cara de la mujer. “No tiene que mostrarme la salida. Recuerdo el camino.”

Tomó el sobre, lo metió en su bolso y se dirigió a la puerta.

 

MELANIE SE SUBIÓ AL ASCENSOR PENSANDO que casi nada había cambiado desde que había dejado la firma de abogados. En esa época era totalmente incapaz de entender estos personajes del mundo de las leyes y todavía lo era. Mary Hale actuaba como alguien que está escondiendo algo de manera deliberada, pero Melanie no podía estar segura. Estos lugares formaban abogados reservados y poco cooperadores. Por principio, tal vez Mary no entregaría los documentos sino hasta que la obligaran. Probablemente se sentía orgullosa de eso. Independientemente del motivo, el resultado era el mismo. Melanie salió de allí sin conseguir nada, a no ser un papel inservible.

Melanie consultó el reloj y suspiró, molesta por el tiempo que había perdido. Había anticipado ese resultado, así que ¿por qué no había prescindido de la visita de cortesía y había enviado la citación desde el principio? ¿Sólo porque Reed, Reed y Watson era tan importante? La próxima vez se acordaría de no dejarse impresionar. Además, había venido en el tren local. Zapateó con impaciencia cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso treinta y uno y una mujer joven entró. Melanie reconoció a la mujer por el vestido rosado. Era la misma que la había estado observando cuando estaba en la recepción. Debía ser una socia de la firma.

Desafiando la etiqueta de los ascensores, la mujer joven enfrentó a Melanie y la miró directamente a los ojos. Debía tener un poco más de veinte años y era bastante atractiva. Tenía grandes ojos verdes y pelo castaño claro, que llevaba largo. Dio un paso hacia Melanie, acercándosele deliberadamente.

“¿Usted es la fiscal?” preguntó, en voz baja muy sospechosa.

“Sí. ¿Por qué?” El corazón de Melanie comenzó a latir. Se dio cuenta de que esto era importante.

El ascensor paró en el piso treinta. Cuando las puertas se abrieron, la mujer volteó la cara hacia el frente, con un gesto totalmente inexpresivo y compuesto, como si nunca hubiese hablado con Melanie.

Se subió un hombre de mediana edad, vestido con un traje de rayas.

“Hola, Sarah,” dijo el hombre con amabilidad. “¿Todavía estás enterrada en esa transacción de Securilex?”

Cuando las puertas se abrieron en el piso veintinueve un momento después, los dos se bajaron. Obviamente, la mujer no quería que la vieran hablando con Melanie. ¿Por qué no? Melanie sacó el sobre de manila y tomó nota del nombre asintiendo. ¿Cuántas abogadas jóvenes de nombre Sarah trabajarían en Reed, Reed y Watson? No debería ser muy difícil de localizar. Tal vez el viaje no había sido una pérdida total, después de todo.