MELANIE ENTRÓ CORRIENDO A LA COCINA Y LE extendió los brazos a Maya, que estaba sentada en su silla de comer, sonriendo como el gato de Cheshire, mientras le corría algo verde por la quijada.
“¡Todavía estás despierta! ¡Mamá te extrañó tanto!” dijo Melanie y abrazó con fuerza a su hija. Maya observaba a su alrededor como si no hubiera nada malo en el mundo. Pero Slice estaba allá afuera. Dan había hecho una búsqueda en todos los pisos de la oficina y no había encontrado nada.
“Mel, no es que sea un traje muy bonito, pero estás a punto de dañarlo,” le advirtió Linda. En un intento vano por proteger su ropa, ella había estado dándole a Maya el puré de arvejas desde una distancia de cerca de medio metro. Como si le hubieran avisado, Maya escupió una fina lluvia verde.
“M’ija, te lo dije, ¡esto es un Versace!” Los brazaletes de Linda tintinearon cuando esquivó la lluvia verde que iba derecho a su blusa corta, que dejaba al descubierto el rubí que tenía en el ombligo y el tatuaje de una mariposa con las alas extendidas que adornaba su espalda. Además, Linda lucía un collar de diamantes incrustados que decía CHICA BORICUA. Melanie envidiaba el glamoroso estilo puertorriqueño de su hermana. A veces ansiaba poder ser más atractiva ella misma, pero sencillamente no era su estilo.
“Estoy feliz de verla, pero ¿por qué está despierta? ¡Son las pasadas once! ¿Y por qué le estás dando la comida tan tarde?” preguntó Melanie.
“Muy buenas noches, Linda,” dijo Linda. “Muchas gracias por cuidar a Maya, Linda.”
Melanie sintió un olorcillo y se agachó y metió la nariz debajo de la bandeja de la silla de comer.
“¡Y está con popó!” exclamó indignada, enderezándose enseguida.
“¡Ingrata! Recuérdame no volverte a hacer favores. ¡Mira la hora que es! Voy a llegar tarde a mi cita con Alberto, y éste es el agradecimiento que recibo.”
“Espera un minuto. ¿Alberto? ¿Quieres decir ‘Chester the Molester’?”
“¿Alguna vez lo llamé así? Ups.”
“¡Tiene casi sesenta años!”
“Me gustan los hombres mayores.”
“¿Desde cuándo?”
“Desde que él me prometió ayudarme a armar mi idea para el programa. Escucha esto: ¡un programa sobre maquillaje! Yo dando consejos de belleza y relaciones interpersonales. Lo voy a llamar ¡Muy Linda! ¿Ves? Significa ‘muy bonita’ en español.”
“Sí, gracias, hablo español.”
“Dios, estás insoportable hoy.”
“Tienes razón. Lo siento. Debería estar agradecida. Estoy agradecida. Es sólo que ... estoy bajo mucho estrés últimamente.”
Linda estiró los brazos. “Ven aquí, chica.”
Melanie se acercó, puso la cabeza sobre el hombro de Linda y enterró la cara entre el pelo negro y perfumado de su hermana. Linda le dio unas palmaditas en la espalda.
“¡Pobrecita! Oye, ¿quién habría pensado que serías tú la que se apoyaría en mí? Se invirtieron los papeles, ¿no?” Desde la infancia, Linda siempre fue la popular, la glamurosa y la alocada, mientras Melanie siempre fue la inteligente, la sensata.
“¿Podrías tratar de ponerte un poco menos feliz al ver mi vida convertida en un caos?” dijo Melanie, mientras se zafaba del abrazo de Linda.
“Es agradable sentirse necesitada, eso es todo. Oye, de verdad te ves abrumada. ¿Tuviste una mala noche?”
Melanie le contó a Linda sobre el incidente en la sala de archivo.
“¡Ay, Dios mío!” dijo Linda. “Te habrían podido matar.”
“¡Dímelo a mí! El agente del FBI con el que estoy trabajando dijo lo mismo.”
Las dos se quedaron calladas, pensando en eso.
“Y ¿quién es el tipo?” preguntó Linda después de un momento.
“¿El asesino?”
“No, el agente del FBI. ¿Estaban trabajando hasta tan tarde juntos?”
“¡Linda!”
“¡Ajá, te estás sonrojando! Está pasando algo, ¿cierto? ¡Qué maravilloso instinto!”
“¿No puedes portarte seria por una vez en la vida?”
“Estoy portándome seria. ¿Qué es más serio que el hecho de que te quedes a trabajar hasta tarde con un tipo atractivo?”
“¿Quién dijo que era atractivo?”
“¿No lo es?”
Melanie entornó los ojos y fue hasta el lavaplatos. Tomó una toalla de papel, la humedeció y comenzó a limpiar la cara de Maya.
“¡Qué asco! ¿Cómo llegó esto a tu pelo? Necesitas un baño, nena.” Melanie sacó a Maya de la silla de comer y la llevó a la mesita de cambiarla en su habitación. Linda las siguió. Melanie despegó las cintas adhesivas del pañal y examinó el contenido.
“¿Por qué tienes que mirar eso?” preguntó Linda, mientras hacía una mueca de asco.
“Es bueno ver el popó de los bebés. Así uno sabe si están haciendo bien la digestión. No estuve con ella en todo el día, de manera que así sé qué está pasando.” Melanie limpió a Maya y arrojó todo a la basura.
“Si me lo preguntas, cuando se trata de pañales sucios, la ignorancia es la felicidad,” dijo Linda.
Melanie llevó a Maya, ya desnuda, al baño. Linda las seguía, zumbando, como una abeja hambrienta en un picnic. Mientras Melanie ponía un poco de jabón debajo del chorro de agua, Linda cerró la tapa del inodoro y se sentó.
“Entonces, ¿qué me cuentas de este tipo? Yo siempre te cuento todo.”
“Pudieron haberme matado y eso es todo lo que te preocupa,” dijo Melanie, mientras negaba con la cabeza. Luego probó la temperatura del agua y sentó cuidadosamente a Maya en la tina. Melanie usaba una taza de plástico para echar agua encima de las extremidades gorditas y brillantes de Maya, lo cual provocaba en la niña placer.
“Debe ser un perdedor, o si no me lo dirías. Los más atractivos nunca te persiguieron, en todo caso. Tenías buena apariencia, pero te negabas a arreglarte. Como si estuvieras por encima de eso, o algo así.”
Melanie sabía que Linda la estaba provocando, pero no podía evitarlo. Toda una vida de competir con su extravagante hermana era imposible de ignorar.
“Pues resulta que es un tipo increíble.”
“¡Mami! Entonces, ¡ve por él!”
“¿Estás loca? Soy mamá. ¡No puedo ir por ahí teniendo aventuras!”
“¿Por qué no? Steve lo hizo.”
Eso dejó fría a Melanie. Cada vez que se lo recordaban, le dolía como al comienzo.
“Tú sabes que tengo razón,” insistió Linda, moviendo la cabeza en señal de asentimiento. “Hay que vengarse. Muéstrale a Steve que no puede pasar por encima de ti.”
“Ésa es una actitud enfermiza. No me extraña que ninguna relación te dure más de dos semanas.”
“Tal vez mis relaciones no duran porque yo no quiero que duren. El matrimonio es un asco. Mami y Papi se la pasaban peleando. Steve te engañó inmediatamente después de que Maya nació. Quiero decir, ¿qué tan bajo hay que llegar? No digas que no te lo advertí. Vi las intenciones de este tipo desde el primer día. Demasiado amable, te dije. Pero a ti te gusta eso. Te recuerda a Papi.”
“Cállate.”
“Es verdad. ¿Acaso no te dije que era una mala señal que Steve engañara a otras novias? Tú lo sabías cuando te casaste, chica.”
“Eran chicas con las que había salido ocasionalmente. No había un compromiso de por medio.”
“Compromiso, por favor. Cuando se traiciona una vez, se sigue traicionando. Pero no, estabas tan convencida sobre él que no ibas a escuchar ninguna advertencia.”
“Linda, me estás poniendo furiosa.”
“¿Por qué lo sigues defendiendo? No lo entiendo.”
“¡Es mi marido y el padre de mi hija!”
“¿Y qué? Él no respetó eso. ¿Por qué debes hacerlo tú?”
Sin decir nada, Melanie escurrió la toallita con la que bañaba a Maya, mientras hacía una mueca de rabia con la boca. Se sentía como una idiota por saltar a la defensa de Steve, a pesar de la manera como la había traicionado. Pero la actitud cínica de Linda tampoco le parecía correcta. Tal vez ella no quería creer que su matrimonio se había terminado.
“Oye, es tu vida,” dijo Linda. “Pero dame una buena razón para quedarte con este tipo.”
“¿Una buena razón? ¡Maya! Si fuera sólo yo, a esta hora ya le habría mandado los papeles del divorcio. Pero ¿qué pasaría entonces con ella?” dijo Melanie, mientras enjabonaba suavemente el pelo negro de Maya.
“Entonces, ¿ya no lo amas?” preguntó Linda.
“Nunca dije eso.”
“No estás segura, ¿o sí? No sabes con certeza si todavía amas a tu marido.”
“Eso no es cierto. Definitivamente sí lo amo.” Y Melanie lo amaba, de otra manera, esto no le dolería tanto. Respiró profundamente y se esforzó por no llorar, mientras enjuagaba el cabello de Maya. “Me volvió loca, ¿sabes? Era como un personaje de película. Lo tenía todo. Era encantador, inteligente, había viajado, de una familia distinguida. Muchas chicas blancas y elegantes corrían detrás de él, y me eligió a mí, una chica común y corriente de un barrio común y corriente, una chica del montón.”
“¿Y por qué no habría de elegirte a ti? Eres una chica blanca y elegante en el cuerpo de una atractiva boricua, mami. Contigo llevaba dos por una, una compañera exótica en la alcoba y una chica de la Ivy League, con un excelente curriculum, que sería la anfitriona ideal para sus cenas elegantes.”
“Eso no es justo.”
“¿No?” dijo Linda y miró a Melanie con escepticismo.
“Bueno, tal vez,” aceptó Melanie. “Pero no es justo decir que él es el único que hizo las cosas mal. Quiero decir, que a veces pienso que yo lo elegí por las razones equivocadas.”
“Sexo y dinero, chica. De donde yo vengo, no hay nada de malo en eso.”
“Sexo, sí, pero el dinero no tuvo nada que ver.”
“¡Oh, vamos! Todas esas cenas elegantes con vino. El fin de semana largo que te llevó a París, un mes después de conocerse.”
“Pero eso no tenía que ver con el dinero, Lin. Era parte del romance. Era una cosa cultural. Quiero decir, Steve no sólo me llevaba a restaurantes sofisticados. Él sabía qué vino ordenar y qué tenedor usar. Y después me llevaba a la ópera y me traducía el texto del alemán. Viniendo de donde venimos, la cultura significa mucho para mí.”
“¿Pero eso qué importa cuando el tipo no te trata bien? Estarías mejor con un empleaducho que te amara de verdad.”
“¡Steve me ama! Está tratando de compensarme. Tal vez con el tiempo pueda perdonarlo.”
“Bueno, si me dices que todavía se te para el corazón cuando él entra en la habitación en la que tú estás, supongo que puedo entenderlo.”
“Pues claro que sí,” dijo Melanie, e hizo una pausa. “Porque pienso en matarlo.”
Linda se rió. “Entonces, ¿qué hay del tipo del FBI? ¿También te hace parar el corazón?”
Melanie se quedó pensando en eso por un largo segundo.
“Caramba, estoy empezando a pensar que te gusta, Mel.”
“¿Vas a dejar de hablar de él de una vez? Ya te dije que nunca haría algo así. Sólo porque Steve es un imbécil, yo no voy a descender al mismo nivel. Además, este tipo nunca saldría con una mujer casada. Es increíblemente dulce y decente. Y tiene los ojos tristes, como si le hubieran hecho daño en el pasado.” Linda miró a Melanie con una sombra de duda. “Además, no está interesado en mí. Quiero decir, es tan atractivo, deberías verlo. Y yo tengo las caderas muy anchas.” Melanie sacó a Maya de la tina y la envolvió en una toalla. Luego la llevó de nuevo al cambiador, en su habitación, y Linda fue detrás.
“Te estás burlando de mí, ¿cierto? ¿Acaso se te rompió el espejo o algo así? Estás absolutamente fabulosa. Ya te veías muy bien antes de Maya, y ahora estás incluso mejor. Estás toda voluptuosa y, además, tienes ese resplandor.”
“Peso diez libras de más.”
“¿Y qué? Niña, aterriza. A los hombres les encanta eso.”
“Y dijiste que no me gustaba arreglarme.”
“Podrías vestirte de manera un poco más sexy, es lo que quiero decir.”
“No me puedo vestir como una prostituta cuando me pueden llamar a un tribunal en cualquier minuto. Además, mi ropa es linda, sólo que professional. Siempre uso lápiz labial y tacones, ¿ves?” dijo Melanie y señaló sus zapatos de tacón alto.
“¡Ya veo! El señor FBI va a caer de rodillas a pedírtelo.”
“¡Dios mío, qué boca tienes, chica! Nunca va a suceder nada, ¿está bien? Así que no vuelvas a mencionarlo.”
“¿Por qué no? Oye, tal vez él podría mudarse aquí y cuidarte. Como en Someone to Watch Over Me.”
Melanie le arrojó a Linda la toalla húmeda.
CUANDO LINDA SE FUE, MAYA SE ESTABA QUE dando dormida en los brazos de Melanie. Melanie la llevó a su habitación, bajó la baranda de la cuna y la puso adentro con suavidad. Era una bebita tan pequeña y vulnerable. Melanie recitó en silencio una plegaria para que Maya siempre estuviera segura. Luego fue a su propia habitación, se puso una vieja bata de algodón y entró al baño para lavarse los dientes. Bajo la luz fluorescente, la cara de Melanie se veía cansada, con ojeras bajo los ojos. Pero la idea de dormir la puso nerviosa.
Melanie se puso de pie en medio de su habitación y observó la cama de dos metros, con sus múltiples cojines y el cubrecama mullido, y sintió el silencio que la rodeaba en el apartamento. ¿Quién, además de su hijita, la escucharía si gritaba? Odiaba admitir que tenía miedo de irse a dormir, pero ¿qué otra explicación podía haber, cuando estaba tan cansada y la cama parecía invitarla? Tal vez si encendía la televisión o dormía con las luces prendidas.
En lugar de eso decidió recorrer todo el apartamento y verificar que todas las cerraduras estuvieran con seguro. Siempre era mejor hacer algo. Sintió una sensación extraña en el estómago mientras hacía la ronda. Trató de decirse a sí misma que era sólo hambre. Y hablando de eso, ese arroz con pollo seguramente la haría sentir mejor. Fue a la cocina y encendió todas las luces, luego se dirigió al refrigerador. No más dieta. Estaba triste, cansada hasta los huesos y asustada. Necesitaba consuelo e, desafortunadamente, sólo podía proporcionárselo la comida puertorriqueña, rica en harinas. ¿Por qué no vendría de una cultura donde la comida para curar los males fuera brócoli al vapor o algo así?
El recipiente de plástico estaba bien en el fondo, escondido detrás de los frasquitos de comida para bebé. Lo sacó y lo metió al microondas. Mientras esperaba que la comida se calentara, vio la lucecita de la contestadora automática. Dos mensajes. Por supuesto, Linda no se había molestado en contestar el teléfono.
Presionó el botón para oír los mensajes y se puso rígida cuando escuchó la voz de Steve que llenaba la habitación.
“Oye, soy yo. Mira, he tratado de encontrarte todo el día. De verdad necesito hablar contigo, Melanie. Por favor deja de no contestar mis llamadas. ¿De acuerdo? ¿Por favor? Estoy a punto de tomar el vuelo nocturno y no sé si podré llamarte desde el aire. Por favor contesta. Sé que estás ahí, Melanie. Son pasadas las diez. ¿Dónde más puedes estar?”
Linda tenía razón. Steve estaba demasiado seguro de ella. A la diez ella estaba en la sala de archivo presa de una persecución, y no sentada en su casa como una esposa sumisa, pero él nunca lo creería, ni siquiera si ella se lo contara. Era hora de mostrarle a Steve una nueva faceta. Tal vez sí era el momento de vengarse. ¡Qué diablos! Tal vez debería simplemente abandonar al cabrón ese y acabar con todo de una buena vez.
Melanie presionó con rabia el botón de borrar antes de terminar de oír el mensaje y enseguida lo lamentó. ¿Qué pasaría si el avión se estrellaba y ésas eran las últimas palabras de Steve que oiría? Ahora quería recuperar el mensaje. Él se estaba esforzando por arreglar las cosas y ella no le estaba dando ninguna esperanza. Melanie pensó en lo dulce que había sido Steve cuando ella estaba embarazada, cómo le masajeaba los pies, cómo había puesto en su billetera la foto de una de las ecografías. Pero, ¿quién sabe? Tal vez ya estaba saliendo con Samantha en ese momento. Maldito. Perdonarlo sólo porque dijo que no fueron más que un par de veces. ¿Por qué tenía que creerle? Melanie deseó que el maldito avión se estrellara. Obtendría el dinero del seguro de vida y nunca más tendría que verle la cara de mentiroso. Eso era lo que se merecía. Pero la idea de verlo muerto le quitó el aliento. Oh, Dios, realmente en estos días no sabía lo que sentía, pero mas valía que comenzara a entenderlo.
El horno microondas pitó. Tomó un tenedor y comenzó a comerse el aromático arroz directamente del recipiente, mientras escuchaba el siguiente mensaje. Era de Sophie Cho.
“Melanie, es Sophie. Escucha, tengo que hablar contigo acerca de algo. Es muy importante. Por favor, llámame tan pronto oigas este mensaje.”
Parecía urgente. Melanie puso el recipiente sobre la mesa. El reloj de la pared marcaba las 12:10, pero estuvo tentada de llamar, a pesar de la hora. ¿Tal vez Sophie tenía alguna información sobre el caso Benson? Sophie le había pedido que la llamara enseguida y no había puesto un límite de hora.
Melanie marcó el número de Sophie, pero el teléfono timbró varias veces sin respuesta. Contó diez timbrazos, luego colgó y volvió a marcar, para estar segura de que no se había equivocado. De nuevo, nadie contestó, ni siquiera la máquina. Por alguna razón, Sophie debía haberla desconectado. Melanie abrió el cajón donde guardaba cosas importantes, sacó su libreta de direcciones y buscó el número del celular de Sophie. Lo marcó y escuchó la grabación.
“Hola, Sophie, es Melanie. Es martes por la noche ... bueno, en realidad miércoles por la mañana, son como las doce y cuarto. Recibí tu mensaje y traté de encontrarte, pero ahora supongo que me iré a dormir. Te volveré a llamar en la mañana. Pero ... umm, si de verdad es una emergencia, puedes llamarme a cualquier hora. Ya estoy en casa. Adiós.”
Le preocupó el hecho de no haber podido encontrar a Sophie. Arrojó el resto de arroz con pollo a la basura y volvió a revisar la puerta de servicio que había en la cocina. En el vestíbulo le puso doble llave a la puerta principal y puso el pestillo. Apagó las luces, fue a su habitación y se metió entre las cobijas. Luego se inclinó para apagar la lámpara de la mesa de noche.
Tan pronto como apagó la luz, Melanie supo que no iba a dormir esa noche. Se quedó en la cama, con los ojos totalmente abiertos, contemplando el techo. Uno nunca queda totalmente a oscuras en una habitación en Nueva York si no tiene cortinas especiales y Melanie no las tenía. Una luz tenue y azulosa se filtraba por las cortinas, lo cual le permitía ver lo suficiente para mantener los nervios controlados. Las sombras de los muebles parecían cernirse sobre ella como asaltantes. Cada crujido de las viejas paredes resonaba en sus oídos como si fueran pasos.
El repentino timbre del teléfono sobre su mesa de noche la sobresaltó. Con el corazón palpitando a toda velocidad y las manos temblorosas, Melanie agarró el auricular y casi lo deja caer.
“¿A-aló?” dijo, mientras respiraba rápidamente.
Al otro lado sólo se oía silencio.
“¿Aló? ¿Aló? ¿Quién está ahí?” preguntó Melanie con voz temblorosa. Podía oír la respiración de una persona, luego oyó un click y la línea quedó muerta.
Ahora sí estaba asustada de verdad. Melanie se sentó y miró el reloj digital. Dios mío, casi era la una de la madrugada. ¿Quién podría llamarla y colgar a esta hora? La identificación de la persona que llamaba se podía leer en la pantalla en medio de la oscuridad. Decía “Número privado.” No podía haber sido Steve. Ni Sophie. Ellos nunca habrían colgado. ¿Tal vez Slice? Mareada por el miedo, Melanie se sentó en el borde de la cama y se quedó inmóvil durante un buen rato, temerosa hasta de respirar, mientras observaba cómo los números rojos iban cambiando en el reloj. Ni siquiera era capaz de levantarse y encender la luz. Melanie conocía bien esa sensación. Tenía años de conocerla. El insomnio, el terror. Después de que su padre se fue, cuando todavía vivía en ese mismo apartamento con su madre y su hermana. Porque no es que Bushwick se hubiese vuelto más seguro. Pasaba todas las noches despierta, en la cama de arriba, escuchando la respiración de Linda y pensando en la oficina de abajo, el lugar en donde todo había ocurrido. Preguntándose cuándo volvería ese animal.
ERA CASI LA UNA Y MEDIA CUANDO MELANIE SE dio por vencida y marcó el número del buscapersonas de Dan O’Reilly, desde el teléfono que estaba en la mesita de noche. Ya no podía controlar la angustia. Él le devolvió la llamada enseguida.
“Todavía estás despierto,” dijo Melanie, aliviada. Se metió entre las cobijas, mientras presionaba el auricular contra su oreja en medio de la oscuridad. Era agradable recostarse.
“¿Melanie?”
“Sí.”
“Casi no devuelvo la llamada. No reconocí el número. Necesitamos un código de buscapersonas, ¿sabes?” Dan hablaba en voz baja y tenía un tono ronco. Ella se preguntó si estaría durmiendo o así era como él sonaba a esas horas de la noche.
“¿Un código de buscapersonas? ¿Eso no es lo que utilizan los traficantes de drogas?” preguntó Melanie.
“Nooo, es para cualquiera que utilice mucho los buscapersonas. De esa manera me puedes llamar desde cualquier número y yo sabré que eres tú. Éste es el número de tu casa, ¿cierto?”
“Sí.”
“¿No estás durmiendo? Porque tus luces están apagadas.”
“Estoy en la cama, pero no podía dormir. ¿Cómo sabes que mis luces están apagadas?”
“¿De verdad? ¿Estás en la cama ahora mismo, mientras estamos hablando?”
“Sí.”
“Umh.”
“Pero no podía dormir. Oye, te llamé porque estoy asustada.”
“¿Dónde está tu marido?”
“Umm, viajando.”
Un cierto tono de coquetería se coló en su voz, a pesar de sus esfuerzos. En medio de la oscuridad, agitada, aterrorizada, se sentía demasiado débil para combatirlo. Hablar con Dan la hizo sentir mucho mejor. Melanie estiraba y aflojaba los dedos de los pies debajo de las cobijas.
“¿Te dejó sola?” dijo Dan. “¿Qué hombre tan tonto!”
El corazón de Melanie volvió a latir aceleradamente, pero esta vez a causa de la emoción. Debería colgar. Pero ¡qué diablos! sólo estaban hablando, ¿no? ¿Qué daño podría hacer eso?
“Sí, bueno, de todas maneras, estoy sola. Tengo miedo de que Slice me esté persiguiendo. Pensé que podía llamarte para que me dijeras que no debería preocuparme.”
“No deberías preocuparte.”
“¿Por qué? Tengo buenas razones para preocuparme, ¿o no?”
“Porque estoy sentado justo frente a tu casa, vigilando la puerta.”
“¿De verdad?”
“Sí, de verdad. Nunca me fui después de que te dejé. ¿Crees que me arriesgaría a que termines como Jed Benson?
“¿De verdad estás frente a mi edificio?”
“Sí señora, y también puedo ver la entrada de servicio desde aquí. Así que nadie puede entrar sin que yo lo vea.”
“¿Has estado ahí todo este tiempo? ¡Estás loco!” El hecho de que él invirtiera su propio tiempo protegiéndola de esa manera la conmovió profundamente.
“¿Y qué tiene de raro? Pasar toda la noche sentado en mi auto es mi trabajo. Además, después de lo que pasó esta noche, probablemente éste es el mejor lugar para atrapar al criminal.”
Melanie se rió. “¡Ay, muchas gracias! Vas a hacer que tenga pesadillas.”
“No quiero que tengas pesadillas. Sólo dulces sueños. Oye, ¿crees que soñarías conmigo?” Cuando hizo la pregunta, la voz de Dan adquirió un tono nervioso, como si temiera que se le estuviese yendo la mano. Y se le había ido la mano, lo cual sorprendió a Melanie. ¿Realmente podría estar interesado en ella? ¡Caramba! Pero si lo estaba, ella realmente no debería animarlo.
“¿Soñar contigo? Si nos conocimos apenas esta mañana,” dijo Melanie.
“Ah, as verdad. Nos conocimos apenas esta mañana. Es curioso, siento como si te conociera desde hace mucho tiempo. ¿No sientes lo mismo?”
“Bueno, ha sido un día largo. Así que, de cierta manera, nos conocemos desde hace mucho tiempo.” Melanie bostezó, el cansancio finalmente le estaba ganando. “Escucha, debería dormirme.”
“No cuelgues. Podemos hablar hasta que te duermas.”
“¿Qué, y dejar mi teléfono descolgado? No puedo hacer eso.” ¿Qué pasaría si Steve llamaba y no podía comunicarse? ¡Ja, eso sí que le sentaría bien! Pero no, ¿qué explicación le daría después? ¿Acaso no tenía ya suficientes problemas?
“Tú sí que sabes cómo desanimar a un tipo, ¿no?” dijo Dan. Pero Melanie pudo oír un asomo de burla en su voz.
“Hasta mañana, agente O’Reilly,” dijo Melanie, incapaz de resistir la tentación de reírse también.
“Espera, no cuelgues,” dijo Dan. “¿Cuál es tu número favorito?”
“Um, no sé. ¿Siete? ¿Por qué?”
“El siete de la suerte. También me gusta. Entonces ése será nuestro código. Si estás asustada, me mandas un mensaje, presionas siete y yo correré hasta aquí para rescatarte, ¿de acuerdo?”
“De acuerdo. Pero, ¿de verdad te vas a quedar allá afuera toda la noche?”
“Era lo que planeaba hacer.”
“¿No acordamos que iríamos a Otisville a primera hora, para tener tiempo de entrevistar a Delvis Díaz antes del testimonio de Rosario ante el gran jurado?”
“Sí, ¿por qué? Te iba a recoger en tu oficina a las ocho. Ahora simplemente te recogeré aquí.”
“Pero entonces no vas a dormir nada. Ni siquiera podrás bañarte.”
“Eres una chica muy exigente. Esperas que un hombre se pase toda la noche cuidándote y todavía tenga tiempo de ducharse y afeitarse y aparecer al otro día fresco como una flor.”
Melanie se rió. “Mis estándares son altos. Tendremos que ver si estás a la altura.”
“Está bien. Supongo que tan pronto amanezca, mejor me voy a casa para arreglarme un poco.”
“De veras, deberías irte a casa. Estoy bien, en serio. Me siento mejor ahora que hablamos.” ¿Por qué dijo eso? Melanie no quería que Dan se fuera. Se sentía mucho más segura sabiendo que él estaba allá afuera. Pero tenía que ponerle freno a esto. Cada segundo de conversación los acercaba más y más y Melanie podía sentirlo.
“Yo también me siento mejor,” dijo él. “Es agradable hablar contigo, quiero decir.”
“Entonces, ¿te irás a casa?”
“Me quedaré aquí hasta que esté seguro de que no hay peligro. Luego iré a asearme y te recogeré en la oficina a las ocho. Randall y yo, ¿de acuerdo?”
“De acuerdo.” Los dos se quedaron callados durante un momento. Ella quería seguir conversando tanto como él, pero decidió colgar. “Oye,” dijo Melanie.
“¿Qué?”
“Gracias. De verdad.”
“No hay de qué. Dulces sueños.”
Melanie colgó, mientras sonreía de nuevo. Pero cuando se preguntó en qué demonios se estaba metiendo con Dan, la sonrisa desapareció.