SI SE TRATABA DE ADIVINAR CUÁL SERÍA EL siguiente golpe de Slice, Amanda Benson era la respuesta obvia. De hecho, la única. Todas las demás personas a las que, según ellos, podría perseguir, ya estaban muertas. Excepto Melanie, desde luego, pero ella trataba de no pensar en eso.
Dan dejó a Melanie en la entrada del hospital y fue a estacionar el auto. Mientras subía en el ascensor, Melanie se dio cuenta de que ayer a la misma hora había estado en ese mismo lugar, pero parecía como si hubieran pasado años luz de eso.
La habitación de Amanda estaba más o menos en la mitad de un largo corredor del hospital. Tan pronto Melanie dobló la esquina, la vio: la puerta sin vigilancia, un poco entreabierta. No estaba ni el policía con el corte de pelo militar, ni ningún guardia privado, ni Randall. ¿No se supone que él debería estar aquí vigilando a Amanda? Desconcertada, Melanie comenzó a correr aterrorizada ante la idea de encontrar otro cadáver. Pero cuando llegó a la puerta vio a Amanda en la cama, sola y a salvo, dormitando tranquilamente mientras en la televisión sin volumen, que estaba fija en la pared, pasaban una telenovela.
La puerta abierta, la ausencia del guardia, la niña vulnerable y dormida. Melanie sintió que el cuero cabelludo se le erizaba de terror mientras se daba la vuelta para mirar por encima del hombro. ¿Acaso alguien más estaba usando a Amanda como señuelo para atraer a Slice? ¿O acaso ella, Melanie, era el objetivo? Porque todo esto parecía una trampa, y ahí estaba ella, en medio de la trampa, justo en la diana del blanco. Melanie sacó su teléfono celular y marcó el buscapersonas de Dan con dedos temblorosos, llenándolo de sietes. Ojalá viniera tan rápido como fuera posible. Melanie tenía un mal presentimiento sobre todo esto. Encontró un timbre amarrado a un cordón en la cama de Amanda y lo presionó repetidas veces con la esperanza de llamar la atención de alguien. Necesitaba refuerzos. Una enfermera, una auxiliar, cualquiera que mejorara la situación y redujera la posibilidad de un ataque.
El sonido del timbre despertó a Amanda. Enseguida abrió los párpados, que revelaron unos ojos turbios e inyectados de sangre, pero en los que sobresalía un iris verde brillante que contrastaba con la palidez de su cara de niña abandonada. Cuando vio a Melanie, se revolvió contra la almohada, en un intento por sentarse.
“¿Usted es la enfermera?” preguntó y su voz sonaba desorientada, incluso un poco asustada.
“No, soy una fiscal. Melanie Vargas. Estoy trabajando con la policía para atrapar a la gente que te hizo daño. ¿Cómo estás, Amanda? He estado preocupada por ti,” dijo Melanie con voz calmada para no asustar más a la chica.
Los ojos de Amanda recorrieron la habitación con ansiedad. “¿Dónde está mi mamá?” preguntó.
“Cuando entré, hace un minuto, no había nadie. Déjame ayudarte con la cama,” dijo Melanie, y comenzó a manipular los controles electrónicos que había en el panel lateral hasta levantar a Amanda para que quedara sentada.
“Gracias,” dijo Amanda, con voz apagada. “Son los analgésicos. Usted sabe, estoy tan ... desorientada,” siguió, e hizo un vago gesto con la mano izquierda, la que no tenía vendas.
“¿Qué pasó con tu guardaespaldas?” preguntó Melanie.
“¿Ese tipo? No sé. Era un poco desagradable, en todo caso. Me alegra que se haya ido.”
“Me preocupa que te quedes sola, Amanda.”
Amanda parecía confundida. “¿Tiene un cigarrillo?” preguntó.
“¿Un cigarrillo? No, lo lamento.”
“Podría ayudarme a ... despertarme. Aclarar mis pensamientos.”
“De verdad no tengo. No fumo.”
“Ah.”
“¿Así que tu madre debería estar aquí, pero se fue?” preguntó Melanie.
“Supongo que sí.” Amanda sacudió los hombros débilmente, pero era obvio que estaba enojada.
“Estoy segura de que nunca se habría ido a menos de que pasara algo importante. Fue muy enfática en su deseo de protegerte cuando estuve ayer aquí.”
Melanie volvió a mirar hacia la puerta. Estaba comenzando a preguntarse por qué Dan se demoraba tanto y por qué el personal del hospital no respondía a su llamado.
“¿Mi mamá trató de protegerme?” preguntó Amanda, con los ojos abiertos y vulnerables. Era apenas una niña, una niña que estaba atravesando por una prueba terrible.
“Ah, sí. No quería ni siquiera que me acercara para hablar contigo acerca de ... acerca de lo que pasó,” dijo Melanie y bajó los ojos involuntariamente hacia la mano derecha de Amanda, envuelta en vendajes.
“Ah, ¿se refiere a que no quería dejar que usted me entrevistara y eso?”
“Sí.”
“Sí, lo oí. Estaba medio despierta.”
“Siento mucho haber sido tan agresiva con tu madre.”
Amanda se sonrojó y sacudió la cabeza con amargura. “No se disculpe conmigo por algo que pasó con ella,” dijo con repentina vehemencia. “Mi mamá es una bruja horrible. Detesto sus agallas.”
“Ay, Amanda, no digas eso. Sé que estás enojada, pero con seguridad ella tuvo una buena razón para irse.”
“No es eso. Usted no sabe. Yo no le importo a ella para nada. Primero me manda al manicomio para deshacerse de mí, y luego me deja aquí tirada, cuando estoy en una situación terrible,” dijo Amanda, con voz quebrada. Los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a llorar. Melanie le alcanzó un pañuelo de papel de la caja que había sobre la mesita. Amanda trataba de detener las lágrimas, pero éstas seguían saliendo y saliendo y rodándole por las mejillas. Esa pobre chica estaba hecha un desastre. ¿Quién podía culparla?
“Estoy segura de que tu mamá te quiere mucho, mi niña,” dijo Melanie suavemente.
“¡No, ella no me quiere!” insistió Amanda y comenzó a sollozar. “Usted no me está escuchando. Sólo mi papá me quería y ahora está muerto. Nunca lo volveré a ver. ¿Tiene la más mínima idea de lo que eso significa?”
“Sí,” dijo Melanie y comenzó a recordar otra época. “Sí lo sé.” “La bala está alojada en el lóbulo frontal derecho,” oyó Melanie que le decía el médico a su madre. “Si tratamos de operar, nos arriesgamos a que no vuelva a hablar.” “¿Volverá a caminar?” “Es posible que la parálisis del lado izquierdo pase con el tiempo. Pero tengo que ser franco, Sra. Vargas. Puede tomar años.”
Melanie se acercó más a Amanda y comenzó a acariciarle el hombro. “Odio a mi mamá,” dijo Amanda con voz casi inaudible. “Mandó a matar a mi papá, ¡lo sé!”
“Amanda, estás perturbada y estás bajo el efecto de los analgésicos. No sabes lo que estás diciendo. Una pandilla mató a tu papá. No tuvo nada que ver con tu mamá.”
“Se equivoca. ¿Por qué cree que ella no quería dejarla hablar conmigo? No tiene nada que ver con el deseo de protegerme. Le da miedo que yo suelte la lengua.”
“¿Qué demonios cree que está haciendo? ¡Aléjese de ella!”
Melanie se dio vuelta. Un hombre grande vestido con un traje arrugado apareció en la puerta. Melanie estaba tan concentrada escuchando a Amanda, que no lo oyó entrar. El hombre avanzó hacia ella; tenía los rasgos desfigurados por la furia y se le veían diminutas venas rojas palpitándole en la nariz y las mejillas. Despedía un olor a alcohol que invadió la habitación.
“Soy de la Oficina del Fiscal General. Esto es un asunto oficial. ¿Quién es usted?”
“Soy el guardaespaldas de esta joven y me importa un rábano si usted es la Reina de Inglaterra, señora. Nadie puede hablar con ella sin mi permiso. Y ahora ¡váyase de aquí!” El hombre llegó hasta Melanie y la agarró del brazo. Amanda se acurrucó en la cama.
“¡Quíteme las manos de encima o lo haré arrestar por interferir con un oficial federal!” gritó Melanie, mientras trataba de zafarse. Pero el tipo apretaba los dedos como una prensa y la conducía a la puerta.
“¿Sí? Inténtelo y verá qué tan lejos puede llegar. Tengo amigos influyentes.”
“¡Quítale las manos de encima, Flanagan!” gritó Dan, e irrumpió en la habitación.
“Lárgate, O’Reilly. Éste es mi trabajo.”
“¡Dije que la sueltes!” dijo Dan y se le abalanzó, poniéndolo contra la pared junto a la cama de Amanda. Melanie dio un salto para quitarse del camino mientras se sobaba el brazo. Los dos hombres eran aproximadamente del mismo tamaño, pero Dan era mucho más fuerte. Mientras Flanagan forcejeaba, Dan le dio un golpe contra la pared.
“Le vuelves a poner un dedo encima y te juro que te mato,” dijo Dan, con voz temblorosa, mientras mantenía a Flanagan inmóvil hasta que dejó de patalear y se rindió bajo la fuerza de Dan.
“¡Está bien! No le iba a hacer ningún daño. Le pedí que se fuera y no me hizo caso. Suéltame, no la voy a tocar.” Después de un segundo Dan lo soltó y dio un paso hacia atrás, sin decir nada y con la respiración agitada.
Flanagan se arregló la chaqueta con rabia. “Tienes suerte de que no sacara mi arma,” dijo.
“¿Tienes un arma? Eso muestra lo podrido que está nuestro sistema,” dijo Dan.
Flanagan señaló a Melanie con la cabeza. “¿Y ella quién es? ¿Tu novia? Bonitas tetas, pero es una perra furiosa.”
Dan hizo un movimiento hacia Flanagan, pero Melanie lo agarró del brazo. “Está bien,” le dijo. “No importa.”
“Tienes razón. ¿A quién le importa lo que diga este desgraciado? Era un descrédito para la institución hasta que lo echaron a patadas, y ahora anda por ahí como una plaga,” dijo Dan.
“Eres un idiota que se cree muy santo. Igual a tu padre, Danny Boy,” replicó Flanagan.
“¡Por favor, ya es suficiente!” dijo Melanie. “Volvamos a empezar, ¿de acuerdo? Finjamos que no ha ocurrido nada para que podamos lograr hacer algo hoy. Sr. Flanagan, ¿no es cierto? Melanie Vargas, de la Oficina del Fiscal General. Ahora que sabe quién soy, estoy segura de que no tendrá ninguna objeción de que hable con la Srta. Benson.”
“¡Se equivoca, sí tengo una objeción! Trabajo para Nell Benson y ella me dijo que nadie hablaba con su hija sin hablar antes con ella. Para eso me contrató.”
“¿De verdad? Creí que lo habían contratado para proteger a Amanda de los asesinos de su padre, no para obstruir una investigación federal,” dijo Melanie.
“Muéstreme una citación y podemos hablar, señora.”
Eso la dejó fría. Melanie no tenía planeado venir aquí, así que no había traído ninguna citación. Sin una citación, no había manera de que pudiera obligar a Flanagan a que la dejara hablar con Amanda. Siendo un ex policía, lo sabía.
“Esperaba que pudiéramos resolver esto sin recurrir a una citación,” dijo Melanie fríamente.
“Hablen con mi jefa, si dice que está bien, para mí también está bien.”
“¿Dónde está ella?”
“Sé tanto como usted.”
“¿Acaso iba a dejar a su hija aquí sola sin dejarle a usted siquiera un número telefónico?” Melanie no le creía. Estaba segura de que Flanagan podía llamar a Nell si quería.
“Yo no trabajo para los Servicios Sociales. Ella me contrató para sentarme aquí y eso estoy haciendo. Cómo trata a su hija no es de mi incumbencia.”
“Amanda, ¿cómo puedo hablar con tu madre?” preguntó Melanie y se volvió hacia la muchacha.
“¡No contestes eso!” gritó Flanagan, y se sonrojó todavía más, adquiriendo un tono casi carmesí. Luego se dirigió a Melanie. “Usted no escucha. Dije que nadie habla con ella. Ahora, salgan los dos. Usted no tiene una citación, entonces no tiene derecho de estar aquí, y le estoy pidiendo que salga. Pero si usted no me escucha, hablaré con la Sra. Benson. Y entonces le puedo prometer que no podrá volver a acercarse ni a cien millas de esta muchacha.”
“Sr. Flanagan, por favor,” dijo Melanie, “¿no podemos buscar una solución? Entiendo que usted está tratando de hacer su trabajo y de cumplir con los deseos de la Sra. Benson. Si tan sólo pudiéramos hablar con la Sra. Benson ...”
“La Sra. Benson no quiere hablar con nadie. La Sra. Benson sólo quiere que usted deje de acosar a su hija y que se largue de aquí.”
“Conseguiré una citación y regresaré en una hora. Y ya veremos lo feliz que se pondrá Nell Benson con usted.”
“¡Bien!” dijo Flanagan.
“¡Bien!” replicó Melanie. Luego, después de haberse visto arrinconada, no tuvo más alternativa que salir de la habitación con paso desafiante, mientras Dan la seguía.
“¡ERES UNA VERDADERA TIGRESA!” DIJO DAN, sonriendo, cuando la alcanzó. “Estoy muy impresionado.”
“Oh, vamos, si lo eché todo a perder. Dejé que me sacara de mis casillas cuando he debido tragarme el orgullo y retroceder, para poder conseguir lo que necesitábamos.”
“¿Y dejar que ese borrachín de Bill Flanagan te pasara por encima? Yo no lo habría tolerado.”
“¿Lo conoces?”
“Mi papá fue el teniente que le quitó el arma.”
“No me digas, ¿tu papá es policía?”
“Fue. Ahora está retirado. Soy de una familia de policías por los dos lados. Mi papá y mi abuelo fueron policías, un puñado de tíos por el lado de mi mamá y algunos primos. Todos los demás son hombres de goma.”
“¿Hombres de goma?”
“Bomberos.”
“¡Caramba! Debes haberte sentido muy bien respaldado al crecer con todo eso detrás,” dijo Melanie con añoranza. Qué cómodo debía ser venir de una familia decente de clase media y quedarse ahí. A diferencia de Melanie, que había llegado tan alto que no encajaba en su propia vida.
“Supongo que sí. Me gustaba el hecho de que, cuando niño, podía ir a cualquier parte de la ciudad y encontrar a alguien que me invitara a una Coca Cola.”
“Y hablando de eso, cómo me gustaría tomarme una Coca Cola ahora. ¿Tienes un dólar? Porque sólo tengo un billete de veinte,” dijo Melanie, cuando pasaron al pie de la máquina expendedora de gaseosas.
Dan se hurgó en los bolsillos de su pantalón de dril y sacó dos arrugados billetes de dólar. Los alisó con los dedos y se los entregó a Melanie.
“Aquí tienes. Cómprame una también, ¿quieres?” dijo.
“¿Ése es todo el dinero que tienes?”
Dan hizo una mueca de vergüenza. “Por el momento, pero me pagan el viernes.”
“Pero hoy sólo es miércoles.”
“Sí, pero tienes sed.”
Melanie movió la cabeza y le devolvió los billetes. No obstante, Dan fue hasta la máquina y los metió. “¿Normal o dietética?” preguntó y la miró por encima del hombro.
“Dietética.”
Dos gaseosas cayeron en la rendija. Dan regresó y le entregó una lata helada a Melanie.
“No se debe andar por ahí en esta ciudad sin dinero en los bolsillos, ¿sabes?” dijo Melanie.
“¿Para qué necesito dinero? Tengo un arma.”
Melanie sonrió, mientras abría la tapa y tomaba un sorbo, consciente de que él la estaba mirando.
“Nunca seré un hombre rico, pero todo lo que tengo es tuyo, corazón,” dijo Dan.
“Qué es eso, ¿una propuesta de matrimonio?”
“¿Te parece demasiado pronto?” preguntó Dan con una sonrisa de ingenuidad, mientras la miraba a los ojos.
“No, es demasiado tarde,” dijo Melanie y le mostró la mano izquierda. Melanie había olvidado que no tenía puestos sus anillos. El espacio vacío en el dedo era bastante conspicuo, a causa de la marca sin broncear.
“Ay,” dijo ella involuntariamente.
Dan miró la mano de Melanie y luego la miró a la cara. Tal parecía como si lo acabara de coger la corriente.
“¿Acaso ... ? ,” comenzó a decir.
“Supongo que salí muy apurada esta mañana,” dijo Melanie rápidamente.
“Oh,” dijo Dan y asintió lentamente, sin tratar de ocultar su decepción. Dan estaba tan cerca de Melanie que ella podía sentir el calor de su piel; sin embargo, no se movió. Melanie se dio cuenta de que las rodillas le estaban temblando, así que suspiró y fue a sentarse en una de las sillas de plástico naranja que estaban al lado de la máquina de gaseosas. Dan la siguió y se sentó a su lado.
“Lo siento. ¿Estoy siendo impertinente?” preguntó.
“No, no importa, sólo estamos bromeando. Pero mejor hablemos de trabajo, ¿de acuerdo?”
“De acuerdo.”
Los dos tomaron de sus gaseosas durante un momento.
“¿A dónde crees que fue Randall?” preguntó Melanie, después de una pausa.
“Buena pregunta. Se suponía que estaba aquí, ¿no es cierto? Le enviaré un mensaje.” Dan sacó su celular y marcó, pero Randall no le contestó enseguida. “A veces se demora un rato en contestar.”
“No puedo creer que logré que nos echaran de ahí,” dijo Melanie y sacudió la cabeza.
“No fue tu culpa. Conozco ese tipo hace tiempo y es un absoluto imbécil. Además, parece que Nell Benson le dijo que nos mantuviera alejados.”
“Ah, sí, eso me recuerda algo. ¿Sabes lo que me dijo Amanda antes de que apareciera Flanagan?”
“¿Qué?”
“Ella cree que la mamá mandó a matar a su papá.”
“¿Qué? ¿Por traicionarla?”
“No sería la primera vez,” dijo Melanie. No es que ella misma no hubiese pensado en eso al recordar la traición de Steve.
“Sí, pero eso no parece cuadrar con el hecho de que unos pandilleros atacaran a Benson. ¿Cuántas personas de buena sociedad conoces que podrían contratar un golpe con los Blades?”
“Es cierto. Buen punto.”
“Oye, y hablando de la traición de Benson, ¿ya viste el video que sacaste de la casa de esa chica?” preguntó Dan.
“No lo hubiera hecho sin ti.”
“Elegiste al tipo equivocado, corazón. A Randall es al que le gustan las películas pornográficas. Los curas me educaron bien. Solían pegarnos hasta el cansancio con una regla si nos pillaban mirando niñas por la ventana.”
“Ah, ¿entonces la educación católica te hizo desistir del sexo?”
“No, para nada. El sexo es lo mejor que hay en la vida. Pero sólo cuando existe el verdadero amor.”
Dan la miró resueltamente y esta vez Melanie le devolvió la mirada, mientras trataba de entender si un tipo así podía ser de verdad. Parte de ella se sentía conmovida, pero la otra parte estaba convencida de que él la estaba manipulando.
“Eres un mentiroso,” dijo Melanie finalmente.
“No lo soy. Es cierto.”
“¿Esperas que crea que nunca has dormido con una mujer de la que no estabas enamorado?”
“No, no estoy diciendo eso. Quiero decir, soy humano. Pero si lo he hecho, realmente me he sentido muy mal después.”
“¿Podemos volver a hablar de trabajo, por favor? No puedo ni recordar dónde estábamos con tanta distracción.”
“Estabas diciendo que Amanda dice que la Sra. Benson mandó a matar a su marido.”
“Sí. Estoy pensando que deberíamos estudiar a nuestra víctima más de cerca,” dijo Melanie.
“Sí, en nuestro tiempo libre. Mira, el tipo no era un santo. Ése es un punto de vista, pero tu otra idea era mejor. Quiero decir, la de instalarnos en la habitación de Amanda.”
“Todavía lo estamos haciendo. Flanagan nos puede sacar de una habitación privada, pero no nos puede sacar de un corredor público.”
“Muy bien, entonces voy a ir a buscar un buen punto de observación. Algún lugar donde pueda ver la puerta de Amanda sin que me vean.”
“Y yo regresaré a la oficina y conseguiré una citación para que Flanagan tenga que dejarnos hablar con ella.”
“Parece un buen plan. Quién sabe, tal vez Slice haga una de sus apariciones mientras tú no estás y tendré todo resuelto antes de que llegues.”
“Eso sería genial. Aunque no me gusta perderme los fuegos artificiales.”