CAMINO A LA CENA DE JUBILADOS, MELANIE LLAMÓ a su casa desde el taxi y le dijo a Elsie que llegaría tarde otra vez. Odiaba hacerlo. Extrañaba terriblemente a Maya y, además, Elsie estaba empezando a decir que quería renunciar. Pero no tenía opción. Era imperativo que acompañara a Bernadette a la cena. Había descubierto una bomba y necesitaba tener tiempo a solas con su jefa para darle la noticia.
Mientras iba en el taxi con Bernadette, Melanie se hundió en la gastada silla de cuero y dejó que Bernadette hablara. Sentía pánico de abrir la boca. A Bernadette no le iba a gustar ni un poquito lo que Melanie tenía que contarle. En el desorden de su escritorio, había encontrado información grave sobre Rommie Ramírez. Qué ironía que hubiese sido Bernadette quien le dijo que ordenara esos papeles; de otra manera, se habrían quedado allí escondidos por un buen rato.
De acuerdo con los informes de huellas digitales que había recibido del laboratorio, Rommie había manipulado evidencia sustancial y posiblemente había contaminado toda la escena del crimen. De alguna manera había tocado la lata de queroseno que habían usado para prenderle fuego a la oficina de Jed Benson, y había dejado allí sus huellas. Era una equivocación mayúscula que podía amenazar su carrera, una equivocación que sería muy difícil superar, incluso con el apoyo de Bernadette, y que ponía toda la investigación a riesgo de ser declarada nula. Melanie temblaba ante la sola idea de contarle a su jefa, pero ¿cómo podía ocultarle algo tan grande? También había nueva información en otro flanco: evidencia de la conducta corrupta de Jed Benson. Tal vez comenzaría con eso para atenuar el golpe.
Cuando el taxi las dejó en la Primera Avenida cerca del puente de la calle cincuenta y nueve, Melanie todavía no había sido capaz de decir ni una palabra. Se estaba acobardando. Tal vez debería volver a consultar con el laboratorio. Tal vez debería llamar a Butch Brennan y volver a revisar la escena del crimen paso a paso para entender cómo había ocurrido la falla. Hacer una acusación tan grave contra el novio de Bernadette exigía tener información muy sólida. Melanie no se podía imaginar cuáles serían las consecuencias si llegaba a abrir la boca y resultaba que estaba equivocada.
Mientras observaba la ancha silueta del puente contra el sol ardiente de la tarde, Melanie se sorprendió de su habilidad para arruinar su propia vida. Elegir este caso, entre todos los demás. Podía decir que había sido mala suerte, pero empezaba a parecerle una decisión errada. ¿Ir tras un caso de alto perfil y con muchas complicaciones políticas en un momento de crisis personal? Eso era una estupidez. Una tontería, pero de la que ya no se podía arrepentir. Tenía importantes razones para seguir con el caso. Tres razones importantes, que se llamaban Rosario, Jasmine y Amanda.
Melanie y Bernadette entraron en el restaurante, y el contraste con la oscuridad del lugar hizo que Melanie siguiera viendo los rayos rojos del sol por un rato. Melanie siguió a Bernadette a través de una espesa multitud, mientras ésta se detenía cada dos pasos para hablar con la gente importante. Bernadette les presentó a Melanie a todos los que saludó, y tenía que levantar la voz para que la escucharan por encima del alboroto de voces y la estrepitosa música irlandesa. Se dirigieron al bar. Melanie se recostó contra el mostrador opaco y pegajoso, y se puso a observar a la gente en medio de la penumbra, mientras Bernadette se convertía en el centro de atención. Los policías eran los mayores infractores de las leyes contra el cigarrillo: una nube de humo flotaba contra el cielo raso del salón. Excepto por un par de fiscales que reconoció, ellas eran las únicas mujeres de la reunión. Hombres de mediana edad con corbatas atrevidas y el pelo peinado hacia atrás, la mayoría jefes del Departamento de Policía y de las agencias federales, se acercaban a invitarlas a un trago. Allí no habría oportunidad de hablar con Bernadette en privado. Melanie trató de no olvidarse del asunto.
Bernadette se lanzó a socializar con frenesí. Rápidamente ya iba por el tercer whisky, mientras hacía acuerdos aquí y allá, buscaba contratos y hacía promesas, coqueteaba y daba vueltas entre la multitud. Era buena para eso. Melanie acariciaba una copa de vino chardonnay barato y observaba el espectáculo, mientras se imaginaba la cara que pondría Bernadette cuando le diera la noticia. Para cuando se sentaron a cenar en el salón de banquetes que había al lado, Bernadette estaba totalmente ebria. Se habían quedado en el bar tanto tiempo que terminaron sentadas muy lejos de la mesa principal, en el fondo del larguísimo y estrecho salón. Excepto por otros dos rezagados que se sentaron frente a ellas, no había nadie más en su mesa. Uno era alto y flaco y el otro tenía papada y barriga de cervecero. Los dos saludaron a Bernadette por el nombre y luego comenzaron a hablar animadamente acerca de los Mets.
“Nos hemos sentado en el peor sitio. Hemos debido reservar una silla,” se quejó Bernadette, arrastrando las palabras, mientras la cabeza le colgaba hacia un lado, como una flor empapada después de una tormenta.
¿Tendría algún sentido decirle algo a Bernadette cuando estaba en semejante estado? No estaría en capacidad de evaluar las cosas con objetividad y tendría más posibilidades de enfurecerse con Melanie por ser la portadora de malas noticias. Tal vez lo mejor sería que Melanie se inventara una excusa y se fuera para poder hacer bien la tarea antes de arrojar la bomba. Tenía muchas buenas razones: Dan todavía la estaba esperando en el hospital. Elsie estaba en su casa echando humo de la rabia. Steve le había dejado un mensaje diciendo que había conseguido una cita con ese consejero matrimonial para esa noche. Melanie estaba contenta por lo rápido que Steve se había movido, pero no había tenido tiempo ni de devolverle la llamada.
“Oye, Bernadette,” comenzó a decir Melanie tentativamente.
Bernadette no la oyó; estaba muy ocupada haciéndole señales al mesero para que le trajera otro trago. Arriba en la mesa principal, muy lejos de ellas, alguien le dio golpecitos a una copa. Un hombre grandote y de pelo canoso fue hasta el micrófono y lo ajustó, moviéndose con la arrogancia de un jefe. Después de un primer sobresalto por la ensordecedora resonancia, comenzó a hablar. Melanie levantó la voz para que Bernadette pudiera oírla por encima del zumbido del discurso y las carcajadas del auditorio.
“Berandette, estaba pensando ...”
Bernadette se volvió hacia Melanie con una sonrisa cálida. Se veía tan relajada, tan normal que Melanie se dio cuenta de que casi nunca la había visto feliz. De repente lo entendió todo. Lo vulnerable que era Bernadette en este momento. Cuánto dependía de Rommie y lo ciega que era ante sus errores. En la cabeza de Bernadette, Rommie era la única cosa que la separaba de la solitaria y vacía edad madura. ¡Uf, Melanie no podía, simplemente no era capaz de acabar con esa ilusión! Y tampoco podía levantarse e irse y dejar a su jefe sola y borracha, sentada en esa mesa. Se quedaría, al menos hasta que Rommie apareciera.
“Estaba pensando que deberíamos hablar del caso Benson,” dijo Melanie.
“Buena idea. ¿Qué cosas nuevas tienes para contarme?” dijo Bernadette, mientras hurgaba en su bolso y sacaba un cigarrillo. “Ummm, ¿cuándo irán a servir el pollo asqueroso? Estoy comenzando a sentirme mareada.”
“Encontré algunas cosas sorprendentes sobre Jed Benson,” dijo Melanie. Había decidido comenzar por la parte fácil y después ver cómo seguía. Si Bernadette parecía estar receptiva, tal vez sí mencionaría el asunto del informe de las huellas dactilares.
“No hay nada que me puedas decir sobre Jed Benson que me sorprenda, Melanie.”
“¿De verdad?”
“Conocía bien a Jed. Definitivamente tenía su lado oscuro. Mhhh.”
Melanie estaba pensando en los extractos bancarios de los Benson, que estaban enterrados en la pila de papeles de su escritorio y que acababa de abrir. No eran los extractos bancarios de un hombre honesto. Pero había un tono de lascivia en el comentario de Bernadette que la hizo pensar que su jefa se refería a otra cosa totalmente distinta.
“¿Te refieres a que era un mujeriego?” supuso Melanie.
El trago de Bernadette llegó en ese momento y se lo bebió como un marino. “¡Sí! ¡Y uno de verdad! Él me sedujo, ¿sabías?”
“Caramba. No tenía idea,” dijo Melanie. Vaya, sólo había que emborrachar a Bernadette y ver las cosas de las que uno podía enterarse.
“Eso pasó hace ya muchos años. Fue una experiencia bastante difícil para mí. No estoy diciendo que yo no quisiera hacerlo. Pero era una chica ingenua y él se aprovechó de mí. Hoy en día habría presentado una acusación de acoso sexual.”
“¿Por qué? ¿Qué hizo?”
“Yo sólo llevaba unos cuantos meses en el trabajo y Jed era el gran jefe. Era famoso y tan atractivo. La pasé muy mal, pero de verdad muy mal, estaba enamorada. Solía mirar en el calendario cuándo tenía que presentarse en la Corte y luego ir a dar una vuelta por los tribunales para esperarlo a la salida. Era muy atractiva en ese entonces, déjame decirte, y Jed lo había notado.”
El mesero interrumpió a Bernadette para ponerle en frente un plato con un grasoso pollo a la parmesana, cubierto con abundante salsa rosada.
“¡Que asco, mira esta mierda! No me puedo comer eso.” Bernadette apagó un cigarrillo y buscó otro en su bolso, mientras jugaba con el encendedor, que se le cayó al piso. Melanie se inclinó y lo recogió.
“No tenía idea de que fumabas tanto, Bernadette.”
“Umm, cuando tomo. Vivo diciendo que voy a dejarlo, pero es difícil porque Romulado fuma y pasamos mucho tiempo juntos.” Se recostó hacia atrás, mientras fumaba pensativamente y miraba hacia el vacío. “Entonces un día, en realidad una noche, me quedé trabajando hasta tarde y Jed me llamó y me pidió que fuera a su oficina. Sólo eso. No me dio ninguna razón, ¿sabes? Yo pensé que me había elegido para un caso grande o algo así. Cuando llegué no había nadie más por ahí así que entré directamente. Él estaba sentado en su escritorio, hablando por teléfono con un periodista. Me senté y él se quedó mirándome mientras terminaba la conversación. Por la manera como me miró de arriba abajo entendí enseguida para qué me había llamado. ¿Sabes cómo se llama eso?”
“¿Cómo?” preguntó Melanie.
Bernadette se rió con crueldad. “Echarse un polvo. Me llamó para echarse un maldito polvo, justo en la oficina. Pero yo quedé atrapada: me tragué el anzuelo, el sedal y la plomada. Tenía los ojos del verde más increíble que tú hayas visto, como el prado en primavera. Se levantó y cerró la puerta. No me dijo ni una palabra, ni siquiera me saludó. Lo único que recuerdo es la sensación de mi piel contra ese maldito sofá de cuero.” Bernadette recostó la cabeza en su mano y suspiró, mientras sus ojos color avellana se veían turbios por el alcohol.
“¿Qué pasó después de eso?”
“Ah, él me llamaba de vez en cuando. Teníamos sexo. Yo siempre pensaba que eso podría terminar en algo más, ¿sabes? Tenía la fantasía de que dejaría a su esposa y se casaría conmigo. ¡Mierda, cómo era de tonta cuando joven!” dijo Bernadette con una risa sarcástica, que no alcanzó a esconder el dolor que mostraban sus ojos.
“¿Crees que Nell Benson sabía que Jed tenía otras mujeres?” preguntó Melanie.
“Sí, a menos de que fuera idiota. Pero o bien ella lo adoraba, o le gustaba el dinero. Así que cuéntame qué averiguaste. ¿Crees que Nell lo mandó a matar para cobrar el seguro?” preguntó Bernadette.
“No puedo creer que hayas dicho eso. Todo este tiempo te has comportado como si la única respuesta posible fuera la teoría de la venganza.”
“No me malinterpretes, todavía creo que es la más probable. Romulado siempre ha creído que lo hicieron por venganza. Jed enjuició al fundador de los Blades y los Blades estuvieron envueltos en el asesinato de Jed. Es muy claro. Blanco es, gallina lo pone y frito se come. Por otro lado, Nell Benson es una bruja espantosa y la creo capaz de hacer cualquier cosa.”
El repentino veneno que había en la voz de Bernadette sorprendió a Melanie y le recordó la sospecha que había tenido sobre Rommie y Nell. ¿Acaso Bernadette también sospechaba algo? Ojo por ojo, de todas maneras. Después de todo, Bernadette se había acostado antes con el marido de Nell. A veces la vida era demasiado complicada.
“Entonces,” dijo Bernadette, “ríndete. ¿Qué averiguaste sobre Jed? ¿Algún escándalo sexual? ¿Fotos de una extorsión?”
“Un par de cosas. Jed se acostaba con Jasmine Cruz, lo que crea un interesante vínculo con Slice. Dan O’Reilly piensa que puede ser tan simple como que Benson se acostó con la novia de Slice y Slice lo descubrió y lo mató”.
Bernadette se rió. “Ah, eso me gusta. Hay una bonita simetría ahí.”
“En realidad estoy más intrigada por otra aventura que tenía Jed.” Melanie le contó a Bernadette sobre Sarah van der Vere y los negocios turbios de la firma Reed. “Así que estoy investigando eso a fondo. Un negocio dudoso también podría explicar las irregularidades que encontré en los extractos bancarios de los Benson.”
“¿Qué tipo de irregularidades?” preguntó Bernadette.
“Déjame preguntarte algo. ¿Alguna vez te preguntaste de dónde venían todos los millones de los Benson? Estaba revisando la lista de sus propiedades justo antes de salir. ¿Tienes alguna idea de todo lo que tienen?”
“Bueno, veamos. La imponente casa alrededor de la calle ochenta, en el lado Este, que se quemó ...”
“Comprada por un valor de casi seis millones, más otros dos millones en renovaciones,” interrumpió Melanie. “Una casa grande en East Hampton y un criadero de caballos en Millbrook, que valen cada uno cerca de tres millones, y un condominio en Gstaad, del que no sé el valor. Ah, y un lugar en Mustique. Entonces, ¿de dónde salió todo ese dinero?”
“¿De la práctica privada como abogado?” aventuró a decir Bernadette con escepticismo.
“Ni modo. ¿Qué clase de abogado hace tanto dinero?”
Bernadette se sentó derecha, mientras hacía un esfuerzo evidente por enfocar la mirada. Melanie tenía toda su atención ahora.
“No lo sé, amiga. Tú dime.”
“Revisé los extractos bancarios de Jed Benson. En la cuenta había significativa evidencia de estructuración.”
“¿Estructuración?” repitió Bernadette, arrugando la frente.
“Sí, tú sabes, es una forma de lavar dinero. Cuando se hacen numerosos depósitos en efectivo, todos por debajo de los diez mil dólares para evitar que sean reportados a las autoridades.”
“Gracias, Melanie, yo sé qué es estructuración,” replicó Bernadette de manera ácida. “¿De cuánto estamos hablando?”
“Estamos hablando de millones de dólares al año. Por ejemplo, el año pasado fueron casi ocho millones.”
“Caramba.” De repente Bernadette se puso verde.
“¿Qué te pasa? ¿Te sientes bien?”
“Me gustaría creer que se trata de un negocio turbio, Melanie. Pero en mi experiencia tanto dinero sólo puede provenir de un lugar.”
Melanie lo pensó por un minuto y luego se dio cuenta de que Bernadette tenía razón.
“De las drogas,” dijo. “Te refieres al narcotráfico.”
“¡Ah!” exclamó Bernadette, que estaba mirando por encima del hombro de Melanie. “¡Romulado! Me estaba preguntando cuándo ibas a aparecer.”