33

POR SEGUNDA VEZ EN DOS DÍAS, MELANIE DIO media vuelta y se encontró con Rommie Ramírez, de pie detrás de ella. Si había escuchado algo de su conversación con Bernadette, no lo hizo evidente. Sólo sonreía vagamente, como si sus pensamientos estuvieran en otra parte.

“¿Ya te tomaste unos cuantos sin mí, Bern? Más me vale que te alcance,” dijo Rommie y acercó una silla y se sentó junto a Bernadette, mientras le hacía señales a un mesero para que le trajera un trago.

“¿Por qué no contestaste tu teléfono o el buscapersonas?” preguntó Bernadette. “¿Dónde estabas?”

“Trabajando. Investigando esa confiscación de cocaína que hicimos anoche.”

“Ah,” dijo Bernadette y asintió con la cabeza, pero luego lo miró de nuevo. “¡Oye! ¿Qué es esa marca en tu cuello?”

Rommie tenía una marca grande y roja en el cuello; se parecía a los clásicos chupones de amor de las colegialas. Rommie siguió sonriendo con placidez, pero un destello de nerviosismo asomó a sus ojos. Melanie bajó la mirada hacia el plato, sentía pena por su jefa. Bernadette nunca se rebajaría a hacer una escena de celos en público si estuviese sobria.

“Oh, me corté al afeitarme,” contestó Rommie después de un momento, mientras se tocaba la marca.

“¿Te estabas afeitando el cuello por el lado? ¿Crees que soy idiota?” dijo Bernadette y había un tinte de histeria en su voz. El Gordo y el Flaco que estaban al otro lado de la mesa se voltearon a mirar.

Rommie sonrió con incomodidad. “Vamos, Bern. Cálmate. ¿Por qué no me crees?”

“¿Por qué? Nunca te puedo encontrar. Nunca llamas cuando dices que vas a hacerlo. Y cada vez que se me ocurre verificar, nunca estás donde se supone que debías estar.”

“Tal vez debería irme,” interrumpió Melanie, mientras comenzaba a ponerse de pie. Pero Rommie se inclinó por detrás de la silla de Bernadette y la agarró del brazo.

“No, no, quédate, Melanie. ¿Qué era eso que le estabas contando a Bernadette sobre evidencia de estructuración en los extractos bancarios de Jed Benson? Me gustaría que me contaras un poco.”

Así que había escuchado la conversación. Melanie se sentó de nuevo, con el ceño fruncido.

“Me temo que no puedo decirte nada, Rommie. Los extractos bancarios son material confidencial del gran jurado. No puedo discutirlos contigo si no estás asignado al caso oficialmente.”

El mesero puso frente a Rommie un whisky doble. Rommie lo agarró con aire de molestia y bebió un gran sorbo.

“¿Siempre eres tan fanática de las reglas?” le preguntó con irritación.

“En lo que se refiere a la confidencialidad del gran jurado, sí, lo soy,” dijo Melanie con una risita de sorpresa. “No quiero que me acusen de desacato.”

“Mira, aquí todos estamos del mismo lado, preciosa, pero tal vez yo me siento con un poco más de responsabilidad de velar por la reputación de Jed. Él era mi amigo. Su esposa es amiga mía. Y yo sé cómo son las cosas. Tú quieres forjarte un nombre. No hay nada de malo en eso. Pero digamos que estás un poco sobrexcitada y, en medio del entusiasmo, malinterpretas la evidencia. No te estoy culpando, pero Jed ya no está aquí para defenderse. Podrías hacer mucho daño. Ésa es la razón por la que me gustaría darles un vistazo a esos extractos en representación de Jed. ¿Dónde los tienes, en tu oficina?”

“No estoy malinterpretando nada,” replicó Melanie y se puso roja de la rabia. No necesitaba que Rommie comenzara a cuestionar su criterio en frente de su jefa. Ya tenía suficientes problemas con Bernadette pensando que ella se inventaba de la nada teorías de conspiración. Además, tenía razón acerca de los extractos bancarios de Benson. Esos cientos de depósitos en efectivo no mentían. Todos estaban entre $9.000 y $9.999, justo por debajo de la exigencia federal de notificación, y sumaban varios millones que estaban entrando a través de las cuentas. Melanie no podía pensar en una evidencia más clara de lavado de dinero. Rommie estaba fuera de base, pero después de leer ese informe de huellas digitales, probablemente no debía asombrarse. Este tipo ciertamente no era el más inteligente de la clase. Sólo había que ver cómo había estropeado la escena del crimen.

Melanie no tendría que haberse preocupado. Bernadette estaba tan absorta en sus propios problemas que apenas se dio cuenta del comentario de Rommie. No dejaba de mirar el cuello de Rommie, con la cara contraída y una expresión triste.

“Estabas con otra mujer, ¿no es así?” preguntó Bernadette.

“Ya no más. Estás borracha y haciendo una escena. La gente ya está comenzando a mirar hacia acá.”

“Ni siquiera lo niegas. ¿Quién era, Romulado? Dime. Es lo mínimo que merezco.”

Al otro lado de la mesa, el detective delgado le dio un codazo a su amigo gordo e hizo un comentario bajito, que produjo una sonora carcajada. ¡Suficiente! Melanie no podía soportar otro minuto de ver la humillación de su jefa. Ella conocía bien esa sensación de mareo en el momento en que uno lo descubre. La representación constante de lo que él había hecho con la otra mujer. El hecho de preguntarse por qué lo había hecho, por qué uno no era suficiente. Ver a Bernadette enfrentando la misma situación que ella acababa de vivir era demasiado doloroso.

“Realmente debo irme,” dijo Melanie y se puso de pie.

“Tienes razón. Todos debemos irnos,” dijo Rommie. “Melanie, ayúdame a llevar a Bernadette a su casa y luego podemos ir a darles un vistazo a esos extractos bancarios que te tienen tan entusiasmada. Alguien debe verlos en memoria de Jed. Vamos, tengo el auto afuera.” Rommie corrió la silla hacia atrás y se puso de pie.

“Rommie, ¿no escuchaste lo que dije? No te puedo mostrar los registros bancarios. Sería una violación a la ley de confidencialidad del gran jurado. Además, no tengo tiempo de regresar a mi oficina ahora. Tengo que continuar trabajando en otras pistas y luego tengo que irme a casa a relevar a la niñera.”

“¿Qué clase de amiga eres tú, Melanie? ¿No ves que Bernadette está en mal estado? Por lo menos ayúdame a llevarla a casa. Luego veremos qué hacemos con los registros.”

“Esto es un asunto entre ustedes dos. Sinceramente no creo que deba inmiscuirme en la vida personal de Bernadette,” dijo Melanie.

En ese momento Bernadette, que había estado sentada de mal humor con la cabeza apoyada en la mano, comenzó a hablar con melancolía. “Por favor, Melanie, ven,” dijo con un tono apagado que Melanie nunca antes le había escuchado. “No quiero estar a solas con él.”

Bernadette tenía una expresión lánguida y se veía cansada. Melanie sabía exactamente cómo debía sentirse y a pesar de lo mucho que le habría gustado escapar, no pudo negarse.“ dijo molesta. “Si eso te hace sentir mejor.”

“Está bien,” dijo molesta. “Si eso te hace sentir mejor.”

“Gracias, amiga. Eres una verdadera camarada.”

Después de comprometerse, Melanie no tuvo otra opción que seguir a Bernadette y Rommie cuando se dirigieron a la salida. Al salir a la húmeda noche, Melanie se reprendió por haber aceptado irse con ellos.

“Estoy estacionado por allá, en el túnel,” dijo Rommie, mientras señalaba hacia un pasadizo subterráneo de piedra, que tenía espacios de estacionamiento a los dos lados y salía directamente debajo del puente de la calle cincuenta y nueve. Mientras estaban en el restaurante, se había hecho de noche. El tráfico rugía encima de sus cabezas, pero el pasadizo subterráneo estaba desierto y oscuro, excepto por la débil luz de un poste al otro lado de la calle. A medida que caminaban uno junto al otro por el angosto andén hacia el auto de Rommie, sus pasos resonaban contra las paredes húmedas y sepulcrales del túnel.

Melanie le lanzó una mirada a Rommie, mientras pensaba en el informe de huellas dactilares que estaba sobre su escritorio. Cuando lo leyó, Melanie se imaginó exactamente cómo Rommie había podido dejar sus huellas en esa lata de queroseno y llegó a la conclusión de que había sido un error inocente. Al llegar a la escena del crimen, devastado por la muerte de su amigo de muchos años, Rommie se había olvidado por completo del protocolo. Salió caminando en estado de shock y tocó con las manos cosas que no debía tocar. Así contaminó la evidencia. Melanie se acordaba que Rommie había vomitado en la esquina de la oficina de Jed y así todo tenía sentido. Había sido una terrible equivocación, que podía provocar una acción disciplinaria, incluso la pérdida del empleo, pero que sin duda no había sido intencional. Seguramente causada por el impacto emocional, ¿verdad?

Tal vez fue el aire tétrico y húmedo del pasadizo desierto o la sensación de que Rommie estaba ejerciendo demasiada presión para ver esos extractos bancarios, pero por primera vez Melanie se preguntó si podía ser posible que alguien con tanta experiencia cometiera un error tan estúpido. Cuando Melanie aceptó considerar esa idea, desencadenó toda una serie de preguntas. En primer lugar, ¿por qué un oficial de narcóticos estaba revisando la escena de un crimen? ¿Acaso Rommie sabía que Jed lavaba dinero? ¿Acaso había ido allá para encubrir deliberadamente algo? Manipular la evidencia era un crimen, pero él era tan cercano a la familia que tal vez había hecho algo como eso para ahorrarles a los Benson la vergüenza. O peor aún, ¿tal vez Rommie era cómplice en el lavado de dinero y había destruido algunos registros en la escena?

La verdad es que Melanie tenía que tranquilizarse. Estaba dejando que su imaginación volara demasiado lejos. Rommie Ramírez era un buen tipo. Un imbécil, tal vez, pero no un criminal.

Al llegar al auto, Rommie agarró a Melanie del brazo y la condujo hasta la puerta del puesto del conductor, mientras sacaba las llaves del bolsillo.

“Bern, da la vuelta. Melanie se puede ir en el asiento de atrás,” dijo Rommie. Bernadette caminó tambaleándose hasta el puesto del copiloto.

A pesar de haberse tranquilizado lo mejor que pudo, cuando Rommie echó la silla del conductor hacia delante y le hizo un gesto para que entrara en el auto, Melanie sintió la insoportable sensación de estar atrapada. Pero eso era ridículo, se dijo a sí misma. Ella no era una prisionera. Podía irse si quería. Sin embargo, cada minuto que pasaba se volvía más difícil encontrar las palabras para justificar su huida. Sintió que no podía respirar.

“Miren,” dijo Melanie, “tal vez podría acompañar a Bernadette a tomar un taxi o algo así. No tengo tiempo para esto ahora. Slice está suelto, mi bebita está en casa con una niñera. Tengo demasiadas cosas que hacer.” Sus palabras sonaron más agudas de lo que ella quería e hicieron eco en las paredes del túnel. Había un claro tono de miedo en su voz.

“Vamos, Melanie, dijiste que nos ayudarías.”

El tono de Rommie, aunque de regaño, era amable y paternal, así que ¿por qué se sentía amenazada? Melanie miró a su alrededor con desesperación. Por la ventana vio a Bernadette recostada contra la puerta del copiloto, a punto de desmayarse. La entrada al túnel estaba a unos seis metros. Mientras sentía la sangre palpitándole en los oídos, Melanie dio un paso hacia la salida, pero luego volvió a mirar a Rommie.

Él sonrió de modo tranquilizador. “Vamos, querida. Sé una buena chica y dame una mano. Súbete, ¿bueno?”

Era sólo Rommie, se dijo Melanie a sí misma, mientras se preparaba para entrar en el auto. Su reacción era exagerada. Él era el novio de su jefa, un sujeto lo suficientemente decente, una especie de policía de película. No era una amenaza. Solamente un policía y Melanie realmente se lo creía. Tal vez estaba trabajando demasiado. Esa reacción de luchar o huir era el resultado de un exceso de adrenalina y le estaba nublando la cabeza porque de alguna manera todos sus instintos le gritaban que iba camino a una trampa.