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“¡MELANIE, ESPERA!”

Era Dan, que la estaba llamando desde la entrada del túnel subterráneo. ¡Gracias a Dios! ¡Melanie se sintió muy aliviada! Dan caminó hacia ellos.

“Pensé que ibas a regresar al hospital y ¿resulta que estás de fiesta?” dijo Dan con una sonrisa. “Debí adivinarlo. Sé que eres una mujer inquieta, está bien.”

“Bernadette me obligó a venir. Yo le dije que teníamos trabajo.”

“Así es. Por eso estoy aquí. Tengo cierta información que tenemos que investigar ahora mismo.”

“Ah, bueno. Lo siento, Rommie,” dijo Melanie. “Desearía poder acompañar a Bernadette hasta la casa, pero la investigación está en un punto crítico. Tú entiendes.”

“Claro, no hay problema. Gracias, en todo caso, por la ayuda,” dijo Rommie con indiferencia. Tal vez Melanie se estaba imaginando cosas, porque si Rommie estaba molesto porque ella no se montara al auto, ciertamente lo ocultó muy bien. Melanie fue hasta donde estaba Bernadette, recostada contra la puerta delantera con los ojos cerrados y pálida como un fantasma.

“Bern, querida,” dijo Melanie con suavidad y le tocó el hombro. “Tengo que irme. ¿Quieres que te consiga un taxi?”

Bernadette abrió los ojos. “No, estoy bien. Bebí demasiado. Me sentiré mejor en un rato. Rommie me puede llevar a casa.”

“¿Estás segura?”

“Sí.”

Rommie le dio la vuelta al auto y le abrió la puerta a Bernadette. No miró a Melanie a los ojos, pero ella se lo atribuyó a la vergonzosa escena que acababa de presenciar. Bernadette entró en el auto, con la vista fija al frente, y parecía como si en cualquier momento pudiera comenzar a sollozar. Melanie sintió pena por su jefa, pero entendió que no había nada que pudiera hacer. Hay ciertas cosas que la gente tiene que enfrentar sola.

“Llámame si necesitas algo, Bern. No importa que sea tarde,” dijo Melanie.

Sin decir ni una palabra, Dan y Melanie se dirigieron hacia la calle, mientras oían a sus espaldas el ruido de puertas de autos que se abrían y se cerraban. Rommie encendió el motor del auto y prendió las luces, que resaltaron las sombras de Dan y Melanie sobre el pavimento, mientras Rommie y Bernadette pasaron despacio por el lado y desaparecieron.

 

 

CUANDO SALIERON DEL TÚNEL DAN DIJO: “CA ramba, la cosa estaba tensa. Parecía como si quisieras salir corriendo de allí cuanto antes.”

“Sí, así era. Gracias por rescatarme. Eres muy bueno para eso,” dijo Melanie y le sonrió. Dan se puso rojo de felicidad.

“Sólo estoy haciendo mi trabajo, señora,” bromeó. “Bueno, ¿qué estaba pasando ahí? Parecía como si Ramírez te estuviera secuestrando.”

“Sí, y así lo sentía. Oye esto y dime si crees que es extraño: aparentemente Rommie le está siendo infiel a Bernadette. Ella estaba ebria y estaban en la mitad de una pelea, pero él insistió en que me fuera con ellos.”

“¿Por qué?”

“Creo que lo que quería realmente era que le mostrara unos registros bancarios de Jed Benson que solicité.”

“¿Qué hay en esos registros? ¿Algo emocionante?”

“Sí, millones de dólares en estructuración.”

“¡No puede ser!”

“¡De verdad!”

Dan silbó. “¡Huy! ¿Millones, dijiste? Debe ser dinero de drogas, ¿cierto?”

“Eso dijo Bernadette y yo estoy de acuerdo. Pero todavía hay más.”

Dan la escuchaba con toda atención. Melanie abrió la boca para contarle acerca del informe de las huellas dactilares, pero se detuvo. Algo en la cuidadosa manera como él la estaba observando la desconcertó de repente. ¡Dios, de verdad que estaba paranoica esta noche! Pero a diferencia de lo que había ocurrido con Rommie, en lo que a Dan se refería Melanie tenía razones para estar paranoica. Se le estaba olvidando lo que Delvis Díaz le había dicho hacía un rato: que la gente que la había acompañado durante la entrevista estaba comprometida en algo sucio. No había mencionado el nombre de Dan directamente, pero aun así ¿no debería esforzarse por mantener la guardia en alto, al menos mientras podía hablar con Delvis y oír la historia completa? Y no es que ella fuera a creerle necesariamente, aun si implicaba a Dan. Delvis podía tener razones para mentir y Dan le parecía un tipo absolutamente sincero.

“¿Qué pasa?” preguntó Dan. “Dijiste que había más.”

“Ummm, se me olvidó lo que iba a decir.” No era que ella sospechara de él seriamente, pero aun así ... “Entonces, ¿no crees que es raro?”

“¿Que Rommie quisiera ver los registros bancarios? No, realmente no. Parece que son bastante graves. Además, Ramírez siempre está metiendo la nariz donde no le corresponde. Tú sabes, a mí me parece un imbécil. Sólo piensa en el hecho de que esté traicionando a tu jefa. Está mordiendo la mano que le da de comer.”

“¿Por qué dices eso?” preguntó Melanie.

“La principal razón por la cual todavía sigue en la policía es la influencia que tiene sobre ella. El tipo es tan estúpido que ha estado cerca de que lo expulsen en innumerables ocasiones.”

“Sí, ya había oído eso.”

“Lleva años aprovechándose de ese asunto de pertenecer a una minoría étnica, de otra manera lo habrían sacado hace mucho tiempo.”

“¡Oye, cuidado con lo que dices, amigo!” dijo Melanie. “Yo también soy puertorriqueña, ¿recuerdas?”

“No era mi intención ofenderte, preciosa. Tú eres la persona más inteligente que he conocido. Y ésa es la razón por la cual la gente como Ramírez me enfurece, porque hace que gente como tú coja mala fama.” Dan miró a Melanie y se rió. “Deberías ver la cara que estás poniendo. Parece como si estuvieras pensando: ‘¿Quién diablos es este orangután con el que estoy andando? ’ Mira, yo no soy uno de esos sujetos políticamente correctos y nunca lo seré. No me puedes llevar a una cena de sociedad. Pero te prometo que tengo el corazón donde va.”

Melanie también se rió. Era difícil enfurecerse con él. “Ciertamente tienes un tono un poco racista, agente, pero tengo que admitir que te va bien.”

“Es el patrullero irlandés que hay en mí.”

“Bueno, y hablando de patrulleros, si tú estás aquí, ¿quién está en el hospital con Amanda?”

“Randall finalmente apareció. Lo dejé allá y vine a buscarte, a ver qué te estaba demorando tanto.”

“¿Dónde rayos estuvo toda la tarde?” preguntó Melanie.

“No le pregunté y tampoco me lo dijo. Atendiendo asuntos personales, supongo.”

“Bueno. ¿Entonces regresamos al hospital?” preguntó Melanie y miró el reloj, mientras pensaba en Maya y en Elsie, allá en casa, contando los minutos. “Se está haciendo tarde.”

“No es necesario. Randall dijo que me llamaría si pasaba algo interesante. Así que, oye,” dijo Dan, mientras se volvía hacia ella y se detenía por un minuto, “¿no quieres ir a tomar algo?”

“¿A tomar algo? No tenemos tiempo para eso.”

“Tienes que contarme sobre esos extractos bancarios, ¿no es así? Además, necesito comer algo.”

“Estás loco.”

“Vamos. Será sólo un momento. ¿Tienes algo mejor que ofrecer?” dijo Dan con tono lisonjero.

A pesar de la advertencia que se había hecho hacía sólo un momento, Melanie se sentía fuertemente atraída hacia Dan. Sus ojos azules la miraban con tal intensidad que resplandecían. Y su voz, fuerte y dulce al mismo tiempo, parecía acariciarla. Pero tenía que decir que no, tenía que guardar la compostura, tenía que hacerlo. No podía estar con él así, solos en un bar. Era una muy mala idea. Desde muchos puntos de vista.

“No puedo. Si no vamos a regresar al hospital, tengo que irme a casa.”

“Entonces elige un sitio en el camino y luego te llevo. No nos demoraremos más de treinta minutos, lo prometo. Luego te llevo a tu casa. Déjame invitarte. Por favor, di que sí.”

Dan esperaba la respuesta de Melanie con ansiedad. ¿Hace cuánto tiempo no estaba frente a alguien que tuviera tantas ganas de estar con ella? ¿Alguna vez alguien había tenido tantas ganas de estar con ella? ¿Tal vez su marido? Melanie se recordó a sí misma todas las razones para decir que no. Y había muchas.

“Está bien,” dijo, sin aliento. Ay, Dios mío, estaba cometiendo un terrible error. “Sólo un rato.”

A Dan se le iluminó la cara. “Lo que digas. Tengo el auto por allá.”

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DAN SE DIRIGIÓ A UN BAR IRLANDÉS QUE CO nocía en la Segunda Avenida. Durante todo el camino en el auto, Melanie se sintió nerviosa y culpable de estar ahí. Pero ahora que había accedido, no podía pedirle que la llevara directo a su casa. Además, eso lo decepcionaría mucho. Sólo un trago rápido, se dijo a sí misma. No era ningún delito.

Mientras buscaban un sitio donde estacionar, Melanie se asombró del hecho de que nunca antes hubiese estado en esa calle, a sólo cinco minutos de su apartamento. Nueva York era extraño en eso. Uno caminaba unas cuantas cuadras en cualquier dirección y podía llegar a otro continente. A los dos lados de la calle había una mezcla de edificios bajitos con escaleras de incendio de hierro, que estaban allí desde el final del siglo pasado, y otros altos y sucios, de ladrillo blanco, que habían sido construidos hacía treinta o cuarenta años, después de que habían demolido el tren elevado. La avenida estaba llena de bares en los dos costados. A la entrada de los lugares más sofisticados había grupos de banqueros y administradores de veintitantos años, los hombres apuestos y vestidos con traje, y las mujeres perfectamente maquilladas, con tacones y falda. En medio del frenesí de este paisaje, varios bares irlandeses se mantenían imperturbables, y todos se parecían. Ruinosos y vacíos, al lado de sus prósperos vecinos, allí seguían estos pubs, con sus gastados toldos adornados con tréboles y avisos de neón de cerveza Guinness en las ventanas sucias. Dan estacionó frente a uno de ellos.

Excepto por un par de sujetos con cara de estibadores curtidos por la intemperie, que estaban en el fondo jugando al tiro al blanco con dardos, el lugar estaba vacío. Levantaron la vista cuando Dan y Melanie entraron y luego regresaron a su juego con indiferencia. Un olor a desinfectante salía de los baños y se mezclaba con el olor a levadura de la cerveza rancia. Melanie se sentó en un banco al pie de una mesa de madera alta. Dan se dirigió hacia el bar, sin preguntarle qué quería. Melanie lo miró alejarse. Se movía como un atleta, con una combinación de poder y gracia. Metida en un nicho había una vieja rocola y Dan se detuvo un momento al lado y metió una moneda de veinticinco centavos que se sacó del bolsillo. Sinatra comenzó a cantar “I’ve Got You Under My Skin.” Melanie escuchó la letra mientras Dan regresaba con dos pintas de espumosa cerveza negra y dos pasteles de carne.

“Oye, déjame darte un poco de dinero,” dijo Melanie, mientras alcanzaba su bolso.

“De ninguna manera. Dije que yo invitaba. Además, el hombre siempre es el que paga.”

“Pero sé que estás corto de efectivo hasta el viernes.”

“No necesariamente,” dijo Dan y se sonrojó. “Conozco al que atiende. Por eso elegí este lugar.”

Melanie se dio cuenta de que Dan estaba incómodo y se reprendió por haberlo mencionado. Como si se le hubiese olvidado cómo era estar sin dinero.

“Está bien, gracias,” dijo Melanie y levantó su vaso de cerveza. “Oye, ¿qué es esto? Hay un trébol impreso en la espuma.”

“Es una Guinness, señorita, la original. Así es como sirven una pinta en Irlanda.”

Melanie la probó. “Es tan espesa que no voy a necesitar comer nada si me la tomo.”

“No puedo creer que esté con una chica que nunca antes se había tomado una Guinness. Aunque no debería sorprenderme. Tú eres del tipo de chicas que toman champaña y caviar, supongo.”

“Así es. Todos los días. Al desayuno, el almuerzo y la comida.” Melanie se rió de sólo pensarlo. La cerveza estaba comenzando a subírsele a la cabeza, pues tenía el estómago vacío y ya se había tomado un vino en la comida. Era mejor que tuviera cuidado. Se suponía que debía mantener la guardia en alto, ¿no es verdad? Melanie trató de concentrarse en el caso.

“Entonces,” dijo, “después de revisar esos extractos bancarios creo que Jed Benson fue asesinado porque estaba metido en algo sucio.”

“Eres como una bala que va directo al blanco, ¿sabías?” dijo Dan, sonriendo.

“¿Qué quieres decir?”

“Acabamos de sentarnos. ¿No podemos hablar de otra cosa que no sea el caso sólo durante cinco minutos?”

“¿Cómo qué?”

“No sé. Qué haces en tu tiempo libre, o en qué materias sobresalías en la escuela, o cuándo te dieron el primer beso.”

“Esto no es una cita, ¿sabes?”

“Ay, vamos. Sígueme la cuerda un poco. ¿Qué te cuesta?”

Tal vez mucho más de lo que cualquiera de los dos nos imaginamos, pensó Melanie, mientras lo miraba a los ojos. La sensación de estar con él, y de lo mucho que él quería estar con ella, era muy fuerte. Ella estaba en un momento muy vulnerable y él era muy atractivo. Melanie no tenía idea de para dónde iba esto, pero algo le dijo que debía detenerse.

“¿Por qué te interesa tanto saber cuándo me dieron el primer beso?” preguntó Melanie. Su intención era bajarle el tono a la situación, pero toda esta charla sobre besos la estaba confundiendo. Melanie no podía evitar mirar la boca de Dan que, desde luego, era hermosa, definida y sensual.

“Sólo quiero conocerte mejor, eso es todo,” dijo Dan, mientras tomaba entre sus manos la mano izquierda de Melanie y le pasaba suavemente el dedo por encima de la marca del anillo. “Saber, por ejemplo, ¿qué es esto?”

Melanie retiró la mano y volvió a levantar la cerveza, mientras hacía un esfuerzo por hacer caso omiso de su pulso acelerado.

“Olvidé ponerme los anillos esta mañana,” dijo y bajó la mirada hacia la cerveza.

“¿De verdad? Mírame a los ojos y dímelo otra vez.”

Melanie levantó los ojos. Atrapada bajo la mirada de Dan, Melanie no fue capaz de mentir. “No es de tu incumbencia,” dijo de manera tentativa, mientras volvía a poner el vaso sobre la mesa, sin beber.

“Melanie, soy tu amigo. Por lo menos quiero serlo. Tengo la sensación de que necesitas uno.”

Melanie suspiró y no dijo nada.

“Créeme, sé por lo que estás pasando,” continuó Dan. “Yo también soy muy reservado. Me ha tocado enfrentar algunas cosas en la vida y nunca he hablado de eso. Pero uno se siente muy solo. No quiero presionarte. Es sólo que ...”

Dan se quedó callado. Sus ojos mostraban auténtica preocupación y también algo más. Un cierto dolor. Melanie sintió una fuerte urgencia de confiar en él, de contarle todo. No sólo sobre su matrimonio, sino sobre ella, sobre cuando estaba chiquita. Pero no podía permitírselo. Ella y Steve habían decidido tratar de arreglar las cosas. Steve parecía estar por fin listo. Melanie tenía que pensar en Maya. Eso ya estaba decidido, ¿o no?

Dan observó la lucha interna de Melanie. “Es sólo que . . . no quiero que te sientas sola cuando no tienes por qué estarlo. Sé que está pasando algo. Cuéntame, te sentirás mejor.”

Melanie se sintió como si estuviera nadando contra la corriente y todo lo que quería era rendirse y dejarse llevar. No podía evitarlo. Necesitaba lo que Dan le estaba ofreciendo.

“Mi esposo y yo ... nos separamos. Pero sólo es una cosa temporal. Es decir, puede que no sea permanente.”

“¿Por qué? ¿Qué pasó?” preguntó Dan.

“Ah, lo de siempre. Solía ser la secretaria, ¿no es así? Pero ahora es la—¿cómo es que se llama—asistente ejecutiva?”

“¿Te fue infiel?” preguntó Dan con incredulidad.

Melanie alzó los hombros como si fuera obvio, pero se sintió complacida por la actitud de sorpresa de Dan.

“¡Qué tipo tan estúpido! No te merecía, en primer lugar. Se lo voy a decir en la cara. Demonios, si quieres, le entro a patadas.”

“No, está bien. Gracias de todas maneras,” dijo Melanie y se rió, mientras movía la cabeza.

Dan se inclinó por encima de la mesa y le agarró la mano otra vez. Sus dedos se entrelazaron. El corazón de Melanie comenzó a latir como un loco. La cabeza le decía que debía retirarla, pero esta vez la mano no obedeció.

“Oye,” comenzó a decir Dan, mientras se inclinaba un poco más. “¿Puedo contarte algo?”

“¿Qué?” preguntó Melanie sin aliento, temerosa de lo que Dan podía decir. Esto iba demasiado rápido. Melanie estaba esperando a que Dan siguiera hablando, pero durante el instante de silencio su celular comenzó a timbrar en el bolso.

“No contestes,” dijo Dan, pero Melanie retiró la mano y buscó su bolso. Cuando logró encontrar el teléfono, ya había dejado de timbrar. Melanie miró el número, era el celular de Steve.

“¡Se me olvidó por completo! Se supone que debía encontrarme con mi marido. Espera un minuto,” dijo Melanie y escuchó sus mensajes. Steve la había llamado desde un taxi, camino del consultorio de la terapeuta, para darle la dirección. “Tengo que irme,” le dijo a Dan.

“¿Por qué?” preguntó Dan y parecía abatido. “No, todavía no.”

“¿Recuerdas que te dije que la separación podía no ser permanente? Estamos tratando de arreglar las cosas. Tenemos cita con un consejero matrimonial.”

“Está bien,” dijo él, mientras asentía con estoicismo. “Entiendo. Déjame llevarte.”

“No me parece una buena idea,” dijo Melanie con firmeza.

“¿Por qué? ¿Dónde es?”

“En el lado Oeste, pero no es eso. No puedo aparecerme a la sesión de terapia con otro tipo.”

“Con Slice todavía suelto, no te dejaré ir sola.”

“No, en serio.”

“De verdad, insisto. Te dejaré en la esquina si eso te hace sentir mejor.”

“Dan, por favor.”

“Vamos, estamos perdiendo tiempo mientras discutimos aquí parados.”

 

MELANIE NO SABÍA POR QUÉ HABÍA TERMINADO en el auto de Dan: si era porque él no iba a dejar que ella dijera que no, o porque ella no quería decir no.

“¿A dónde vamos?” preguntó Dan.

“West End y la calle ochenta y cinco. Esta mujer trabaja en su apartamento.”

“Dios, ya me la imagino. Una ex hippie con túnica y pelo largo y canoso.”

Melanie se rió. “Tal vez, no lo sé. Ésta es la primera cita.”

“Yo nunca he creído en ese cuento de la terapia de pareja. O uno lo hace funcionar por sus propios medios o no.”

“¿Sí? ¿Y tú qué sabes sobre el matrimonio?”

“Ah, sé un par de cosas, señorita, y no son buenas. Claro que tal vez no estaba casado con la persona indicada. Quizás tú tampoco lo estabas. Es decir, no lo estás.” Iluminada por las luces de un auto que venía en dirección contraria, la cara de Dan parecía tener una expresión de sombría determinación.

“No tenía idea de que habías estado casado,” dijo Melanie.

“No es la primera cosa que uno dice cuando conoce a alguien.”

“Y ¿qué pasó?”

Dan se quedó mirando la calle, sin decir nada. Hubo un largo rato de silencio.

“Lo siento,” dijo Melanie. “Ahora soy yo la que se está entrometiendo.”

“No, no. Quiero contarte. Lo que pasa es que es difícil para mí, eso es todo. Como te dije, nunca antes le hablé a nadie sobre esto.”

“¿Nunca hablaste con nadie sobre el rompimiento de tu matrimonio? ¿Ni siquiera con una persona?” preguntó Melanie.

“ No.”

“¿Hace cuánto te divorciaste?”

“Déjame ver. Hace cuatro, no, casi cinco años.”

“Eso es un tiempo muy largo para tenerlo guardado.”

Dan quitó los ojos del camino y miró a Melanie. “Ya te dije. Soy muy reservado. No voy por ahí contándole cosas a la gente. Pero a ti te lo quiero contar, para que me conozcas.”

“Entiendo,” dijo Melanie, mientras lo miraba a los ojos y sentía que algo se abría en su corazón. Dan parecía estar tan solo. Así como se sentía ella a veces.

“Es una historia sencilla, realmente. Conocía a mi esposa—es decir, a mi ex esposa—de toda la vida, nos conocíamos desde niños. Todo el mundo esperaba que termináramos juntos. Ella era la chica más bonita del vecindario, y yo ... bueno,” dijo Dan, y aun en la oscuridad del auto fue evidente que se sonrojó, “supongo que se podría decir que era un buen jugador de fútbol. Así que, para hacer corta una historia larga, nos casamos jóvenes. Demasiado jóvenes.”

“Sí, ¿y qué? Mucha gente se casa joven y las cosas funcionan bien.”

“Caramba, ahora veo por qué les sacas tanta información a los testigos. Estás usando tácticas de la Gestapo aquí.”

“Lo siento. Tómate tu tiempo.”

“Esto es difícil para mí,” repitió Dan.

“Lo siento,” dijo Melanie y puso su mano sobre la de Dan, que estaba sobre el volante. Ella sólo pretendía darle unos golpecitos para animarlo, pero él le agarró la mano con fuerza, como si necesitara un poco de ayuda para seguir adelante.

“Bueno, las cosas fueron así. Diane venía de una familia de policías, como yo, así que conocía la rutina. Pero ella era una princesa. Todo el mundo estaba siempre elogiándola porque era muy bella. Tan bella como tú, pero no tan inteligente, no tenía tu solidez.”

“Suena como si estuvieras furioso. ¿Ella te dejó?” preguntó Melanie. Al mismo tiempo que lo escuchaba con atención, se sentía secretamente halagada por lo que él había dicho: ¡creía que ella era hermosa!

“Sí. Se aburrió de estar casada con un policía, pensó que podía encontrar algo mejor. En esos primeros años en el FBI a veces estaba de servicio, me asignaban un caso y llamaba a casa tres días después desde el otro lado del mundo. No había nada que yo pudiera hacer, excepto renunciar, cosa que no iba a hacer porque había nacido para este trabajo. Tal vez habría podido funcionar si ella hubiese tenido su propio trabajo. Pero nunca quiso trabajar. Y no tuvimos la oportunidad de tener hijos. Ésa fue una gran desilusión.” Dan volvió a quedarse en silencio.

“¿Y entonces se fue?”

“Sip.” Dan miró a través de la ventana hacia el tráfico. “Una tarde regresé a casa de un viaje, después de cuarenta y ocho horas de estar con la misma ropa. Me di una ducha y me quedé profundamente dormido. Sólo hasta la mañana siguiente me di cuenta de que sus cosas no estaban. Ni siquiera dejó una nota. Recibí los documentos del divorcio por correo.”

“¿Dónde está ahora?”

“Se volvió a casar con un tipo con el que yo solía jugar. Creo que me estaba engañando con él cuando todavía estábamos juntos, pero no estoy seguro. El sujeto tiene un negocio de construcción en la Isla. Ella le ayuda en la oficina y conduce un auto elegante. Supongo que encontró lo que quería.”

Cuando llegaron a su destino, Dan se detuvo junto a la acera, un poco más adelante del edificio de la consejera matrimonial.

“Oye, ¿puedo preguntarte algo?” preguntó Dan, cuando ella comenzó a abrir la puerta. Melanie se volvió hacia él.

“¿Qué?”

“Esto que hay entre los dos, tú y yo. ¿Es producto sólo de la venganza por lo que tu esposo hizo?”

Mientras hablaba, Dan había expuesto su corazón de una manera tal que Melanie casi podía verlo ahí en el auto. Ella quería protegerlo, consolarlo.

“No lo creo,” dijo Melanie. Pero había un tono de incertidumbre en su voz que a Dan no le pasó inadvertido.

“¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres demasiado sincera?” preguntó Dan, sonriendo con tristeza.

Dan alargó el brazo hacia Melanie, agarró un mechón de pelo y se lo puso detrás de la oreja y luego dejó que sus dedos le acariciaran suavemente la mejilla. Con los ojos llenos de deseo recorrió sus labios. Melanie sintió cómo le temblaba la mano. Estaba hipnotizada, no quería detenerlo. Pareció pasar una eternidad antes de que él se inclinara hacia ella y atravesara la corta distancia que había entre sus asientos, así que para el momento en que sus labios se encontraron, el beso parecía inevitable, ordenado de antemano. No obstante, sus labios sólo se rozaron, con dulzura y suavidad, y demasiado prematuramente.

Dan se enderezó en la silla del conductor. “Será mejor que entres. Te llamaré en la mañana, ¿está bien?”

“Bueno,” dijo Melanie.

Melanie abrió la puerta y salió del auto, sintiendo que le temblaban las piernas. Antes de cerrar la puerta, se quedó mirando a Dan por un instante.

Dan pitó la bocina cuando arrancó, pero Melanie no le respondió. Tenía los ojos fijos en el espacio de luz que había debajo del toldillo verde que se extendía desde la puerta del edificio hasta la acera. Steve estaba allí, enmarcado por la luz, mirándola, con una expresión de shock y dolor en sus ojos. Lo había visto todo.