LO PRIMERO QUE MELANIE PENSÓ FUE : ¡JA, AHORA sabes lo que se siente! Pero no era una persona lo suficientemente vengativa para decir eso en voz alta. Melanie vio en los ojos de Steve la misma desagradable sensación de sorpresa que ella había sentido en ese horrible momento en que todo se había descubierto. El momento en que ella lo había pillado con las manos en la masa. La infidelidad era una cosa espantosa, independientemente del lado del que uno estuviera.
“Steve, lo siento tanto,” dijo Melanie. Una parte de ella realmente lo sentía, pero otra parte todavía estaba en el auto, saboreando el beso de Dan O’Reilly. Y queriendo más. ¡Dios, realmente estaba confundida!
Sin decir palabra, Steve le dio la espalda y caminó hacia el vestíbulo.
“¡Espera!” Melanie tuvo que correr para alcanzarlo. Él se hizo el que no la había visto, así que ella tuvo que aguantar la puerta del ascensor con la mano para impedir que se cerrara. Cuando estuvieron solos en el ascensor, él se quedó mirándola como si apenas la reconociera. A pesar de la rabia que tenía, Steve se veía muy bien. Alto, delgado y bronceado, luciendo su traje con esa descuidada elegancia que ella adoraba. El tipo podía ser modelo, sabía lucir la ropa tan bien. A veces Melanie pensaba que toda la relación con su marido estaba basada más en la atracción física que en otra cosa. Por eso no era de extrañar que no estuviera soportando muy bien la presión. Ummm, ¿tal vez debería casarse con Dan y tener una aventura con Steve?
Steve abrió la boca varias veces pero aparentemente no fue capaz de articular nada.
“Sé cómo debió verse eso ... ,” dijo Melanie, pero luego se quedó callada, pues no supo cómo seguir. Porque en realidad era lo que parecía.
Salieron del ascensor a un largo corredor de paredes cubiertas con un papel opaco. El apartamento de la terapeuta estaba justo frente al ascensor. Steve tocó el timbre.
Mientras esperaban, Steve se volvió hacia Melanie, todavía con la misma expresión de desconcierto. “Supongo que estás tratando de vengarte de mí. Eso fue lo que acabo de ver, ¿cierto? ¿La venganza de Melanie?”
La puerta se abrió hacia un estrecho vestíbulo decorado por una alfombra oriental rojo oscuro y ambientado por un olor a flores y velas aromatizadas. Una mujer de baja estatura, con pelo crespo rojo y unos lentes pequeños muy a la moda los saludó. Tenía aproximadamente la misma edad que ellos.
“Hola, soy Deborah Mintz. Ustedes deben ser Steve y Melanie.” Ninguno de los dos respondió. La mujer los miró y sonrió con curiosidad. “¿Por qué se detienen?” dijo. Tenía una voz grave, inusualmente ronca para ser una mujer tan bajita. Para su sorpresa, Melanie sintió enseguida que la mujer le agradaba.
La mujer los llevó a una oficina decorada con un sofá marrón y dos sillas de cuero. Contra la pared del fondo había un escritorio lleno de libros y papeles. Deborah cerró la puerta con firmeza y fue a sentarse en una de las sillas.
“Siéntense, por favor,” dijo.
Melanie se sentó en el sofá. Steve eligió la otra silla de cuero, y al sentarse metió la cabeza entre las manos. Cuando levantó la vista, tenía los ojos rojos y llorosos. Si Melanie había pensado alguna vez que la venganza sería dulce, estaba tristemente equivocada. Hacerle daño a Steve era mucho peor que sentirse herida ella misma.
“Tuviste suerte de llamar en el momento oportuno, Steve,” dijo Deborah. “Sólo atiendo por las noches una vez a la semana y acababan de cancelarme una cita. Ahora bien, ¿quién de ustedes quisiera comenzar y compartir conmigo qué los trae por aquí?”
“Le fui infiel a Melanie y estoy aquí para asumir la responsabilidad por lo que hice,” dijo Steve de manera enfática, mientras miraba a Melanie. “Melanie ha estado montando un drama, tratando de demostrarme lo enojada que está, y quiero que sepa que la entiendo y que voy a portarme mejor. Por nosotros y por nuestra hija.”
“Muy bien, ese parece un buen punto de partida. Melanie, ¿te gustaría añadir algo?” preguntó Deborah.
Ahora los dos la estaban mirando. Steve había dicho lo que ella llevaba esperando escuchar desde hacía tiempo, ¿no es verdad? Entonces, ¿por qué no se sentía feliz y aliviada, como esperaba que se sentiría? ¿Por qué no saltaba y lo abrazaba? ¿Sería posible que, en el fondo del corazón, para ella el matrimonio ya estaba acabado?
“No es tan sencillo,” fue lo que salió de su boca.
“¿Por qué no? ¿Qué quieres decir?” preguntó Steve. Miró a Deborah pidiendo una explicación, pero ella le hizo un gesto para que dejara continuar a Melanie.
“Cuando Steve dice que yo he estado montando un drama, tengo la sensación de que cree que nada de lo que hice fue auténtico. Que sólo quiero llamar la atención o vengarme de él.”
“Entonces, ¿sí fue auténtico?” preguntó Steve, aterrado.
“¿A qué se refieren? ¿De qué están hablando?” preguntó Deborah.
“Ella estaba abajo besándose con otro tipo,” dijo Steve. “¿Eso fue auténtico?”
“¿Justo antes de venir aquí?” preguntó Deborah y levantó las cejas.
“Sí, creo que fue auténtico.” Melanie sintió que se quedaba sin aliento. El corazón le latía de manera errática. Nunca antes había tenido la experiencia de ser la que había hecho algo mal. No le gustaba. Pero necesitaba poner la verdad sobre la mesa y la verdad era que sentía algo por Dan y que ya no estaba segura de qué sentía por Steve.
“¿Quién es él?” preguntó Steve.
“Un agente del FBI con el que trabajo. Estamos juntos en un caso. Nos conocimos hace sólo un par de días.”
“¿Y ya lo estás besando? ¡Trabajas rápido, Melanie! ¿También te estás acostando con él?”
“¡No! No uses esa palabra. Debes estar confundiéndome con esa puta de Samantha.”
“Hey, un momento,” dijo Deborah e hizo una señal pidiendo “tiempo” con las manos. “Tratemos de mantenernos en una actitud cordial y productiva. Melanie, por favor, continúa. Creo que Steve debe oír lo que tienes que decir.”
“Si Steve de verdad quiere tratar de arreglar las cosas, supongo que todavía estoy dispuesta a intentarlo. Pero no podemos esconder nuestros problemas debajo del tapete. Quiero que él sepa que nada de lo que hice fue para llamar la atención. Ni pedirle que se fuera de la casa, ni quitarme el anillo de matrimonio ni besar a otra persona. Hice todas esas cosas porque no estoy segura si quiero seguir adelante con nuestro matrimonio.”
Bueno, lo había dicho. No se había guardado nada.
Hubo un silencio profundo.
“Lo que no significa que esté convencida de que nuestro matrimonio esté acabado,” continuó Melanie y su voz sonaba un poco estridente, fuerte y desesperada, en medio del silencio de la habitación. “Tal vez hay ...”
Steve se puso de pie. “Necesito salir.”
“¿Qué? ¿Salir de dónde?” preguntó Melanie, con el corazón en la garganta. Fuera lo que fuera que ella estaba buscando con todo esto, la intención de Melanie nunca fue terminar las cosas en ese instante. Necesitaba más tiempo para decidir.
“En este momento no me siento capaz de discutir esto en frente de una persona extraña. Estoy demasiado confundido. Lo siento, Deborah. Sé que esto fue idea mía. Es sólo que ... no estoy listo. Necesito tomar aire,” dijo Steve y comenzó a caminar hacia la puerta.
“¡Espera,” dijo Melanie. “Tal vez ella nos puede ayudar. Debemos darnos la oportunidad. Debemos ...”
“En este momento no puedo, ¿de acuerdo? Realmente me tomaste por sorpresa con ese otro tipo. Necesito tiempo para pensar,” dijo Steve y salió de la habitación.
“Tengo que ir tras él,” le dijo Melanie a Deborah, mientras se ponía de pie. “¿Puede enviarnos la cuenta por correo?”
“Claro. Y, Melanie, estoy aquí si quieres regresar, ya sea juntos o tú sola. ¿Está bien?”
“Gracias.”
Melanie salió corriendo detrás de Steve y lo alcanzó mientras estaba esperando el ascensor, recostado contra la pared, con la cara enterrada entre los brazos. Le puso suavemente una mano en la espalda y sintió por un instante el contacto con esos músculos bien formados que había debajo del traje. Eso le recordó lo que había pasado esta mañana, cuando habían hecho el amor en el vestíbulo del apartamento. ¿Qué le pasaba a Melanie, cómo podía pensar en eso en un momento como éste? El matrimonio era mucho más que sexo.
Steve se sacudió con rabia para quitarse de encima la mano de Melanie, y tan pronto llegó el ascensor, entró rápidamente. Melanie lo siguió. En la calle, él paró un taxi.
“¿Está bien si me voy contigo?” preguntó Melanie en voz baja. Detestaba esta situación. Realmente era mucho mejor ser la parte afectada, la víctima. Ser el victimario era demasiado horrible.
Steve abrió la boca para responder, pero sólo apretó los dientes e hizo un ruido que denotaba una mezcla de frustración y desprecio, mientras abría la puerta del taxi para que Melanie entrara.
ELSIE LES ABRIÓ LA PUERTA CON CARA DE pocos amigos.
“¿Ustedes saben la hora que es?” dijo.
Steve sacó dinero de la billetera. “Gracias por quedarte hasta tarde, Elsie. Realmente te lo agradecemos. Aquí tienes lo de las horas extras y dinero para el taxi.”
“Eso no arregla las cosas. Noche tras noche me piden que me quede hasta tarde. Ustedes deben pensar que yo no tengo vida propia.”
Steve le dio unas palmaditas en el brazo. “Lo sentimos, de verdad, por favor perdónanos. Mira, estamos ahora en medio de algo. Si no te importa, ¿podemos hablar sobre esto mañana?” Steve la fue llevando hasta la puerta y suavemente la sacó. “Gracias otra vez, Elsie. Buenas noches.”
Steve cerró la puerta detrás de Elsie, fue hasta la sala y se desplomó en el sofá. Melanie vino y se sentó al otro extremo del sofá dejando un par de metros de distancia entre ellos. No dijeron ni una palabra durante todo el viaje en el taxi. Melanie miró la tela gris oscura del sofá, impecable en otras épocas, pero que ahora estaba llena de manchas de babas. Pensó en la época en que el sofá estaba nuevo, cuando se instalaron en su apartamento de casados y ellos disfrutaban de una feliz ignorancia. Estaban tan seguros de que el futuro sería tranquilo, eran tan ignorantes de lo que podía salir mal. Al fondo del corredor, como si estuviera sobre aviso, Maya comenzó a llorar.
“¿Quieres ir a verla, o tengo que ir yo?” preguntó Steve con voz cansada, pero no se movió.
Melanie se puso de pie, pero en ese momento Maya dejó de llorar.
“Quédate aquí, ya dejó de llorar,” dijo Steve, pero Melanie siguió hacia la habitación de Maya. Siempre miraba a la bebé cuando llegaba a casa. Además, se sentiría mejor y podría pensar con mayor claridad si veía la cara de su hija.
La habitación de Maya brillaba con la luz dorada de la lamparita de noche. Melanie se acercó a la cuna con reverencia, conteniendo la respiración para no hacer ruido. Maya estaba acostada de espaldas, con los brazos extendidos sobre la cabeza y los párpados palpitándole, perdida en ese abandono total del sueño de los niños. Mientras miraba a su hija, Melanie recordó cómo se había sentido en la graduación de la secundaria, en medio de todas esas otras familias grandes y felices, cuando su padre no apareció. Para ese momento ya era oficial que nunca iba a regresar a casa. Los médicos lo habían dado de alta, pero cada vez que fijaban una fecha para su regreso a Nueva York, él encontraba una nueva excusa para retrasarlo. Al final Melanie le exigió una explicación a su madre. “Tu papá se quiere quedar en San Juan,” le había dicho su madre con tono cansado. “¡Pero ya está mejor! ¡Ya puede volver a casa! Eso dijeron los médicos,” había protestado Melanie. “¿Quieres saberlo? Entonces escucha lo que te digo. Él no va a volver aquí. Nos estamos divorciando.”
“¿Qué va a pasar contigo, nena, si yo no arreglo esto?” murmuró Melanie.
Oyó un ruido a sus espaldas y se dio media vuelta. Steve estaba de pie en el umbral, mientras la luz del corredor resaltaba el dorado de su pelo. Era tan atractivo, pensó Melanie, un buen proveedor y amaba a su hija como sólo puede hacerlo un papá de verdad. ¿Y si la mamá de Melanie tuviera razón? Muchas otras mujeres en su situación arreglarían las cosas y se considerarían afortunadas. ¿Qué pasaba con ella? Tal vez debería esforzarse más para que las cosas funcionaran. Si alguna vez había hecho una promesa era que Maya tuviera una infancia mejor que la que ella había tenido.
Steve caminó hasta la cuna y se detuvo al lado de Melanie. “Es tan hermosa,” dijo, mientras miraba a su hija. “Como tú.”
Steve agarró a Melanie de la mano y la llevó hacia la puerta.
“Steve ...”
“Shhh,” dijo, y le puso un dedo en la boca hasta que salieron al corredor, luego la condujo a la habitación, donde le dio vuelta para quedar frente a frente. La besó con delicadeza en los labios y comenzó a desabotonarle la blusa.
“Lo pensé mientras veníamos hacia acá, Melanie, y estoy dispuesto a olvidar ese incidente con el tipo del FBI. Ya entendí. Querías que viera lo atractiva que te encuentran otros hombres. ¿Crees que no lo sé, muñeca? Eres tan increíblemente sexy,” dijo, mientras frotaba la nariz contra la oreja de Melanie.
“Estás loco. Necesitamos hablar, no tener sexo.”
Melanie frunció el ceño, pero no lo detuvo. Ésta era la manera como él siempre resolvía los problemas entre ellos, y ya no estaba funcionando. ¿O sí? Cada vez que la tocaba, Melanie todavía sentía que se le aflojaban las rodillas. Ella quería protestar, decirle que Dan era más que una venganza, pero Steve la estaba distrayendo quitándole la blusa de los hombros y besándola primero en el cuello y luego en la boca. Melanie comenzó a besarlo también. No podía evitarlo, Steve realmente sabía cómo besar. Había que reconocerlo. La manera como le abría los labios con la lengua, ay, mami, era maravillosa. Y elegía el momento preciso para deslizar lentamente las manos por su espalda y atraerla con fuerza hacia él. Melanie sentía como si se derritiera por dentro.
“Sí, tú tienes tu pequeña vena salvaje, ¿no es cierto?” le murmuró Steve al oído.
“Tú eres el salvaje, no yo,” dijo Melanie, entre besos húmedos y respiraciones agitadas. “¿Recuerdas cuando nos conocimos, en ese lugar de esquí? No podías decidir a quién ibas a llevar a la cama primero, si a mí o a esa bruja de Kelly, ¿cómo era que se llamaba? Desde el comienzo supe que eras un playboy, pero eras tan atractivo que no quise hacer caso.”
Steve se echó hacia atrás y la miró, con los ojos color de avellana llenos de lujuria. “¿Kelly? Ni modo. Era una vieja aburrida y convencional. Tú siempre fuiste la que yo deseaba. Como dije antes, la chica más sexy del planeta. ¿Por qué crees que me casé contigo?”
“Steve, un matrimonio es más que sexo.”
“¿Sí? ¿Quién dice?” Steve empujó a Melanie hacia la cama y se subió encima de ella, mientras le abría las piernas con la rodilla. “Cuando el sexo es tan bueno, ¿quién necesita algo más? Yo no.”
Bueno, yo sí, pensó Melanie, pero no podía hablar con la lengua de Steve entre la boca. Está bien, tal vez lo mejor sería esperar y decírselo después.
“¡Ooooh!” gimió Melanie.
“¿Ves, linda? Te lo dije.”
TENIA QUE DEJAR DE TENER RELACIONES CON su marido. No sólo hacía que las cosas fueran más confusas, sino que la hacía sentir como una prostituta. Aunque, ¿cómo podría serlo?, se preguntaba Melanie, mientras miraba a Steve después de que habían hecho el amor. Éste era el hombre con el que se había casado ante los ojos de Dios y de la ley. El padre de su hija. Ella estaba haciendo exactamente lo que se supone que debía hacer: tratar de arreglar las cosas con él, ¿no?
Steve comenzó a roncar.
“¡Oye!” lo movió Melanie. “¡Despierta!”
“¿Qué pasa?”
“Despierta. Tenemos que hablar. Luego tienes que irte. Ir-te.”
“De ningún modo. Estoy demasiado cansado. Me dejaste exhausto, Mel.”
“Lo de la separación no es una broma, Steve.”
Steve se sentó y la miró.
“¿Por qué? ¿A causa de ese estúpido del auto barato? Alcancé a verlo bien. Tiene toda la facha de una aventurita, Mel. Estás actuando movida por el despecho. Yo entiendo y estoy dispuesto a perdonar. Siempre y cuando no lo vuelvas a ver nunca, desde luego.”
“Estás suponiendo que lo único que quiero es sexo porque eso es lo único que tú quieres. Pero resulta que Dan es un ser humano con muchas cualidades. Es cariñoso y sabe escuchar ...”
“Ah, ¿y desde cuándo te importan esas cosas?” preguntó Steve con rabia.
“¿Qué?”
“Mira, yo no te estoy criticando ni nada parecido. Pero la intimidad no es tu fuerte. Después de la infancia que tuviste, ¿quién podría culparte?”
“¿Qué estás diciendo?”
“Si no lo entiendes, deberías mirarte en el espejo, Mel. Piénsalo. Trabajas todo el tiempo. No tienes amigos cercanos. Y tú y yo, la pasamos bien y somos muy compatibles, pero la nuestra no es una de esas relaciones donde la gente se sienta a hablar de sus sentimientos más profundos. Como si tuvieses eso con el idiota aquél. ¡Por favor!”
Melanie se levantó y se puso una bata; luego fue hasta la ventana, sin decir palabra, más preocupada por lo que Steve acababa de decir de lo que le gustaría admitir.
“Tú sabes, nunca atraparon al hombre que le disparó a mi padre,” comenzó a decir tentativamente. “Han pasado dieciséis años y él sigue suelto por ahí. Ésa es la razón por la que trabajo tanto. Para impedir que otra gente sufra lo que yo sufrí.”
“Oye, yo sé que tienes tus razones. No te culpo y tampoco me estoy quejando. Me fascinas exactamente tal como eres. Eres despampanante e inteligente y genial en la cama. Eres una madre maravillosa. Pero no te suena muy auténtico eso de pedirme que hablemos de nuestros problemas, Mel.”
“Si las cosas son como dices, ¿no crees que necesitamos trabajar un poco en nuestra relación? ¿Y trabajar un poco en nuestra manera de ser?” preguntó Melanie, y le dio la espalda a la ventana para mirarlo.
“¡No! Nosotros tenemos algo bueno que funciona, linda. No lo compliquemos, ¿de acuerdo? Lo mejor es olvidar todo lo que pasó. Te engañé con Samantha y luego tú coqueteaste un poco con Míster Universo. Estamos a mano. Digamos que tenemos un empate y dejémoslo en el pasado. Es decir, ¿qué más quieres?”
Más que eso, pensó Melanie. Quiero más que eso.
Steve suspiró y se restregó los ojos, luego su estómago rugió. “Me quedé sin cenar hoy,” dijo. “¿Quieres pedir comida china?”
Melanie fue hasta donde estaban tirados los pantalones de Steve, los recogió y se los alcanzó. “La cafetería que hay en Madison está abierta hasta las once. Si te apuras, todavía puedes encontrar algo de comer.”
“Es una broma, ¿cierto?”
“Steve, tú puedes vivir muy contento en una relación como la que acabas de describir, con una pareja como la que pareces pensar que soy. Pero yo no estoy dispuesta a conformarme con eso.”
Steve suspiró y miró los pantalones que tenía en la mano. “Está bien, si insistes, volveremos donde la consejera matrimonial. Si eso es lo que necesitas para sentirte mejor.”
“No digas eso sólo porque quieres quedarte a dormir esta noche. Tienes que ser sincero. Mira, realmente creo que necesitamos estar un tiempo solos para pensar en nuestras intenciones de arreglar este matrimonio seriamente.”
Steve examinó a Melanie durante un momento, luego se puso de pie y se subió los pantalones.
“Está bien,” dijo. “Te voy a dar gusto por un rato más, Mel. Supongo que lo de Samantha te molestó mucho más de lo que pensé. Pero te advierto, hay un límite. Me estoy cansando de dormir donde mis padres. Y si vuelves a ver a ese tipo, no voy a estar muy contento.”
Melanie lo siguió hasta el vestíbulo para trancar la puerta después de que saliera. Cuando Steve ya salía, automáticamente le dio un beso de buenas noches. Fue un beso triste, pero no habría estado bien dejar que se fuera sin darle uno. Los viejos hábitos se resisten a desaparecer.
UNA VEZ STEVE SE FUE, MELANIE SINTIÓ UN hambre terrible. Debía ser el estrés. O tanto sexo. Afortunadamente, Steve ya se había ido porque si estuviera aquí todavía probablemente terminarían acostándose otra vez. La comida era una opción más segura. Prefería tener el estómago lleno y no pensar en su marido, para poder aclarar la mente.
Melanie comenzó a buscar algo afanosamente en los gabinetes de la cocina. La caja pequeña y cuadrada con la etiqueta azul y dorada, que no había cambiado desde que era una niña. Una mezcla para hacer flan, el postre que más le gustaba cuando pequeña. Y sí, ella era una puertorriqueña del continente, totalmente integrada, cuya mami no sabía cómo preparar el flan de verdad. Y ¿qué? Así era ella y debería dejar de menospreciarse tanto.
Eso fue lo que decidió, mientras batía la cremosa mezcla amarilla, saboreando el delicioso olor a caramelo que salía del recipiente. Tenía que valorarse más. En el fondo de su corazón, Melanie nunca había salido de Bushwick. Todavía era una chica de barrio, hija de la violencia y el divorcio, cuyo padre nunca regresó a casa después de esa terrible noche. Hasta ahora estaba satisfecha con tomar lo que Steve le ofrecía y no pedía más.
Melanie vertió la dulce mezcla en varios cuencos pequeños y los puso en el congelador para acelerar el proceso de congelación. Se comió dos y medio de los pudines antes de empezar a sentir náuseas y arrojó el resto a la basura. ¡Qué estupidez! ¿Qué estaba pensando? Podía sentir todas esas calorías dirigiéndose directamente a sus caderas. Ahora tendría que ayunar todo el día de mañana para compensar.
Fue a la habitación y apagó las luces. Se acostó sobre las cobijas y se puso a observar las sombras azules que se movían por la habitación, mientras pensaba en lo que había dicho Steve. No quería ser la persona que él había descrito. Quería deshacerse de todo su pasado para poder ser mejor y más valiente y tomar el lugar que le correspondía en el mundo.
Ahora todo lo que tenía que hacer era descubrir cómo hacerlo.