“¡QUÉ SUERTE QUE VINE!” DIJO DAN. “LA TRANS misión está muerta. Será mejor que vengas conmigo.”
De pie allí, a la luz del sol, Dan parecía tan confiable que casi brillaba, pero las apariencias podían ser engañosas. Si de verdad quería saber la verdad, se iría con él. Le seguiría el juego, mantendría los ojos abiertos. Si decía que no, él se daría cuenta de que ella sospechaba algo y perdería su ventaja. No tenía miedo. Se negaba a creer que Dan pudiera hacerle daño. Nunca iba a creer eso.
Así que Melanie fingió una sonrisa y salió del auto.
“Estoy estacionado por allá,” dijo Dan. “Te encenderé el aire acondicionado y veré si puedo encontrar un taller por aquí.”
Dan le abrió la puerta del auto a Melanie y luego fue hasta el asiento del conductor. Melanie se sentó en la silla del copiloto. Dan debía haber encendido el aire acondicionado desde hacía unos minutos porque el interior estaba fresco. Olía a café y también había un olor a limpio que Melanie se dio cuenta que provenía de Dan. Melanie respiró profundamente para sentirlo, pero luego se contuvo. ¿Qué estaba haciendo? No se podía permitir ningún sentimiento hacia él, ni confianza, ni atracción física, nada. Ya lo había decidido.
Melanie tocó el café que reposaba en la bandeja para llevar bebidas. Todavía estaba caliente.
“Es para ti,” dijo Dan. “Lo compré en una cafetería por la carretera. Pensé que podías necesitar un poco de cafeína.”
“¿Esperabas verme? Entonces supongo que no es una coincidencia el hecho de que estés aquí.”
“No, claro que no. Me colgaste el teléfono esta mañana. Me preocupé por ti y te seguí el rastro.”
“¿Y cómo hiciste para encontrarme?”
“Soy un investigador con mucha experiencia, corazón.”
Sí, claro, pensó Melanie.
Dan movió las rejillas del aire acondicionado y las ajustó para que quedaran apuntando directamente a Melanie. Un golpe de aire le mandó el pelo contra la cara y se le quedó pegado a la pintura de labios. Melanie se lo echó hacia atrás con los dedos.
“¿Está lo suficientemente frío?” preguntó Dan.
“Definitivamente sí.”
“¿Ves? Soy como tu papá. ¿Te parece que te cuido bien o no?”
“¿Por qué no me llamaste simplemente, en lugar de conducir durante una hora y media hasta Otisville?” preguntó Melanie con suspicacia.
“Con lo enojada que estabas, supuse que no contestarías el teléfono.”
“¿Pensaste que no te iba a contestar y por eso corriste al auto y condujiste durante dos horas? Eso no tiene sentido.”
El celular de Dan comenzó a timbrar.
“Ay,” dijo Dan, mientras se lo sacaba del bolsillo. “Estoy trabajando en una pista. Tal vez sea esta llamada.”
“¿Sí?” contestó Dan. Cuando oyó la voz al otro lado, miró a Melanie con cara de que era importante. Mientras sostenía el teléfono con el hombro, Dan puso el cronómetro de su reloj digital. “Claro que estuve allá anoche ... Escucha, si no quieres que empiece a buscarte por todas partes, mejor será que respondas mis llamadas ... ¿Cuándo? Llevas tres días diciéndome eso. ¿Cuánto tiempo se supone que tengo que esperar? Tú sabes cómo es el juego. Si quieres protección, tienes que darme algo a cambio ... Ya te dije, me entregas a Slice y yo me encargo de eso. Lo solucionaré cuando llegue el momento ... Es esta tarde o nada. Ésta es la última oportunidad. ¿Dónde? Está bien, sí a las cuatro en punto, pero si no te presentas, será el final. Estarás solo en la calle. Y tú sabes lo que le puede pasar a la gente cuando la arrestan, es muy lamentable, pero ... Muy bien, adiós.”
“¿Quién era?” preguntó Melanie cuando Dan colgó.
“Uno de mis informantes. Podría entregarnos a Slice en bandeja de plata si quisiera, pero el maldito está jugando conmigo. No me llama, no se aparece a las las citas. Así que estoy tratando de localizarlo a través de la compañía de teléfonos.” Dan marcó un número telefónico de prisa. “¿Aló? Con el Departamento de Cumplimiento, por favor ... ¿Podría hablar con Vinnie Maresca? ... Hola, Vin, es Dan O’Reilly. ¿Lo lograste? ¡Genial! Espera un minuto.”
Dan se inclinó por encima de Melanie y buscó algo en la guantera, a sólo unos centímetros de ella. Melanie cerró los ojos y contuvo el aliento, mientras trataba de no sentir nada. Atracción sexual, claro. Un asunto químico. Su cerebro podría anularla, se dijo a sí misma. Dan sacó un bolígrafo y un cuadernito y se enderezó de nuevo. Melanie soltó el aire. Abrió los ojos y lo vio escribiendo algo.
“Millbrook, Nueva York. Nunca lo había oído nombrar. . . ¿Dutchess County? Mhh. Extraño. Oye, de todas maneras gracias, te debo una cerveza. Nos vemos.” Dan colgó y se volvió hacia Melanie. “¿Dónde diablos está Millbrook, Nueva York?”
“¿Millbrook? Es un pueblito muy elegante al sur de aquí. Caballos, antigüedades, ese tipo de cosas. Jed Benson tenía una propiedad allá. ¿Por qué?”
“Ajá, tiene que ser eso. ¿Por qué otra razón un maldito traficante de drogas de Bushwick estaría en Millbrook? Mi informante debe estar en la propiedad de Benson. Buscando algo. ¿Acaso sabes la dirección?”
“¿De la casa de Benson? Pues sí, la sé. Revisé esos registros anoche y la recuerdo. ¿Por qué?”
“Tenemos que ir allá enseguida. Si puedo ponerle las manos encima a este sujeto, él nos puede llevar directamente hasta Slice.”
DAN SIGUIÓ LAS SEÑALES HASTA LA AUTO pista, luego sacó un mapa de carreteras del espacio que había entre los dos asientos delanteros, lo abrió y se lo puso en las piernas, para consultarlo mientras conducía.
“¿Y quién es ese informante? ¿Reconocería su nombre?” preguntó Melanie, mientras estudiaba el perfil de Dan.
Dan sonrió. “Eres muy curiosa, ¿sabes? Demasiadas preguntas hoy. ¿Qué tal si yo hago algunas preguntas para variar?”
“¿Qué quieres saber?” preguntó Melanie, con cautela.
“Quiero saber por qué lo primero que haces después de que matan a Amanda Benson es venir aquí para volver a hablar con Delvis Díaz. ¿Qué tenía que decir Díaz que fuera tan importante?”
“No lo sé. Nunca llegué a hablar con él.”
“Ah. ¿Por qué no?”
“Fue transferido a Leavenworth esta mañana.”
Dan quitó la vista del camino y se volteó a mirar a Melanie con genuino asombro. Melanie tomó nota. Fuera lo que fuera en lo que estaba involucrado Dan, no sabía sobre el traslado de Delvis.
“Pareces sorprendido,” dijo Melanie.
“Lo estoy. Díaz estuvo en Otisville desde el comienzo. Es extraño que lo transfieran de repente. ¿Por qué crees que lo trasladaron?”
“Leona dijo que la orden no especificaba la razón,” dijo Melanie para evadir la pregunta.
Él la miró con suspicacia. “¿Hay alguna relación entre tu visita y el hecho de que hayan trasladado a Delvis?”
“¿Por qué lo preguntas?”
“Oye, ¿podríamos dejar de jugar? ¿Qué es lo que te pasa? ¿No confías en mí?” Dan parecía estar molesto y no dejaba de mirarla. El auto se desvió un poco del camino.
“¿Quieres ver para dónde vamos, por favor? No quiero terminar muerta,” dijo Melanie.
“Responde mi pregunta.”
“Claro que confío en ti.”
“Bueno, pues no lo parece.”
Dan hizo un mohín de molestia con la boca. Se quedaron en silencio durante algún tiempo. Después de un rato, Dan puso las señales y se desvió de la autopista para tomar la salida hacia Millbrook. En minutos comenzaron a recorrer una sinuosa carretera rodeada de paisajes en los que se veían graneros rojos y potreros de ovejas blancas y caballos que parecían haber salido de un libro. Dan consultó el mapa que tenía en las piernas y ajustó ligeramente la ruta. Siguieron avanzando por un rato más y el paisaje se ponía cada vez mejor. A lado y lado había granjas elegantes, con casas del siglo diecinueve cuidadosamente restauradas, cuyos postigos parecían recién pintados, y sofisticados jardines. En un suntuoso despliegue, las flores del final del verano competían con los primeros rayos de color que ya se veían en los viejos árboles.
Dan tenía los ojos fijos en la carretera y estaba callado.
Finalmente preguntó: “¿Acaso es porque estás enojada con Randall? ¿Porque yo dije que respondería y no lo hizo? Si es eso, deberías decírmelo.”
“Claro que estoy enojada,” dijo Melanie, aprovechando la explicación que él le estaba ofreciendo. “Sé que es tu amigo, pero su desempeño ha sido un problema y ya superó el límite de lo razonable. Arruinar la entrevista con Delvis fue una cosa, pero se supone que debía haber estado vigilando a Amanda. Y ahora ella está muerta.”
“Lo sé, lo sé. Tienes razón,” dijo Dan, moviendo la cabeza.
El dolor en su voz parecía real. Melanie estudió su perfil y deseó que pudiera ver a través de él. Su instinto le decía que Dan eran tan honesto y sincero como parecía, pero los hechos sugerían otra cosa. Y, después de todo, ¿cuánto conocía Melanie a este tipo?
“¿Pudiste hablar con él por la mañana?” preguntó Melanie.
“No, y eso me preocupa. No he podido conseguirlo ni en su casa ni en el buscapersonas. Ah, mira. Creo que es aquí.”
Dan tomó una carretera de gravilla que subía suavemente y se alejaba de la vía principal. Cuando llegaron a un portón con dos altas columnas de ladrillo y piedra que sostenían una reja de hierro, se bajó y abrió.
“¡Caramba! No está mal,” dijo Melanie, cuando Dan volvió a entrar al auto.
Cuando avanzaron un poco más, sin embargo, la propiedad de los Benson empezó a verse menos cuidada que las fincas vecinas. Una pequeña construcción en el camino a la casa principal tenía dos ventanas rotas y la puerta estaba ligeramente torcida y abierta a causa del viento. En los potreros cercados que se extendían a los dos lados del camino no había ningún caballo y el pasto estaba descuidado.
“Parece abandonada,” anotó Dan.
“Sí,” dijo Melanie, temblando un poco debido al frío del aire acondicionado.
En lo alto, un sendero semicircular llevaba hasta una elegante mansión de ladrillo de estilo georgiano, con sus tres pisos completamente simétricos, adornados por ventanas dobles de postigos blancos. La casa realmente parecía brillar en el calor del sol, pero las ventanas se veían desnudas y oscuras. A la derecha había un garaje para cuatro autos, en el que una de las puertas, curiosamente, estaba abierta de par en par.
“¿Crees que tu informante todavía esté aquí?” preguntó Melanie, con una voz aguda en la que se sentía un matiz de angustia.
“Ojalá. Si no, probablemente nunca le podré poner las manos encima. Aunque el lugar parece vacío. Echemos un vistazo.”
“No tenemos ninguna orden.”
“¿Y qué? La puerta del garaje está abierta. Si tienes miedo, quédate en el auto.”
“No tengo miedo,” dijo Melanie. Pero sí lo tenía, y mucho. Las palmas de las manos le estaban sudando y el corazón le latía a un ritmo acelerado. Melanie no lograba decidir si debía seguir a Dan y entrar en el garaje, ya que estaría más segura con él que sola, o quedarse en el auto, pensando que él podría estarla llevando a una trampa.
Dan se bajó del auto y caminó con decisión hacia el garaje que estaba abierto, con la mano en el cinturón, cerca de su arma. Melanie abrió la puerta del copiloto y se bajó despacio, sin alejarse mucho del auto. Desde ahí se podían ver, hacia el oeste, las sombras azules de los Catskills. Melanie se quedó de pie ahí, en medio de una deliciosa brisa de verano que olía a anís con un toque de estiércol. Del valle subía el mugido de un hato de vacas que alternaba con el trinar agudo de gorriones y arrendajos que había en los árboles de los alrededores.
Melanie miró con añoranza el pasto fresco debajo de los árboles. Era un lugar tan hermoso. Repentinamente se sintió exhausta por todas las cosas tristes que habían pasado. Por un segundo deseó tener una vida completamente diferente. Ella y Dan, sin asesinatos ni la investigación del caso Benson. Aquí juntos por el fin de semana, como amantes, o tal vez casados, en un picnic. Como si se hubiesen conocido cuando ella era soltera, antes de conocer a Steve. Pero enseguida Melanie se corrigió. Si nunca se hubiese casado con Steve, no tendría a Maya. Sin mencionar que Dan podía ser cómplice de una serie de asesinatos brutales. Ah, sí, eso.
“Oye, muchacha campesina,” la llamó Dan desde la penumbra del garaje. “Aquí adentro hay un Hummer nuevecito. Es enorme. Te gustan los autos, ¿no? Ven a mirarlo.”
En el interior del garaje, a Melanie le tomó un momento adaptarse a la oscuridad. Luego movió un interruptor que había cerca de la puerta y encendió una lámpara fluorescente que reveló un garaje bien mantenido, con el piso recién pintado de gris brillante. Contra la pared del fondo había cinco botes de basura de plástico negro destapados y vacíos, pero que todavía despedían un olor desagradable. Al lado había un enorme refrigerador.
“¿Miraste si había algún cuerpo en el refrigerador?” preguntó Melanie en broma.
“Sí, de hecho, fue lo primero que hice. Hay una carne ahí, pero estoy casi seguro de que es pernil de venado. Sin embargo, escucha esto. Encontré el auto abierto así.”
Dan estaba frente al único auto que había en el garaje, un inmenso Hummer negro con ostentosos adornos cromados, una fila de luces en el techo y parabrisas planos, estilo militar. Sólido y macizo como una caja fuerte con ruedas, el vehículo tenía las cuatro puertas de par en par.
“¡Uf!” dijo Melanie.
“Sí. Es una locura, pero te va a encantar.”
“¿Crees que era de Benson?”
“¿De quién más?” dijo Dan. “Míralo, parece un arma letal. Te diré esto, sin duda parece el auto de un narco-traficante.”
“O de un violador maníaco.”
“Da lo mismo,” dijo Dan.
Dan se subió al asiento del copiloto, hurgó en la guantera y sacó unos papeles. “Sí, está registrado a nombre de Benson,” dijo. “Lo compró hace dos meses.”
Desde donde estaba, Melanie alcanzó a ver un extraño reflejo rojo en la esquina inferior izquierda del pequeño vidrio trasero. Le dio la vuelta al auto para examinarlo y pasó el dedo por encima de una calcomanía metálica roja. Estaba pegada por dentro y tenía la imagen del Correcaminos de Looney Tunes.
“Mira,” le dijo a Dan. “Tenías razón, auto de narco-traficante. Hay una calcomanía del Correcaminos aquí atrás. Este auto tiene una caleta.”
Dan saltó del asiento del conductor y corrió hasta donde estaba Melanie. Al igual que Melanie, instintivamente pasó el dedo por encima de la calcomanía. Los dos habían trabajado en suficientes casos de narcóticos como para saber qué significaba.
“Dios, lo que uno viene a descubrir. Jed Benson tenía un auto con caleta.”
El Correcaminos era el instalador de caletas más famoso de los cinco distritos de Nueva York y lo había sido por más de una década. Nunca lo habían atrapado. Las caletas—también llamadas escondites, trampas o compartimientos secretos—eran la forma preferida por los capos para mover la mercancía. Si uno quería transportar drogas necesitaba una, una buena, una que no pudiera encontrar nadie. Las del Correcaminos eran las mejores. La leyenda decía que era un ingeniero civil colombiano y eso se veía en su trabajo. Sus caletas estaban diseñadas para encajar en los lugares más inesperados de los autos de los narcotraficantes, pues la alfombra y el cuero coincidían perfectamente con las del lugar donde la iban a camuflar. Los mecanismos de activación eran los más sofisticados que se hubiesen visto, se abrían por medio de un dispositivo hidráulico que funcionaba con complejas secuencias electrónicas codificadas de acuerdo con las funciones normales del vehículo. Uno podía desbaratar completamente un auto y no encontrar la caleta, a menos que supiera el código preciso por medio del cual se abría. Las caletas eran tan buenas que los narcotraficantes podían darse el lujo de andar por ahí con la calcomanía del Correcaminos puesta en la ventana trasera. Era un asunto de estatus, una manera de ostentar delante de los conocidos y de burlarse de la ley. Sí, estúpido, tengo una caleta, como dice la calcomanía, pero tú nunca la vas a encontrar.
“No lo puedo creer,” dijo Melanie.
“La última vez que supe, el Correcaminos estaba cobrando diez mil dólares por la caleta más sencilla. Para hacerle una caleta a un auto como éste debe haber cobrado quince o veinte mil, por lo menos.”
“Lavar dinero es una cosa. Pero ¿para qué tendría Benson una caleta del Correcaminos si no era para ...”
“¿Para transportar droga?”
Melanie y Dan se miraron. “Sí,” dijo Melanie, “para transportar droga. Nuestra víctima realmente estaba metido en negocios sucios.”
“Estoy comenzando a creer tu hipótesis sobre este tipo,” dijo Dan y fue hasta la parte delantera del auto y se subió al asiento del conductor. Melanie lo siguió y se paró al lado.
“¿Sabes cómo abrirla?” preguntó Melanie.
“Cada caleta es distinta. Las secuencias del Correcaminos son tan complicadas que es casi imposible descubrirlas sin la ayuda de un soplón o de un experto.” Las llaves estaban puestas en el arranque. Dan encendió el motor y el auto soltó un rugido fuerte. “Podría ponerme a mover cosas por aquí y ver si tenemos suerte, pero no creo que tengamos tiempo.”
“¿Quieres decir si queremos encontrar a tu informante?”
“No, si no queremos que él nos encuentre primero. Estoy seguro de que antes de que llegáramos estaba sentado aquí mismo, tratando de abrir la caleta tal como estamos nosotros ahora.”
No era un presentimiento. Dan sólo tenía buenos instintos, refinados por los muchos años de trabajo en la calle. En el mismo momento en que sus ojos se encontraron, Melanie comprendió el significado de ese comentario y oyó un gruñido. Un enorme perro negro, adornado con el equipo de cadenas y arneses de un ciclista, estaba parado en la puerta del garaje, a tres metros de ellos, salivando y en posición de ataque. Melanie se quedó paralizada, pegada al piso, fascinada por el intricado diseño de cicatrices que mostraba la piel del perro. No es de verdad, pensó, mientras que el perro saltaba directamente hacia ella, en cámara lenta.
“¡El perro de Slice! ¡Súbete!” gritó Dan y la agarró por la cintura y la metió dentro del auto, mientras pisaba el acelerador. Melanie quedó tendida sobre las piernas de Dan, luego se levantó y se arrastró en cuatro patas hasta el asiento del copiloto, mientras el auto avanzaba hacia delante. Dan cerró de un golpe la puerta de su lado. Melanie se estiró para cerrar su puerta, tratando de no perder el equilibrio, y durante un segundo quedó suspendida sobre el espacio abierto, antes de alcanzar la manija y cerrarla. Cuando Melanie se sentó, alcanzó a ver cómo el perro desaparecía con un ruido seco debajo de las ruedas delanteras del vehículo. Al salir del garaje, quedaron expuestos a la luz del sol y el auto comenzó a rodar por el sendero semicircular de grava. Los dos se voltearon instintivamente para mirar por el vidrio trasero. El perro saltó, ileso, y salió tras ellos.
“¡Mierda! ¡Cierra las puertas de atrás!” gritó Dan.
Melanie se lanzó por encima de la palanca de cambios y se pasó al asiento trasero, donde el suave y oloroso cuero del tapizado amortiguó su caída. Cerró la puerta trasera del lado del conductor justo a tiempo. Un segundo después, el perro rebotó contra la puerta con un fuerte golpe y ladrando como una fiera. Melanie se estiró para alcanzar la puerta del otro lado y también la cerró. El perro siguió saltando contra la otra puerta como un loco, mientras Melanie y Dan lo miraban boquiabiertos. Apoyándose en sus poderosas patas traseras, el perro alcanzaba a llegar hasta la ventanilla, que amenazaba con estallar en pedazos debido al impacto.
“¡Maldita sea!” gritó Dan, mientras sacaba el arma. “¡Voy a pegarle un tiro a esa maldita cosa!”
“¡No, no lo hagas!”
“¡Agáchate!”
Dan alargó el brazo por encima del asiento y le empujó la cabeza hacia abajo. Melanie se acurrucó en el piso del asiento trasero, mientras Dan se inclinaba, apuntaba y disparaba a través de la ventanilla cerrada. El perro aulló, mientras a Melanie le caía encima una lluvia de pedacitos de vidrio.
“¡Mierda, sólo lo rocé!” Dan hizo otros tres tiros uno detrás del otro. Melanie levantó la cabeza y subió temblando al asiento trasero, mientras se quitaba de encima los pedacitos de vidrio verde. Dan abrió su puerta y se bajó, y fue a examinar al perro.
“¿Está muerto?” preguntó Melanie, mientras observaba a través del espacio vacío donde antes estaba la ventanilla.
“Sí.”
Melanie se bajó cautelosamente del Hummer y fue hasta donde estaba Dan. Miró el charco viscoso que se estaba formando sobre la grava blanca por debajo del cadáver del perro y luego se volteó a mirar a Dan.
“Mira,” dijo Dan con suavidad, al ver la expresión de Melanie, “detesto hacerle daño a un animal, preciosa. Pero a éste Slice lo tenía envenenado. Es como si tuviera rabia.”
Melanie asintió con la cabeza. Con nerviosismo, miró por encima del hombro hacia la casa. “Espera un momento. ¿Cómo sabes que éste era el perro de Slice? ¿Por qué tu informante estaría aquí con el perro de Slice?”
“¿Te he dicho alguna vez que haces muy buenas preguntas?”
Mientras estaban junto al cadáver del perro, observando la casa aparentemente desierta, Dan sacó el cargador de la base de su arma, lo revisó rápidamente y volvió a ponerlo. Antes de que Melanie pudiera hacer otra pregunta, la ventana lateral del Hummer estalló, seguida un instante después de una fuerte explosión que reverberó en el aire desde alguna parte arriba de ellos. De repente Melanie estaba en el piso, sin aliento, con las manos y las rodillas peladas y el cuerpo de Dan cubriéndola.
“¡Mierda! ¡Nos están disparando!” Dan mantuvo la cabeza de Melanie abajo, mientras disparaba varias ráfagas contra la casa. Una de las ventanas del segundo piso estalló en mil pedazos, luego hubo un silencio, interrumpido únicamente por el murmullo de las hojas en la brisa.
“¿Todavía está allá?” susurró Melanie después de un momento. “¿Le diste?”
“No,” dijo Dan, con la boca metida entre el pelo de Melanie y su cálido aliento haciéndole cosquillas en la oreja. “Está adentro. La única manera de atraparlo va a ser entrar a buscarlo.”
“Entonces vamos,” susurró Melanie con voz áspera.
“No te puedo llevar a un tiroteo. Esto no es un simulacro, estamos hablando de balas de verdad.”
“Bien, entonces ve tú. Yo correré hasta el garaje.”
“Te verá enseguida. Tiene una vista privilegiada desde allá arriba.”
Como para enfatizar lo que Dan estaba diciendo, varias ráfagas estallaron en el piso alrededor de ellos, rebotando de manera salvaje y levantando nubes de polvo.
“¡Ay, Dios mío!” gritó Melanie, mientras se acurrucaba sobre la grava y entendía finalmente el peligro en el que estaban.
“¿Ves? ¡No sé cómo pude traerte aquí!”
“¿Qué hacemos?”
“El auto está entre nosotros y la casa,” susurró Dan. “Voy a comenzar a disparar en un minuto para cubrirnos mientras llegamos hasta él. Mantente agachada. Yo correré hasta el asiento del conductor. Tú salta al asiento trasero y quédate agazapada en el piso, ¿de acuerdo?”
“Pero entonces no podremos atraparlo.”
“Te llevaré hasta un sitio seguro y luego regresaré para atraparlo.”
“Está bien.” No era el momento de discutir. Melanie quería vivir para poder llevar a su hija a la cama por la noche.
“Aquí vamos. ¿Estás lista? Uno, dos, tres ...”
Melanie podía sentir los culatazos del arma por la manera como el cuerpo de Dan se pegaba contra el de ella mientras disparaba. Con los oídos zumbándole por el ruido ensordecedor, Melanie corrió, tan agachada como se lo permitieron las piernas, y se arrojó de cabeza al piso del asiento trasero. Por fortuna, ninguno de los fragmentos de vidrio sobre los que aterrizó tenían bordes lo suficientemente afilados para cortarla. Supo que Dan había logrado llegar hasta el puesto del conductor porque el auto comenzó a moverse hacia delante. En ese momento se dio cuenta de que las balas que pasaban zumbando por el lado de las ventanas no provenían de su arma. Una bala entró con gran estruendo por una parte lateral del auto. El carro disminuyó la velocidad y salieron del sendero. Melanie levantó la cabeza para mirar por una ventanilla lateral. El auto se había desviado del sendero y avanzaba por encima del césped y las flores. Antes de tomar nuevamente el rumbo, se estrellaron contra una cerca. Cuando llegaron a la carretera principal, Melanie se apoyó en el asiento delantero para pasar por encima de la palanca de cambios y sentarse al lado de Dan. La camiseta amarilla de Dan tenía una mancha de sangre en un costado.
“Dios mío, ¿estás herido?” gritó Melanie.
Sorprendido, Dan bajó la mirada y casi se sale de la carretera, pero enseguida enderezó el volante.
“No sentí nada.”
“¡Sigue conduciendo!”
Melanie se volteó hacia Dan en su asiento y le agarró la camiseta con las dos manos. Se la subió un poco para poder observar su abdomen, que estaba ligeramente pegajoso por la sangre, pero se sentía suave y limpio. Cuando Melanie le pasó la mano por la barriga, Dan respiró profundo.
“Creo que la sangre debe ser del perro. Estás bien.”
Después de unos minutos, Dan se detuvo frente al estacionamiento de una vieja cafetería que tenía las paredes cubiertas de metal.
“Llegamos,” dijo, y señaló la cafetería con la cabeza. “Oí que el especial del día es bueno. Pídeme uno para llevar.”
Cuando se inclinó para abrirle la puerta desde adentro, el espacio entre sus cuerpos parecía vibrar como un campo magnético. Melanie se preguntó si volvería a verlo. Habiendo olvidado por un momento sus sospechas sobre Dan, Melanie se bajó del auto y lo miró durante un largo segundo, mientras las piernas le temblaban al contacto de los pies con el piso firme.
“Por favor, ten cuidado.”
“Es bueno saber que alguien se preocupa,” dijo Dan y le hizo un guiño y le sonrió. Luego cerró la puerta de un golpe y retrocedió. Melanie se quedó mirándolo hasta que el maltrecho Hummer desapareció de su vista.