ALMORZABAN TEMPRANO EN EL PUEBLITO CAMPE sino, pensó Melanie con un toque de decepción, mientras tomaba asiento en una banca de cuero rojo en el mostrador de la cafetería. No eran ni siquiera las once y media y todas las mesas ya estaban ocupadas por una mezcla de campesinos y ostentosos citadinos vestidos muy a la moda. En el aire flotaba el olor a tocineta frita, que resultaba opresivo y desagradable en un día tan caluroso. Una mesera con cara de cansada y pelo ligeramente azul puso un menú en frente de Melanie. Después de que acababan de dispararle, Melanie realmente no tenía muchas ganas de comer, pero no creía que a la mesera le gustara que ella se sentara allí sin ordenar nada. Su bolso estaba donde lo había dejado, en el piso del auto de Dan. Si Dan no regresaba a recogerla, se quedaría varada, sin dinero ni identificación.
Melanie pidió un emparedado de ensalada de huevo con pan integral y un té helado, y se sentó a esperar que llegara la comida, moviéndose de un lado a otro en la banca como una niñita ansiosa. Apenas podía mantenerse quieta. La posibilidad de que el informante matara a Dan llenaba sus pensamientos y la hacía enloquecer de preocupación. Había visto tantas tragedias en el espacio de unos pocos días: Jed Benson, luego Rosario, luego Jasmine y ahora Amanda. Se había mantenido trabajando gracias a la idea fija de atrapar a Slice, de encerrarlo para el resto de su vida. Pero ahora, al pensar en Dan O’Reilly tendido en el piso herido y sangrando, no podía más. Incluso si él estaba—tal vez, posiblemente—comprometido en una serie de crímenes brutales. Incluso si le había mentido. Incluso si entre ellos no pasaba nunca nada más.
Melanie volvió a mirar el reloj. ¿Cuánto tiempo debería esperar antes de pedir prestado el teléfono de la cafetería para llamar al 911? Sólo hacía diez minutos que Dan se había ido. Después de todo, Dan era un agente del FBI. Si necesitaba refuerzos, era de esperar que tendría el buen sentido de llamarlos. Aunque pensándolo bien, tal vez no. Melanie conocía a Dan lo suficiente como para imaginarse que sería quisquilloso y reservado acerca de la idea de pedir ayuda. El FBI les inculcaba eso a sus agentes, los alentaba a jugársela solos. Además, pensó Melanie con tristeza, siempre había la posibilidad de que Dan decidiera no llamar a la policía porque él era en realidad uno de los criminales.
Cuando llegó finalmente el emparedado, éste parecía lo suficientemente decente y Melanie trató de comerlo. La comida podía parecerle repulsiva en este momento, pero necesitaba mantener sus energías. Melanie masticaba de manera mecánica, apenas saboreando el emparedado, mientras todavía escuchaba el sonido de las balas que pasaban zumbando por sus oídos y veía cómo se le echaba encima ese malvado perro. Dan dijo que era el perro de Slice. ¿Cómo pudo saberlo? ¿Acaso el informante se lo había dicho? ¿Sería verdad toda la historia del informante? Dan la había protegido, había interpuesto su cuerpo entre ella y las balas. Con seguridad eso quería decir que estaba de su lado. ¿O todo no había sido más que un espectáculo diseñado para convencerla de que él todavía estaba en el equipo de los buenos cuando en realidad no lo estaba?
El ambiente de la cafetería despertó a la niña que llevaba por dentro, ¿o tal vez era la angustia lo que la hacía tener una regresión? Melanie usó el pitillo para sorber los restos de té que se habían quedado en el fondo del vaso, mientras fruncía la boca por el gusto ácido del jugo de la rebanada de limón. Luego dio una vuelta en su banca, con los pies colgando, para mirar por la ventana. Para su sorpresa, mientras observaba vio cómo el auto de Dan entraba en el estacionamiento. Estaba solo y únicamente se había demorado veinte minutos.
DAN ENTRÓ EN LA CAFETERÍA CON EL BOLSO DE Melanie en la mano, y al verlo ella se sintió más feliz que nunca de ver a alguien. Pero al instante, todas sus dudas regresaron.
“Tu teléfono acaba de sonar, pero no quise contestar,” dijo Dan y le entregó el bolso a Melanie.
“¿Qué pasó? ¿Dónde está el informante?”
Dan se deslizó en la banca de al lado. “Lo perdí. Pero en su lugar encontré nuevas pistas.”
“¿Qué quieres decir con que lo perdiste?” le preguntó Melanie con suspicacia.
Dan esquivó la mirada de Melanie. “Cuando volví, ya se había ido. Supongo que a veces se gana y a veces se pierde.”
Melanie estudió la cara de Dan con aprensión. Esa pretendida indiferencia ante la huida del informante parecía una representación teatral. Melanie estaba segura de que Dan estaba escondiendo algo.
“¿Qué sería?” preguntó la mesera de pelo azuloso, mientras le alcanzaba a Dan un menú.
“Nada, gracias,” dijo Dan y le hizo un gesto a la mesera para que se fuera. Luego se volvió hacia Melanie: “Escucha, tu auto está seguro en el estacionamiento de Otisville. Más tarde puedes ver qué haces con él. Tenemos que regresar a la ciudad y encontrar a Slice.”
“Estoy totalmente de acuerdo. Vamos.”
Cuando ya estaban en la autopista, Melanie sacó su teléfono y revisó el buzón. La llamada era de Sophie Cho.
“Hola, Melanie, es Sophie. Estoy en el parque con Maya y tenemos un pequeño problema. ¿Podrías llamarme al celular, por favor? Ah, son pasadas las once del jueves.”
Sophie estaba hablando en voz baja y la voz se le oía angustiada, lo cual le causó a Melanie un momento de preocupación. ¡Maldita sea! Sophie no le había dejado el número del celular y Melanie no lo tenía ahí. Melanie deseó ser una de esas personas que registran en su teléfono cuanto número se cruzan en la vida. ¿Cuál podría ser el problema? ¿Acaso Maya no se estaba sintiendo bien? Estaba perfecta hacía unas horas. ¿Acaso Sophie no podía entrar al apartamento? La madre de Melanie tenía llaves y debería llegar en una hora. Pero aunque Melanie estaba segura de que no se trataba de nada grave, el mensaje de Sophie la preocupaba. No obstante, sin tener manera de localizarla, no había nada que pudiera hacer excepto esperar a que Sophie volviera a llamar.
Melanie cerró su teléfono y se inclinó hacia atrás para poner el bolso en el asiento trasero. Sobre el asiento había una gran bolsa de basura verde, que no estaba ahí cuando fueron de Otisville a Millbrook.
“¿Qué hay en esa bolsa?”
“Ah, sí,” dijo Dan sin darle mucha importancia, como si se acabara de acordar, “abrí la caleta.”
“¿Qué?”
“¿La caleta del Correcaminos? Tú sabes, ¿la que estaba en el auto de Benson? Logré abrirla.”
“Déjame entender esto. ¿Te fuiste durante cerca de veinte minutos en total y en ese tiempo lograste registrar toda la propiedad de Benson, descubrir que el informante se había ido y abrir la caleta del Correcaminos? ¿Cómo es posible?”
“Detén los caballos, princesa. Te contaré toda la historia.”
De acuerdo con el relato de Dan, no había pasado casi nada cuando había regresado a la propiedad de los Benson. Condujo el auto hasta el sendero, donde encontró que el cuerpo del perro ya no estaba y que había un silencio espectral en toda la propiedad. Sacó el arma y con los ojos bien abiertos, se dirigió con cautela hacia la parte de atrás de la gran casa, hasta encontrar en la terraza una puerta corrediza de vidrio que ya alguien había abierto con una palanca. Luego hizo una rápida inspección, cuarto por cuarto, en busca del informante. No lo encontró, pero sí encontró cientos de pruebas de que había estado ahí. El lugar estaba destruido. Cada cajón, cada gabinete, cada armario había sido desocupado y su contenido estaba regado por el suelo. Los muebles estaban patas arriba y habían quitado los cuadros de las paredes, seguramente en busca de escondites. Los cojines de los sofás y los colchones habían sido salvajemente apuñaleados y ahora exhibían todo su relleno.
“Él estaba buscando algo. Probablemente lo que saqué de la caleta,” dijo Dan.
“No lo entiendo. ¿Cómo demonios descubriste cómo abrirla?”
“Pura suerte. Mi especialidad.”
La inspección de la casa no le había tomado más de diez minutos, de comienzo a fin. Cuando estuvo seguro de que el informante ya no estaba por ahí y sin resignarse a darse por vencido en el tema de la caleta, Dan volvió a sentarse frente al volante del Hummer y comenzó a manipular los controles, en busca de la secuencia mágica que la abriría.
“En el curso de reconocimiento de caletas que tomé, nos enseñaron qué funciones del vehículo se podían usar para activarla. Tú sabes, cosas como los limpiabrisas, las luces direccionales, cosas así. Decían que al Correcaminos le gustaban las secuencias de seis, así que me senté allí y probé todas las secuencias de seis que se me ocurrieron.”
“Eso es prácticamente un número infinito. No puedo creer que la descubriste ... y tan rápido.”
“La fortuna me estaba sonriendo. Supe que la había encontrado cuando oí el ruido del seguro hidráulico al abrirse. El sonido provenía de debajo del asiento trasero, así que me puse en cuatro patas y exploré un poco por ahí. Encontré una pequeña abertura, tal vez de quince o veinte centímetros. Nunca la habríamos notado, el tapete se veía perfecto. Pero pude meter los dedos por la parte de arriba y abrirla de un tirón. La caleta se extendía por lo menos sesenta centímetros por debajo del compartimiento trasero. Y encontré adentro una serie de cosas interesantes. Tres pistolas, dos Tec de nueve milímetros y una Glock, todas con los números de serie ilegibles. Un par de esposas de metal, una bolsa con cerca de quince mil dólares y, ah, unos planos. Tú sabes, como dibujos de arquitectura. Realmente no sé qué podrían estar haciendo esos planos ahí.”
“¿Me estás diciendo la verdad?” preguntó Melanie, con los ojos y la boca abiertos del asombro.
“¿Por qué no lo haría?”
“¿Cómo lograste hacer todo eso en veinte minutos?”
“Tengo manos rápidas, corazón.”
Viniendo de Dan, Melanie casi creyó esa respuesta. Pero no totalmente.
Con curiosidad por lo que Dan había encontrado en la caleta, Melanie alargó el brazo hacia atrás y metió la mano en la bolsa, de donde sacó un tubo largo de cartón rojo brillante. Melanie abrió la tapa plástica con las uñas y se puso el tubo a la altura de los ojos. Adentro había un rollo de papeles delgados de color grisoso. Sosteniéndolos con los dedos, Melanie los extendió. Eran al menos veinte hojas de papel esponjoso y grueso, que olían a tinta y a toner y que tenían los planos del interior y el exterior de una casa. En la esquina inferior izquierda estaba la dirección de Jed Benson y decía: “Sophie Cho, arquitecta.”
“Ummm. Estos parecen ser los planos de la renovación de la casa de los Benson. Una amiga mía fue la arquitecta. Puedo pedirle a ella que les dé un vistazo para verificar si son éstos. Pero, ¿no es eso extraño? ¿Para qué escondería Benson los planos en una caleta?”
“Me rindo. No tengo idea.”
Melanie puso los planos en su bolso, de donde sobresalían por la parte de arriba. El recuerdo de Sophie la puso nerviosa. Sacó nuevamente el teléfono y marcó a su casa. Si su mamá ya había llegado, podría buscar el número del celular de Sophie en el cuaderno de direcciones y dárselo a Melanie. Pero nadie contestó.
“Bueno,” dijo Melanie, volviéndose hacia Dan, “la siguiente pregunta: ¿Qué hacía tu informante aquí, tratando de abrir la caleta del auto de Benson?”
“Yo también me lo estoy preguntando. ¿Para qué venir hasta tan lejos sólo para encontrar un par de armas y un poco de efectivo? En Bushwick tienen mucho de eso. Debía estar buscando algo más.”
“¿Quién rayos es tu informante, en todo caso?”
El teléfono de Melanie sonó en ese momento.
“Me salvó la campana,” dijo Dan.
Melanie contestó con la esperanza de que fuera Sophie para decirle que todo estaba en orden.
“¿Aló?” dijo.
“¿Melanie? Butch Brennan.”
“¡Butch! ¿Todavía estás en el hospital? Estoy aterrada por lo que le pasó a Amanda.”
“No, terminamos hace un rato. Encontraron los cuerpos a primera hora de la mañana, posiblemente una o dos horas después de que pasó. Esta vez el modus operandi fue realmente limpio. Cada uno tenía un tiro, justo en la mitad de la frente.”
“¿Encontraste las balas?”
“Sí, de hecho ya tenemos un informe preliminar de balística. Hay un noventa y nueve por ciento de posibilidad de que las balas hayan sido disparadas por la misma arma que mató a Jed Benson. Tendré la confirmación definitiva en un par de días. Pero parece ser el mismo asesino.”
“No nos sorprende,” dijo Melanie y luego se quitó el teléfono de la oreja y tapó la bocina con la mano. “Es Butch Brennan,” le dijo a Dan. “Dice que las balas que mataron a Amanda y a Bill Flanagan provenían de la misma arma que mató a Benson. Posiblemente la de Slice.”
“Pero, Melanie, escucha,” dijo Butch.
Melanie se volvió a poner el teléfono en la oreja. “¿Sí?”
“Te estoy llamando a propósito de tu mensaje de anoche. Tú sabes, lo referente a esas huellas en la lata de combustible. Las que resultaron ser de Rommie Ramírez.”
“Ah, sí. ¿Qué me puedes decir sobre eso?”
“¿Estás sola?”
“No,” dijo Melanie y se esforzó por mantener una expresión neutral y no mirar a Dan. Luego se acercó más el teléfono a la oreja y lo tapó con la mano para evitar que Dan pudiera oír lo que decía Butch.
“¿Con quién estás, con O’Reilly?” preguntó Butch.
“Sí.”
“Mira, no tengo nada en contra de O’Reilly. Pero si fuera tú, no diría nada sobre esto por ahora. Hasta que investigues y puedas verificar más.”
“Por supuesto,” dijo Melanie.
“Nunca he sido de los que hablan mal de otros policías. O’Reilly es un miembro de la institución y no le gustan los tipos que levantan sospechas sobre los demás. Ésta es una información muy delicada.”
“Entiendo,” dijo Melanie. Dan estaba escuchando con atención lo que ella decía, pero Melanie no creía que alcanzara a escuchar lo que decía Butch.
“El asunto es que no hay manera de que las huellas de Ramírez hayan llegado a esa lata de manera legítima,” dijo Butch. “No pudo suceder cuando Ramírez estaba revisando la escena del crimen. Mis muchachos llegaron a la escena primero, antes que cualquier otro policía. La llamada inicial vino del departamento de bomberos. Ramírez llegó después. Francamente no tengo idea de quién demonios lo llamó, pero no fuimos nosotros.”
“Entonces, ¿qué significa todo eso, Butch?”
“Tuvimos la escena del crimen totalmente controlada desde antes de que Ramírez pusiera un pie ahí. Ya habíamos recogido la lata cuando él llegó. Si ésas son de verdad sus huellas, tal vez él cree que va a poder explicarlas de algún modo, pero yo creo que las huellas estaban allí desde antes.”
“¿Desde antes de qué?”
“Desde antes. Durante el crimen, quiero decir. A menos de que el informe de huellas dactilares esté equivocado, Ramírez estaba allí cuando Benson fue asesinado.”
“¿QUÉ FUE TODO ESO?” PREGUNTÓ DAN CUANDO Melanie colgó.
Melanie nunca había sido tan consciente de los músculos de su cara. ¿Cómo podía componer su expresión para que Dan no se diera cuenta de que estaba en estado de shock?
Melanie encontró la mirada de Dan. “Ah, asuntos de balística,” dijo, tratando de parecer casual.
Los ojos de Dan se clavaron en los de Melanie. Ella volvió a maravillarse de su exquisita claridad. Eran los ojos de un hombre inocente. Exigían la verdad, la hacían sentir traidora por engañarlo. Melanie se dijo que sólo era una sensación física, que no debería dejarse llevar por ella.
“Estás mintiendo, se te nota,” dijo Dan. “¿Me estás ocultando algo en la investigación?”
“Claro que no,” dijo Melanie, pero la voz le salió temerosa y vacilante.
Dan golpeó el volante con la base de la mano e hizo saltar a Melanie.
“¿Qué fue eso?” dijo Melanie, molesta. Si Dan iba a comportarse de manera amenazante, ella no tendría remordimientos por el hecho de engañarlo. Pero Dan la miró con expresión de dolor.
“No puedo creer que me hayas mirado directo a los ojos y me hayas mentido,” dijo Dan. “Creí que confiábamos el uno en el otro. Creí que teníamos algo, que éramos un equipo.”
“Oye, amigo, déjame decirte algo,” dijo Melanie, mientras sentía cómo corría la rabia por sus venas. “Un equipo funciona en los dos sentidos. ¿Quién es el que no quiere revelar el nombre de su informante? ¿Quién es el que tiene que proteger su propia agenda? El día que me digas toda la verdad, podrás comportarte como si fueras un santo. Pero hoy no estás en condiciones.”
Dan volvió a fijar la vista en la carretera, moviendo la cabeza y silbando a través de los dientes.
“¿Y bien?” dijo ella.
“Eres más fuerte de lo que pareces, ¿sabes?”
“Nunca lo he dudado.”