DAN DEJÓ A MELANIE EN LA OFICINA, DESPUÉS de un infernal viaje lleno de tensión. Dijo que iba a buscar a Randall y que llamaría cuando lo encontrara. Melanie se bajó sin decir palabra y cerró la puerta de un golpe. Dan aceleró, sin mirar hacia atrás.
Mientras subía en el ascensor, el agotamiento y la depresión la invadieron. Estaba en medio de una investigación criminal y todas las personas asignadas para ayudarla formaban parte de la lista de sospechosos. Dan estaba ahora en su lista de sospechosos. Melanie tenía todas las intenciones de atrapar a Slice, pero nunca pensó que tendría que hacerlo sola.
Cuando salió del ascensor, el vigilante la llamó desde adentro de su caseta de vidrio.
“Oye, Melanie. Hay una señora aquí que viene a verte.”
El vigilante señaló hacia la pequeña área de recepción, donde estaba sentada Mary Hale, oculta tras una veintena de cajas de archivo.
Mary se puso de pie. “Estoy respondiendo a su citación.”
“Eso veo,” contestó Melanie, sorprendida. “Pero la citación decía que el Sr. Reed debía llevarle los documentos al gran jurado en persona, mañana por la mañana. Ahora no tengo tiempo de revisar todo eso.”
“El Sr. Reed no se va a presentar. Cuando vio su fax me ordenó que empezara a destruir todos los documentos.”
“¿Se da cuenta de lo que está diciendo?” le preguntó Melanie. “Destruir documentos solicitados por medio de una citación es un crimen. ¿Por qué querría Reed hacer eso, a menos que tuviera algo que ocultar?”
“Sra. Vargas, yo siempre me doy cuenta de lo que estoy diciendo,” contestó Mary.
“¿Entonces me está diciendo que el negocio de Securilex fue manipulado fraudulentamente?”
“Ay, Dios mío, sí.”
“¿Y el Sr. Reed lo sabía?”
“No sólo lo sabía, él lo arregló todo,” dijo Mary, casi con alegría. “Cuando Securilex salió a la venta, el Sr. Reed estructuró toda la operación y les exigió comisiones a los inversionistas que querían comprar muchas acciones al precio interno. Desde luego, todo cuidadosamente disfrazado como pagos legítimos.”
“¿Sabe él que usted está aquí?”
“No, y cuando lo sepa, hará todo lo que esté en su poder para impedirme hablar con usted. Sugiero que nos pongamos a trabajar. Hay documentos de muchos años atrás en estas cajas. Tomará tiempo revisarlas.”
Melanie miró su reloj y luego miró las cajas. Aun si el negocio de Securilex había jugado un papel en el asesinato de Jed Benson, revisar una montaña de cajas no la ayudaría a encontrar a Slice y sacarlo de la calle más rápido. Por el otro lado, si encontraba suficiente evidencia para arrestar a Dolan Reed, eso podría ayudarla a encontrar a Slice. Reed perdería el control al instante y comenzaría a hablar. Los criminales de cuello blanco como él no soportan la cárcel, y como había al menos una posibilidad de que él hubiese ordenado el ataque, era probable que Reed tuviera forma de llegar a Slice. Una idea le cruzó la mente. Una manera de hacer el trabajo y hacerle un favor a un amigo al mismo tiempo.
“Sra. Hale, ¿podría esperar aquí un momento, por favor? Ya regreso,” dijo Melanie con entusiasmo.
“Claro.”
Melanie pasó la tarjeta magnética por la puerta y corrió a la oficina de Joe Williams, que estaba en la mitad del corredor. Sin aliento, se detuvo en el umbral. Joe la miró con sorpresa, mientras sostenía unos palitos chinos encima de un recipiente de cartón blanco.
“¡Joe, perdóname por interrumpir tu almuerzo, pero necesito unos minutos de tu tiempo! En realidad más que unos minutos.”
“Claro. ¿Todo en orden?”
“¡Sí! ¿Sabes qué? Tengo el caso perfecto para ti.”
DESPUÉS DE DEJAR A MARY Y A JOE INSTALA dos en un salón de conferencias, Melanie corrió a su oficina para planear su siguiente movimiento. Sólo en ese momento se dio cuenta de que la puerta de su oficina estaba cerrada. Extraño, anoche ella la había dejado abierta, como siempre, al salir para la cena de jubilados. Melanie puso la mano en la manija de la puerta, con la sensación de que algo no estaba bien. Adentro los muebles parecían corridos, como si alguien los hubiese movido y después los hubiese dejado en otro lugar. ¿Acaso los de la limpieza? ¿Se estaba poniendo paranoica?
Melanie fue hasta el escritorio. Tan pronto lo vio, lo supo con certeza: las pilas de papeles cuidadosamente arregladas habían sido manipuladas por alguien más. Alguien había estado aquí y las había revisado. Melanie hojeó los papeles con frenesí. ¡Los extractos bancarios de los Benson no estaban! Enseguida pensó en la manera como se había comportado Rommie Ramírez la noche anterior. A pesar de la negativa de Melanie, él había insistido repetidas veces en verlos. ¿Acaso se había atrevido a entrar a escondidas a su oficina para robárselos? ¿Quién más sabía de los extractos bancarios además de Rommie? Como mínimo, Bernadette y Dan. Por la forma como iban las cosas, ninguno de ellos estaba libre de sospecha, aunque sin duda Ramírez era quien había mostrado el mayor interés. Un interés bastante inusual, según recordaba Melanie.
¿Un momento! Melanie volvió a revisar los papeles del escritorio. El informe de huellas dactilares que identificaba las huellas de Ramírez en la lata de queroseno también había desaparecido. Ahora sí estaba convencida de que había sido Ramírez. Había demasiadas coincidencias. Como el hecho de que él la había sorprendido en su oficina la otra noche, justo antes de que la persiguieran en el sótano. Normalmente los policías no podían entrar y salir libremente de las oficinas de los fiscales. Pero Rommie tenía acceso especial. Bernadette lo dejaba entrar.
Ciega de rabia, Melanie retrocedió hasta el corredor. Antes de pensarlo dos veces, estaba en la antesala de la oficina de Bernadette.
Las dos hijas de Shekeya, tal vez de cuatro y seis años, jugaban jacks en el piso de madera mientras Shekeya escribía a máquina. Concentradas en su juego, observaron a Melanie con la misma mirada rápida y despectiva que le lanzó su madre. Shekeya siguió escribiendo, sin molestarse en explicar qué hacían sus hijas allí, mientras un silencio extraño se cernía sobre ella.
“¿Está Bernadette?”
“¿Qué crees? Es media tarde,” dijo Shekeya fríamente, sin quitar los ojos de las teclas ni levantar nuevamente la vista.
“Es que todo está muy calmado.”
“La calma que antecede a la tormenta.”
Sin detenerse a descifrar el comentario, Melanie entró en la oficina de Bernadette sin que la anunciaran. Bernadette levantó la vista de un papel que estaba leyendo. El sol de la tarde entraba por la ventana detrás del escritorio, encandilando a Melanie y dificultándole ver la cara de Bernadette. Melanie sabía que su jefa había puesto el escritorio justo en ese sitio precisamente por esa razón, para tener la ventaja de enervar a sus visitantes.
Cuando los ojos de Melanie se adaptaron a la luz, lo que vio la sorprendió. Bernadette no parecía sentir rastros de lo mucho que había bebido la noche anterior ni de la escena turbulenta que había tenido después. Se veía fresca, mejor de lo que la había visto Melanie últimamente. Tenía los ojos más claros, un mejor color y su postura parecía más vigorosa y derecha. Parecía una mujer que había atravesado por una situación terrible, de la que había salido relativamente ilesa, y que finalmente había descubierto quién era y cuál era su lugar en el mundo.
“Toma asiento,” le ordenó Bernadette. “Me ahorraste el trabajo de llamarte. Tenemos que hablar de la manera como has manejado—¿o debería decir de la torpeza con que has manejado?—la investigación del caso Benson.”
“¿Qué?” exclamó Melanie, sorprendida, mientras se tambaleaba al sentarse en una silla. El corazón le comenzó a latir aceleradamente.
“¿Supongo que te enteraste de las últimas víctimas de Slice? ¿Amanda Benson y su guardaespaldas?”
“Sí,” dijo Melanie con cautela.
“Precisamente estaba revisando este memorando. Mira, dale un vistazo.”
Bernadette deslizó una hoja de papel sobre el escritorio. Tenía los dedos en un estado lamentable. Como el retrato de Dorian Gray, los dedos de Bernadette revelaban la tensión que su cara escondía: el esmalte rojo estaba totalmente descascarado y las cutículas mostraban rastros de mordiscos y sangre. Melanie tomó el memorando y vio que era de Bernadette para el Fiscal General de la Nación y que tenía fecha de ese día. Anunciaba la reasignación de Melanie a tareas administrativas. El caso Benson sería manejado de ahora en adelante por la misma Bernadette.
“¿Rommie te incitó a hacer esto, Bernadette? Tú sabes que es un error.”
“¿Error? Te diré lo que es un error. Asignarte este caso a ti fue un error. Rommie lleva diciéndomelo todo este tiempo y finalmente me he dado cuenta.”
“¿Sabes por qué Rommie quiere que yo quede por fuera del caso? Porque me estoy acercando demasiado.”
“¿Acercando? Ni siquiera estás medianamente tibia, amiga. Te di una oportunidad. Pero ya es suficiente. Te la pasas pavoneándote por ahí, lanzando teorías de conspiración, mientras que el asesino sigue matando a tus testigos uno por uno. ¿Tienes alguna idea de lo que significa que Amanda Benson haya sido asesinada? En cualquier minuto su madre puede ir a la dirección general a pedir nuestras renuncias. Es increíble que no haya pasado todavía.”
“¿Tienes tú alguna idea de lo que significa que Amanda Benson haya sido asesinada? Era una chiquilla asustada y confundida. Tenía quince años y ahora está muerta. Nunca va a tener la oportunidad de crecer. Y tú estás aquí preocupada por lo que piensen en la dirección general.”
“Sí, estoy preocupada,” rezongó Bernadette. “Tú también deberías estarlo. Con la manera como se están acumulando los cadáveres, parecemos unos incompetentes absolutos.”
“¡Oh, es mucho más grave que eso!” gritó Melanie.
“¿Qué quieres decir con eso?”
“No es un problema de incompetencia, es un problema de corrupción y tu novio está justo en el centro de todo. Rommie le dijo a Slice dónde encontrar a todos mis testigos. Él estuvo involucrado, Bernadette. ¡Abre los ojos! Sus huellas están en una lata de combustible que fue encontrada en la escena del crimen de Jed Benson. Te mostraría el informe que lo prueba, pero fue sustraído de mi oficina anoche, junto con los extractos bancarios que Rommie tenía tanto interés en ver. Extraña coincidencia, ¿no? ¿Rommie estuvo aquí anoche después de la cena?”
Bernadette se quedó boquiabierta y se puso pálida.
“Sí estuvo, ¿cierto? Tiene libre acceso a nuestra oficina después de las horas de trabajo, ¿no es así Bernadette? Apuesto a que así fue como averiguó dónde estaba recluida Rosario Sangrador. ¿Quién lo dejó entrar aquí? ¿Tienes alguna idea? ¿Acaso fuiste tú? ¿No crees que la dirección general estaría interesada en saber eso?”
“No sé de qué diablos estás hablando,” dijo Bernadette, en voz baja furiosa.
“Entonces déjame explicártelo con más claridad. El analista de huellas dactilares comparó la huella en la lata de queroseno con las de todos los otros representantes de la ley que estaban presentes en la escena del crimen. Las huellas de Rommie coincidieron.”
“Y ¿qué?” tartamudeó Bernadette. “Rommie cometió un error. No manejó la evidencia de manera apropiada. Eso está mal, pero no significa que ...”
“Ya hablé con Butch Brennan,” la interrumpió Melanie. “La lata fue recogida antes de que Rommie llegara a la escena del crimen. Así que no pudo ser un error.”
“No. No, tiene que haber otra explicación,” dijo Bernadette de manera enfática, sacudiendo la cabeza. “Sólo estás confirmando todo lo que dije sobre teorías locas. Aceptar que un veterano que lleva quince años en la policía pueda estar involucrado en un asesinato, en lugar de hacer el trabajo necesario para encontrar la respuesta correcta es ... es ... ridículo.”
“Creo en la evidencia que tengo frente a los ojos, Bernadette. Tal vez yo no tengo motivos personales para echarla a un lado.”
Melanie y Bernadette se miraron. A Melanie le pareció ver un segundo de duda, un instante de vacilación en el rostro de Bernadette. Pero luego Bernadette lo suprimió. La duda no era una emoción que ella pudiese tolerar.
Mirando a Melanie a los ojos, Bernadette presionó el intercomunicador. Shekeya entró en la oficina.
“Este memorando está bien. ¡Distribúyelo!” dijo Bernadette secamente.
Shekeya tomó el memorando sin mirar a Melanie. Debía haberlo digitado justo antes de que Melanie entrara. No era sorprendente, entonces, que hubiese actuado de una manera tan hostil; estaba tratando de esconder su incomodidad. Shekeya sabía que Bernadette estaba a punto de humillar a Melanie, pero seguramente le habían ordenado que no le dijera nada.
“Está hecho,” dijo Bernadette despectivamente. “Estás fuera del caso. Yo manejaré este asunto de ahora en adelante. Siempre digo que si uno quiere que las cosas se hagan bien, debe hacerlas uno mismo. Ah, a propósito, te hice una lista de tareas nuevas, comenzando con una semana de trabajo en el departamento de fianzas. Después de todo, la ociosidad es la madre de todos los vicios.”
Bernadette le pasó a Melanie una hoja de papel, que Melanie recibió sin mirar.
“Tarde o temprano vas a darte cuenta de que tengo razón,” dijo Melanie, mientras se ponía de pie al lado del escritorio de su jefa. “Sólo esperemos que no muera nadie más en el proceso.”
Melanie giró sobre sus tacones y salió de la oficina. Cuando entró al corredor, tomó la lista de tareas administrativas que le había dado Bernadette, la rompió hasta volverla añicos y la arrojó al bote de basura más cercano. No iba a permitir que la sacaran del juego. Se sentiría horrible si dejaba a ese animal y a sus secuaces sueltos en la calle durante un segundo más.