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SLICE JUGÓ CON SU GAMEBOY DURANTE LO QUE pareció una eternidad. Después de un rato, el aparato soltó una serie de ruidos y luego se quedó en silencio. El juego había llegado a su fin.

“Ummm,” dijo Slice en voz alta. “Se terminó mi juego. ¿Qué voy a hacer ahora para entretenerme?”

Melanie había dejado de llorar desde hacía un rato. Con los ojos despejados y secos, observó a Slice con los sentidos muy alerta. Lentamente Slice se levantó de donde estaba sentado contra la pared y volvió a meterse el juego en el bolsillo. Se metió el arma en el cinturón de sus pantalones anchos. Caminó deliberadamente hacia donde Melanie estaba sentada, en la silla giratoria, mientras se sacaba un rollo de cinta del bolsillo. Melanie sabía para qué era. Antes no había tenido miedo, pero ahora sí. Melanie comenzó a temblar y una sonrisa salvaje se dibujó en los labios de Slice.

Slice se inclinó sobre ella y le susurró al oído: “Ésta es mi parte favorita, zorra.”

Slice cogió los brazos de Melanie y se los puso al frente y le amarró las manos con cinta alrededor de las muñecas.

“Tal como lo veo,” dijo Slice, “ahora que sabemos dónde están los planos y ya fue alguien a buscarlos, realmente no la necesito. Puedo hacer lo que me dé la gana. ¿No cree?”

Melanie abrió la boca para hablar, pero sólo salió un sonido ahogado.

“¿Le comieron la lengua los ratones?” Slice se levantó una pata del pantalón y sacó un enorme cuchillo, cuya hoja curva de diez pulgadas brillaba de manera hipnótica desde la funda de cuero oscuro que tenía amarrada a la pierna. Slice sopesó el cuchillo en su mano, probando su peso.

“Usted mató a No Joke. Pero todavía tengo mi cuchillo. Usted sabe, el cuchillo es mi forma favorita de matar. Me gusta mucho más que mi arma. Es como un gusto personal, ¿me entiende?”

Slice agarró a Melanie por detrás y la sujetó del pelo, luego le dio un fuerte tirón hacia atrás para dejar su garganta al descubierto. Melanie soltó todo el aire que tenía en los pulmones. La hoja helada se deslizó sobre la piel debajo de la quijada. Melanie sintió un suave ardor.

“Sip, tiene buen filo,” dijo Slice, mirándolo detenidamente. El filo de la hoja tenía una manchita de sangre. Melanie comenzó a temblar de terror. Slice soltó una carcajada.

 

“¿QUÉ DIABLOS CREES QUE ESTÁS HACIENDO, imbécil?” gritó Rommie desde la puerta, con la cara descompuesta por la rabia. Cuando Slice se volvió blandiendo el cuchillo, Rommie cruzó el espacio que los separaba. Slice embistió la cara de Rommie con el cuchillo.

“¡Psicópata de mierda!” gritó Rommie, mientras saltaba hacia atrás, con el pecho abultado. “¿La vas a matar? Siempre tienes que herir a alguien por gusto y todo lo que eso hace es enredarme las cosas. Esos planos no estaban donde ella dijo. Si la matas, volvemos a quedarnos sin saber dónde está el escondite.”

“Vio mi cara. Me puede identificar. ¿Cómo voy a dejarla viva?”

“Primero encuentra la mercancía, ¡imbécil!” Rommie tenía la boca llena de saliva y su cara se veía transformada por la rabia, no se parecía en lo más mínimo al hombre cordial y simpático que Melanie conocía. Rommie metió la mano dentro de su elegante chaqueta oscura. Anticipando una balacera, Melanie se arrojó de la silla y rodó lejos de ellos hasta un sitio protegido detrás del escritorio de Jed. Con la atención puesta el uno en el otro, ninguno de los dos hombres la detuvo. Melanie casi grita cuando vio el cuerpo inerte de Sophie sobre el piso; se le había olvidado que estaba ahí. Se quedó mirando hasta que vio cómo el pecho de Sophie subía y bajaba. ¡Gracias a Dios, está viva! Luego, queriendo saber lo que estaba pasando, se impulsó sobre el estómago para asomarse por un lado del escritorio.

Rommie y Slice se alzaban entre ella y la puerta, persiguiéndose en círculos como boxeadores en un ring. Amenazando a Rommie con su cuchillo, Slice impedía que Rommie sacara su arma. Rommie habría dominado fácilmente a Slice, gracias a que era más grande. Pero Slice era rápido como un rayo y estaba armado. Slice bailaba sobre sus pies y la hoja del cuchillo flotaba al frente suyo. Mientras Melanie observaba, Rommie se abalanzó hacia la muñeca de Slice. Slice torció la hoja del cuchillo para que penetrara profundamente en la mano derecha de Rommie.

“¡Aaaay!” gritó Rommie, agarrándose la mano herida y llevándosela al pecho. Luego retrocedió.

“¿Ves lo que te puede pasar, estúpido?” se burló Slice.

Slice avanzó hacia Rommie, listo para apuñalearlo, y Rommie se metió la mano a la chaqueta otra vez, esta vez la izquierda. Justo cuando logró sacar su arma, Slice se abalanzó encima y lo embistió. Rommie lo esquivó, pero no lo suficientemente rápido como para evitar el contacto del cuchillo con su brazo izquierdo. Slice no alcanzó a detener su impulso hacia delante y la punta del cuchillo perforó la pared que estaba al lado de la puerta y se clavó en el yeso deteriorado. Cuando lo sacó, Rommie se dio la vuelta rápidamente, aullando de dolor por la herida en el brazo. El arma salió volando de su mano izquierda y se deslizó por el piso hasta llegar cerca de la silla giratoria que Melanie acababa de dejar vacía, a sólo unos centímetros de la cara de Melanie. Melanie miró directamente el cañón brillante del arma. Era una Glock de nueve milímetros, y ella había disparado una igual recientemente en una visita de cortesía al campo de tiro del Departamento Antinarcóticos.

Melanie les agradeció a sus estrellas la suerte de que Slice le hubiese amarrado las manos adelante. Las etapas más oscuras de su pasado la habían preparado para este momento: uno tiene que actuar. Melanie lo había aprendido por la fuerza. Hay que actuar o uno se convierte en la víctima. Melanie se impulsó hacia delante con todas sus fuerzas, tomó el arma y rodó sobre la espalda para poderse sentar. Luego sostuvo el arma con sus manos atadas hasta apuntarles directamente a los dos hombres.

“¡Arroje el cuchillo!” gritó Melanie.

Slice se dio la vuelta y la vio sosteniendo el arma. Luego hizo algo que ella no había previsto. Sonrió, con una sonrisa condescendiente, como si la visión de verla sentada ahí apuntándole con un arma lo divirtiera mucho. Su risa enervó a Melanie por un segundo, pero luego le dio rabia.

“¡Arrójelo o le vuelo la tapa de los sesos!” gritó Melanie de nuevo.

Con la adrenalina al máximo y la respiración entrecortada, Melanie se impulsó hacia delante hasta ponerse de rodillas y luego se dirigió hacia Slice. Se detuvo a menos de dos metros de él, apuntándole con el arma directamente a la cabeza. Quedó a una distancia a quemarropa y tenía buena puntería. Suponiendo que fuese capaz de apretar el gatillo, no fallaría. Pero ¿realmente sería capaz de dispararle a otro ser humano? ¿Incluso a éste?

Rommie, que se había quedado observando cómo le corría la sangre de las manos, los miraba atónito y no hizo nada.

Lenta y decididamente, sosteniendo la mirada de Melanie, Slice se levantó la manga del pantalón como si fuera a enfundar el cuchillo. ¿Acaso creyó que eso la dejaría satisfecha?

“¡No, dije que lo arrojara! ¡Arrójelo al piso!”

Melanie vio con mudo horror cómo Slice deslizó el cuchillo entre la funda y luego buscó con tranquilidad el arma que tenía metida en el cinturón. La trayectoria que siguió el arma entre la cintura de Slice y apuntar a la cabeza de Melanie pareció pasar en cámara lenta. Melanie cerró los ojos y apretó el gatillo de la Glock. Después de un buen rato, Melanie sintió el culatazo del arma. Los segundos parecieron convertirse en horas mientras que Melanie veía la cara de su hija. Una inmensa ola de dolor la invadió. A lo lejos se oyó una explosión ensordecedora y una fina lluvia de sangre cubrió toda su piel y su ropa.