¡QUÉ GRACIOSO! PENSÓ MELANIE, MORIR SE SIENTE como estar todavía vivo y no hay ninguna luz brillante. Al segundo siguiente abrió los ojos. Slice se desplomó, con un hueco en la parte superior del cráneo. “Buen trabajo,” dijo Rommie. “Era él o nosotros. Sin duda el desgraciado nos habría matado.”
Con una expresión de disgusto, Rommie le dio la vuelta con el pie al cuerpo sin vida de Slice para que quedara bocabajo. Melanie estaba temblando de arriba abajo. No lo podía creer. Miró hacia el arma que tenía todavía agarrada fuertemente con las manos y luego volvió a mirar a Slice. Acababa de matar a un hombre.
Al ver el estado en que Melanie se encontraba, Rommie aprovechó su ventaja. Se inclinó, recogió el arma de Slice con la mano izquierda y la apuntó hacia Melanie.
“Está bien, Melanie. Ya tuviste tu diversión. Suficiente por hoy de policías y ladrones. Arroja el arma.”
Rommie parecía tan peligroso como un perro perdido y adolorido. El sudor le corría por la frente hasta los ojos. Rommie se limpió la cara con la mano herida, dejando un rastro de sangre. Éste era un aspecto de él que ella nunca había visto. Sin que Melanie lo supiera, Rommie ya llevaba mucho tiempo caminando por el sendero de la corrupción. Y no se sabía qué tan lejos sería capaz de llegar. Probablemente querría matarla. Por eso arrojar el arma era un riesgo que Melanie no se podía permitir.
“No,” dijo Melanie, y en lugar de arrojarla la levantó hasta apuntarle al pecho. “Tú arroja la tuya.”
La sorpresa en los ojos de Rommie fue gratificante. Pero luego su expresión cambió.
“Espera un momento,” dijo Rommie. “Ésa es mi arma, ¿no es así? ¿Tú la recogiste del suelo?”
“Sí.”
Rommie soltó una carcajada. “¡Está vacía!”
Melanie estudió la cara de Rommie, mientras sostenía el arma con toda la firmeza que sus temblorosas manos le permitían. Rommie no parecía estar mintiendo.
“No te creo. Estás mintiendo,” dijo Melanie, tratando de mantener la calma a pesar de que le temblaban las piernas.
“Fui al campo de tiro esta mañana porque tenía que hacer mis prácticas reglamentarias,” dijo Rommie. “Y desocupé el cargador, excepto por una bala que tú me hiciste el favor de disparar en la cabeza de mi amigo.”
¡Maldita sea! ¿Estaría diciendo la verdad?
“Nunca dejarías tu arma desocupada,” dijo Melanie enfáticamente, deseando que fuese así. “La recargarías.” Claro está que había que recordar el imbécil con el que estaba hablando.
“A veces es bueno ser descuidado, mi niña.”
Rommie avanzó hacia Melanie con una mueca de maldad y con el arma apuntándole directo a la cabeza.
“¿Qué haces?” gritó Melanie. “¡Retrocede!”
“¿Te preocupa que te mate, Melanie? Me halagas.”
Resoplando de terror, pero decidida, Melanie apuntó el arma hacia las piernas de Rommie y apretó el gatillo. Enseguida se dio cuenta de que se sentía diferente. No había tensión. El gatillo cedió inútilmente e hizo un ruido hueco. Rommie cruzó la distancia que los separaba y le quitó el arma de las manos. Se la metió en el cinturón y luego agarró a Melanie del cuello con su mano ensangrentada, llevándola hacia atrás hasta el escritorio de Benson.
“Todo lo que hice por ti y ¿tú tratas de matarme? ¿Qué clase de amistad es ésa? Lo recordaré cuando llegue el momento de decidir qué hago contigo. Que será inmediatamente después de que me digas dónde están esos planos.”
“¡Déjame ir!” dijo Melanie con voz ahogada. “¡Déjame ir y te lo diré!”
Rommie dejó caer la mano y retrocedió y Melanie tomó aire. La adrenalina producida por el miedo era la única cosa que la mantenía funcionando. Necesitaba un plan. Necesitaba más tiempo y una manera de llamar a la policía. Pero ¿cómo? Los planos estaban afuera. Y después de la búsqueda que ya le había hecho hacer hoy, no era probable que Rommie aceptara emprender otra.
Como para confirmar sus pensamientos, Rommie levantó el arma de Slice y la puso sobre la sien de Melanie.
“Ahora, o te volaré la cabeza en cinco segundos.”
“Están afuera, en la maceta que está al pie de la puerta,” dijo Melanie de manera atropellada. ¡Mierda! Había entregado su última posibilidad de negociación. Pero tenía que hacerlo. Rommie, como su amigo Slice, era lo suficientemente estúpido como para matar a Melanie antes de tener los planos. Ahora tendría que pensar en otra manera de mantenerse viva.
Rommie apretó los ojos. “¿Por qué ahí? Para comenzar, ¿por qué tengo que creer que tú los tienes? Le dijiste eso a Slice para que te dejara vivir. Pero ¿quién dice que no me estás engañando a mí ahora?”
“Los tengo, lo juro. Los saqué de la caleta del Hummer de Jed Benson.”
Eso caló. Obviamente Rommie sabía de la existencia de la caleta.
“¿Cómo?” refunfuñó. “¿Cuando nadie más había podido descubrir cómo abrir esa maldita cosa?”
“Dan lo hizo.”
“O’Reilly,” dijo Rommie y asintió con la cabeza. “Pero ¿los escondiste en una maceta? Ahh, ya sé. Lo que tú quieres es ir afuera. Todo esto no es más que un maldito engaño, ¿no es así, Melanie? Te llevo afuera para buscar los planos. Armas un escándalo en la calle. Empiezas a gritar o algo así. Y alguien llama a la policía. Debes pensar que soy un maldito estúpido.”
Rommie clavó con más fuerza el cañón del arma contra la cabeza de Melanie, haciéndola temblar. Pero aun así, Melanie ya lo tenía. Ya había visto su oportunidad, clara como el mediodía, y sintió renacer la esperanza. Él tenía el arma, pero ella podía superarlo en ingenio. Tenía que hacerlo. No tenía otra opción.
Con el arma presionándole la sien, Melanie logró simular indiferencia. “Si no me crees, déjame aquí y tú ve a revisar.”
Rommie le lanzó una mirada feroz, pero la actuación de Melanie funcionó. Él se relajó y retrocedió un paso, con el arma todavía apuntándole, aunque haciendo un gran esfuerzo. Melanie sabía que Rommie estaba sufriendo.
“Será mejor que sea verdad.”
“Los es.”
“Los pisos de arriba están sellados, tú lo sabes. La única salida es por aquí,” dijo Rommie.
“No voy a ir a ninguna parte, Rommie.”
“Si cuando regrese veo que se movió un maldito pelo de tu cabeza, te mato.”
“Entendido.”
Rommie retrocedió, pero mantuvo el arma apuntándole a Melanie hasta que salió al corredor, luego se dio vuelta y rápidamente se dirigió a la puerta del sótano.
Mientras oía cómo se alejaban los pasos por el corredor, Melanie se abalanzó al escritorio y se arrodilló. Con el corazón latiéndole a toda velocidad, recuperó su teléfono celular de donde lo había arrojado Slice hacía un rato, aunque parecía que eso hubiese pasado hacía toda una vida. Y en realidad sí hacía toda una vida, la vida de Slice. Melanie miró rápidamente el cuerpo que comenzaba a ponerse rígido, inerte en el suelo como si fuese un horrible pedazo de escombro, rodeado ahora de un charco brillante de sangre negra. Pero no iba a pensar en lo que acababa de pasar, en lo que todavía estaba pasando. No ahora, o se derrumbaría. Tenía que lograr salir de allí, para poder vivir y volver a ver a su hija. Su pequeñita, nena preciosa. Volver a casa con Maya, luego sí podría pensar en lo demás. Más tarde tendría mucho tiempo para entender lo que había pasado. Tendría el resto de la vida.
Con el teléfono apretado entre sus manos amarradas, Melanie lo encendió. Marcó el número del buscapersonas de Dan O’Reilly tan rápido como se podía mover su pulgar, pensando todo el tiempo en que podía estar atrayendo hacia sí misma otra calamidad. Pero incluso si Dan era malo, ¿no le salvaría la vida? Melanie no podía creer que toda su relación: todo lo que ella había visto en sus ojos, las cosas que él había dicho, ese beso, fueran puro teatro. De todas maneras, se estaba quedando sin opciones. Enseguida marcó los números de la dirección de la casa de Benson, seguidos del código que Dan y ella habían acordado. El siete de la suerte, había dicho Dan. Más le vale que así fuera. Luego apagó el teléfono, lo volvió a tirar debajo del escritorio y se apresuró a volver al sitio donde estaba cuando Rommie salió.
ROMMIE REGRESÓ CON EL TUBO ROJO. SE APRE suró a llegar hasta el escritorio de Jed, levantó la tapa y extendió los planos sobre la superficie dañada. Melanie dio un paso hacia delante y él se dio vuelta rápidamente y levantó el arma.
“No te acerques, Melanie. ¡Ahora que tengo esto, te volaré los sesos si no me obedeces!” dijo Rommie, con ojos amenazantes. No estaba sólo amenazando. Melanie retrocedió un paso.
“Sólo tenía curiosidad de ver la caleta.”
“Sí, bueno, la curiosidad mató a la fiscal,” dijo Rommie, respirando con dificultad y todavía sudando profusamente. Señaló con el arma hacia un lugar al lado del escritorio. “Párate ahí, donde pueda vigilarte.”
Melanie hizo lo que le decía, mientras observaba a Rommie con cautela.
“Esto no es un juego, ¿entiendes? Hay doscientos kilos de heroína colombiana escondidos en alguna parte de esta habitación. Y no estoy hablando de la cosa rebajada, sino de heroína pura. ¿Sabes lo que eso vale? ¡Veinte millones a precio de mayorista!”
Melanie abrió los ojos. Esto era incluso más grande de lo que había pensado.
“Sí, es verdad. No te asombres tanto. ¿Piensas que me arriesgaría por cualquier cosa?” Melanie no contestó. “¿Ah, Melanie?”
“No, claro que no.” Melanie tenía que calmar un poco a Rommie. Dilatar las cosas. Mantenerlo hablando hasta que la ayuda llegara.
“¿Con todo lo que sabías y no lo descubriste?” dijo Rommie y miró a Melanie con escepticismo.
“Sabía que el crimen de Jed Benson tenía algo que ver con corrupción, con drogas. Me imaginé que estaba relacionado con Delvis Díaz y con el viejo caso del asesinato de los Chicos de Flatlands. Eso lo sabía. ¿Pero que tú estuvieras involucrado? No. Nunca lo pensé,” dijo Melanie. Hasta que supe que tus huellas digitales estaban en la escena del crimen, maldito, pensó Melanie.
“Sí, fui bastante cuidadoso, ¿no es así?” Una sonrisa de presunción le cruzó la cara. Esto no sería tan difícil, después de todo.
“Cubriste muy bien tus rastros, Rommie. ¿Cómo lo lograste?”
“Supongo que ahora puedo contártelo, ¿no?” preguntó Rommie, gesticulando con el arma. “¿Cómo es ese dicho? ¿‘Si te digo, te tengo que matar’? En todo caso, el asunto fue así: Jed y Slice se asociaron hace años. Encerraron a Díaz por el crimen de esos chicos que Slice mató y luego se adueñaron del negocio. De vez en cuando me daban una que otra tajada, lo suficiente para mantenerme y pagar las pensiones alimentarias de mi ex mujer con comodidad, aunque no tanto como yo merecía. Slice era el que se encargaba del negocio, Jed lavaba el dinero y yo mantenía alejados a los policías. Buena estrategia, ¿no? Habría seguido funcionando así, pero Jed comenzó a retener información. Hay un inmenso cargamento escondido en algún lugar de esta habitación que él no quería compartir. Se imaginó que Slice no lo sabría, pero no contó conmigo. ¿Ves? Jed dio por sentada mi lealtad. Mucha gente lo hizo.”
Entonces eso era. Todos esos años, cuando Rommie era el blanco de burlas, estaba resentido.
“¿Jed no te respetaba?” preguntó Melanie.
“No, y se dio cuenta a la fuerza de lo equivocado que estaba,” dijo Rommie y sonrió con fiereza.
“Había cuatro o cinco sujetos en la habitación cuando cometieron el crimen. Supongo que tú eras uno de ellos, ¿cierto?”
Rommie negó con la cabeza. “Nooo, no. No hagas eso, Melanie. No seas estúpida.”
Te agarré, maldito, pensó Melanie. Sé que estabas aquí. Tengo tus huellas en la lata de queroseno. Estás completamente perdido. Eso es, claro, si logro salir viva de aquí.
“Está bien,” dijo Melanie en voz alta. “Entonces, ¿quién mató a Jed?”
“Unos sujetos del grupo de Slice. Blades.”
“¿Y había infiltrados? ¿De los representantes de la ley?” preguntó Melanie.
“¿Te refieres a tipos como Randall Walker?”
“¿Randall estuvo involucrado en el crimen de Jed?” preguntó Melanie. Entonces era cierto. Pero por lo menos no había mencionado a Dan. Todavía. ¿Habría sido en vano su llamada pidiendo auxilio?
Rommie chasqueó melancólicamente. “¿En el crimen? No. El sujeto es un inútil. Prácticamente tuve que apuntarle con un arma para conseguir algo de él.”
“¿Entonces por qué lo mencionaste?”
“Pensé que te referías a él cuando hablaste de representantes de la ley. Randall sólo me hizo pequeños trabajitos, podríamos decir. Principalmente me mantuvo al tanto de en qué estaban ustedes, para que yo pudiera seguir la investigación.”
¡Dios mío, ya no se podía confiar en nadie! La gente realmente era una porquería. A Melanie le había agradado Randall, le había agradado mucho.
“¿Por qué? ¿Por qué hizo eso Randall?” preguntó Melanie.
“No tenía alternativa. Yo sé algo sobre él, te estoy hablando de historia antigua, pero es algo grande. Hace varios años estábamos trabajando en una operación encubierta y el dinero desapareció. Veinte grandes, para ser exactos, no era cualquier cantidad. Yo lo robé, pero Randall no lo sabía. Fue él quien firmó el recibo al sacarlo de la caja fuerte, lo cual lo hacía el responsable directo. Yo lo convencí de que su única opción era falsificar los informes. Así que los dos dijimos que el criminal nos había apuntado con un arma y nos había atracado. Hicimos esa declaración bajo juramento y todo. Randall mintió estando bajo juramento y eso lo puso en mis manos, lo tenía agarrado de las pelotas. Tan simple como eso.”
“¿Randall les tendió una trampa a mis testigos? ¿Fue él el que entregó a Rosario Sangrador? ¿O a Amanda Benson? ¿Fue así como llegaste hasta ellas?” preguntó Melanie y sintió náuseas de sólo pensarlo.
“No, él no estuvo tan involucrado y yo tampoco lo necesitaba, en todo caso. Tengo libre acceso a tu oficina, ¿recuerdas? ¿Gracias a tu jefa? Sólo era cuestión de llegar siempre unos minutos antes a la citas. Dar vueltas por ahí. Husmear un poco. No te imaginas de lo que uno se puede enterar. Tenía control total del sitio.”
“¿Tú las mataste?”
“¿Crees que soy tan estúpido como para ensuciarme las manos de esa manera? Claro que no. Le pasé la información a Slice y me encargué de las puertas. Por ejemplo, envié a Randall a hacer una diligencia. Pero Slice hizo el resto. Por eso es que voy a salir limpio de esto.”
Rommie había entregado a esas dos inocentes para que ese animal de Slice las asesinara. ¿Quién creería que un policía podía ser tan retorcido?
“Pero sí fuiste tú quien tomó los extractos bancarios y el informe de huellas dactilares de mi escritorio,” dijo Melanie.
“¿Cómo me puedes culpar? Te lo pedí de buena manera primero, pero tú no querías ceder.”
“Y abajo en la sala de archivo la otra noche, cuando sacaron la grabación de mi bolso, ¿también fuiste tú, cierto?”
“Ummh.”
“Bernadette no sabe nada, ¿o sí?” preguntó Melanie.
“No. Nada. Nunca habría accedido a hacer algo así.”
“Entonces la usaste.”
Rommie encogió los hombros. “Podrías decirlo de esa manera. Tu jefa está bien, pero realmente no es mi tipo, si sabes lo que quiero decir.”
Y pensar que Bernadette le había apostado tanto a este tipo. ¡Los hombres eran unos desgraciados! Y hablando de eso, era hora de hacer la pregunta a la que Melanie le tenía tanto miedo. Aun si la respuesta no era la que ella estaba esperando, tenía que saber la verdad, aunque sólo fuera para tener una mejor idea de cuáles eran sus posibilidades de supervivencia.
“Y ¿qué hay de Dan O’Reilly?” susurró Melanie y contuvo la respiración en espera de la respuesta.
Rommie la miró con sorpresa. “¿O’Reilly? No puedes estar hablando en serio. ¡Es un maldito santurrón!”
El alivio que Melanie sintió cuando oyó eso fue todavía mayor que el que sintió cuando abrió los ojos y descubrió que todavía estaba viva y Slice yacía muerto en el suelo. ¡Dan estaba limpio! Y eso la puso muy feliz por varias razones.
Pero su felicidad fue corta. Una nube ensombreció el rostro de Rommie. Había llegado al límite de su paciencia.
“¡Me estás haciendo perder el tiempo!” gritó de repente y se puso rojo. “Sólo quédate ahí y mantén la boca cerrada, o cambio de idea, si sabes lo que quiero decir, Melanie.”
Rommie miró los planos. Después de unos minutos, caminó hacia la estantería, casi tropezándose con las piernas de Sophie, y presionó un pequeño interruptor que estaba escondido entre los libreros, detrás del escritorio de Benson. Una parte de los libreros se deslizó hacia adentro con un suave movimiento que hablaba del talento de Sophie, abriendo un estrecho pasadizo que conducía a una habitación escondida al fondo.
“¡He aquí la maldita cueva de Alí Babá! ¡Y tan fácil! Sólo ese idiota de Slice pudo pasarla por alto la primera vez. Voy a entrar, pero no te muevas, ¿me oíste?” Rommie le hizo una señal con el arma y luego desapareció por el pasadizo.
Después de unos pocos segundos, regresó dando tumbos, casi como si estuviera borracho.
“La droga,” gritó, mientras caminaba hacia Melanie y estudiaba su cara con desesperación. “¡La maldita droga no está! Primero fue el dinero de la cuenta bancaria, ahora la droga.”
Rommie sacó su celular y comenzó a marcar con frenesí, mientras las manos, llenas ahora de sangre seca, le temblaban con violencia.
“Desconectado,” gritó y arrojó el teléfono al otro extremo de la habitación con todas sus fuerzas. “¡La maldita bruja desconectó el teléfono! Se llevó la droga, el dinero, todo. ¡Me traicionó!”
“¿Quién? ¿Bernadette?” preguntó Melanie, confundida. ¿Acaso Rommie no había dicho que Bernadette no sabía nada?
“No, no. Nell,” dijo Rommie y se derrumbó sobre el escritorio, enterrando la cara entre las manos y tirándose el pelo. “¡Maldita perra! ¡Hice todo esto por ella! Había que ver la manera como Jed la trataba. Con una mujer tan hermosa como ella y él se acostaba con todas las putas de la ciudad. Dijo que me amaba, que lo quería ver muerto para que pudiéramos estar juntos. Sólo tenemos que apoderarnos de un cargamento, dijo, y estaremos hechos de por vida, compraremos una gran villa en las islas Caimán, justo en la playa. Todo lo que yo tenía que hacer era azuzar a Slice para que le cayera encima a Jed. Hice todo esto por ella y ella me dio una puñalada trapera.”
“Entonces mentiste antes, cuando dijiste que Jed le había ocultado información a Slice. Estabas encubriendo a Nell. Jed nunca traicionó a Slice. Tú le tendiste una trampa.”
“Ese bastardo se lo merecía. Me trataba como a un lacayo. Dios mío, no lo puedo creer. Nell, ¡esa maldita traidora!” dijo Rommie y comenzó a patear el escritorio con furia, varias veces.
“Cualquier mujer que perdone el asesinato de su propia hija ...”
“Desde luego que ella no sabía del asesinato de Amanda. Incluso traté de evitarlo porque sabía que la afectaría,” dijo Rommie y respiró profundo. “Ay, Dios mío, ¡eso es, eso es! Eso tiene que ser. Debió enterarse de lo de Amanda. Está furiosa conmigo. Por eso huyó. Tengo que encontrarla.”
“Yo no estaría tan segura,” dijo Melanie.
“¿Qué quieres decir?”
“Nadie ha podido localizar a Nell para darle la noticia de la muerte de Amanda. Cuando venía hacia la ciudad hace un rato, llamé a su hotel. Me dijeron que se fue. El recepcionista le reservó un pasaje para Suiza. Hicieron la reservación ayer. Antes de que Amanda fuese asesinada.”
Rommie contrajo la cara.
“Suiza. Fuera del alcance de cualquier tratado de extradición,” dijo Melanie.
Rommie movió la cabeza con incredulidad y miró a Melanie, como si ella le pudiera explicar esa terrible traición. Tenía un brillo perverso en los ojos, que hizo que Melanie pensara en que lo mejor era salir de allí lo más pronto posible. Melanie comenzó a moverse hacia la puerta.
“¿A dónde diablos crees que vas?” gritó Rommie y volvió a levantar el arma.