[El jardín de olivia]
Tobías. Ven acá, señor Fabio.
Fabio. Ya voy, no os apuréis. Antes que perder un átomo de esta diversión, dejárame hervir hasta la muerte en melancolía.
Tobías. ¿No te diera gusto ver a ese ruin bellaco, a ese fullero, burlado y avergonzado? Fabio. Fuera un triunfo para mí, amigo. Ya sabéis que me indispuso con la señora, con motivo de una riña de osos.
Tobías. Pues para que rabie, tendremos otra riña de osos; y le pondremos de sandio y majadero que no habrá por donde cogerle. ¿No es cierto, don Andrés?
Andrés. Si no lo hiciésemos, lástima fuera de nuestras vidas. Tobías. Aquí viene la picarilla.
¿Que tal, lucerito del alba?
María. Escondeos los tres detrás de los bojes: Malvolio viene por esta calle. Se ha estado media hora al sol haciendo reverencias a su propia sombra. Observadle bien, por amor de la burla; pues sé que esta carta le trasformará en un idiota contemplativo. ¡Silencio, en nombre del dios Momo! Queda tú ahí, pues aquí se acerca la trucha que hemos de pescar con cosquillas.
(Echa una carta en el suelo)(Vase. Entra Malvolio)
Malvolio. No es más que suerte; todo es suerte. Me dijo una vez María que me tenía afición; y yo mismo he oído de sus propios labios que, si alguna vez llegase a enamorarse, sería de un hombre de mi apostura. Por otra parte, me trata con muchísimo más respeto que a otro cualquiera de su servidumbre. ¿Qué debo pensar de esto?
Tobías. ¡Habráse visto picaro presuntuoso!
Fabio. ¡Silencio! La cavilación le va convirtiendo en pavo real engreído. ¡Cómo se infla bajo sus erizadas plumas!
Andrés. ¡Por vida, qué brava zurra le diera!
Tobías. ¡Silencio; digo!
Malvolio. ¡Ser todo un conde Malvolio!
Tobías. ¡Ah picaro!
Andrés. ¡Un tiro, pégale un tiro!
Tobías. ¡Silencio, silencio!
Malvolio. Se dan casos: la camarera mayor se casó con un palafranero.
Andrés. ¡Bribón desvergonzado!
Fabio. ¡Silencio, por Dios! Ved como le hincha y ensimisma el amor propio.
Malvolio. A los tres meses de estar casado con ella, sentado bajo mi dosel...
Tobías. ¡Quién tuviera un canuto para darle con un hueso de guinda en un ojo!
Malvolio. Llamo a los criados que me rodean, envuelto en mi bata de terciopelo recamado: acabo de levantarme del estrado en que dejé a Olivia durmiendo...
Tobías. ¡Fuego y azufre!
Fabio. ¡Silencio, silencio!
Malvolio. Luego, después de girar la vista en derredor con gravedad, como diciéndoles: sé cuál es mi puesto, y no olvidéis vosotros cuál es el vuestro, pregunto por mi deudo Tobías...
Tobías. ¡Voto al diablo!
Fabio. ¡Silencio, silencio, por Dios! ¡Calma!
Malvolio. Siete de mis criados, con un brinco de solícita obediencia, se lanzan en su busca; yo, entre tanto, frunzo el entrecejo, o doy cuerda a mi reloj, o juego con algún dije precioso. Entra Tobías y me hace una gran reverencia...
Tobías. ¿Y aún hemos de dejarle con vida?
Fabio. Callad, por favor.
Malvolio. Le alargo la mano así, dominando mi sonrisa familiar con una mirada austera de censura...
Tobías. ¿Y no te limpia entonces Tobías el hocico de un revés?
Malvolio. Diciendo: "Tío Tobías, mi destino, que me ha traído a brazos de vuestra sobrina, me autoriza para deciros..."
Tobías. ¿Qué? Oigamos.
Malvolio. "Que os curéis del vicio de la embriaguez."
Tobías. ¡Belitre!
Fabio. ¡Paciencia!, o daremos en tierra con nuestra treta.
Malvolio. "Además, derrocháis lastimosamente las horas preciosas con un hidalgo majadero..."
Andrés. Ése soy yo, tenedlo por seguro.
Malvolio. "Un tal don Andrés..."
Andrés. Bien sabía que era yo, pues no falta quien me llame majadero.
Malvolio. ¿Qué es esto? (Recogiendo la carta)
Fabio. La chocha se va acercando a la trampa.
Tobías. ¡Silencio, por Dios!, y que el genio de la burla le sugiera el leer en voz alta. Malvolio. ¡Por vida mía, que ésta es letra de mi señora! Son sus mismas ces, y sus úes, y sus tes; y así hace las pes mayúsculas. Es, sin duda alguna, su letra.
Andrés. ¿Sus ces, sus úes, sus tés? ¿A qué viene eso?
Malvolio. [Lee] Al amado desconocido, con mis mejores deseos. ¡Sus mismas palabras! Con tu permiso, lacre. ¡Calma! Y el sello es la Lucrecia con que acostumbra a sellar. Es de mi señora, no cabe duda. ¿A quién irá dirigido?
Fabio. Esto le rinde en cuerpo y alma.
Malvolio. [Lee] Los dioses bien saben Que adoro: ¿y a quién? Callemos, que es fuerza Que oculte mi bien. ¿Que oculte mi bien? ¿Qué sigue? ¡Cambia de metro! ¿Que oculte mi bien? ¡Si lo dijera por ti, Malvolio!
Tobías. ¡Que te emplumen por necio!
Malvolio. [Lee] Puedo mandar en quien adoro; emperoRudo el silencio, con oculta herida, Hiere mi pecho cual traidor acero: M, O, A, I, es dueño de mi vida.
Fabio. ¡Brava adivinanza!
Tobías. ¡Moza ingeniosa, a fe!
Malvolio. "M, O, A, I, es dueño de mi vida". Pero primero veamos, veamos, veamos. Fabio. Buen cebo le ha tendido.
Tobías. Y con qué alas se tira a él el gaznápiro.
Malvolio. "Puedo mandar en quien adoro". Cierto, puede mandar en mí: yo la sirvo; es mi señora. A fe que esto lo alcanza a comprender cualquier inteligencia medianamente despejada; lo que es esta parte no ofrece dificultad alguna. Veamos la conclusión... ¿Qué significará esta combinación alfabética? Si yo pudiese hallar alguna relación entre estos signos y alguna condición mía... Vamos despacio: M, O, A, I,...
Tobías. Eso es: a ver si lo aciertas. Ha perdido la pista.
Fabio. Sin embargo, el galgo no renuncia a la caza.
Malvolio. M... Malvolio, M... pues, así empieza mi nombre.
Fabio. ¿No dije que acertaría la adivinanza? Tiene buen olfato este gozque.
Malvolio. M... pero luego no hay correspondencia en lo que sigue; debería seguir una A, y no una O.
Fabio. Y acabará en ¡Oh!, según espero.
Tobías. Sí tal, o yo le pegaré hasta que chille: ¡Oh!
Malvolio. Luego, sigue una I.
Fabio. (...)
Malvolio. esta alusión no está tan clara como la anterior; y, sin embargo, si la forzara un poco, no dudo que se acomodaría a mi persona; pues todas estas letras figuran en mi nombre. ¡Poco a poco! Aquí viene una parrafada de prosa. (Lee)
"Si esta carta cayere en tus manos, medita. En cuanto a destino, soy superior a ti; pero no te arredre la grandeza. Unos nacen grandes, otros alcanzan grandeza, y a otros la grandeza se les echa encima. Tu destino te abre los brazos, échate en ellos con arrojo y brío; y para irte acostumbrando a la suerte que probablemente te espera, despójate de esa capa de humildad que te encubre y muéstrate otro. Sé caprichoso con cierto deudo, áspero con los criados; resuenen en tus labios argumentos de peso; haya singularidad en tu comportamiento.
Así te lo aconseja la que por ti suspira. Acuérdate de quién fue la que alabó tus medias amarillas, y manifestó el deseo de verte llevar siempre las ligas cruzadas: te digo que te acuerdes. Tienes hecha tu suerte; no falta más que cogerla; si no te atreves, véate yo mayordomo siempre, compañero de lacayos, e indigno de tocar la mano de la fortuna. Adiós. La que quisiera trocar oficios contigo, La feliz desdichada"
Está más claro que la luz del día; aquí no cabe duda. Seré orgulloso, leeré autores políticos, haré la contra a don Tobías, abandonaré todas mis relaciones ordinarias, seré la misma perfección.
En esto no me burlo de mí mismo, dejándome alucinar por la fantasía; pues todo tiende a indicar que mi señora me quiere. En efecto, no ha mucho celebró mis medias amarillas, y alabó mis ligas cruzadas; con lo cual se brinda a mi amor, y con cierta alusión sutil me obliga a vestir las galas que son de su gusto. Gracias a mi estrella soy venturoso. Seré singular, orgulloso, gastaré medias amarillas, y me cruzaré las ligas sin más tardanza que la que fuere menester para ponérmelas. ¡Loados sean los dioses y mi estrella! Hay todavía una posdata. (Lee)
"No puedes menos de adivinar quién soy. Si correspondes a mi amor, manifiéstalo sonriéndote: tus sonrisas te sientan bien; por lo tanto, te ruego, bien mío, que no dejes de sonreír en mi presencia".
¡Loado seas, oh Júpiter! Me sonreiré; haré todo cuanto me pidieres. (Vase)
Fabio. No cedería mi parte de esta burla por la mejor pensión que me pudiera señalar el gran Sofí.
Tobías. Sería capaz de casarme con esa moza sólo por haber tramado esta treta. Andrés. Y yo también.
Tobías. Y no pidiera con ella otro dote que una burla como ésta.
Andrés. Ni yo tampoco.
Tobías. ¿Quieres ponerme el pie en la nuca?
Andrés. Y en la mía también.
Tobías. ¿Quieres que juegue mi libertad a una partida de damas y me convierta en humilde esclavo tuyo?
Andrés. A fe; y yo también.
Tobías. Le has sumido en un sueño tal, que por fuerza se ha de volver loco cuando vea desvanecerse la visión.
María. Vamos, decidme la verdad: ¿le hace efecto?
Tobías. Lo mismo que a una comadrona un trago de aguardiente.
María. Pues si queréis ver luego el fruto de esta burla, notad su primera entrevista con mi ama: se presentará a ella con medias amarillas, color que abomina, y con las ligas cruzadas, moda que ella detesta; y se sonreirá al mirarla, lo cual se avendrá tan mal con la disposición de su ánimo, entregada como lo está a la melancolía, que no podrá menos de rebajarle notablemente en su opinión. Si queréis verlo, seguidme.
Tobías. Hasta las puertas del Tártaro, ingeniosa diablilla. Andrés. Yo seré también de la partida. (Vánse)