[El jardín de Olivia]
Olivia. Maridé tras él, y dijo que vendría. ¿Cómo he de agasajarle? ¿Qué daréle? Más fácil es comprar a un alma joven, que ablandarla con súplicas y ruegos. Hablo de más. ¿En dónde está Malvolio? Es grave y es cortés, y bien se aviene servidor de esta especie con mi estado. ¿En dónde está Malvolio, te pregunto?
María. Ya viene, señora, aunque de un modo extraño. Sin duda debe estar poseído, señora. Olivia. ¿Qué le ocurre, pues? ¿Delira?
María. No, señora; no hace más que sonreírse. Vuesamerced haría bien en tener a alguien cerca cuando venga, pues de fijo tiene trastornado el seso.
Olivia. Ve, corre en busca de él; dile que venga. (Váse María)
Mi seso igual enfermedad padece, si el loco alegre al triste se parece.
¿Qué tal, Malvolio?
Malvolio. [Se sonríe] ¡Hermosa dama! ¡Oh! ¡Oh!
Olivia. Pero ¿qué es eso, dime? ¿Te sonríes? Pensaba hablarte de un asunto serio. Malvolio. ¿Serio? ¡Señora! Gana tengo de estar serio: este cruzamiento de ligas produce cierto entorpecimiento en la sangre. Pero ¿qué importa? En agradando a los ojos de una, digo como aquel verdadero soneto: "En agradando a una, agrado a todas."
Olivia. Pero, Malvolio, ¿qué tienes? ¿Qué te pasa?
Malvolio. No negro de humor, aunque sí amarillo de piernas. En efecto, llegó a sus manos, y las órdenes serán cumplidas. Creo que conocemos la bella letra romana.
Olivia. ¿Te quieres ir a la cama, Malvolio?
Malvolio. ¿A la cama? Cierto, bien mío, y me tendrás a tu lado.
Olivia. ¡Válgate Dios! ¿Por qué te sonríes tanto, y te besas la mano tan a menudo? María. ¿Cómo os sentís, Malvolio?
Malvolio. ¡A la orden vuestra! Sí: los ruiseñores contestan a los grajos.
María. ¿Cómo osáis presentaros con tan ridicula impertinencia delante de la señora? Malvolio. "No te arredre la grandeza". Bien escrito estaba.
Olivia. ¿Qué quieres decir con eso, Malvolio?
Malvolio. "Unos nacen grandes..."
Olivia. ¿Cómo?
Malvolio. "Otros alcanzan grandeza..."
Olivia. ¿Qué dices?
Malvolio. "Y a otros la grandeza se les echa encima''
Olivia. ¡Dios te ayude!
Malvolio. "Acuérdate de quien alabó tus medias amarillas..."
Olivia. ¡Tus medias amarillas!
Malvolio. "Y manifestó el deseo de verte siempre con las ligas cruzadas."
Olivia. ¡Las ligas cruzadas!
Malvolio. "Tienes hecha tu suerte; no falta más que cogerla..."
Olivia. ¿Mi suerte?
Malvolio. "Si no te atreves, véate yo mayordomo siempre."
Olivia. ¡Válgame Dios! ¡Este hombre está loco rematado!
Criado. Señora, el paje del conde Orsino está de vuelta; apenas pude conseguir que volviese. Aguarda las órdenes de vuesamerced.
Olivia. Voy a verle. (Váse el Criado)
Querida María, haz que cuiden de este hombre. ¿Dónde está mi tío Tobías? Que tengan dos o tres de mis criados particular cuidado con él. No quisiera por la mitad de mi dote que se me desgraciara.
Malvolio. ¡Hola! ¡Ya va dando en el blanco! ¡Nadie menos que don Tobías ha de cuidar de mi persona! Esto concuerda exactamente con el contenido de la carta: le manda precisamente con objeto de que pueda contrariarle: me lo dice en su carta.
"Despójate, me dice, de esa capa de humildad que te encubre; sé caprichoso con cierto deudo; áspero con los criados; resuenen en tus labios argumentos de peso; haya singularidad en tu comportamiento". Y luego describe la manera en que esto se ha de hacer, a saber: con aspecto grave, con apostura venerable, lengua pausada, a manera de gran personaje, y así sucesivamente. La tengo enligada. Pero ¡todo es obra de los dioses, y hagan ellos que me muestre agradecido! Y ahora, al marcharse: "Haz que cuiden de ese hombre". ¡Hombre!, no Malvolio, o según mi tratamiento, sino "hombre". Está visto, hay en todo completa concordancia; de suerte que ningún grano de escrúpulo, ningún escrúpulo de escrúpulo, ningún obstáculo, ninguna circunstancia inverosímil o equívoca...
¿Qué se me podrá objetar? No puede haber nada que se interponga entre mí y el vasto horizonte de mis esperanzas. En fin, Júpiter es el autor de todo esto, y a él rindamos gracias.
Tobías. En nombre de todos los santos, decidme en dónde está. Aunque todos los demonios del infierno estuvieran reconcentrados en breve espacio, y estuviera poseído de la misma legión, no obstante, le hablaré.
Fabio. Aquí está, aquí está. ¿Cómo os sentís, hidalgo? ¿Qué tal os va?
Malvolio. Alejaos; os despido; dejadme disfrutar de la soledad. Alejaos.
María. ¿No oís con qué voz tan hueca habla dentro de él el enemigo? ¿No os lo dije? Don Tobías, mi señora os ruega que miréis por él.
Malvolio. ¡Hola, hola! ¿Conque eso quiere?
Tobías. ¡Silencio! ¡Silencio! Es menester que le tratemos con dulzura. Dejadme a mí. ¿Qué tal, Malvolio? ¿Cómo os sentís? Vamos, hombre, no os rindáis; resistid al demonio; considerad que es enemigo del género humano.
Malvolio. ¿Sabéis lo que decís?
María. ¡Mirad, mirad cuán a pecho lo toma cuando se habla del demonio! ¡Dios quiera que no le hayan hechizado!
Fabio. Llevad su orina a casa de la curandera.
María. A fe mía que se la he de llevar mañana en cuanto amanezca, si vivo. Mi señora no quisiera que se le desgraciara por todo el oro de las Indias.
Malvolio. ¿De veras, señora?
María. ¡Dios mío!
Tobías. Calla, por favor. Esto no se hace así. ¿No veis que le estáis enojando? Dejadme a solas con él.
Fabio. ¡Con dulzura!, ¡con dulzura! Mucha calma. El diablo es díscolo, y no se deja tratar con rudeza.
Tobías. ¿Que tal, buen mozo? ¿Cómo te va, pichón?
Malvolio. ¡Caballero!
Tobías. Ven acá, pimpollo. Vamos, hombre. No es digno de un hombre formal jugar a la gallina ciega con Satanás. ¡Fuera con ese inmundo carbonero!
María. Haced que rece, don Tobías, haced que rece una oración.
Malvolio. ¿Una oración, fregona?
María. ¿No lo ves? ¿No os lo dije? Reniega de la divinidad.
Malvolio. ¡Idos todos al diablo! Sois unos seres abyectos y mentecatos; no pertenezco a vuestra esfera. Luego sabréis algo más. (Váse)
Tobías. ¿Será posible?
Fabio. Si se representara esto en un teatro, lo tendría acaso por una ficción inverosímil. Tobías. Nuestra estratagema le tiene sorbido el seso.
María. Seguidle ahora, no sea que le dé el aire a nuestro ardid y se evapore.
Fabio. De esta hecha le volveremos loco de veras.
María. Más tranquila estará la casa.
Tobías. Venid; le encerraremos atado en un aposento obscuro. Mi sobrina está ya en la convicción de que está loco; podremos seguir con la broma, para diversión nuestra y escarmiento suyo, hasta que nuestro mismo pasatiempo, cansado y sin aliento, nos mueva a apiadarnos de él; ya ti, muchacha, te expediremos patente de reconocedora de locos. Pero ¡mirad!, ¡mirad!
Fabio. Más materia para un día de carnestolendas.
Andrés. Aquí tenéis el cartel de desafío; leedlo: yo respondo de que tiene sal y pimienta. Fabio. ¿Tan picante es?
Andrés. Ya lo creo: respondo de ello. Leed, leed.
Tobías. Dame. [Lee] "Mancebo, seas lo que fueres, no eres sino un bellaco".
Fabio. ¡Bien! ¡Muy valientel
Tobías. [Lee] "No te asombres ni te admires en tu imaginación de que te ponga tal mote, pues no te daré razón alguna para ello."
Fabio. Buena cláusula. Así os ponéis a salvo de la garra de la ley.
Tobías. [Lee] "Visitas a la señora Olivia, y delante de mí te trata con halago. Pero mientes por la gorja; aunque no es ésta la razón por que te desafío."
Fabio. Así: conciso y derecho.
Tobías. [Lee] "Te acecharé cuando vuelvas a tu casa, y si tienes la suerte de matarme..." Fabio. ¡Bien!
Tobías. [ Lee] "Me matarás a traición y villanamente."
Fabio. Siempre os mantenéis a barlovento de la ley: ¡bien!
Tobías. [ Lee] "Dios te guarde, y que él se apiade de una de nuestras dos almas. Podrá ser que se apiade de la mía; pero mi esperanza es más risueña, y por tanto, vive alerta. Tu amigo, según y conforme le tratares, y tu enemigo jurado,Andrés de Secorostro."
Si no le mueve esta carta, no le moverán sus piernas. Yo se la entregaré.
María. Buena ocasión se os presenta. Está ahora platicando con mi ama, y no tardará en marcharse.
Tobías. Ve, don Andrés, y acéchale como un alguacil a la vuelta del jardín. En cuanto le veas, desenvaina, y al desenvainar, reniega horriblemente; pues un voto redondo, echado a tiempo y con acento de matón, suele dar a un hombre más fama de valiente que le diera nunca la mayor prueba de bravura.
Andrés. Lo que es a renegar no me ganará nadie. (Váse)
Tobías. Me guardaré bien de entregar esta carta, pues el comportamiento del mancebo revela que es discreto y bien criado: el oficio que desempeña entre su amo y mi sobrina lo demuestra claramente; por lo tanto, esta carta no podrá infundir, por lo absurda que es, miedo alguno en el mozo, que verá que procede de un zote. En cambio, le comunicaré su reto por palabra; diré maravillas de la bravura de Secorostro; y haré formar al caballero, cuya juventud e inexperiencia fácilmente se dejarán engañar, una opinión atroz del coraje, de la destreza, furia y denuedo del otro. Esto producirá en ambos tal miedo, que se darán mutuamente la muerte con sus miradas, como basiliscos.
Fabio. Aquí viene con vuestra sobrina. Dejadles pasar hasta que se despida, y luego id al punto tras él.
Tobías. Discurriré entre tanto algún terrorífico exordio para el reto. (Vanse Don Tobías, Fabio y María)
Olivia. Bastante dije a un corazón de piedra, e incauta por demás mi honor expuse. Hay algo en mí que tal error reprende; pero es error tan terco y poderoso que de la débil reprensión se burla.
Viola. Cual la pasión en vos, así en el alma de mi señor la pena estragos hace.
Olivia. Llevad por mí esta joya: es mi retrato; no lo rehuséis, no os cansará con charlas. Os ruego que volváis mañana a verme. ¿Qué me podréis pedir que yo os negare, no siendo de mi honor en menoscabo?
Viola. Esto no más: vuestra alma para el conde.
Olivia. ¿Cómo con honra puedo darle aquello que ya os he dado a vos?
Viola. Yo os dejo libre.
Olivia. Vuelve mañana. Adiós. ¡Demonio tierno! ¡Contigo fuera alegre al mismo infierno!
(Váse)
Tobías. Dios te guarde, hidalgo.
Viola. Y a vos, caballero.
Tobías. Ten a mano las armas que llevares contigo: no sé de qué índole son las ofensas que le has hecho; pero tu acechador, lleno de coraje, sangriento como el cazador, te aguarda a la vuelta del jardín. ¡Saca tu acero! ¡Ármate de brío!, pues tu contrincante es ágil, diestro y mortal.
Viola. Os engañáis, hidalgo: estoy seguro que nadie piensa en reñir conmigo. No conservo en mi memoria imagen ni recuerdo de agravio inferido a hombre alguno.
Tobías. Os desengañaréis en breve, os lo aseguro. Conque, si es que estimáis en algo vuestra vida, poneos en guardia, pues vuestro adversario tiene de su parte cuantas ventajas puedan dar a un hombre juventud, fuerza, destreza y coraje.
Viola. Por favor, hidalgo, decidme quién es.
Tobías. Es un caballero armado con espada sin mella, y en campo alfombrado; pero un verdadero demonio en achaque de desafíos: ha divorciado ya a tres cuerpos de sus almas, y su cólera es tan implacable en este instante, que no admitirá otra satisfacción que muerte y sepultura. ¡Cis, zas!; tal es su consigna: donde las dan las toman.
Viola. Volveré a entrar en la casa y pediré auxilio a la señora. Yo no soy camorrista. He oído hablar de ciertos hombres que se entretienen en trabar "de intento pendencias con otros, a fin de probar su valor: me temo que éste sea uno de aquéllos.
Tobías. No, señor: su enojo procede de una injuria grave; conque id allá y satisfaced su deseo. Lo que es a la casa no habéis de volver, a menos que queráis emprender conmigo lo que con no menos seguridad pudierais a justar con él: conque vamos allá, o desnudad de pomo a punta vuestra espada; pues es cosa resuelta que tenéis que reñir o renunciar a ceñir acero.
Viola. El lance es tan descortés como extraño. Os ruego que me hagáis la merced de informaros de ese caballero en qué le he podido ofender: sin duda habrá sido por inadvertencia, no de intento.
Tobías. Quiero complaceros en eso. Señor Fabio, quedaos con el hidalgo hasta que yo vuelva. (Váse)
Viola. Decidme, hidalgo: ¿tenéis alguna noticia de esta pendencia?
Fabio. Sé que ese caballero está enfurecido con vos hasta el extremo de hacerlo cuestión de vida o muerte; pero ignoro las demás circunstancias.
Viola. Y decidme: ¿qué clase de hombre es?
Fabio. A juzgar por su exterior, no parece ni con mucho tan formidable como le hallaréis, sin duda, al poner a prueba su valentía. Es, en verdad, el más diestro, sangriento y fatal adversario que hubierais podido encontrar en toda Iliria. ¿Queréis ir a su encuentro? Os ayudaré a hacer las amistades con él, si puedo.
Viola. Os lo agradeceré en el alma. Por mi parte, estoy más a gusto entre letrados que entre soldados; y no me importa que me tachen de prudente. (Vanse)
Tobías. Hombre, te digo que es el mismísimo demonio: no vi en mi vida tan diestro espadachín. Le di un pase con la espada en la vaina; y tira cada estocada, y con tan mortal intención, que no hay quien la evite. Al parar, os devuelve el golpe con más seguridad que tocan vuestros pies el suelo que pisan. Dicen que ha sido maestro de esgrima del Gran Turco.
Andrés. ¡Pese a mi casta! No me meteré yo con él.
Tobías. Sí; pero es el caso que no se deja apaciguar: Fabio apenas puede sujetarle allá abajo. Andrés. ¡Voto va! A haber sabido que era tan valiente y tan diestro esgrimidor, dejara que cargara el demonio con él antes que retarle. Haced de modo que dé la riña por conclusa, y te regalaré mi caballo tordo Capuleto.
Tobías. Le haré la proposición. Quedaos ahí, y haced semblante de valiente: esto acabará sin perdición de almas. [Aparte] A fe, a fe, que le pondré la silla a tu caballo tan bien como a ti la albarda.
[A Fabio] Ya me da su caballo por arreglar la pendencia. Le he hecho creer que el mancebo es un demonio.
Fabio. No tiene éste menos horrible aprensión del otro, y tiembla y palidece como si tuviera un oso a los talones.
Tobías. [A Viola] No hay remedio, hidalgo; quiere reñir con vos sólo porque lo ha jurado. Aunque en lo que toca a la pendencia con vos, lo ha pensado mejor, y dice que la cosa no vale la pena de que se hable de ello. Conque, desenvainad para que no falte a su juramento. Asegura que no os hará daño.
Viola. [Aparte] (¡Dios me proteja! La menor cosa bastara para que les dijera lo que me falta para ser hombre.)
Fabio. Cejad, si veis que se pone furioso.
Tobías. Vamos, don Andrés, no hay remedio: por la negra honrilla se empeña el caballero en dar un pase con vos: las leyes del duelo se lo imponen; pero me ha prometido, a fe de caballero y de soldado, que no os hará daño. ¡Vamos! ¡En guardia!
Andrés. Dios quiera que cumpla su palabra.
Viola. Sucede a mi pesar, os lo aseguro. (Sacan las espadas)
Antonio. Guardad la espada. Si este joven hizo ofensa alguna, yo respondo de ella. Si le ofendisteis, yo por él os reto.
Tobías. ¿Vos, hidalgo? ¿Y quién sois vos?
Antonio. Un hombre que osa hacer por sus amigos lo que su lengua por modestia calla. Tobías. Si sois camorrista, soy con vos. (Sacan las espadas)
Fabio. ¡Teneos, buen don Tobías! Aquí viene la justicia.
Tobías. [A Antonio] Nos veremos después.
Viola. [A Don Andrés] Os ruego, hidalgo, que envainéis ese acero, si os place.
Andrés. A fe mía, hidalgo, que lo he de hacer; y en cuanto a lo que os prometí, cumpliré mi palabra. Os llevará a gusto, y es blando de boca.
Alguacil 1. Éste es, prendedle.
Alguacil 2. Antonio, te prendo por orden del conde Orsino.
Antonio. Os engañáis, hidalgo.
Alguacil 1. No me engaño: bien reconozco, hidalgo, vuestra cara, aunque cubierta la cabeza ahora no llevéis con la gorra de marino. Prendedle; sabe bien que le conozco.
Antonio. Es fuerza obedecer. [A Viola] Esto me viene de iros siguiendo a vos; mas no hay remedio: caro me costará. ¿Qué haréis ahora que trance tan cruel me pone en caso de pediros mi bolsa? Más lo siento por lo que hacer no puedo en vuestra ayuda que por mi propia causa. Estáis perplejo; mas ánimo cobrad.
Alguacil 2. Venid, hidalgo.
Antonio. Parte de aquel dinero necesito.
Viola. ¿De qué dinero habláis? Movido en parte por la amistad de que me disteis prueba, y en atención a vuestro actual apuro, quiero prestaros parte de mi pobre mísero haber: escasa es mi fortuna; mas partiré con vos lo que me resta. Tomad: es la mitad de cuanto llevo.
Antonio. ¡Cómo! ¿Os negáis ahora? ¿Y es posible que no os persuadan beneficios tantos? ¡Oh, no apuréis a un mísero! No sea que olvide mi decoro hasta el extremo de echaros las mercedes y favores que os hice en cara.
Viola. Yo no sé de ninguno ni vuestra cara, ni esa voz recuerdo. Odio la ingratitud en pecho humano aun más que la mentira, que el orgullo, que la embriaguez, que la jactancia necia, o vicio alguno, cuya vil ponzoña la débil sangre infecta.
Antonio. ¡Cielos santos!
Alguacil 2. Venid, hidalgo, no os paréis os ruego.
Antonio. Dejadme que hable un rato. A este joven libré yo de las garras de la muerte; dile socorro con amor tan santo, y hasta adoré su imagen, en que oculta hallar creí virtud esclarecida.
Alguacil 1. ¿Qué nos importa? El tiempo vuela, vamos.
Antonio. ¡Y el dios en tan vil ídolo se trueca! Deshonras, Sebastián, tan noble traza. Sólo en natura es infame el torpe pecho; el hombre ingrato solo es contrahecho: beldad es la virtud; maldad lozana negro ataúd que pérfido engalana.
Alguacil 1. Se vuelve loco, a fe: llevadle al punto. Venid, venid, hidalgo.
Antonio. Conducidme,
Viola. Habla con tal fervor, que en su quebranto se cree a sí mismo: no hago yo otro tanto. ¡Oh hermano!, ¡que se cumpla mi recelo, y que por ti me tomen quiera el cielo!
Tobías. Ven aquí, hidalgo; ven aquí, Fabio; reflexionemos sabiamente un rato, y pongámonos de acuerdo.
Viola. A Sebastián nombró, tal vez no en vano, pues soy espejo vivo de mi hermano. En todo igual adorno, igual color y hechura; que es él a quien imito. ¡Si así fuera, por mansos viento y olas bendijera! (Váse)
Tobías. Es un muchacho ruin y sin honra, y más cobarde que una liebre. Prueba su deshonra el hecho de dejar a su amigo en apuro y negarle su amistad; y en cuanto a su cobardía, preguntádselo a Fabio.
Fabio. Es un cobarde, un cobarde devoto: es religioso en la cobardía. Andrés. ¡Pese a mi casta! Le voy a seguir y a darle una paliza.
Tobías. Hazlo: dale recio con los puños; pero no saques la espada. Andrés. Si no lo hago... (Váse)
Fabio. Vamos a ver en qué para.
Tobías. Te apostaré lo que quieras que no llegará la sangre al río. (Váse)
Acto cuarto