[Delante de la casa de Olivia]
Fabio. Si me quieres, Bufón, enséñame su carta.
Bufón. Querido señor Fabio, dejad que os pida otro favor.
Fabio. Pídeme lo que quieras.
Bufón. No me pidáis que os enseñe esta carta.
Fabio. Esto es como regalarme un perro y pedirme en recompensa el mismo perro otra vez.
(Salen el Duque, Viola, Curio y otros) Duque. ¿Sois de la servidumbre de la señora Olivia, amigos? Bufón. Sí, señor; formamos parte de sus trastos domésticos. Duque. Te conozco muy bien. ¿Qué tal te va, buen hombre? Bufón. A fe, señor, bien con mis enemigos y mal con mis amigos. Duque. Al contrario; bien con tus amigos.
Bufón. No, señor, mal.
Duque. ¿Pues cómo es eso?
Bufón. Ello es, señor, que mis amigos me alaban y me convierten en asno; en cambio, mis enemigos me dicen claramente que soy un borrico: de suerte que por mis enemigos gano en conocimiento de mí mismo, y por mis amigos me pongo en ridículo. De suerte que, siendo las conclusiones como besos, si cuatro negativas hacen dos afirmativas, resulta que me va bien con mis enemigos y mal con mis amigos.
Duque. A fé que esto es excelente.
Bufón. Nada de eso, señor, por más que os plazca ser uno de mis amigos.
Duque. Pero no quiero que pierdas nada por mí; toma esta moneda de pro.
Bufón. Si no hubiera algo de doblez en la acción, os pediría que doblaseis esta moneda. Duque. ¡Oh!, me das malos consejos.
Bufón. Meted vuestra bondad en vuestro bolsillo, por esta vez no más, y dejad que vuestra carne y sangre la obedezcan.
Duque. Pues pecaré hasta el extremo de obrar con doblez: toma otra.
Bufón. No es mal juego, señor, el de a la una, a las dos, a las tres; y, como dice el antiguo adagio, a la tercera va la vencida. No hay compás más alegre que el compás de tres; acordaos del repique de las campanas de San Benito: una, dos, tres.
Duque. No me sonsacarás más dinero de esta hecha. Si quieres anunciar a tu ama que deseo hablarla, y logras traerla contigo, ello tal vez podrá ser parte para despertar mi liberalidad.
Bufón. Pues arrullad a vuestra liberalidad hasta que vuelva. Voy, señor, aunque no quisiera que pensarais que mi deseo de tener es codicia. Pero, como vos decís, que dé unas cabezadas vuestra liberalidad; no tardaré en despertarla. (Váse)
Viola. Éste es el hombre a quien amparo debo.
Duque. Y bien recuerdo aquella cara suya. La última vez que yo la vi, tiznada estaba y negra como el dios Vulcano del humo de la guerra. De una triste nave era capitán, inapreciable por su pequeño porte y corta cala; con ella, empero, a la más noble quilla de nuestra armada se aferró tan crudo, que hubo de honrarle y de gritarle vítor la misma envidia y voz de la derrota. ¿Qué ocurre?
Alguacil 1. Orsino, éste es aquel Antonio que el "Fénix" os quitó con cargamento; éste es quien abordara el "Tigre" cuando perdió la pierna vuestro deudo Tito. Aquí en las calles, temerario y rudo prendímosle, trabado en una riña.
Viola. Se puso de mi parte y dióme amparo; mas luego, Alteza, hablóme tan confuso, que dijo no sé qué; locura, creo.
Duque. ¡Ladrón de mar! ¡Indómito pirata! ¿Qué necio arrojo así a merced te puso de quien en tan sangriento y rudo encuentro trocaste en enemigo?
Antonio. ¡Noble Orsino! Ladrón pirata no fue nunca Antonio, aunque confieso que con harta causa enemigo de Orsino. Aquí me atrajo mágica fuerza. A aquel rapaz ingrato libré de la espumante y fiera boca del mar airado. Presa de la muerte le di la vida y mi amistad con ella; le di mi amor sin límite ni freno; el alma le entregué; por causa suya, por puro amor hacia él, me expuse sólo de esta ciudad adversa a los peligros. En su defensa desnudé la espada, viéndole acometido; y siendo preso, le dio descaro su falaz astucia para negar nuestra amistad y trato, y en un guiñar de párpados trocóse en un ser remoto, me negó mi bolsa, mi propia bolsa que minutos antes déjele para su uso.
Viola. ¡Lance extraño! Duque. ¿Y cuándo vino aquí?
Antonio. Señor, hoy mismo; y por espacio de tres meses antes vivimos siempre juntos, noche y día, ni un punto, ni un instante separados.
Duque. Ya viene la condesa: el cielo ahora huella la tierra. En cuanto a ti, buen hombre, locura es lo que dices: ha tres meses que este mancebo a mi servicio se halla. Luego hablaremos de ello; retiradle.
Olivia. ¿En qué serviros puede Olivia, alteza, no siendo en cosa que os esté vedada? vuestra palabra no cumplís, Cesario.
Viola. Señora mía...
Duque. Encantadora Olivia...
Olivia. ¿Qué contestáis, Cesario? Alteza...
Viola. Mi dueño quiere hablar: callar me cumple.
Olivia. Si es algo, Alteza, sobre el tema antiguo, tan poco grato es a mi oído como tras música ladridos.
Duque. ¡Siempre cruel!
Olivia. Siempre constante, Alteza.
Duque. ¡Sí, constante en la perversidad! Beldad tirana, en cuyo ingrato altar, jamás propicio, mi alma exhaló los más sinceros votos que nunca fe prestó, ¿qué quieres que haga?
Olivia. Lo que mejor le cuadre a Vuestra Alteza.
Duque. ¿Por qué, si alma tuviese para hacerlo, como el ladrón egipcio en la hora extrema, No hubiera de matar al bien que adoro? ¡Bárbaros celos que hasta en nobles rayan!
Pero esto oíd: ya que desdén tan sólo mi fe os arranca, y pues conozco en parte al instrumento que me saca artero del puesto a mí debido en vuestra gracia, vivid, tirana de marmóreo pecho. Pero esta prenda, a quien amáis, me consta, y a quien, lo juro al cielo, estimo en mucho, sabré arrancar de vuestros crueles ojos, donde se entronizó a despecho de su dueño. Vente, rapaz, conmigo. Mis entrañas rebosan de crueldad. Por darte enojos, alma de grajo en tórtola escondida, a esta ovejita quitaré la vida.
Viola. Y yo contento iré, jovial, gozoso, a muertes mil por que logréis reposo.
Olivia. ¿Dónde, Cesario?
Viola. Tras el bien que quiero más que a mis ojos y que al mundo entero; más, mucho más, mil veces, que mi vida, cual nunca amar podré a mujer nacida. Si disimulo, mi falaz engaño castigue el cielo con rigor extraño.
Olivia. ¡Ay, infeliz de mí! ¡Que así me engañe!
Viola. ¿Quién os engaña? ¿Quién os hace ofensa?
Olivia. ¿Así te olvidas? Que hace una hora piensa. Llamad al padre. (Váse un criado) Duque. Ven.
Olivia. ¿Señor, á donde? Cesario, esposo, ¿dónde vas?: responde.
Duque. ¡Esposo!
Olivia. ¡Esposo! Niégalo, perjuro,
Duque. ¿Su esposo tú?
Viola. No tal, señor, lo juro.
Olivia. ¡Ay, triste!, la bajeza de tu miedo a sofocar te obliga tu decoro. Nada temas, Cesario; a tu fortuna Abrázate resuelto; sé quién eres e igual serás al que te causa espanto.
¡Oh, bienvenido, reverendo padre! Te encargo por tu santo ministerio, que aquí declares (aunque ha poco rato nos propusimos mantener oculto lo que revela la ocasión ahora antes que esté maduro) lo que sabes que hubo entre mí y aquel mancebo ha poco.
Sacerdote. De eterna fe y amor contrato estrecho, con mutua unión de manos confirmado, atestiguado con un santo beso, fortalecido con trocar de anillos, y de esta unión la ceremonia toda sellada por mi cargo y testimonio. De cuándo acá dice el reloj que anduve dos horas sólo de mortal jornada.
Duque. ¿Qué no serás, hipócrita taimado, cuando de gris tu frente el tiempo siembre? ¿O crecerá tu astucia tan ladina, que causa sea de tu propia ruina? Tómala, adiós, y vuelve tus pisadas donde jamás te alcancen mis miradas.
Viola. Juro, señor...
Olivia. No jures; bien conviene alguna fe en quien tanto miedo tiene.
Andrés. ¡Un cirujano, por amor de Dios! Y enviad uno pronto a don Tobías.
Olivia. ¿Qué ocurre?
Andrés. Me ha descalabrado, y don Tobías ha sacado de la refriega una crisma ensangrentada. Por el amor de Dios, prestadme ayuda. Diera cuarenta escudos por estar en mi casa.
Olivia. ¿Quién ha hecho eso, don Andrés?
Andrés. El paje del conde, un tal Cesario. Le teníamos por cobarde, y es el mismo diablo en persona.
Duque. ¿Mi paje Cesario?
Andrés. ¡Voto a mi casta, aquí está! Me habéis roto la cabeza por nada, pues lo que hice lo hice a instigación de don Tobías.
Viola. ¿Por qué eso a mí? No os hice daño nunca; sin causa el hierro contra mí sacasteis, mas yo os hablé cortés; no os hice nada.
Andrés. Si darle a uno una crisma ensangrentada es hacerle daño, vos me habéis hecho daño. Me parece que no dais importancia alguna a una crisma ensangrentada.
Aquí viene don Tobías cojeando; ya oiréis algo más. A no haber estado él borracho, a fe que te hubiera hecho bailar otra danza.
Duque. ¿Qué tal, hidalgo? ¿Cómo os va?
Tobías. Es igual; me ha herido, y santas pascuas. ¿Zote, has visto al maestro cirujano, zote? Bufón. Hace una hora, don Tobías, que está borracho. A las ocho de la mañana ya habían anochecido sus ojos.
Tobías. Es un picaro, entonces, un lirón. Detesto a esos picaros borrachos.
Olivia. Lleváosle. ¿Quién fué el autor de esta desgracia?
Andrés. Yo os ayudaré, don Tobías, pues nos van a vendar juntos.
Tobías. ¿Vos ayudarme? ¡Quita allá, asno, fatuo, bellaco, bellaco cobarde, ganso!
Olivia. Llevadle a la cama y que le curen las heridas. (Vanse el Bufón, Don Tobías, Don Andrés y Fabio)
Sebastián. Me duele haber herido a vuestro deudo; mas, aunque hubiese sido hermano mío, a obrar con discreción y con cautela, no pudiera por menos. Noble dama, que me miráis con extrañeza advierto, lo cual me prueba que os he hecho ofensa. Olivia, perdonadme por los votos que hicimos mutuamente ha poco rato.
Duque. ¡Un rostro, traje y voz, y dos personas! Ilusión natural que es y no es cierta. Sebastián. ¡Antonio mío! ¡Oh mi querido Antonio! ¡Con qué rigor tratáronme las horas Desde que te perdí!
Antonio. Decid: ¿por dicha Sois Sebastián?
Sebastián. ¿Dudarlo puede Antonio?
Antonio. Pues ¿cómo os dividisteis de vos mismo? No se parece tanto un huevo a otro como estas dos criaturas. ¿Cuál, pregunto, es Sebastián?
Olivia. ¡Oh rara maravilla!
Sebastián. ¿Seré yo aquél? No tuve hermano nunca; y no es mi ser de tan divina esencia que pueda estar aquí y en todas partes. Tuve una hermana a quien las ciegas ondas del piélago engulleron. Reveladme por compasión, ¿qué vínculo nos une, de qué nación, qué estirpe, sois, qué nombre?
Viola. De Mesalina; fué Sebastián mi padre; y Sebastián llamábase mi hermano. Si pueden revestirse los espíritus de forma y traje, vienes a espantarnos.
Sebastián. Soy en efecto espíritu; no obstante, voy revestido de la corpórea forma que en el materno seno me fué dada. Fuerais mujer, pues lo demás concuerda, vuestra mejilla en lágrimas bañara, diciendo: ¡Salve» hermana Viola!
Viola. Tuvo un lunar mi padre aquí en la frente.
Sebastián. También el mío.
Viola. Y falleció aquel día en que cumplió su Viola trece abriles.
Sebastián. Vivo en el alma guardo aquel recuerdo. Al fin llegó de su mortal jornada cuando cumplió mi hermana trece abriles.
Viola. Si nada estorba nuestra mutua dicha sino este traje varonil que usurpo, los brazos no me des mientras no afirme, concuerde y pruebe cada circunstancia que Viola soy; y para confirmarlo, llevaros quiero a casa de un marino que se halla en la ciudad, en donde queda mi traje de doncella. Con su ayuda Logré salvarme, entrando de este noble duque al servicio; y cuantos incidentes registra desde entonces mi fortuna, han sido entre esta dama y este duque.
Sebastián. [A Olivia] Al parecer, señora, os engañasteis. Aunque natura en esto obró cual suele, os queríais casar con una virgen; y a fe que en eso no sufrís engaño, pues con un corazón virgen os casasteis.
Duque. No os turbéis; nació de sangre noble. Si esto es así, cual lo atestigua todo, tendremos parte en tan feliz naufragio.
[A Viola]
Rapaz, mil y mil veces me dijiste que como a mí nunca a mujer amaras.
Viola. Y lo que entonces dije juro ahora, y lo jurado guardaré tan firme, cual la celeste bóveda la lumbre que el alba del crepúsculo separa.
Duque. Dame la mano y deja que te vea en tus virgíneas galas.
Viola. Dilas luego al capitán que a tierra aquí me trajo, quien preso está, no sé por qué motivo, a instancia de Malvolio, gentilhombre de la alta servidumbre de esta dama.
Olivia. Pondránle al punto en libertad. Que venga Malvolio aquí. ¡Mas, ay, me acuerdo ahora Que dicen que está loco el desdichado!
Mi propio frenesí, que tal me tuvo, El suyo desterró de mi memoria. ¿Qué hace, Bufón?
Bufón. A fe, señora mía, hace cuanto le es posible hacer a un hombre en su estado por tener a raya a Belcebú. Os ha escrito esta carta; os la hubiera debido entregar esta mañana; pero como la epístola de un loco no es ningún evangelio, no corre gran prisa el entregarla.
Olivia. Ábrela y lee.
Bufón. No podréis menos de quedar edificados, oyendo al bufón interpretar al loco.
(Lee)
"Vive Dios, señora..."
Olivia. ¿Qué es eso? ¿Estás loco?
Bufón. No, señora; no hago más que leer locuras. Si quiere vuestra señoría que lo haga como es debido, es menester que dé rienda suelta a mi voz.
Olivia. Te ruego que la leas con sano juicio.
Bufón. Tal hago, mi señora; mas para dar a sus palabras su verdadero sentido, es fuerza leerlas así. Por tanto, reflexionad, princesa, y prestadme atención.
Olivia. Léela tú, Fabio.
Fabio. [Lee]
"Vive Dios, señora, que me ultrajáis; y lo ha de saber el mundo. Aunque me habéis encerrado en un calabozo tenebroso, bajo la custodia de vuestro tío borracho, no obstante estoy tan en uso de razón como vuestra Señoría. Guardo en mi poder la carta, escrita de vuestro puño y letra, que me indujo a tan extraño comportamiento; con la cual estoy seguro de que podré justificarme a mí mismo y avergonzaros a vos. Pensad de mí lo que queráis. Me olvidopor un instante del respeto que os debo, y hablo movido por el ultraje que se me ha inferido.El locamente tratado Malvolio."
Olivia. ¿Y es él quién esto escribe?
Bufón. Es él, señora.
Duque. A fe que su estilo no es de loco.
Olivia. Fabio, hazle soltar, y tráele a mi presencia. (Váse Fabio)
Alteza, si os pluguiere, tras madura, sensata reflexión, considerarme, antes que como esposa, como hermana, celébrese algún día esta alianza, si os place, aquí en mi quinta y a mi costa.
Duque. Con gusto acepto vuestra oferta, Olivia.
[A Viola]
En libertad os deja vuestro dueño. Por el servicio que le habéis prestado, a vuestro blando sexo tan opuesto, tan inferior a vuestras nobles prendas e innata gentileza, y ya que dueño durante tanto tiempo me llamasteis, mi mano os doy: seréis desde este día dueña de vuestro dueño.
Olivia. ¡Hermana mía!
Duque. ¿Es éste el loco?
Olivia. Éste es, señor, Malvolio. ¿Qué hay, Malvolio?
Malvolio. Señora, me habéis hecho ultraje, notorio ultraje.
Olivia. ¿Yo, Malvolio? Nunca.
Malvolio. Señora, vos. Leed esta carta, os ruego. No me osaréis negar que es letra vuestra.
Si sois capaz de hacerlo, en otro estilo trazad con otra letra estos renglones. Negad que es vuestro el sello y la inventiva. No, no podéis.
Pues confesadlo entonces; y por la fe de vuestro honor, decidme: ¿Por qué me disteis pruebas tan patentes de estima y de favor? ¿Por qué mandasteis Que a vos me presentara sonriendo, con medias amarillas, como os gusta, y las ligas cruzadas? ¿Que tratara con desdeñoso orgullo a don Tobías y a la menuda gente? Y al cumplirlo con celo humilde, lleno de esperanza, ¿Cómo pudisteis consentir que en negra lóbrega cárcel me tuvieran preso, que fuera a verme el cura, y que atrevidos me convirtieran en insigne ganso y en el necio mayor con quien la mofa Se divirtió jamás? ¿Por qué?, decidme.
Olivia. Mira, Malvolio, que ésta no es mi letra, aunque muy parecida, lo confieso. Sin duda alguna es letra de María. Y fué ella misma, lo recuerdo ahora, quien primero me habló de tu locura. Luego llegaste sonriendo, en traje igual al que en la carta te alabaron. Sosiégate, por Dios. Pesada burla es la que te han jugado; mas te juro que cuando sepa los autores de ella, serás tu mismo juez y demandante en causa propia.
Fabio. Noble dama, oídme; Y no dejéis que empañe de esta hora el brillo, que contemplo con asombro, reyerta por venir ni crudo enfado.
En la esperanza de que así suceda, confieso con lealtad que yo y Tobías contra Malvolio urdimos esta burla, movidos a rencor por su aspereza y trato descortés. La consabida carta escribió María, importunada por don Tobías con ardiente ruego, quien dióla en pago mano y fe de esposo. La festiva malicia con que a cabo llevamos nuestro plan, más bien provoca a risa que a venganza, si se tiene en cuenta los agravios inferidos por una y otra parte, noble dama.
Olivia. ¡Ay infeliz: cómo se burlaron de ti!
Bufón. Ya se ve, "unos nacen grandes, otros alcanzan grandeza, y a otros la grandeza se les echa encima". También desempeñé mi papel en este entremés, hidalgo: representé a un cierto padre Matías; pero todo es uno. "Vive Dios, bufón, que no estoy loco!" Pero ¿no os acordáis? "Señora, no comprendo cómo os puede divertir un bellaco tan sin gracia; si no os reís, se le traba la lengua". Así es como se venga esa perinola, el tiempo.
Malvolio. Yo sabré vengarme de la cuadrilla entera. (Vase)
Olivia. La broma ha sido por demás pesada.
Duque. Corred tras él; tratad de apaciguarle: Aun no nos dio del capitán noticia. Después de hablar con él, y cuando el tiempo propicio nos convide, nuestras almas Solemne unión celebrarán gozosas. De aquí no nos iremos entre tanto, Hermosa dama. Ven, Cesario mío; pues tal serás en tanto que hombre fueres; mas cuando te revistas de otras galas, serás de Orsino esposa, y reina mía.
Bufón.
(Canta)
Cuando era yo rapaz y pequeñuelo,
¡Voto va con el viento y la lluvia!,
Vivía alegre sin pesar ni duelo;
Y es que todos los días diluvia.
Ya fuí mayor y vi que a los ladrones,
¡Voto va con el viento y la lluvia!,
Cerraban todos puertas y cajones;
Y es que todos los días diluvia.
Cuando tomé mujer en día infando,
¡Voto va con el viento y la lluvia!,
En vano quise prosperar holgando;
Y es que todos los días diluvia.
Y cuando me iba del figón al lecho,
¡Voto va con el viento y la lluvia!,
Galera parecía en mar deshecho;
Y es que todos los días diluvia.
Ha siglos que anda el mundo como andaba,
¡Voto va con la lluvia y el viento!,
Pero es todo uno: aquí la pieza acaba;
Y es que todos los días, no miento,
Trataremos de daros contento. (Váse)