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EL FUTURO DE LOS MÉDICOS
Cesarea, San Francisco. Moshe Shoham, el director del laboratorio de robótica de la Facultad de Ingeniería Mecánica del Instituto Tecnológico de Israel, conocido como el Technion, es uno de los hombres que —sin hacer mucho ruido— están reinventando la medicina moderna. Yo no sabía de su existencia hasta que alguien me alertó de que Shoham está desarrollando un minirrobot del tamaño de un grano de arroz que muy pronto podrá limpiar las arterias del cuerpo humano, de la misma manera en que lo hacen los robots que limpian las piscinas o los pisos de las casas. Cuando me lo contaron, se oía como algo sacado de un libro de ciencia ficción. Pero al leer su biografía decidí que había que tomarlo en serio: Shoham ya había registrado más de 30 patentes internacionales de medicina robótica y máquinas inteligentes, y una de las empresas que había fundado, Mazor Robotics, se cotizaba en la bolsa de Nueva York con una valuación de mercado estimada en 550 millones de dólares.
Shoham me citó en la sede de Mazor Robotics en Cesarea, a una hora de viaje en automóvil al norte de Tel Aviv. Sus oficinas estaban en un parque industrial repleto de empresas farmacéuticas, de ingeniería y computación y no tenían nada de ostentoso. Por el contrario, estaban en un edificio austero que ni siquiera tenía un mostrador de atención al público en la planta baja. Cuando llegué al edificio, lo único que encontré en la recepción era una mujer limpiando el piso con una escoba que me llevó al ascensor y marcó el segundo piso.
Las oficinas de Mazor Robotics eran un hervidero de actividad. Mientras esperaba a Shoham en una sala de estar, vi a más de una docena de ingenieros y científicos yendo y viniendo por los pasillos a toda velocidad. La mayoría de ellos eran menores de 40 años y muchos vestían jeans o bermudas y sandalias. Entraban y salían de cubículos donde se encerraban para acaloradas reuniones de trabajo, rodeados de pizarras en las paredes repletas de anotaciones que —según me explicaron después— eran fechas de vencimiento de tareas pendientes. A pesar de lo informal de sus vestimentas, parecían ser un grupo bastante estructurado.
La entrevista no empezó muy bien. Shoham, de unos 65 años, era un hombre de hablar pausado y modales modestos. Vestía una camisa blanca algo arrugada y llevaba una kipá, el gorrito bordado que llevan los judíos religiosos. En su pequeña oficina reinaba la austeridad: sólo había una mesa grande con varias sillas de plástico y pósteres de la espina dorsal y las extremidades del cuerpo humano pegados en las paredes. Parecía un tanto incómodo en su rol de entrevistado. Cuando le pregunté sobre su vida personal, me contó a regañadientes que había estudiado ingeniería aeronáutica y mecánica en el Technion y que luego había fundado un laboratorio de robótica en la Universidad de Columbia en Nueva York, donde fue profesor durante varios años, hasta que decidió regresar a Israel porque quería que sus hijos se educaran en su país natal. Ahí fundó Mazor Robotics, cuyo robot-cirujano de la columna vertebral, llamado Renaissance, ya ha realizado más de 25 000 operaciones en más de 150 hospitales de Estados Unidos.
Acostumbrado a los emprendedores que alardean sobre sus inventos, le pregunté a Shoham sobre su treintena de patentes internacionales —más que las registradas en años recientes por toda la población de varios países—, pero para mi sorpresa no quiso hablar mucho del tema. Hablaba de sus innovaciones como si todas hubieran sido proyectos colectivos, en las que él sólo había desempeñado un pequeño papel. Y cuando comenzamos a hablar del tema por el que había venido —su minirrobot para destapar tuberías del cuerpo humano, que estaba desarrollando a través de otra empresa llamada MicroRobotics—, Shoham me miró desconcertado al notar que yo no estaba tomando nota de los nombres de los varios cofundadores del proyecto que me estaba dictando. Le expliqué que no tendría espacio en este libro para entrar en tantos detalles, pero Shoham no aceptó mi disculpa: me dijo con amabilidad, pero con firmeza, que era su obligación moral darme todos los nombres de quienes estaban desarrollando el microrrobot, y siguió dándome sus nombres, esperando que yo los anotara. De manera que, resignado, opté por tomar nota de los mismos, consciente de que sería la forma más rápida de proseguir con la entrevista.
Shoham me explicó que su minirrobot de Microbot Medical, una empresa con sedes en Estados Unidos e Israel, se usará en primera instancia para limpiar y drenar tuberías del cerebro y la uretra, sin necesidad de operaciones. Básicamente, se trata de un minirrobot de titanio de un milímetro de diámetro y hasta cuatro milímetros de largo, que se introduce en el cuerpo y es manejado desde afuera por control remoto. Pero en un futuro cercano, se usará también para limpiar las placas de las arterias y prevenir infartos sin necesidad de realizar cirugías, me explicó. ¿Cuándo estará disponible para los pacientes?, le pregunté. Shoham respondió que ya estaban terminando la fase de experimentación con animales y que el producto podría estar a disposición del público en 2020 o 2021.
Pero el microrrobot, llamado ViRob, hará mucho más que tareas de limpieza, me señaló. También servirá para la detección y el tratamiento localizado de enfermedades como el cáncer, y hará biopsias sin necesidad de que los médicos nos abran el cuerpo para sacar muestras de tejidos potencialmente cancerosos. Por ejemplo, el ViRob viajará —o más bien nadará— por el cuerpo y llegará hasta cavidades recónditas donde los cirujanos difícilmente pueden llegar, y hará una biopsia. Lo que es más importante aún: ViRob disparará medicinas contra el cáncer a nivel local, desde dentro del cuerpo, sin necesidad de tratamientos invasivos como la quimioterapia, me aseguró Shoham. Mientras hoy en día los pacientes de cáncer deben someterse a quimioterapias que afectan a todo su cuerpo, ViRob viajará dentro del cuerpo hasta donde se encuentre el tumor y descargará su medicina en ese punto específico, me explicó.
Como muchos otros inventos, la idea de desarrollar un minirrobot para limpiar los conductos del cuerpo humano le vino a Shoham casi por casualidad. Algunos años después de desarrollar su robot-cirujano para la columna, Shoham y sus estudiantes de doctorado del Technion comenzaron a trabajar en un robot para detectar filtraciones de agua y limpiar las tuberías de ciudades. La idea es que las ciudades ahorren millones de dólares anuales con un robot que encuentre filtraciones de agua y destape las placas de suciedad que obstruyen las tuberías. Pero hablando en una reunión interdisciplinaria con Menashe Zaaroor, un profesor de neurocirugía del Technion y director del departamento de neurocirugía del hospital Rambam, de Haifa, este último le preguntó: “¿Por qué no haces eso en miniatura, para destapar los conductos del cuerpo humano?”
Zaaroor le explicó que hasta ahora los médicos no han podido resolver el problema del bloqueo de los tubos del cerebro para el drenaje de líquido en los enfermos con hidrocefalia. Actualmente, estos enfermos tienen que ser operados muchas veces para limpiar las obstrucciones en los canales cerebrales. ¿Por qué no usar minirrobots para limpiar los conductos del cerebro?, le preguntó el neurocirujano. Al poco tiempo, ambos fundarían Microbots Medical, su nueva empresa de minirrobots.
Shoham se rio cuando le pregunté si sus minirrobots reemplazarán a los cirujanos en un futuro próximo. Me contó que le habían preguntado eso por primera vez cuando empezó a participar en conferencias de robótica hacía 17 años, y los periodistas inevitablemente terminaban escribiendo artículos acerca de su robot para operaciones de la columna titulados “Los robots van a reemplazar a los cirujanos”. Sin embargo, me señaló, “los robots no van a reemplazar a los cirujanos: lo que harán será cambiar el tipo de trabajo que hacen los cirujanos. El cirujano va a tener que programar al robot y va a necesitar mucha experiencia en programación e ingeniería”.1 En otras palabras, los cirujanos —por lo menos a corto plazo, hasta que la inteligencia artificial se desarrolle aún más— dirigirán a los robots.
Shoham me mostró en su laptop una ilustración de lo que será una escena típica de las cirugías del futuro. En ella se ve una paciente en la camilla, con un robot encima realizando una operación, mientras el cirujano dirige —o controla— el procedimiento en su computadora detrás de una pared de cristal para protegerse de la radiación. O, en el caso de los minirrobots usados para tratar el cáncer, el cirujano dirigirá el minirrobot detrás del cristal, apretando una tecla para disparar la medicina sobre el tumor cada vez que el minirrobot llegue al lugar indicado. Y en algunos nanorrobots que se están desarrollando paralelamente en otras partes del mundo, el robot se desintegrará una vez que haya cumplido su misión y no habrá necesidad de extirparlo del cuerpo. “El minirrobot tiene varias ventajas: le da al cirujano más accesibilidad, porque llega a lugares inaccesibles del cuerpo sin necesidad de cirugía. Además, tiene mayor precisión, porque un robot bien programado comete menos errores que los humanos”, me explicó Shoham.
Los minirrobots de Shoham son apenas uno de muchos ejemplos de cómo cambiará la medicina gracias a los robots, los minirrobots, los sensores en los relojes y la ropa, los chips insertados en nuestro cuerpo, los teléfonos con aplicaciones para autodiagnosticarnos, la telemedicina, la medicina preventiva, el análisis predictivo de datos, las impresoras 3D para producir órganos hechos a medida y los tratamientos con realidad virtual.
La innovación médica más elemental y más revolucionaria es una que muchos de nosotros ya estamos usando: el buscador de Google y los asistentes virtuales como Siri, Alexa y Cortana, que pronto darán lugar a versiones especializadas que podrán contestar todas nuestras preguntas médicas en una conversación como la que tendríamos con nuestro médico. Además, diario nos recordarán cuando tengamos que tomar nuestras medicinas o hacer ejercicios. Como decíamos desde el primer capítulo, Alexa ya puede darme instrucciones precisas sobre qué hacer si tengo un infarto o sobre cómo practicarle resucitación cardiopulmonar a una persona en una emergencia. Cada vez más haremos las consultas médicas con nuestros asistentes virtuales, en nuestra propia casa o donde estemos.
Los asistentes virtuales especializados en consultas médicas, los sensores y varias otras innovaciones ya las usan millones de personas, aunque de una manera dispersa y desordenada. Sin embargo, así como los teléfonos inteligentes se desarrollaron durante varios años antes de convertirse en un fenómeno mundial con la aparición del iPhone, en cualquier momento —quizá para cuando estén leyendo estas líneas— aparecerá un aparato casero que integrará todas las aplicaciones para consultas médicas y podrá diagnosticar y tratar la mayoría de nuestras enfermedades.
Los gurús de la tecnología médica coinciden en que ha llegado la hora de que la medicina deje de ser parcialmente una práctica, o un arte y se convierta en lo más parecido a una ciencia exacta. Y para eso será necesario que los médicos humanos cedan gran parte de sus labores a las computadoras y a los robots. Ya es hora de que los médicos dejen de usar aparatos antiguos, como los estetoscopios que todavía llevan alrededor del cuello para auscultarnos el corazón, igual que se hacía hace 100 años. Ya es hora de que los médicos usen aparatos más modernos para medir la presión arterial, en lugar de usar una manga que nos ponen alrededor del brazo con un manguito que se infla apretando una perilla de goma, como también se viene haciendo desde hace más de un siglo. Hoy día, los sensores digitales y otras tecnologías hacen que muchos de esos aparatos parezcan prehistóricos.
Los descubrimientos médicos avanzan tan rápidamente y se publican tantos miles de artículos científicos por año en tantos países, que resulta ridículo que los médicos sigan trabajando basados en los conocimientos que adquirieron en la escuela de medicina varios años atrás, o según su intuición, dicen los gurúes de la medicina del futuro. No hay ser humano capaz de captar ni retener la cantidad de información médica que está saliendo a la luz. Mientras que en el pasado el problema de la medicina era la falta de información, hoy día el problema es que hay demasiada información.
En el diagnóstico de las enfermedades no hay médico capaz de superar a las computadoras. Un médico puede hacer un diagnóstico a partir de su experiencia con 300 o 3 000 pacientes con características similares, pero una computadora lo puede hacer basándose en una comparación de los resultados que se obtuvieron con cientos de millones de casos similares. Y si Watson, la computadora de IBM que desde hace varios años ya se está usando para diagnósticos en varios hospitales de Estados Unidos, llega a la conclusión de que a 300 millones de pacientes les fue mejor con una pastilla determinada que con otra, su diagnóstico será mucho más seguro que el de un médico humano, afirman.
Según IBM, Watson puede digerir la información y hacer recomendaciones procesando hasta 60 millones de páginas de texto por segundo, incluyendo las anotaciones a mano de los médicos dictadas a los archivos de los hospitales, artículos académicos en publicaciones especializadas, cifras publicadas en línea por los ministerios de salud de todo el mundo y artículos periodísticos.2 Y, por tratarse de una máquina de inteligencia artificial, Watson no sólo lee en un instante todo el material disponible sobre un trastorno médico determinado y hace sus recomendaciones, sino que sigue paso a paso el tratamiento de pacientes y aprende de sus resultados. Watson está aprendiendo constantemente, de la misma manera en que aprendió de forma gradual hasta que le ganó a los campeones mundiales de ajedrez y de Go. Y cuando diagnostica una enfermedad y aconseja tratamientos, muchas veces lo hace ofreciendo varias posibilidades con sus respectivos niveles de certeza.3
La predicción de Vinod Khosla, el multimillonario innovador tecnológico de Silicon Valley y cofundador de Sun Microsystems, de que la tecnología reemplazará 80% de las tareas que hoy realizan los médicos no significa que 80% de los médicos perderán sus trabajos. Más bien significa que sus tareas rutinarias, como los chequeos médicos, los exámenes, los diagnósticos, la prescripción de medicamentos, los programas de modificación de comportamiento y la centralización de datos, las llevarán a cabo de manera mucho más eficaz las máquinas inteligentes.
“La mayoría de los médicos no podría leer ni digerir los últimos 5 000 artículos de investigación sobre las enfermedades cardiacas. La mayor parte del conocimiento de un médico promedio es de cuando estaba en la escuela de medicina, y las limitaciones de la mente le impiden recordar las más de 10 000 enfermedades que los humanos podemos llegar a tener”, dice Khosla. “Las computadoras son mejores para juntar y organizar la información que un médico estrella de Harvard”.4
Para fundamentar su tesis, Khosla recuerda que más gente muere hoy en día por malos diagnósticos en los hospitales que por muchas enfermedades, debido a errores humanos de los médicos y las enfermeras. Según un estudio de la Universidad Johns Hopkins, 40 500 personas por año se mueren en las salas de emergencia de los hospitales de Estados Unidos por diagnósticos equivocados, la misma cantidad que fallece por cáncer de seno.5 Por eso, la medicina debería ser menos intuitiva y más científica, afirma Khosla. Y para que sea más científica hay que olvidarse del famoso doctor House de la serie de televisión estadounidense —el médico de malos modales, pero destacado por su intuición— y empezar a dejar que las computadoras hagan las tareas más importantes que hoy día realizan los médicos, dice el magnate de Silicon Valley.
Además de hacer mejores diagnósticos, los sensores y las computadoras son mucho más certeros que los médicos para recabar datos sobre los síntomas, la historia y el estado anímico de cada paciente, afirma Khosla. Hoy en día, el médico nos pregunta cómo estamos y anota lo que le decimos con un lápiz en un papel o en su computadora. Pero se trata de un método muy artesanal, pues muchos pacientes se olvidan de sus síntomas o mienten. Por ejemplo, tienen vergüenza de admitir que no alcanzan a dormir lo suficiente de noche porque tienen un matrimonio tormentoso o una relación extramatrimonial. En cambio, cuando los pacientes llevan relojes inteligentes con sensores que leen sus datos vitales día y noche y registran entre otras cosas cuántas horas han dormido, estos datos van directamente a la oficina del médico por internet y la información es mucho más completa. Los pacientes pueden ocultarle información o mentirle al médico, pero les será más difícil hacerlo con un robot conectado a sus sensores.
Incluso cuando los pacientes son honestos, muchas veces no les prestan atención a sus síntomas o éstos pasan desapercibidos. “Hoy en día, la mayoría de las enfermedades cardiacas se identifica después de que el paciente tuvo un ataque al corazón. Pero imaginemos la posibilidad de tener un cuidado cardiaco preventivo gracias a programas de inteligencia artificial que identifiquen anormalidades y pronostiquen episodios”, escribía Khosla ya en 2012, antes de que se popularizaran los sensores en los relojes inteligentes. “Podríamos detectar la mayoría de las enfermedades cardiacas antes de que ocurra un ataque al corazón.”6
Finalmente, la inteligencia artificial es mucho más eficaz para integrar toda la información médica de los pacientes y solucionar una de las principales dificultades de la medicina moderna: el hecho de que vamos a varios especialistas y ninguno de ellos habla con el otro. Una persona promedio mayor de 70 años tiene por lo menos siete enfermedades y suele acudir a un especialista para cada una de ellas. ¿No sería mucho más lógico que una computadora con inteligencia artificial reuniera esa información y nos reportara si los diversos tratamientos son compatibles o potencialmente perjudiciales?, pregunta Khosla. En lugar de ir saltando de especialista en especialista, los pacientes del futuro tendrán un solo médico, que les ayudará a entender lo que diga la computadora, señala.
¿Cómo impactará todo esto la labor de los médicos? Según Khosla, las computadoras liberarán a los médicos de los chequeos rutinarios, las tareas de diagnóstico y los planes de tratamientos, y harán que los médicos puedan concentrarse mucho más en apoyar psicológicamente a sus pacientes y ayudarlos a interpretar los datos de las computadoras. En lugar de tener al doctor House de la televisión, tendremos al doctor Algoritmo, dice. “Con el correr del tiempo, necesitaremos menos médicos y cada paciente recibirá un mejor cuidado”, afirma Khosla.7
Cuando entrevisté recientemente al médico futurista y director del programa de medicina exponencial de Singularity University Daniel Kraft, hizo lo mismo que había hecho cuatro años antes cuando lo visité en Silicon Valley: me mostró los relojes inteligentes, los anillos y la ropa con sensores que llevaba encima y —como un mago— sacó de una caja los últimos aparatos que van a cambiar radicalmente la medicina moderna. Era lo más parecido a un hospital ambulante. Según me dijo, estos aparatos inteligentes harán que cada uno pueda diagnosticarse en su propia casa, sin tener que ir a un médico o a un hospital.
Kraft es una autoridad mundial en la medicina del futuro. Estudió medicina tradicional en la Universidad de Stanford y luego trabajó como pediatra y médico internista en hospitales de la Universidad de Harvard. Pero muy pronto comenzó una carrera paralela como inventor de productos para uso médico, incluido un aparato para crear médula ósea de una manera más rápida, y como divulgador de los últimos adelantos de la medicina en conferencias que organiza con Singularity University bajo el rótulo “medicina exponencial”.
Kraft siempre lleva puestos los últimos wearables, o sensores externos, que han salido al mercado. Y a diferencia de lo que me dijo la última vez que lo entrevisté, ahora tenía sus aparatos conectados a la oficina de su médico personal en Stanford, cuyas enfermeras podían seguir durante las 24 horas sus signos vitales y alertarlo con antelación si detectaban alguna anormalidad. Muy pronto, todos llevaremos sensores que estarán permanentemente conectados con el consultorio de nuestro médico, me señaló.
“Estamos pasando de la medicina episódica y reactiva a la medicina constante y proactiva”, me explicó Kraft.8 Ya tenemos a nuestra disposición los sensores y las aplicaciones en nuestros celulares para hacer un monitoreo constante de nuestro cuerpo. En lugar de que hagamos un análisis de sangre cada seis meses o de que vayamos al médico cuando estamos enfermos, el énfasis de la medicina será la prevención y detección temprana de enfermedades mediante sensores externos y aplicaciones de nuestros celulares que nos monitorearán sin interrupciones, me dijo Kraft.
“El futuro de la medicina estará mucho más en la parte preventiva y proactiva, usando tu información genética y la información sobre tus hábitos para ayudar a prevenir enfermedades”, continuó. “Si tienes un riesgo mayor al normal de tener un tipo de cáncer, o diabetes o Alzheimer, quizás el ejercicio, la dieta, los medicamentos y otra intervención temprana puedan prevenir esas enfermedades. De manera que en lugar de gastar dinero en la enfermedad, creo que vamos a ver que la gente prestará mucho más atención, usando la tecnología, a la parte preventiva.” Y eso será así no sólo porque les convendrá a los pacientes, sino también porque les ahorrará dinero a los gobiernos, agregó. Los países van a enfatizar mucho más la medicina preventiva, porque es mucho más barata que los actuales tratamientos para combatir enfermedades.
Acto seguido, Kraft me mostró su pulsera Fitbit para medir los pasos, su reloj inteligente Apple para medir el pulso y un anillo que describió como un “laboratorio” para monitorear el sueño. Estos sensores integran “el internet de la salud”, señaló. ¿Qué es eso?, le pregunté. “Estos aparatos conectados son interesantes, pero lo más interesante es que estamos comenzando a conectarlos entre ellos, junto con mis datos psicológicos, junto con mi historial médico, junto con mi genoma. Entonces, cuando hablamos del “internet de la salud”, estamos hablando de juntar información de varias partes y usarla para guiar la salud y la prevención, el diagnóstico y las terapias”, respondió Kraft. Así como el “internet de las cosas” conecta varios aparatos entre sí sin necesidad de que haya un humano de por medio, el “internet de la salud” permite que todos nuestros datos médicos estén conectados entre sí y puedan condensarse en un reporte integral.
Ahora bien, si esos relojes con sensores, teléfonos inteligentes y otros aparatos son tan fantásticos, ¿por qué cuando vamos al médico todavía nos mide el ritmo cardiaco con un estetoscopio y la presión sanguínea con una manga de goma?, le pregunté. ¿No será que los médicos desconfían de estos aparatos nuevos porque todavía no son muy precisos?
“Bueno, la medicina se sigue practicando como hace cientos de años. En realidad, lo que se está haciendo ahora es el cuidado de la enfermedad, en lugar del cuidado de la salud, como debería ser. Tenemos datos muy intermitentes, como datos ocasionales sobre nuestra presión sanguínea, o el nivel de azúcar en la sangre o el análisis de laboratorio. Estamos esperando a que suceda la enfermedad, como un ataque cardiaco o un cáncer, para reaccionar”, respondió.
Por ejemplo, hoy en día vamos al dermatólogo para que nos mire si tenemos manchas en el cuerpo que puedan ser señales de un cáncer de piel. Pero ya hay una aplicación para celulares que nos permite tomar una foto de la mancha sospechosa y, gracias a la inteligencia artificial, tener un diagnóstico inmediato, si es normal o peligrosa, explicó. Eso es un anticipo de lo que será la medicina del futuro, agregó. Es algo que podremos hacer en nuestra casa, todos los días, en lugar de esperar a que aparezca una señal de alarma.
“Los médicos van a recetar cada vez menos remedios y más aplicaciones de teléfonos celulares para que detectemos enfermedades nosotros mismos, sin tener que ir al médico y esperar varias horas a que nos atiendan”, me dijo Kraft. “Por ejemplo, si te voy a recetar una medicina nueva, te voy a recetar una aplicación que te va a ayudar a tomar esa medicina y quizás a manejar mejor tus síntomas, especialmente cuando se trata de enfermedades complejas como la esclerosis múltiple o el Parkinson, con las que se pueden producir temblores y otros comportamientos que pueden depender de la dosis de la medicina que estás tomando.”
La aplicación, según los datos que le envía nuestro cuerpo, puede aconsejarnos la dosis exacta que debemos tomar, según más nos convenga, explicó. No hay dos pacientes que sean iguales, ni que reaccionen de la misma manera a cada medicamento, por lo cual la medicina se está personalizando cada vez más. “No creo que los médicos vayamos a prescribir únicamente medicamentos o únicamente aparatos, sino una combinación de ambos, que nos ayudará a conectar los cabos sueltos en el manejo de la prevención, la enfermedad y la terapia”, agregó.
Los sensores externos en nuestros relojes y ropa, así como los que llevaremos en el interior de nuestro cuerpo —como audífonos, lentes de contacto inteligentes, chips subcutáneos y píldoras con cámaras que transmitirán constantemente información—, harán mucho más fácil que la medicina preventiva se convierta en tan importante o más que la medicina reactiva, me dijo Kraft. Y la medicina preventiva se potenciará aún más a medida que más gente se convenza de que nuestros hábitos son más relevantes que nuestros genes, me señaló Kraft. Si podemos modificar nuestros malos hábitos alimenticios o nuestras costumbres sedentarias, por ejemplo, podremos ser mucho más exitosos en evitar enfermedades crónicas, agregó.
Kraft me dio varios ejemplos de cómo los relojes inteligentes pueden cambiar hábitos dañinos para nuestra salud. Los sensores que ya están en el mercado pueden alertarnos cuando incurrimos en una conducta peligrosa, por ejemplo: cuando nos alimentamos con comida chatarra, cuando estamos inactivos demasiado tiempo, cuando fumamos, cuando estamos estresados, cuando no hemos dormido lo suficiente, cuando no estamos suficientemente hidratados, cuando hemos bebido demasiado alcohol o —si queremos programarlos para este tipo de cosas— cuando nos estamos comiendo las uñas. En estos casos, los relojes, la ropa inteligente y los sensores internos nos van a alertar que estamos haciendo algo malo. Cuando nos habituemos a estos sensores, mejoraremos enormemente nuestros hábitos y seremos mucho más sanos, dice Kraft. Hay que pensar mucho más allá del reloj o el celular que cuenta los pasos que hemos caminado, agrega: ya hay sensores de muy bajo costo que miden la calidad de nuestra respiración o que pueden detectar nuestro estado de ánimo mediante un micrófono en la ropa que analiza nuestra voz.
Al igual que los automóviles modernos tienen luces en el tablero que se prenden cuando el motor necesita aceite, nuestros sensores encenderán una luz o mandarán otra señal de alarma cuando nuestro cuerpo necesite un servicio de mantenimiento, dice Kraft. En otras palabras, los sensores se convertirán en nuestros entrenadores personales virtuales, de bajo costo y que estarán a nuestro servicio a tiempo completo para mantenernos siempre en forma.
Ya están saliendo al mercado audífonos inteligentes de bajo costo que pueden no sólo contar nuestros pasos y monitorear nuestro ritmo cardiaco, sino también, gracias a la inteligencia artificial, pueden responder cualquier pregunta médica, me dijo Kraft. En lugar de decirle “hey, Siri” a nuestro celular y preguntarle algo, se lo podemos preguntar al audífono. Estos audífonos los van a usar no sólo personas con dificultades para escuchar, sino también deportistas cuando están corriendo y el público en general en cualquier circunstancia, agregó.
Asimismo, ya hay sensores externos que pueden detectar señales de enfermedades. Hay medidores de saliva que quizá muy pronto podrán detectar alertas tempranas de diabetes o de cáncer. Y medidores de nuestra respiración que pueden detectar señales tempranas de cáncer de pulmones. Eso sin contar con los sensores que podremos llevar en nuestro cuerpo, conocidos en inglés como insideables. Entre estos dispositivos que se incorporarán al cuerpo humano están los lentes de contacto que pueden medir la glucosa de la sangre, los chips subcutáneos y las píldoras exploradoras que nos darán todo tipo de datos médicos sin interrupciones. Ésas son cosas que nos permitirán reducir enormemente la necesidad de ir a un médico o al hospital y prevenir muchas enfermedades, señaló.
Kraft sacó un aparato de una caja y me dijo que era un nuevo producto para diagnosticar trastornos urológicos en casa. “Si siento dolor al orinar, puedo usar un aparatito como éste para mojar un medidor con la orina, luego tomar una fotografía con mi teléfono celular del medidor y usar una aplicación para diagnosticar qué tipo de afección urinaria tengo. Todo eso sin necesidad de ir al doctor”, me dijo. Los gremios de los médicos seguramente pondrán el grito en el cielo, y dirán que sólo ellos están facultados para hacer diagnósticos. Pero, tal como pasó con el termómetro para medir la fiebre, el kit para detectar embarazos, o los aparatos para medir la presión arterial, no podrán detener la marcha del progreso.
Kraft sacó otro aparato de su caja de sorpresas y me dijo que se trataba de un medidor de enfermedades parecido al tricorder que usaba el personaje conocido como el doctor McCoy en la serie de televisión de ciencia ficción Viaje a las estrellas (Star Trek). Era una cajita portátil que podía medir los signos vitales y diagnosticar las enfermedades más comunes. Ya hay varias empresas que están desarrollando estos minilaboratorios caseros y la Fundación X Prize ha ofrecido un premio de 10 millones de dólares a quien invente el mejor tricorder. La Fundación X Prize ha pronosticado que alguno de los equipos participantes ganará el premio dentro de los próximos cinco años.
“Estos aparatos detectarán temperatura, ritmo cardiaco, presión arterial, oxígeno y hablarán con nuestros celulares, lo cual nos dará una enorme cantidad de datos que nos ayudarán a diagnosticar una enfermedad o a tratarla. Y nos van a ayudar a decidir si realmente tenemos que ir a la clínica, o a la sala de emergencias del hospital”, agregó Kraft. “Vamos a ver cada vez más aparatos que antes requerían un laboratorio y que ahora podemos llevar en nuestro bolsillo.”
Casi todos los futurólogos de la medicina coinciden con Kraft en que la proliferación de los aparatos de diagnósticos caseros hará disminuir el uso de las clínicas y los hospitales. Muchas de las tareas de detección y diagnóstico de enfermedades que hoy realizan los hospitales ya no requerirán la intermediación de los médicos, porque podrán hacerlas los pacientes en su casa, con sus tricorders o sus teléfonos celulares, que se convertirán en centros de diagnóstico portátiles y permanentes.
Los escépticos señalan que las nuevas tecnologías para autodiagnosticarnos no serán la panacea, pues los pacientes van a estar saturados de información que no entenderán. Estarán tan confundidos que tendrán que seguir acudiendo a un médico, afirman. Sin embargo, tal como ha ocurrido con las computadoras y tantas otras tecnologías, las nuevas aplicaciones médicas en nuestros celulares van a traducir el lenguaje complejo que usan los médicos actualmente por uno mucho más fácil de entender, y por lo menos nos dirán si algún síntoma es serio o no.
Vivek Wadhwa, un futurólogo de Silicon Valley con quien consulto regularmente desde que lo conocí en Singularity University hace varios años, dice que los médicos del futuro serán “un filtro, en el sentido de que se dedicarán a interpretar la información y presentarla en una forma amigable y compasiva”.9 A primera vista esto podría parecer un papel menos importante del que tienen los médicos ahora, pero no es así. En la nueva realidad, en que tendremos a nuestra disposición la información de nuestros sensores y tricorders, además de los datos sobre nuestra genética personal, vamos a necesitar el consejo de nuestros médicos para poner las cosas en contexto y evitar reacciones equivocadas, dice Wadhwa.
Muy pronto, los análisis de ADN para pronosticar nuestra propensión a ciertas enfermedades serán tan usuales como los análisis de sangre, pero dejarán a mucha gente muy preocupada. “Cuando un examen de genoma te diga que estás predispuesto a tener cierta enfermedad, podrías tomarlo muy personalmente y desmoralizarte, cuando de hecho los factores que producen la enfermedad son mucho más complejos y a menudo incluyen aspectos que podemos controlar. La lectura de los aparatos médicos de los consumidores podría llevar a gente que no tiene muchos conocimientos médicos a tomar decisiones equivocadas.”10 Los médicos seguirán siendo necesarios para ayudarnos a entender los dictados de estos nuevos inventos tecnológicos, dice Wadhwa.
Durante mi entrevista con Kraft, le dije que soy un tanto escéptico de los relojes inteligentes que marcan los pasos y miden el sueño. Mi mujer me ha regalado varios en los últimos años y terminan apilados en un cajón o los uso durante unas semanas hasta que me aburro de ellos. Muchos de nosotros los vemos como una curiosidad y como algo divertido, pero pasada la novedad optamos por no usarlos. ¿Qué le hace pensar que se van a convertir en una necesidad?, le pregunté.
“Cambiar un hábito es algo difícil”, me dijo Kraft. “Si tú eres mi paciente y yo quiero que bajes de peso, puedo darte algunos panfletos y decirte que vayas al gimnasio o que comas comida más sana, pero sabemos que no es fácil cambiar un comportamiento. Ahora podemos tener estos instrumentos en nuestra muñeca, sensores en nuestros colchones para monitorear el sueño y aplicaciones para supervisar nuestra dieta, y nos pueden ayudar a saber más acerca de nuestros hábitos. Nos permiten saber cuántos pasos hemos caminado hoy, cuántas horas hemos dormido, cuánto estrés hemos sufrido.” A medida que sepamos más sobre nuestros hábitos de vida, más fácil será modificarlos mediante pequeñas medidas graduales, sobre todo cuando estos datos se unifiquen y no estén dispersos en varios aparatos, explicó.
¿Por ejemplo?, le pregunté. “Podemos hacer pequeños cambios, como caminar 200 metros más por día, o comer un chocolate menos por día. Y eso, con el correr de los meses y los años, puede tener un impacto dramático sobre nuestro peso y sobre nuestra salud en general”, respondió Kraft. “Vamos a ver una interacción de estos datos en una pantalla digital en el espejo de nuestro baño, la cual nos mostrará en las mañanas cómo está nuestra salud y nos recordará tomar nuestras medicinas o ir al gimnasio. Además de los wearables para medir nuestros signos vitales, también vamos a usar cada vez más shockables o sensores que nos van a dar alertas, continuó Kraft.” ¿Shockables?, le pregunté, riendo, imaginándome a la gente recibiendo choques eléctricos mientras camina por la calle. Efectivamente, estos sensores nos van a avisar —con un leve choque eléctrico— cuando fumemos un cigarrillo, o comamos más de un bombón de chocolate, o tomemos más de una copa de vino, para que dejemos de hacerlo de inmediato.
Y también usaremos trainables, que son sensores que cumplen una función de entrenamiento, explicó Kraft, mientras me mostraba una especie de cinta adhesiva que según me dijo ya está a la venta y que sirve para corregir la postura de la espalda. “Te pones esta cinta en la espalda alrededor de una hora al día y emite un sonido cuando no te estás parando o sentando bien, para que te pares o sientes más erguido. Es un aparato que puede cambiar dramáticamente la postura de la gente”, explicó.
Mientras Kraft hablaba, se me cruzó por la cabeza la idea de que con los wearables, los insideables, los shockables y los trainables vamos a terminar siendo una sociedad de gente cableada, como pequeños Frankensteins, con espasmos intermitentes por los choques eléctricos que recibiremos cada vez que incurramos en alguna conducta impropia. ¿Ciencia ficción? Lo más probable es que instruyamos a nuestros sensores a no darnos electrochoques, pero no me extrañaría que muy pronto llevemos la mayoría de estos aparatos encima, con alguna forma más benigna de alerta contra conductas dañinas. Quizá llevemos chips subcutáneos que mandarán algún tipo de señal levemente desagradable cuando estemos por hacer algo malo. Si millones de personas ya se someten a cirugías estéticas u operaciones del estómago que a menudo son muy dolorosas, ¿por qué pensar que no optarán por un minúsculo chip subcutáneo que los ayudará a bajar de peso de una forma mucho menos traumática?
Cuando le pregunté a Kraft cuáles serán las especialidades médicas más afectadas por las nuevas tecnologías, no lo dudó un instante: serán la dermatología y la radiología, dijo. Cuando tengamos una irritación en la piel, en lugar de pedir una cita con un dermatólogo, nuestro celular inteligente nos dirá de inmediato si es un melanoma o una mancha inofensiva. ¿Se van a quedar sin trabajo los dermatólogos?, le pregunté. No, pero van a hacer un trabajo totalmente diferente, respondió. En lugar de ver a decenas de pacientes por día sólo para decirles si la mancha por la que vinieron al consultorio presenta algún peligro, el dermatólogo va a ver únicamente a aquellos pacientes que necesiten cuidado médico. “El dermatólogo va a utilizar más tiempo en su terapia, en lugar de estar viendo a pacientes todo el día y diciendo ‘esto es normal, esto no es normal, esto es normal, esto no es normal’ ”, señaló.
Lo bueno será que mucha gente que tiene lesiones malignas en la piel y nunca llega a detectarlas a tiempo ahora podrá hacerlo. “Usando estas nuevas aplicaciones de inteligencia artificial para dermatología, se pueden detectar más lesiones más temprano y luego apretar un botón y pedir una cita con el dermatólogo para una biopsia o una terapia”, agregó.
Lo mismo ocurrirá con los radiólogos, dijo Kraft. “Hoy en día, los radiólogos ven miles de imágenes. Están casi agobiados por la cantidad de radiografías del pecho y resonancias magnéticas nucleares que deben interpretar. Lo que vamos a ver es que las aplicaciones y la inteligencia artificial examinarán las radiografías y enviarán los casos más serios al radiólogo para una lectura final. Eso podría significar que tendremos menos radiólogos”, señaló.
Con el tiempo, incluso los patólogos, que estudian los tejidos y las células para diagnosticar el cáncer y otras enfermedades, deberán dejar que las máquinas inteligentes realicen la mayoría de los estudios rutinarios. Google está trabajando desde hace años en su proyecto GoogleLeNet —originalmente destinado a interpretar imágenes para el auto que se maneja solo— para magnificar, interpretar y reconocer imágenes con mucha mayor exactitud que los patólogos con sus microscopios. Según los primeros estudios, mientras que un patólogo experimentado acierta en sus diagnósticos de detección de ciertos tipos de cáncer en 73.2% de los casos, GoogleLeNet lo logra en 97% de los casos.11 La máquina inteligente de Google todavía diagnostica demasiados falsos positivos en sus análisis de cáncer, pero sólo es cuestión de tiempo para que aprenda de sus errores y los elimine, dicen sus creadores.
Acto seguido, le pregunté a Kraft si los robots que hacen cirugías y los minirrobots que disparan medicinas desde dentro del cuerpo dejarán sin empleo a los cirujanos. “Ya estamos en la era de la cirugía robótica”, me corrigió, explicando que hay miles de robots en el mundo que hacen a diario todo tipo de cirugías, con mayor exactitud y en formas menos invasivas que los cirujanos humanos. La precisión de los robots manejados por cirujanos permite entrar en el cuerpo del paciente con incisiones más pequeñas y menos invasivas, evita derramamientos de sangre innecesarios, permite llegar a partes del organismo que son difíciles de acceder para un médico y deja cicatrices mucho más pequeñas.
Típicamente, el robot está arriba del paciente en la sala de operaciones, mientras que el cirujano lo maneja en un tablero desde una sala aledaña, como la imagen que me mostró Shoham en Israel. Sin embargo, a medida que los robots cirujanos se perfeccionen gracias a la inteligencia artificial, será cada vez menos necesario que un cirujano humano esté cerca y maneje sus movimientos, me dijo Kraft. “Hoy en día, el cirujano controla literalmente todos los movimientos de los robots, pero creo que en los próximos años veremos que parte de estas cirugías la harán autónomamente los robots”, señaló.
Los robots cirujanos se han usado desde la década de 1980 y proliferaron en la década de 1990 después de que se pusieron de moda las laparoscopías o intervenciones mediante pequeñas incisuras que permiten introducir cámaras y aparatos quirúrgicos en el abdomen para realizar operaciones sin necesidad de abrir el vientre. Estas operaciones se popularizaron por ser menos invasivas, dejar menos cicatrices y permitir que los pacientes salieran antes del hospital. Años más tarde, el uso de robots cirujanos se popularizó aún más con la aparición del Da Vinci, de la empresa Intuitive Surgical —un cirujano robótico que primero fue usado para cirugías cardiovasculares y luego para operaciones ginecológicas y urinarias— y otros como el Renaissance, para cirugías de la columna. Según una encuesta de cirujanos estadounidenses, las operaciones con robots aumentarán de 15% en la actualidad a 35% en 2021.12 El principal motivo por el que no hay más cirujanos robots hoy en día es su alto costo, ya que la mayoría de ellos cuesta más 1.5 millones de dólares, dice el estudio.
Los críticos, sin embargo, señalan que el aumento del uso de robots cirujanos es más un fenómeno de marketing que otra cosa. Según esta visión, muchos hospitales privados en Estados Unidos están usando robots como estrategia publicitaria para dar una imagen de modernidad y atraer a más pacientes. Mucha gente presupone automáticamente que los robots se equivocan menos que los cirujanos de carne y hueso, y le atraen los anuncios de hospitales que aducen tener las últimas tecnologías médicas, dicen los escépticos. Cuando le pregunté al respecto, Kraft me dijo que hay un poco de todo, pero el uso creciente de robots cirujanos será un fenómeno gradual e imparable. La utilización generalizada de robots cirujanos totalmente autónomos “tomará muchos años”, me señaló. Mientras tanto, lo más probable es que veamos un “trabajo conjunto” de los cirujanos humanos con los robots. “No creo que al cirujano lo reemplace el robot, pero lo ayudará la tecnología de aumentación de capacidades para hacer cirugías menos invasivas, menos riesgosas y más inteligentes”, me dijo Kraft.
¿Qué pasará con los cardiólogos? Además de ser más preventiva, la cardiología será mucho menos intuitiva y mucho más tecnificada. “Las enfermedades cardiacas son las que más gente matan en la mayor parte del mundo occidental. La mayoría de las personas recién se enteran de que padecen una enfermedad cardiaca después de tener un ataque al corazón o un derrame cerebral”, me dijo Kraft. “En el futuro el cardiólogo tendrá muchas herramientas nuevas, como la computación en la nube o la red de redes, para hacer una tomografía computarizada del corazón, enviar esos datos a la nube, y de esa forma calcular la estrechez de los vasos sanguíneos sin necesidad de aplicar procedimientos invasivos como un angiograma, la aguja en la ingle que te lleva hasta el corazón”, explicó. Otra herramienta que los cardiólogos van a usar son stents y otros productos creados por impresoras 3D, personalizados para cada paciente, en lugar de ser fabricados en serie como ahora.
Y los pacientes también tendrán herramientas nuevas para monitorear su corazón. El más sencillo será el asistente virtual en nuestros celulares, como Siri, o los asistentes virtuales en forma de cajas, tubos, robots o humanoides, como Alexa o Cortana, con quienes ya podemos hacer una consulta inicial. Otros aparatos que ya están a disposición de los pacientes son mucho más sofisticados, continuó Kraft. “Por ejemplo, en Amazon puedes comprar un pequeño sensor que pones en tu teléfono y puedes ver tu electrocardiograma. Eso lo puede utilizar un paciente para saber si tiene un problema en el corazón, o un médico para tratar una enfermedad de una manera más elegante remotamente”, me señaló.
Sacando un parche de su caja de sorpresas, Kraft agregó: “Por ejemplo, mira este pequeño parche. Es un pequeño parche Band-Aid, que puedo usar debajo de mi camisa y puede ver mi electrocardiograma las 24 horas del día, siete días por semana, así como revisar mi frecuencia respiratoria, mi temperatura y enviar esa información a un médico. Ahora es cierto que la mayoría de los cardiólogos no querrá ver esos datos las 24 horas del día, siete días por semana. Vamos a necesitar hacer un software inteligente para reconocer esas señales y alertar al médico y al paciente sólo cuando existan señales de que está pasando algo malo”, explicó.
Los nanorrobots y microrrobots, como el minirrobot que limpiará las arterias que está desarrollando Shoham en Israel, serán de uso generalizado en unos 10 años, continuó Kraft. “La tendencia para muchas tecnologías será volverse exponencialmente más pequeñas, más inteligentes y más baratas. Ya hay algunos robots del tamaño de una píldora que tragas, bajan hasta el estómago y toman fotos, reemplazando a las endoscopías. Ya hemos visto en el MIT algunas versiones similares de robots pequeños que pueden gatear a través de tu conducto gastrointestinal y tal vez ayudar a eliminar un objeto extraño y hacer un mejor trabajo de diagnóstico y tratamiento. Y también hemos visto algunos trabajos en Stanford con microrrobots que son lo suficientemente pequeños para atravesar los vasos sanguíneos”, dijo.
¿No es muy optimista pensar que en apenas 10 años vamos a poder usar estos microrrobots?, le pregunté. Kraft se encogió de hombros y respondió: “Bueno, sólo tienes que pensar en lo que pasó durante la década pasada: hace 10 años no teníamos teléfonos inteligentes, no teníamos Twitter, apenas teníamos las primeras versiones de Facebook. Ésas son sólo apenas algunas de las cosas que acaban de ocurrir en los últimos años. En los próximos 10 años van a pasar muchas más cosas, a medida que la tecnología se acelera por la ley de Moore y la computación es cada vez más barata. Ya sabes, ahora tenemos teléfonos inteligentes con 4G de conectividad, pero en unos cuantos años tendremos teléfonos inteligentes con 5G, que transmitirán cien veces más datos en términos de velocidad y potencia. En 10 años tendremos cosas que ahora parecen tan mágicas como hubieran parecido hace 10 años algunas de las tecnologías que tenemos hoy”.
Para mi sorpresa, Kraft me dijo que “el futuro del médico clínico general, el internista, es bastante brillante. Todavía necesitaremos al médico de atención primaria, que va a utilizar algunas de estas tecnologías y herramientas para hacer su trabajo”. Sin embargo, agregó que el papel del médico de atención primaria cambiará: en lugar de estar sentado en su consultorio con pacientes haciendo fila para verlo, hará gran parte de su trabajo mediante televisitas o consultas por Skype. “Creo que muchas visitas en el futuro se harán a través de nuestros ordenadores portátiles o a través de asistentes virtuales”, como Siri, explicó, tanto en las grandes ciudades como en el campo.
“Podrías ser un médico rural en el Amazonas de Brasil, o una enfermera en un pueblo rural en Argentina o Chile, donde podrías estar a 150 kilómetros de la ciudad más cercana, y el uso de algunas de estas herramientas y tecnologías que caben en tu bolsillo te permitirá hacer un mucho mejor trabajo que el actual para atender a un paciente, para el diagnóstico y para la terapia”, afirmó Kraft. “El médico general podrá usar nuevas herramientas: ya sean dispositivos digitales de detección electrónica o dispositivos móviles que pueden utilizarse como aparatos de ultrasonido, que sirven en cualquier lugar. Estarán usando quizá hasta drones para traernos medicamentos y dispositivos en lugares remotos. O sea, el papel del médico de atención primaria no va a desaparecer, pero cambiará su habilidad para usar la tecnología y comunicarse con sus pacientes.”
En 2018, mi seguro médico en Estados Unidos ya me ofreció, sin que se lo pidiera, un servicio de telemedicina mediante una aplicación en mi teléfono inteligente. Por un pago mucho menor que el de una visita médica, la compañía de seguros Aetna me ofrecía consultas médicas virtuales por teléfono o vía Skype las 24 horas, todos los días del año, para dificultades que no sean emergencias, como fiebre o bronquitis. El servicio, llamado Teladoc, “te permite hablar con nuestros médicos certificados a cualquier hora y desde cualquier lugar, sin sala de espera”, desde el teléfono celular, decía el prospecto. Lo que Kraft me había anticipado como una tendencia del futuro se estaba propagando a nivel masivo apenas meses después de entrevistarlo.
Prácticamente todos los estudios sobre el futuro de los empleos coinciden en que los psiquiatras, los psicólogos y otros profesionales de la salud mental están entre quienes menos posibilidades tienen de ser reemplazados por robots. Según el estudio de la Universidad de Oxford, tienen menos de 1% de probabilidad de que máquinas inteligentes los sustituyan y están entre los cinco trabajos más seguros para los humanos de los 702 incluidos en ese ranking.
Kraft coincidió con este pronóstico, aunque agregó que las máquinas inteligentes ayudarán a los psiquiatras a hacer un trabajo mucho mejor. “Sabemos que la salud mental es muy importante para nuestra salud en general y que mucha gente con trastornos mentales o trastornos psiquiátricos tiene grandes dificultades para consultar a un buen psiquiatra o a un buen psicólogo. Pero ahora estamos teniendo acceso a nuevas herramientas que pueden ayudar mucho, como nuevos sensores en tus prendas de vestir, en tu muñeca, en tu teléfono inteligente, que pueden decir mucho sobre tu estado mental”, explicó. Estas nuevas aplicaciones van a medir la voz, leer los mensajes de texto y la actividad en las redes sociales de los pacientes, y van a alertar al médico —o a la madre del paciente— cuando haya alguna señal de peligro, explicó. “Todas estas herramientas pueden ser muy útiles. Yo creo en la psiquiatría digital”, me dijo Kraft.
Hacia el final de nuestra entrevista, le pregunté a Kraft si podía hacerle una pregunta personal: ¿usted, y todos los aparatos que lleva encima ya están conectados en forma continua con su médico personal? Kraft movió la cabeza de manera afirmativa: “Efectivamente”. Según me contó, tiene una aplicación de cuidado de salud en su teléfono celular y al instante puede revisar en la pantalla sus datos médicos. Agregó que su teléfono está conectado con la báscula del baño de su casa, de manera que puede ver no sólo cuánto ha variado su peso, sino también cuántos pasos ha caminado por día durante el último mes, cuántos escalones ha subido y cuántas horas ha dormido por noche.
“Hace un año, yo era la única persona que podía ver esos datos. Pero desde hace aproximadamente un año yo puedo apretar una tecla en la pantalla de mi celular y mandar esos datos a mi médico en Stanford, donde tiene su consultorio. Y mi doctor puede verlos. Así que ahora los datos de mi reloj, de mi báscula, de mi brazalete de presión arterial de mi monitor de glucosa en la sangre pueden empezar a fluir a mi médico. Él puede ver esa información y, si lo necesita, usarla para guiar la terapia o ayudarme a manejar los medicamentos u otros problemas. Eso ya está empezando a pasar”, me dijo Kraft.
Por supuesto, los médicos no van a estar todo el día mirando pantallas electrónicas para saber cómo está cada uno de sus pacientes, ni sus enfermeras tampoco, aclaró Kraft. “Pero van a usar programas de inteligencia artificial para monitorear y entender esos datos y decidir lo que es relevante para cada paciente en particular”, señaló. Al igual que las pizarras en los hospitales, los médicos escucharán una alarma cuando haya un peligro inminente, o varios tipos de alarma según la urgencia de cada caso.
Finalmente, le pregunté a Kraft qué le aconsejaría a un joven que quiere estudiar medicina, considerando las amenazas que se ciernen sobre la profesión. El médico futurista respondió que la medicina será mucho más interdisciplinaria y, por lo tanto, requerirá que los estudiantes aprendan otras cosas además de la medicina tradicional. Se deberán acostumbrar a trabajar con científicos, analistas de datos e ingenieros que hasta ahora no tenían un sitio en los consultorios médicos.
“Creo que es un momento muy apasionante de la medicina, en especial para la gente joven que viene de muchas disciplinas diferentes, y que desempeñará un papel en la transformación de la medicina tal como la conocemos. El cuidado de la salud, o de las enfermedades, se ha practicado de la misma forma desde hace muchos años. Hacíamos una llamada telefónica, esperábamos dos semanas para una cita, veíamos al médico, íbamos a la farmacia y tomábamos una píldora. Ahora estamos en la era en que podemos usar una aplicación prescrita por nuestro médico para ayudar a prevenir la diabetes y evitar enfermarnos y no tener que ir al médico”, afirmó.
La medicina se convertirá en una ciencia mucho más amplia, continuó. Habrá estudiantes de medicina que querrán ser también técnicos informáticos, científicos, analistas de datos y expertos en genética para trabajar en los hospitales. Otros querrán estudiar ingeniería robótica para manejar robots cirujanos, o para diseñar, perfeccionar o mantener aparatos que puedan ayudar a personas mayores a levantarse y caminar, o a pacientes que tienen parálisis, como lo viene haciendo el doctor Hugh Herr del MIT. O sea, “la medicina va a llevar a jóvenes y adultos de muchos campos diferentes a unirse y trabajar juntos”, concluyó.
Y el resultado será que, gracias a la medicina preventiva, el análisis de datos, el diagnóstico personalizado en nuestras casas, la conectividad con nuestros médicos y la medicina a distancia, será cada vez menos necesario ir a los hospitales o al consultorio médico, dice Kraft. Para utilizar otra metáfora automovilística, los hospitales serán como un pit stop donde se detienen por un instante los automóviles en las carreras de Fórmula Uno para cambiar una llanta o hacer algún ajuste mecánico rápido, antes de regresar a la pista. En lugar de ir al hospital para emergencias, iremos al hospital para una reparación muy puntual y seguiremos la carrera de inmediato.
Mientras escribía estas páginas, entrevisté al doctor Deepak Chopra, el gurú de la medicina alternativa y de la meditación trascendental y un crítico acérrimo de la propensión de los médicos convencionales a darnos una pastilla para cualquier molestia. Pensé que Chopra me daría una visión muy diferente de la de los médicos futuristas, por ser un escéptico total de la medicina tradicional. Ya lo había entrevistado en varias oportunidades anteriores y me había asegurado que él no tomaba ninguna medicina que no fueran hierbas y otros productos naturales. Según decía, le tenía una gran desconfianza a la industria farmacéutica. Estaba muy curioso por saber qué me diría Chopra sobre los robots cirujanos, los minirrobots, y el uso de la inteligencia artificial para monitorear y cuidar nuestra salud.
Para mi sorpresa, Chopra no arremetió contra esas novedades tecnológicas. “La tecnología es la próxima fase de la evolución humana y no se puede detener”, me dijo. “Por lo tanto, si te resistes al surgimiento de la tecnología o a su evolución, te conviertes en irrelevante. Los principios darwinianos establecen que te adaptas —y no solamente te adaptas, sino que te adaptas rápido y eres un pionero en el movimiento— o te conviertes en algo irrelevante. Por lo tanto, cualquier persona que piense que puede detener la revolución de la tecnología, la realidad aumentada, la realidad virtual o la inteligencia artificial está condenado a la senilidad y a la irrelevancia. Es el principio número uno.”
“El principio número dos es que la tecnología es neutral”, prosiguió. Podemos utilizar la tecnología para destruir el mundo o para mejorarlo. “Yo veo un mundo, en cinco años, en donde el doctor no te prescribirá una medicina, sino que te mandará a una sesión de realidad virtual, realidad aumentada, y saldrás sintiéndote mejor en media hora. O existirán tecnologías de ondas cerebrales y entrenamiento para dormir, etc. Sí, existirán nanobots, que serán del tamaño de una célula, que irán en tus vasos sanguíneos y no sólo limpiarán tus arterias, sino también permitirán que los genes apropiados se expresen, que supriman a los genes que causan enfermedades y que secreten los neuropéptidos apropiados, todo esto computarizado y regulándose a sí mismo”, dijo.
¿Y qué pasará con los médicos?, le pregunté. “Como el resto del mundo, los médicos deberán adaptarse o se extinguirán”, respondió Chopra. El papel tradicional de los médicos está cambiando muy rápidamente debido a las consultas virtuales, las terapias con ultrasonidos, las terapias con realidad virtual, la cirugía robótica, los diagnósticos caseros con nuestros celulares que leen electrocardiogramas y estudian las manchas en la piel, los tests genéticos a través de la saliva y varios otros adelantos tecnológicos”, continuó. “Yo creo que el rol de los médicos y de los profesionales dedicados al cuidado de la salud en general será más colectivo. Por lo tanto, no seré yo consultándole a un doctor. Puede que tal vez lo consulte una o dos veces por internet a través de Skype o FaceTime, pero el resto serán situaciones en las que proveeré mi información y los algoritmos me darán los mejores y más recientes tratamientos”, prosiguió.
“Después podría entablar una relación personal con un profesional de la salud para sentirme bien. Pero en lugar de ser una relación entre un médico y un paciente, consultaremos con grupos de expertos en todas las áreas de salud y bienestar, en muchas de ellas, y ellos interactuarán a través de la tecnología para mejorar nuestro bienestar, para que podamos dormir mejor, manejar mejor el estrés o convencernos de que hagamos ejercicio”, señaló.
O sea, la medicina será más personalizada y más participativa. “No hay dos personas que respondan de la misma manera a una intervención debido a que las curaciones son algo muy complejo. Involucran el bienestar físico, el bienestar emocional, el bienestar social, el bienestar laboral, el bienestar financiero, el bienestar espiritual. Y esto debe analizarse”, explicó. “Existirá un rol para que alguien te tome la mano y esté contigo de una forma muy compasiva y empática que ya nosotros los médicos hemos perdido, para guiarte a través del proceso. Pero los médicos, tal como los conocemos hoy en día, serán una especie extinta. Tendremos que evolucionar hacia una nueva profesión.”
Tal vez Chopra —propenso a generar grandes titulares— exagere un poco, pero lo cierto es que la profesión de los médicos cambiará rápidamente hacia una actividad que será más predictiva, preventiva, personalizada, participativa e interdisciplinaria. Varias especialidades de los médicos serán reemplazadas por las máquinas inteligentes y sustituidas por otras, como el análisis de datos, la genética y la ingeniería robótica. Los médicos seguirán existiendo, pero su principal misión será la de monitorear de forma permanente la información de nuestros sensores, interpretar los diagnósticos, las aplicaciones de nuestros teléfonos inteligentes y nuestros laboratorios médicos caseros, ayudarnos a escoger las dietas, las medicinas y los tratamientos que nos recomendarán las máquinas inteligentes, y darnos consejos prácticos y apoyo anímico durante el proceso. En otras palabras, los médicos serán cada vez menos reparadores de órganos enfermos y cada vez más consejeros de conductas que potencien nuestra salud. Y —en eso sí tiene razón Chopra— los médicos que no se adapten a esto se volverán irrelevantes.