Salir de la inercia
Cuántas veces incorporamos hábitos a nuestra vida que no hemos cuestionado, comportamientos que integramos por inercia y que no nos permiten aprender ni transformarnos.
La inercia no solo hace referencia a la propiedad de los cuerpos de no modificar su estado de reposo o movimiento si no es por acción de una fuerza. También se refiere a la falta de pensamiento crítico, de responsabilidad, a la falta de voluntad de aprender de los errores.
En consecuencia, la inercia nace a menudo de la desidia, el abandono, la pereza o la inacción (en definitiva, el no hacer por no querer pensar ni querer sentir). La peligrosa inercia no conoce el acto de la rectificación. Por eso es tan importante no comportarnos como monos; observar, dialogar y aprender para no maltratarnos. Los condicionamientos propios o heredados de nuestro entorno, familia y sociedad pueden llevarnos a pensar que eso es «lo normal», cuando lo normal debería ser comprender la vida, mirarla con los ojos abiertos y a pecho descubierto, entender a los demás, cuidarnos e inspirarnos.
Al fin y al cabo, la vida tiene sentido cuando se vence a la inercia y la construimos de manera consciente y activa.