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¿Cuán lejos te lleva tu ira?
Desde que se instaló con su madre, una célebre antropóloga, en un poblado esquimal, Claudia tenía gran curiosidad por algo que observaba casi cada día.
Ambas debían permanecer dos semanas allí, todas sus vacaciones de pascua, para completar un estudio que su madre publicaría en una importante revista científica.
Claudia pasaba el tiempo leyendo libros en su cómoda cabaña, contemplaba las montañas heladas en el horizonte o jugaba con los pocos niños de la aldea, que le cedían su trineo.
Sin embargo, había algo en las costumbres de los esquimales que la intrigaba sobremanera.
Más de una vez había visto cómo se abría la puerta de una de las casas y de su interior salía una persona hecha una furia. Entonces, el individuo caminaba en línea recta a través del hielo hasta que en algún momento se paraba y clavaba una estaca. Luego regresaba a su hogar o a las tareas que hubiera dejado.
En su última noche en la aldea, mientras Claudia cenaba con su madre, le preguntó por aquel ritual que no alcanzaba a comprender.
Los ojos de la antropóloga se iluminaron al explicarle a su hija:
—Es una bella costumbre de los esquimales. Cuando se enfadan con alguien o con algo, en lugar de discutir y estropear más aún las cosas, se ponen a caminar en línea recta hasta que sienten que su furia se apaga. Entonces clavan la estaca.
—¿Y para qué sirve clavarla? —preguntó Claudia.
—Así pueden medir la duración de su enfado. Si queda a gran distancia de la casa o del lugar donde se ha producido, eso significa que la ira ha sido intensa y larga. Si se apaga antes, ha sido solo un calentón sin importancia. —Ante la mirada interesada de su hija, la antropóloga concluyó—: Comprender nuestras emociones es el primer paso para conquistarlas.