11
Un misterio en la mesa
Lucio era un niño de seis años al que volvían loco los macarrones con queso de su yaya Laura.
El día en que este incidente se produjo, Lucio se había quedado a comer en casa de sus abuelitos. Estaba en la mesa esperando su plato predilecto, esos macarrones gratinados al horno que solo su abuela sabía cocinar tan bien.
La anciana, sabedora de lo rico que le resultaba este plato de pasta a su nieto, se lo sirvió recién hecho, caliente y jugoso. ¡Desprendía un olor delicioso!
Lucio sonrió mientras le llegaba el aroma de su plato favorito. ¡Por fin lo tenía delante y se moría de hambre! Pero entonces sucedió algo curioso: en lugar de empezar a comer, el niño le pidió a su abuela que probara los macarrones.
—¿Para qué quieres que los pruebe, hijo? —le preguntó Laura.
—Porque sí, pruébalos, yaya.
Sorprendida, la abuelita empezó a preguntarse si había algo raro en los macarrones. Levantó la tapa de la cacerola donde había cocinado la salsa. Olía muy bien y estaba segura de no haber puesto demasiada sal.
—¿Por qué no pruebas mi plato? —insistió Lucio.
La buena mujer inspeccionó de cerca la ración de macarrones al queso que acababa de servir. El gratinado parecía estar en el punto perfecto, no se había quemado.
—¡Toma un poco, yaya!
—Dentro de una hora comeré con tu abuelo, cuando termines y te lleve al cole. ¿Por qué no comes de una vez? —empezó a impacientarse.
—Porque quiero que pruebes mis macarrones.
Laura no entendía qué le pasaba a su nieto. Ese había sido siempre su plato preferido. ¿Qué mosca le había picado? ¿Ya no le apetecían los macarrones? Quizá fueran cosas de la edad, se dijo, y Lucio se estaba haciendo mayor.
—Está bien, chico, los probaré —contestó al fin—. No entiendo por qué insistes en que coma de tu plato, pero si hay algo que no está bueno, ahora lo veremos.
Dicho esto, se sentó al lado de Lucio y alcanzó el plato. Se disponía a tomar el tenedor, pero, tras echar la vista a un lado y otro de la mesa, no lo encontró.
¡Había olvidado ponerlo!
Solo entonces Lucio dijo:
—Falta el tenedor, yaya. Eso es lo que les pasa a los macarrones, por lo que no me los puedo comer.
Este sencillo cuento ilustra las extrañas situaciones que pueden producirse cuando no somos claros y directos con nuestro mensaje. Si no expresamos lo que sucede con claridad, los demás pueden imaginar cualquier cosa, como le sucede a Laura con su nieto.