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Un vínculo indestructible
Hace algunos años, una enfermera presenció esta conmovedora escena mientras trabajaba en el turno de mañana.
Faltaban diez minutos para las ocho cuando apareció una niña de once años con un vestido amarillo y el pelo castaño recogido en dos largas trenzas. Llevaba el brazo izquierdo vendado, por lo que la enfermera imaginó que había ido al hospital a quitarse el vendaje.
—Le ruego que el doctor sea puntual y me atienda a las ocho, que es la hora programada —le pidió la niña cortésmente—. Tengo una cita importante a las nueve y no puedo llegar tarde.
Por la corta edad de la paciente, la enfermera imaginó que, a esa hora, la niña tenía que estar en la escuela, quizá por algún examen importante.
—No te preocupes —la tranquilizó—, esto será coser y cantar. A las nueve podrás estar en el colegio.
La niña sonrió agradecida.
Resultó que ese día el doctor que debía examinarle el brazo para darle el alta estaba muy atareado con un paciente nuevo. Los minutos pasaban y la niña miraba su reloj, inquieta, mientras se mordisqueaba los labios con impaciencia.
Al darse cuenta de la situación, la enfermera decidió hablar con ella para preguntarle qué era eso tan importante que tenía que hacer en la escuela.
—¡Ah, al colegio iré después de mi cita! —confesó la niña—. Es a la residencia de ancianos donde debo ir antes que nada. Allí vive mi abuelo.
—Entiendo… —dijo la enfermera conmovida—. Tu abuelito vive, entonces, en una residencia. Y ¿cómo está de salud?
—Hace tiempo que vive allí —respondió la niña con melancolía—. Padece alzheimer y necesita que lo atiendan las veinticuatro horas del día.
—En ese caso, no se enfadará si llegas un poco tarde… —razonó la enfermera—. ¿Puede tu abuelo aún reconocerte?
—Por desgracia, no… —repuso ella con tristeza—. Hace tres años que no reconoce a nadie, ni sabe quién soy.
Haciéndose cargo de la situación, la enfermera le dijo entonces:
—En ese caso, yo de ti no me angustiaría si hoy no puedes ir a verlo. A fin de cuentas, ni siquiera sabe que eres su nieta.
En este punto, la niña esbozó una sonrisa bondadosa y le explicó:
—Él no sabe quién soy, pero yo aún sé quién es él. Por eso voy a visitarlo cada día.
Cuentan que a la enfermera se le erizó la piel, y que no pudo contener las lágrimas cuando la niña finalmente abandonó la consulta.