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Perder para ganar
Una prestigiosa economista decidió visitar junto a dos alumnos el pueblo más pobre de una comarca. Entre todas las chozas, eligió la más mísera y destartalada de la aldea.
Tras presentarse ante la familia, que los invitó amablemente a pasar, se sentaron en una sala desprovista de cualquier comodidad. Entonces la profesora explicó:
—Estamos realizando un trabajo para conocer el nivel de vida de esta comarca. ¿Pueden decirme cuáles son sus riquezas?
—Solo tenemos una vaca —dijo avergonzado el padre de familia—. Mi esposa hace algunas labores de confección, y nuestros hijos ayudan en campos vecinos en el tiempo de cosecha. Sin embargo, lo que nos asegura el sustento es la vaca.
A continuación, los invitó a verla. La vaca estaba famélica y plagada de moscas que revoloteaban a su alrededor.
—Da poca leche —explicó tristemente el labriego—, pero es mejor eso que morirse de hambre.
El sol empezaba a ocultarse en el horizonte, así que aquella humilde familia invitó a la economista y a sus dos alumnos a pasar la noche en la cabaña. Para sorpresa de los estudiantes, la maestra aceptó.
Uno de ellos, que tenía problemas para conciliar el sueño, advirtió cómo la profesora se levantaba en mitad de la noche y se escurría hacia el establo. La siguió, lleno de curiosidad. Para su sorpresa, vio cómo la mujer desataba a la vaca famélica de la cuerda y la empujaba para que se fuera del establo.
Al verse en libertad, el animal primero miró confundido a su alrededor, pero pronto empezó a caminar para buscarse una vida mejor lejos de aquella choza.
Por la mañana, al darse cuenta de que la vaca había huido, la familia derramó muchas lágrimas. Para consolarlos, la economista les dio dinero para que pudieran vivir un par de meses. Luego se despidieron.
Mientras regresaban a la ciudad en el coche, el estudiante que había visto lo que había pasado en realidad estalló:
—¿Cómo ha podido cometer usted una crueldad así? Aunque puedan comprar comida para un par de meses, los ha privado de lo único que tenían.
—Volveremos dentro de un año —se limitó a decir la profesora—. Este será vuestro trabajo de fin de carrera.
En efecto, un año más tarde, la economista y sus alumnos regresaron al lugar donde les habían dado hospitalidad por una noche. Pero ya no encontraron la choza. En su lugar ahora había una casa grande y limpia de madera, rodeada de campos fértiles donde en aquel momento estaba la familia trabajando.
Al reconocerlos, el padre corrió hacia ellos a abrazarlos y los invitó a que pasaran a compartir un rico almuerzo.
—Venimos para saber cómo se repusieron de la pérdida de la vaca… —dijo la profesora admirando todo lo que había a su alrededor—. Parece que han prosperado.
—Sí… Mientras teníamos esa vaca famélica como sustento, no veíamos otra cosa. Al perderla, no nos quedó otro remedio que buscar otra forma de vida. Tras conocer nuestra desgracia, unos vecinos nos dieron un saquito de semillas, así que decidimos limpiar y cultivar los terrenos alrededor de esta finca.
Los tres visitantes seguían el relato del campesino con enorme interés.
—¡Resultó ser la tierra más fértil de toda la comarca! —exclamó el hombre con entusiasmo—. La cosecha fue tan generosa que, tras vender el excedente, pudimos pagar el material para ampliar la casa y hemos comprado más semillas. Esa vaca en los huesos…
—Era algo peor que un animal que daba poca leche —concluyó la economista—. Era un ancla que no les permitía zarpar hacia un puerto mejor.