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Es más importante la solución que la causa
Hace miles de años, en las profundidades de un valle, vivía una tribu muy apacible. Se alimentaban de la caza y de los frutos del bosque, y muy raramente se producían peleas.
Hasta que un buen día —o, mejor dicho, un mal día— ocurrió una desgracia. Uno de los jóvenes de la tribu resultó herido en medio del bosque. Y no había sucedido a causa de un animal, o por la rama rota y afilada de un árbol que se le hubiera clavado en la pierna. La herida había sido producida por una flecha que aún tenía clavada en el muslo. Por lo tanto, había sido lanzada por alguien.
La tribu no salía de su asombro. Si alguien lo había hecho por equivocación mientras trataba de cazar a un animal, ¿por qué no lo había dicho? Sin embargo, el silencio se había apoderado del valle. Nadie sabía de dónde había salido aquella flecha, y la desconfianza entre unos y otros empezó a aflorar por primera vez en la historia de la tribu.
El hermano del herido exigía explicaciones, mientras el joven se retorcía de dolor en el suelo. No cesaba de preguntar quién había sido, gritando fuera de sí, mientras escudriñaba con la mirada a toda la tribu.
Al ver que crecía la confusión en el valle, un grupo de ancianos decidió ir en busca de la hechicera para que hallara la respuesta a aquel misterio que había traído la discordia. Para recobrar la paz, era necesario saber quién había lanzado la flecha y por qué.
No era lo mismo que fuera un niño que un adulto, ni si lo había hecho por accidente o con mala intención. También cabía la posibilidad de que la flecha hubiera venido de fuera de la tribu.
Eso complicaría aún más las cosas, ya que, en ese caso, sería urgente saber qué tribu enemiga lo había hecho y con qué intención. ¿Sería aquello una primera acción para expulsarlos del valle? ¿Cómo debían reaccionar ante ese ataque?
Todo esto iban discutiendo hasta llegar a la cabaña de la hechicera, que al escuchar el caso pidió que la llevaran ante el joven herido.
La sabia mujer miró con compasión cómo el chico gemía mientras la tribu entera, reunida a su alrededor, esperaba su veredicto.
Para sorpresa de todos, la hechicera no dijo nada. Simplemente se agachó a arrancarle la flecha y, ante los gritos del joven, cubrió su herida con un ungüento calmante y sanador. Luego se dirigió a la tribu y dijo:
—Después del incidente, no importa quién o por qué haya arrojado la flecha. Si no la arrancáis y curáis la herida, el chico morirá desangrado. —Y, ante el silencio de todos, concluyó—: Cuando surge un problema, primero debe buscarse la solución, y no al responsable de lo sucedido o el motivo por el que se originó.