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Imaginación al poder
A Marisa le encantaba dibujar desde que había agarrado su primer lápiz con solo dos años. Tiempo después, con siete recién cumplidos, los maestros del colegio al que asistía se quejaban de que no prestaba atención a ninguna clase que no fuera Artes Plásticas.
La niña vivía en un mundo de fantasía que la hacía volar a mucha distancia de la escuela, y en él imaginaba todo lo que después plasmaba sobre el papel. Colores, formas, emociones, todo se mezclaba en esa creatividad sin fin que le proporcionaban los viajes de su imaginación.
Muchos decían que soñaba despierta, pero si soñar despierta significaba abrirse a un mundo de infinitas posibilidades que atravesaban su pequeña cabeza…, entonces, ¡bienvenidos fueran los sueños en clase de Matemáticas!
Uno de aquellos días, Marisa vio claro lo que iba a pintar. No era la primera vez que tenía aquello en mente, pero en esa ocasión iba a plasmarlo por fin en el papel.
Se sentó en la última fila de la clase de arte. No quería que nadie la molestara o asomara la cabeza para ver qué se traía entre manos la artista del grupo.
Como si no hubiera un mañana, se puso manos a la obra. La profesora estaba fascinada con su concentración, así que se acercó a ella y le preguntó:
—¿Qué estás dibujando hoy?
—Estoy dibujando a Dios —fue la respuesta de la niña.
La maestra se quedó tan sorprendida que tardó un momento en reaccionar, y cuando lo hizo, exclamó:
—Pero ¡nadie sabe cómo es Dios!
A lo que la niña contestó con una sonrisa de oreja a oreja y sin titubear:
—Pues lo van a saber en un minuto.