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Vivir es una aventura
A medida que se acercaba el viernes por la tarde, cuando se estrenaría la obra de teatro de la escuela, el pequeño Amir sentía cómo el miedo lo paralizaba. Solo de pensar en subir al escenario, delante de todas aquellas butacas llenas de familias y alumnos de otras clases, sentía que el sudor le empapaba todo el cuerpo.
Amir amaba el teatro más que nada en el mundo. Siempre pedía a sus padres que lo llevaran a ver las obras que se representaban en su ciudad, incluso aquellas que apenas podía comprender. Y, desde que tenía uso de razón, anhelaba ser uno de aquellos actores que cautivaban al público.
Sin embargo, ahora que le tocaba a él subir al escenario, no se veía capaz. Su papel era corto, pero… ¿y si se le olvidaba el texto justo cuando tenía que decirlo? O, peor aún, ¿y si tropezaba con otros actores o le fallaban las piernas y hacía un ridículo espantoso?
¿Y si…?
Cada vez más asustado, Amir decidió ir a hablar con la profesora de teatro. Le pediría que lo sustituyera otro actor. A fin de cuentas, había chicos de su clase que no estaban en la representación.
Al escuchar los temores del chico y su intención de abandonar la obra, la maestra le puso la mano en el hombro y le dijo con una sonrisa bondadosa:
—¿Conoces el cuento de las siete vidas del gato miedica?
—No… —reconoció Amir avergonzado.
—Lo escribió un amigo mío y voy a leértelo para que acabes de tomar tu decisión.
Dicho esto, fue en busca de un libro de gruesas tapas coloreadas y, tras encontrar la página adecuada, leyó:
«Había una vez un gato miedica que no se subía a los árboles,
por si acaso no podía bajar.
No saltaba demasiado alto, por si se hacía daño al caer.
Tampoco perseguía ratones, por si tropezaba al correr.
Ni jugaba con los ovillos de lana, por si se enredaba las patitas.
Ni se lavaba más de la cuenta, por si se tragaba demasiados pelos.
Ni sacaba las uñas, por si se arañaba sin querer.
¿Y sabes qué?
Este gato vivió muchos años, pero cuando murió, aún tenía sus siete vidas por estrenar».
Amir ya había tomado su decisión: estaría en la obra y daría lo mejor de sí mismo. A fin de cuentas, el teatro era su vida. Y la vida hay que vivirla.