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Trabajar para un futuro mejor
Un mercader hizo una parada en un oasis en medio del desierto para abrevar a sus camellos. Hacía ese recorrido prácticamente cada semana, y casi nunca encontraba a nadie conocido.
Aquel mediodía, sin embargo, a la orilla del agua encontró a un amigo de la infancia, Elijah, justo debajo de una gran datilera. Estaba cavando agujeros mientras sudaba la gota gorda. Tan concentrado estaba en su tarea que ni siquiera se dio cuenta de la llegada del mercader y de sus camellos.
—Elijah, amigo, ¿qué te traes entre manos, aquí con este calor? —le preguntó cuando se hubo situado a su lado.
—Siembro dátiles —contestó Elijah antes de continuar con su tarea.
—¡Dátiles! —repitió el mercader, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez—. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo—. ¿Sabes cuánto tendrás que esperar para ver algún dátil salir de aquí?
—No lo sé…, pero no supone un problema para mí.
—¿Esperar? Amigo, ahora los dos tenemos treinta años. Las datileras tardan más de cincuenta años en crecer y solo cuando se convierten en palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Aunque llegues a viejo, difícilmente lograrás cosechar algo de lo que siembras. ¡Deja eso y ven conmigo!
—Mira, amigo mío —respondió Elijah—, yo he comido los dátiles que un desconocido sembró, alguien que tampoco esperó probar esos dulces frutos. Yo siembro hoy para que otros puedan comer mañana los dátiles que he plantado... Y aunque solo sea en honor de aquel desconocido y de los que vendrán en el futuro, merece la pena la tarea.