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Como es adentro, es afuera
Laila tenía un bello don desde muy pequeña. Era capaz de dibujar con la sutileza y la precisión de los grandes maestros de la pintura.
A los diez años, su profesora de arte la animó a realizar su primera exposición pública para que todos pudieran admirar su talento. Para esa ocasión, Laila estuvo trabajando durante horas en un cuadro en el que volcó todo su empeño y creatividad.
El día señalado, un gran número de personas acudieron a la galería donde iba a tener lugar el evento. Por supuesto, estaban todos los compañeros de clase de Laila, algunos vecinos, pero también acudieron amantes del arte, e incluso algunos marchantes de cuadros que habían oído hablar de la nueva promesa.
Todos estaban ansiosos esperando a que la joven artista tirara de la sábana que cubría el lienzo, anhelando ver lo que la niña prodigio había creado.
Por fin, el momento tan esperado llegó, y la sábana se deslizó hasta el suelo.
La sala se sumió en el más profundo silencio, hasta que alguien se atrevió a respirar y dio paso a un rumor de murmullos de admiración. Estaban impresionados con el cuadro. Era de una belleza y una maestría nunca vistas en alguien de la edad de Laila. Tras unos instantes, el público estalló en un caluroso aplauso.
Era un autorretrato. Mostraba a la artista mirando al espectador con ojos brillantes, al lado de un gran cerezo cuyas flores llenaban toda la parte superior del cuadro de tonalidades rosas y blancas.
Solo la realización de esa magnífica floración debía de haberle llevado días enteros a la pequeña artista. Pero no era eso lo que más llamaba la atención de aquel lienzo, sino una misteriosa puerta que había en el grueso tronco del árbol y que la Laila del cuadro parecía tener la intención de abrir. Con una mano en la puerta y otra en su pecho, la protagonista del autorretrato transmitía pura emoción.
Una vez terminada la presentación, un compañero de clase se atrevió a preguntarle qué había al otro lado de la puerta y cómo se abría, puesto que le faltaba el pomo.
—Es la puerta del corazón —contestó Laila, abriendo mucho los ojos—. Y no necesita pomo porque el corazón se abre desde dentro. Sin embargo, todo lo que sale de él puede verse fuera, ya que alegra la vida de muchas otras personas, como lo hacen estas flores.
Desde entonces, el cuadro se expone en el Museo de Bellas Artes de su ciudad bajo el título: La floración del corazón.