Capítulo Ocho

 

 

 

 

 

Esa noche volvieron a Karekare. No hablaron en todo el trayecto. Cuando llegaron, Nicole dijo que iba a acostarse.

Se despertó de madrugada y Nate no estaba en la cama. Se levantó, se puso la bata que iba a juego con el camisón y se dirigió al salón.

La habitación estaba a oscuras salvo por la luz procedente de la enorme pantalla de televisión. Nate estaba sentado en el sofá frente a ella y había una copa de vino en la mesita de centro. No la oyó entrar. Tenía los ojos fijos en la pantalla.

Nicole miró a la pantalla y deseó haberse quedado en la cama. Allí estaban los dos, haciendo el amor. En su momento, pensó que sería divertido. Al fin y al cabo, había sido ella la que lo había instigado. Como siempre, había actuado sin pensar.

Cerró los ojos, pero seguía viendo las imágenes de sus cuerpos entrelazados, de la expresión de Nate mientras le hacía cosas que no había permitido a ningún otro hombre, de cómo había confiado en él y había disfrutado de cada segundo, sin pensar en las posibles consecuencias.

Abrió los ojos, dio media vuelta y salió de la habitación antes de que Nate se diera cuenta de su presencia. Al llegar al dormitorio se quitó la bata y se metió en la cama. Volvió a cerrar lo ojos con fuerza, pero no lo suficiente para impedir que las lágrimas se derramaran por sus mejillas.

 

 

Nate estaba sentado en la oscuridad mirando la pantalla, comprobando la increíble conexión que tenía con la apasionada mujer que en aquel momento dormía en su cama.

Ya la había amenazado dos veces con el vídeo. La primera lo había hecho en serio. ¿Y la segunda? Eso había creído hasta que comenzó a verlo y se dio cuenta de que nunca lo usaría en contra de ella.

Seguía queriendo vengarse de Charles Wilson, pero no podía ni quería hacer daño a Nicole para conseguirlo. Lo que ella le había dicho esa tarde le había llegado muy dentro. Racionalmente, sabía que tenía razón, pero emocionalmente seguía siendo aquel niño dispuesto a que su padre volviera a sonreír.

Nate había comprendido desde muy pequeño que la relación entre sus padres era una anomalía con respecto a la de los padres de sus amigos. Deborah Hunter y Thomas Jackson no se habían casado, ni siquiera vivían juntos, pero formaban una unidad a la hora de educar a su hijo.

De pequeño, había preguntado a su madre por qué su padre no vivía con ellos, y su madre le había respondido con tristeza que Thomas no era como los demás padres.

Al crecer entendió lo que diferenciaba a su padre de los demás, lo cual aumentó su determinación de dar una lección a Charles Wilson. Thomas Jackson era homosexual. De haberse sabido, se habría convertido en un estigma que le hubiera hecho perder sus amistades y su trabajo.

El propio Nate había sido el resultado de un último intento desesperado de su padre de demostrar que era como los demás. Thomas se lo había contado en su última visita a Europa, antes de morir.

Había conocido a Deborah Hunter y, desesperado por negar su sexualidad, había tenido una corta relación con ella, cuyo resultado fue la concepción de Nate, lo que había convertido a Thomas y a Deborah en amigos íntimos durante el resto de sus vidas.

Cuando se enteró de todo, Nate entendió muchas cosas. Supo que su padre no podía haber tenido una aventura con Cynthia Masters Wilson, de lo que lo había acusado Charles Wilson. Era algo que este habría debido saber desde el principio si hubiera sido un verdadero amigo de Thomas. Pero era un hombre conocido por sus ideas chapadas a la antigua y sus aires de superioridad moral. Probablemente por eso, Thomas nunca le habló de su homosexualidad, por temor a perder su amistad. Pero Charles debía haber confiado en Thomas, y fue la pérdida de esa confianza lo que destrozó a su padre.

Nicole tenía razón al decir que el pasado no podía cambiarse. Pero el niño que seguía viviendo en el interior de Nate seguía sufriendo y queriendo que Charles pagara por su comportamiento.

Nate apagó la televisión con el mando a distancia. No, no usaría el DVD para hacer daño a Nicole. Su contenido les pertenecía a ambos. Pero entonces, ¿cómo conseguiría que se quedara con él? No quería dejarla marchar.

Había querido servirse de ella para atacar la empresa de su padre y, a juzgar por el viaje que ella acababa de hacer, había alcanzado su objetivo. Y le encantaba tenerla a su lado cuando su padre había dado por sentado que Nicole siempre trabajaría para Wilson Wines. Pero Nate no quería que siguiera con él para apartarla de su padre, sino por motivos que nada tenían que ver con nadie más.

Reconoció que era algo más que deseo lo que sentía por ella. La deseaba de un modo que no entendía del todo y que era incapaz de describir, de un modo que nada tenía que ver con sus planes.

Y lo asustaba.

 

 

Nicole seguía sola al despertarse por la mañana, pero oyó que Nate se estaba duchando. Se quedó tumbada preguntándose qué habría pensado él al ver el vídeo. ¿Se habría imaginado la ira y el disgusto de su padre? ¿Se lo enviaría con una carta en la que le explicara que era hijo de Thomas Jackson?

La idea de que su padre abriera la carta o comenzara a ver el DVD la puso enferma, por lo que salió corriendo de la habitación y fue al cuarto de baño de la de invitados, donde vomitó. Tiró de la cadena y apoyó ambas manos en el lavabo tratando de recuperarse. Se echó agua en las manos y las muñecas, se aclaró la boca y se lavó la cara.

Se encontraba fatal. De hecho, llevaba días sin encontrarse del todo bien. ¿Era debido al coste emocional que le suponía vivir y trabajar con Nate o había algo más? No quería pensar en la noche en que él le había dicho que el condón se le había salido mientras dormían. No quería pensar en la posibilidad de estar embarazada.

¿Embarazada? Se le hizo un nudo en el estómago al tiempo que se miraba al espejo y observaba las bolsas bajo los ojos, el pelo lacio y la palidez del rostro. Tenía que ser estrés. Estaba preocupada por su padre y Nate le producía mucha tensión.

Volvió a pensar en su padre. Quería saber cómo estaba realmente y, como no podía ir a verlo, ya que le diría claramente que no era bien recibida, solo le quedaba una opción: preguntárselo a Anna. Le mandaría un correo electrónico al llegar al despacho y quedaría con ella a comer si su amiga estaba dispuesta. Entonces, tal vez consiguiera volver a encarrilar su vida.

 

 

Compartir el despacho con Nate no la había molestado hasta ese día. Tuvo que esperar hasta casi la hora de comer, cuando él se fue a una reunión, para escribirle a Anna el correo.

En Wilson Wines ya se habrían enterado de quién les había arrebatado el negocio, por lo que ¿respondería Anna al correo? Solo había un modo de averiguarlo. Escribió un corto mensaje y lo envió antes de tener tiempo de cambiar de opinión.

Esperó un rato sin obtener respuesta. Incapaz de soportar la espera, cerró el ordenador, agarró el bolso y se dirigió al restaurante. Si Anna se presentaba, ella estaría allí; si no, tendría que tener noticias de su padre por otra vía.

 

 

Nicole experimento un inmenso alivio al ver a Anna dirigirse hacia su mesa. Su amiga se sentó frente a ella.

–Ya he pedido para las dos –afirmó Nicole esperando que a su amiga no le importara.

–Gracias.

Nicole se asustó. ¿No sería posible la reconciliación? A juzgar por la expresión de Anna, una amistad de veintitantos años estaba a punto de irse a pique.

–No me mires así, Anna, por favor.

–¿Cómo?

–Como si no supieras si voy a pegarte o a abrazarte.

Anna sonrió, pero sin su calidez habitual.

–No estabas muy contenta conmigo la última vez que hablamos.

Era verdad. Se había sentido traicionada y atrapada. Y había empeorado lo que sentía gritándole a su amiga y huyendo. Se obligó a sonreír y apretó la mano de Anna. Esta no la retiró. En ese momento llegó el camarero con una ensalada para cada una, y fue Nicole la que retiró la mano.

Cuando volvieron a estar solas, Anna le preguntó cómo estaba.

Nicole ardía en deseos de contarle la verdad: que se había metido en un lío del que no sabía cómo salir. Sin embargo, no dijo nada. Además, recordó que el propósito de ver a su amiga era saber cómo se encontraba su padre.

Experimentó cierto alivio cuando Anna le dijo que estaba bien, porque ella no le mentiría sobre algo tan importante. Lo que le dolió fue enterarse de la facilidad con la que Judd se había asentado en Wilson Wines. Ella nunca sería capaz de estar a su altura. Cuando Anna le rogó que volviera a la empresa, que volviera a casa, se le partió el corazón.

–No puedo.

–¿Cómo que no puedes? Claro que puedes. Tu hogar está con nosotros, tu trabajo también. Vuelve, por favor.

Ojalá fuera tan sencillo. Aunque le contara a Anna lo del chantaje, ¿cómo iba a decirle que le gustaba trabajar en Jackson Importers, que se sentía más valorada y mejor considerada que en la empresa de su padre?

Se sintió avergonzada solo de pensarlo. Eludió el asunto como pudo y se centró en la disculpa que le debía a su mejor amiga. Anna la aceptó, y siguieron hablando de esto y aquello, pero de nada relacionado con el trabajo o los hombres. Lo que sentía por Nate era demasiado complicado para contárselo a Anna, ya que ni siquiera lo entendía ella.

Cuando acabaron de comer, fue casi como si todo hubiera vuelto a la normalidad, salvo porque no volvían juntas a trabajar al mismo despacho.

–Me alegro mucho de que me mandaras el correo electrónico –afirmó Anna mientras la abrazaba.

–Y yo de que sigas queriendo hablarme. No te merezco.

–Por supuesto que sí. Pago yo, ¿de acuerdo? La próxima vez me invitas tú.

–¿Estás segura? –preguntó Nicole.

–¿De que habrá una próxima vez? Claro que sí.

–No, tonta –Nicole se echó a reír con alegría.

Pero esta le duró poco, ya que estar con Anna le recordó todo lo que había abandonado, lo que había perdido debido a su conducta impulsiva. Y había otro problema añadido: que probablemente estuviera embarazada debido a esa misma conducta.

Comenzó a sentir náuseas de nuevo y, antes de que su amiga se diera cuenta de que no se encontraba bien, le dio un abrazo de despedida y se marchó.

En la calle, el sol no disipó el frío que sentía en su interior. Pensó de nuevo en lo que había perdido: a su padre y la posibilidad de relacionarse con un hermano al que no conocía y de trabajar con él en la empresa familiar. En lugar de ello, trabajaba para la competencia, y le gustaba. Tendría que buscar la forma de compensarles por lo que había hecho. Aunque Anna no le había comentado cómo se habían tomado en la empresa la pérdida de las bodegas, Nicole sabía que les habría dolido.

Durante el trayecto de vuelta a la oficina pensó que había una forma de seguir trabajando con Nate y ser leal a su padre y a la empresa. Sería difícil, pero nadie la había obligado a firmar un acuerdo de confidencialidad. Podía informar a Anna de los planes de Nate, no hasta el punto de que inmediatamente se supiera que había sido ella cuando se descubriera, lo cual estaba segura de que sucedería, pero lo suficiente para que Wilson Wines se situara en una posición de ventaja con respecto a Jackson Importers.

Satisfecha por haber hallado una salida factible a su situación, siguió conduciendo mientras trataba de desechar la idea de que lo que estaba a punto de hacer sería doloroso para quienes la habían aceptado en Jackson Importers con los brazos abiertos.

Tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta. Si conseguía llevar su plan adelante, Charles la miraría con otros ojos y tendría que valorarla por lo que había hecho por él.

 

 

Nate salió de la reunión de las siete de la mañana con el jefe del departamento de tecnología sin saber si se sentía furioso con Nicole o admirado por su audacia. Durante el fin de semana, ella había estado enviando información, desde su dormitorio, a Anna Garrick. Gracias al programa que él le había instalado en su ordenador, su equipo había conseguido averiguar qué información le había transmitido.

¿Por qué lo había hecho? Parecía contenta con el éxito que había tenido con las bodegas del distrito de Marlborough. Después habían tenido aquella maldita discusión, a causa de la cual se habían dejado de hablar en el despacho. Después, en la casa de Karekare, ella había dormido en otra habitación.

Nate no lo entendía. Ella se sentía tan atraída por él como él por ella. Y no solo físicamente. Él se estaba esforzando en satisfacer todas sus necesidades, entre ellas la de sentirse valorada en su trabajo. Le había dado todas las oportunidades para que destacara en lo que mejor hacía; sin embargo, no había bastado.

¿Qué más podía ofrecerle? ¿Y por qué lo que le había ofrecido no la había hecho feliz? ¿Necesitaba hasta tal punto contentar a su padre que estaba dispuesta a arrojar por la borda todo lo que Nate le había dado?

Tenía que detenerla: por él, por la empresa y por ella misma. Nate sabía perfectamente que Charles Wilson era un canalla obstinado que no sabía perdonar. No había perdonado a su mejor amigo y no perdonaría a su hija. Nicole no iba a recuperar la estima de su padre revelándole los secretos de Jackson Importers. Lo único que conseguiría sería anular sus posibilidades de éxito en la empresa, y él no estaba dispuesto a consentírselo.

Abrió la puerta del despacho y observó, satisfecho, que ella daba un respingo al verlo.

–Creía que estabas en una reunión.

–Sí, una reunión muy interesante. Parece que alguien de la oficina ha estado enviando información de nuestras más reciente iniciativas a Wilson Wines. Supongo que no sabrás quién ha sido, ¿verdad?

Ella palideció.

–¿Cómo…?

–Cómo lo he sabido carece de importancia. Pero tiene que acabarse ahora mismo, Nicole.

–No puedes evitarlo –replicó ella en tono desafiante mientras se levantaba–. Si me obligas a trabajar aquí y dispongo de cierta información, no puedes evitar que la transmita. No he firmado un acuerdo de confidencialidad.

–Creí que el DVD era un buen sustituto.

Sintió ganas de tomarla en sus brazos y de decirle que no pensaba usarlo en su contra. Pero tenía que detenerla, tenía que conseguir que siguiera donde se la valoraba: con él.

–Recuerda que te puedo pasar información errónea. ¿Cómo te sentirías si lo que tan alegremente están pasándole a tu amiga de Wilson Wines les causara un perjuicio? ¿Y si fuera la gota que colmara el vaso de sus problemas financieros?

Ella volvió a sentarse con expresión preocupada.

–¿Me las has pasado?

–Aún no, pero puede que lo haga de ahora en adelante. Que sea la primera y la última vez que haces algo así, o me veré obligado a tomar medidas.

–Yo…

La interrumpió el sonido de su móvil. Miró la pantalla y palideció todavía más.

–Supongo que es tu amiga.

Nicole cortó la llamada, pero el teléfono volvió a sonar al cabo de unos segundos.

–Será mejor que contestes, y dile a la señorita Garrick que en el futuro tendrán que diseñar la investigación y el desarrollo de la empresa ellos solitos.

Dicho esto, dio media vuelta y salió del despacho.

Mientras hablaba con él, Nicole pensó que las cosas ya no podían ir a peor. Pero, cuando vio el número de su casa en la pantalla del móvil, sintió miedo.

–¿Sí?

–Nic, soy Anna. Charles ha sufrido un colapso esta mañana mientras desayunaba. Judd se ha ido con él en una ambulancia. Ve al hospital central de Auckland en cuanto puedas. Tiene mala pinta.

–Pero me dijiste que estaba bien –protestó Nicole sin saber qué decir.

–Es evidente que se sentía peor de lo que daba a entender. Me tengo que ir. Nos vemos en el hospital.

Anna cortó la comunicación antes de que su amiga pudiera añadir nada más. Nicole agarró el bolso temblando y se dirigió al ascensor. Pulsó el botón de llamada varias veces.

Por fin llegó y se montó, y cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, un brazo se introdujo entre ellas forzándolas a abrirse de nuevo.

–¿Vas a algún sitio? –preguntó Nate mientras entraba.

–Mi padre ha sufrido un colapso. Tengo que verlo, así que, por favor, no intentes impedírmelo.

La expresión de Nate cambió de inmediato.

–¿Cómo vas a ir al hospital?

–No lo sé, supongo que en taxi.

–Te llevo.

–No tienes que…

–He dicho que te llevo. No estás en condiciones de quedarte sola.

–Gracias –dijo ella con voz temblorosa mientras el ascensor bajaba hasta el aparcamiento.

En cuanto Nate detuvo el coche frente a la entrada de urgencias, ella salió disparada sin mirar si él la seguía. Al entrar vio a Anna y a su hermano.

–¿Dónde está? Quiero verlo.

–Los médicos están con él –contestó Anna en voz baja–. Todavía lo están examinando.

–¿Qué ha pasado? –preguntó Nicole dirigiéndose a Judd, más que dispuesta a echarle la culpa de la situación en que se hallaba su padre. La vida era sencilla antes de que él llegara; no necesariamente feliz, pero sí menos complicada.

–Ha sufrido un colapso mientras desayunaba –le explicó Judd.

–Creí que estabas aquí para que se sintiera mejor, no para que su salud empeorara –le espetó Nicole rompiendo a llorar.

Se les acercó una enfermera.

–Puede ver a su padre ahora, señor Wilson.

Nicole no se dio cuenta de que Judd había agarrado del brazo a Anna hasta que esta dijo:

–No, llévate a Nicole, porque necesita estar con él más que yo.

¿Qué les pasaba a esos dos? ¿Eran pareja?

–¿Vienes? –le preguntó Judd impaciente.

Nicole dejó de llorar de inmediato. ¿Cómo se atrevía a hablarle así? No era culpa suya que su padre estuviera allí, posiblemente luchando por su vida.

–Por supuesto que voy. Es mi padre.

Se quedó horrorizada al verlo. Estaba rodeado de tubos y monitores que emitían pitidos. Parecía muy enfermo, muy frágil, muy mayor. La invadió un sentimiento de culpa.

–¿Qué hace ella aquí? –preguntó su padre girando la cabeza para no verla.

Ella observó la ira y el rechazo en sus ojos. Se puso rígida y se detuvo. Las palabras cariñosas que iba a decirle se convirtieron en una píldora amarga, imposible de tragar.

–He venido a ver cómo estabas, pero como es evidente que estás bien, no creo que me necesites.

Dio media vuelta y empujó a Judd, desesperada por salir de allí. Su padre la odiaba. Era evidente que no la perdonaría por haberse pasado a la competencia. Si nunca la había escuchado, ¿por qué iba a hacerlo en esa ocasión?

Salió del hospital sin dirigir la palabra a Anna.

 

* * *

 

Nate la estaba esperando.

–¿Cómo está? –preguntó acercándosele en cuanto la vio salir.

–Sigue siendo tan canalla de siempre. Llévame a casa, por favor. Me resulta imposible volver hoy al despacho.

Nate la estudió durante unos segundos antes de asentir. Le pasó el brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.

–Claro, lo que quieras.

En cuanto llegaron a la casa de la playa, ella lo abrazó, se desnudó y lo desnudó.

Lo arrastró al dormitorio y lo tumbó de un empujón en la cama. Le puso un preservativo y se sentó a horcajadas sobre él sin delicadeza ni palabras apasionadas. Sus movimientos eran fuertes y rápidos y, antes de que él se entregara a su ritmo frenético, se prometió a sí misma que Charles Wilson no volvería a hacerle daño.