Nate observó a Nicole durmiendo a su lado. Se había portado como una loca que tratara de exorcizar un demonio, como si estuviera desesperada por sustituir la pérdida y el dolor que sentía por otra cosa.
Aunque él no lamentara que lo que había sucedido en el hospital la hubiera devuelto a su cama, odiaba verla sufrir.
Nate, a partir de las conversaciones que habían tenido, se había hecho una idea de cómo había sido la vida de Nicole desde niña. No precisamente un camino de rosas, como había supuesto.
Para empezar, ella solo había tenido a su padre, que le había dado todos los caprichos, incluyendo a una amiga, Anna Garrick, que vivía bajo el mismo techo, pero no había podido compensarla por el hecho de que su madre la hubiera abandonado.
Charles vivía entregado a su trabajo. Cuando estaba con su hija, era una figura autoritaria que controlaba que hiciera los deberes, sacara buenas notas y se portara bien en la escuela. Ella se esforzaba en destacar en los estudios con la esperanza de ganar su aprobación, pero él apenas la elogiaba. Y cuando no cumplía sus expectativas…
No era de extrañar que, en aquel momento, Nicole se sintiera abandonada por ambos progenitores. Nate sabía que sufría, pero no qué hacer para ayudarla. También sabía que era responsable de parte de su sufrimiento.
Y podía solucionarlo destruyendo el DVD y dejando libre a Nicole.
Ella murmuró en sueños mientras él la atraía hacia su pecho. No, si había aprendido algo en los últimos días, era que no quería dejarla marchar.
Charles Wilson no se la merecía. Él, en cambio, haría todo lo que estuviera en su poder para que no le faltara de nada. Y era indudable que llegaría un día en que eso sería suficiente.
Durante el resto de la semana, Nicole dedicó su energía a dos cosas: a Nate y al trabajo. El viernes por la tarde estaba hecha polvo. La falta de sueño y la concentración que le exigía el trabajo mientras cerraba el último contrato con las bodegas le habían provocado una horrible jaqueca.
Mientras Nate y ella se dirigían al piso, deseó haber vuelto a la casa de la playa, cuya tranquilidad era justo lo que necesitaba en aquel momento. Irían al día siguiente por la tarde.
Le sonó el móvil, pero no le hizo caso. Debería haber apagado el maldito aparato al salir del despacho. Al fin y al cabo, todas las llamadas se relacionaban con el trabajo o eran de Anna, que la había ido poniendo al día sobre el estado de su padre.
Nicole se negaba a pensar en la situación de su padre, que no presentaba buenas perspectivas. Se negaba de plano a reconocer que la persona que más había influido en su vida pudiera desaparecer pronto si las cosas no mejoraban. Pero Charles la había rechazado en el hospital.
¿Tan difícil era quererla? Sintió una opresión en el pecho al pensarlo. Su madre la había abandonado y su padre la odiaba.
Nate le agarró la mano.
–¿Te encuentras bien? Estás muy pálida.
–Tengo jaqueca.
Él la miró, preocupado, y le acarició la mejilla antes de volver a agarrar el volante.
–No parece que tengas fiebre. ¿Crees que debes ir al médico? Llevas toda la semana con mal aspecto.
–Han sido unos días muy estresantes, ya lo sabes. Solo necesito un calmante y un mes durmiendo.
–No puedo prometerte un mes, pero no protestaré si te quieres quedar todo el fin de semana en la cama.
Nicole esbozó una sonrisa. No le cabía la menor duda de que estaría encantado de pasarse todo ese tiempo en la cama con ella. Él le tocaría el cuerpo como si fuera un afinado instrumento. No obstante, en aquel momento, lo último que la apetecía era tener relaciones sexuales.
–Puedo cambiar de planes para esta noche –añadió él–. No me gusta dejarte sola si no estás bien.
–No, no –protestó ella–. El ensayo de la boda de Raoul es importante. Debes ir.
–¿Estás segura?
–Claro que sí –lo único que deseaba era un baño caliente, un calmante y dormir.
Cuando llegaron al piso, Nate fue directamente al dormitorio para vestirse para el ensayo y la cena posterior que tendría lugar en uno de los mejores hoteles de Auckland.
Raoul había invitado a Nicole a la boda, pero ella se había negado a ir alegando que se sentiría una intrusa. La boda sería al día siguiente a mediodía, y ella había pensado en ir al despacho para adelantar trabajo.
Media hora después estaba sola. Llenó la bañera y se tomó dos calmantes antes de desnudarse y meterse en el agua.
Oyó que el móvil sonaba en el salón. Suspiró, no había prisa en ir a comprobar quién llamaba. Si Nate la necesitaba y no podía comunicarse con ella por el móvil, llamaría al teléfono fijo del piso. ¿Y quién más iba a querer hablar con ella?
Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el borde de la bañera para que el agua y los calmantes le hicieran efecto.
Al salir se puso un albornoz. No tenía sentido ponerse un camisón, ya que Nate se lo quitaría en cuanto llegara. Sonrió al pensarlo. Se le había quitado el dolor de cabeza y estaba hambrienta. Podía ver una película mientras cenaba, en vez de acostarse pronto como había pensado. Y cuando Nate volviera, saldría a recibirlo desnuda y sonriente. La idea cada vez le parecía mejor.
Pero, en primer lugar, tenía que ver quién había llamado. Había dos llamadas perdidas y un mensaje de voz. Nicole identificó inmediatamente el número de teléfono de su casa y se quedó petrificada. ¿Habría vuelto a empeorar su padre?
Escuchó el mensaje y se quedó sorprendida al oír una voz femenina desconocida.
–Soy Cynthia Masters Wilson y quiero hablar con Nicole Wilson. Querría comer contigo mañana, a la una, si estás libre –dijo el nombre del restaurante antes de proseguir–: Creo que ya es hora de que nos conozcamos, ¿no te parece?
Nicole se quedó mirando fijamente el teléfono. ¿Su madre? ¿Después de todo el tiempo que había pasado? Se sentó en el sofá porque le empezaron a temblar las piernas.
Llevaba toda la vida diciéndose que no quería conocer a la mujer que tan despiadadamente la había abandonado cuando tenía un año de edad, sin jamás intentar ponerse en contacto con ella ni verla. Al principio se dijo que no le importaba, ya que tenía a Anna, a su padre y a la madre de Anna. No necesitaba en absoluto a Cynthia Masters Wilson.
Pero ¿qué le quedaba en aquel momento? Nada. Llevaba toda la semana tratando de llenar el vacío que sentía en su interior trabajando como una bestia y haciendo el amor con Nate. Pero, si era sincera consigo misma, ninguna de las dos actividades había conseguido rellenar el hueco que el rechazo de su padre le había dejado.
Aquel era el primer intento de comunicación de su madre en veinticinco años. ¿Y si quisiera enmendarse? ¿Y si las razones para abandonar a Nicole tuvieran una justificación y el remordimiento por su ausencia fuera genuino? Sin duda debía tener un motivo para ponerse en contacto con su hija al cabo de tanto tiempo.
La curiosidad pudo más que la precaución. Vería a Cynthia, le resultaba imposible llamarla mamá, y trataría de hallar respuestas.
Muy nerviosa, entró en el restaurante. A medida que se acercaba pensó que se había equivocado al decidir acudir a la cita. ¿De qué iban a hablar? Y si su madre quería hacer las paces e incluso establecer una relación madre hija, ¿por qué lo hacía en un lugar público? Verse en privado hubiera sido más adecuado.
–Usted debe de ser la señorita Wilson –dijo el maître mientras ella permanecía en la entrada sin saber si quedarse o marcharse–. Sígame, por favor. Su madre la está esperando.
La mayor parte de las mesas estaban ocupadas. En una del fondo había una solitaria figura.
Nicole tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta. Para no mirar a aquella mujer, sonrió al maître cuando este separó una silla de la mesa, y mantuvo la mirada baja rebuscando en el bolso hasta que lo dejó en el suelo. Después alzó la vista.
Fue como si se viera a sí misma veinticinco años más tarde: los mismos ojos; el mismo pelo, aunque el de Cynthia tenía canas; y los mismos rasgos.
–Bueno, querida, esto promete, ¿no crees? –dijo Cynthia con una sonrisa forzada.
Eso no estaba en la lista de las cosas que se había imaginado que le diría su madre por primera vez. Nicole se enfureció.
–¿Por qué ahora?
–¿Cómo? ¿Nada de «hola mamá, encantada de conocerte, por fin»? –volvió a dedicarle una falsa sonrisa–. No te culpo por estar enfadada, pero debes comprender que he sido tan víctima de tu padre como tú o tu hermano.
¿Víctima? A Nicole le pareció que eso era distorsionar la realidad. Se había demostrado que su hermano era hijo de Charles. Este creyó que su esposa había tenido una aventura con Thomas Jackson. No se imaginaba al padre de Nate metiéndole esa idea en la cabeza a su padre, por lo que solo quedaba una persona en aquel peculiar triángulo.
–Veo que no me crees –Cynthia suspiró–. Me lo temía. Vamos a pedir la comida y esperemos que podamos hablar.
Aunque Nicole no tenía ganas de comer, le dijo lo que quería al camarero. Una vez les hubieron servido el vino, esta continúo hablando.
–Eres toda una belleza. Lamento no haberte visto crecer. Lo más difícil que he hecho en mi vida fue abandonarte y dejarte con tu padre. Pero sabía que te quería y que te protegería. Yo haría lo mismo con Judd.
–¿Cómo pudiste abandonarme así? –le espetó Nicole. Llevaba toda la vida esperando la respuesta.
Sorprendida, vio que los ojos de Cynthia se llenaban de lágrimas.
–¿De veras crees que quería abandonarte? Tu padre no me dejaba acercarme a ti. Cuando llegó a aquella ridícula conclusión sobre Thomas y yo, ni siquiera me dejó verte. Nos sacó a Judd y a mí del país en un abrir y cerrar de ojos.
Sus palabras y su expresión apenada parecían sinceras. Nicole quiso creerla, pero sin hablar con su padre o su hermano antes, no había modo de saber si decía la verdad.
–Podías haberme escrito –dijo Nicole sin ceder ni un ápice.
–Lo hice muchas veces a lo largo de los años, pero me devolvían las cartas, por lo que supongo que tu padre había dado órdenes a sus empleados a ese respecto.
Nicole reconoció que hubiera sido propio de su padre, pero habían pasado veinticinco años. Ella ya era una persona adulta a la que se podía acceder por medios que no controlara su padre.
Cynthia percibió su escepticismo y agitó la mano.
–Todo eso forma parte del pasado y no podemos cambiarlo. Pero ahora sí nos podemos conocer. Dime dónde vives. Judd me ha explicado que te mudaste hace unas semanas. Siento mucho que no hayáis tenido tiempo de conoceros. Ahora me alojo en la casa. Esperaba que pudiéramos estar todos juntos, como antes.
–¿No te ha dicho Judd por qué me marché?
Cynthia la miró con dureza y dejó el tenedor en la mesa. Bebió un sorbo de agua antes de contestar.
–Me dijo algo, pero prefiero que me lo cuentes tú.
Nicole soltó un bufido. Seguro que Judd prefería que se lo contara ella. Sin duda le habría dado una versión aséptica de lo ocurrido aquella noche.
–Mi padre y yo disentimos sobre sus planes para Judd y creí que lo mejor era alejarme de ambos por un tiempo.
–¿Dónde vives?
–Con Nate Hunter –no quiso que supiera la relación de Nate con Thomas Jackson. Por lo que sabía, en Wilson Wines nadie conocía a Nate por el apellido paterno. Era el señor Hunter incluso en la oficina–. Es el director de Jackson Importers. Trabajo con él.
Su madre palideció bajo el maquillaje.
–¿Tiene alguna relación Jackson Importers con Thomas Jackson?
–Era su empresa antes de morir –afirmó Nicole con precaución.
Cynthia frunció el ceño.
–¿Hunter? ¿No será Deborah Hunter la madre de Nate?
Nicole se puso tensa. ¿Había establecido su madre la conexión?
–Sí, puede que sí.
–Así que era verdad. Había rumores de que Thomas y Deborah eran pareja, pero nunca se demostró. Charles, por supuesto, desdeñó la idea. Dijo que si Thomas tuviera una relación con una mujer, sería el primero en saberlo. Como si se fijara en algo que no fuera Wilson Wines. En cualquier caso, me dijeron que ella había tenido un hijo sin casarse, pero como no se movía en los mismos círculos que yo cuando vivía aquí, no volví a pensar en ello.
Nicole no supo qué decir. Si su madre lo había averiguado tan fácilmente, ¿por qué no había hecho lo mismo su padre?
De pronto, Cynthia agarró a Nicole por la muñeca.
–Tienes que marcharte de aquí, querida. No se puede confiar en nadie relacionado con Thomas Jackson. ¿Quién crees que le mintió a tu padre sobre mí y arruinó nuestro matrimonio? Piensa en el daño que sus mentiras han hecho a nuestra familia. Si Thomas está contigo es porque quiere atacar a tu padre.
Oírselo decir a su madre solo sirvió para empeorar la situación de Nicole, ya que no tenía motivos para pensar que el deseo de venganza de Nate hubiera cambiado. Ella seguía siendo su mejor arma.
–Dime, Nicole, ¿tiene Nate algo que puede usar en tu contra? ¿Te ha obligado a quedarte con él?
–¿Tan difícil te resulta creer que estoy con él solo porque me trata bien y me valora? –incluso al pronunciar esas palabras, Nicole supo que su madre se daría cuenta de que eran mentira.
Cynthia la miró apenada.
–Lo quieres, ¿verdad?
–¡No! –exclamó Nicole al tiempo que se preguntaba si era verdad. ¿Lo quería? ¿Cómo iba a hacerlo? Ella era su amante, su cautiva y su colega. El arma para vengarse de su padre.
–Nuestra relación nos conviene a ambos.
–Espero que sea verdad, porque estoy segura de que, si se parece a su padre, tendrá un plan, que probablemente sea vengarse de Charles por haber echado a Thomas a la calle.
–¿Cambiamos de tema, por favor? Preferiría no seguir hablando de mi relación con Nate. Además, creí que querías conocerme.
–Tienes toda la razón, perdona –Cynthia sonrió, esa vez de verdad, y cambió de tema.
Al volver al piso, Nicole se hallaba en un dilema. Cuando no habían hablado de Nate o de su padre, Cynthia había resultado una excelente compañía. Le había hablado de su casa en Adelaida y de los primos de Nicole, que vivían allí. ¡Tenía primos! Y no había podido conocerlos. Judd lo había hecho, además de haberse ganado el interés de su padre, y el hogar y el trabajo que la pertenecían. No le quedaba absolutamente nada.