Capítulo Once

 

 

 

 

 

Tumbado en la cama, Nate oía respirar a Nicole, que le había dado la espalda desde el momento en que se acostaron. Desde que habían vuelto de la playa, ella apenas le había dirigido la palabra, y no podía culparla, ya que se había portado como un estúpido al pensar únicamente en sí mismo y en lo que deseaba.

Llevaba semanas utilizándola desvergonzadamente y había esperado que aceptara sin discutir su proposición matrimonial, sin considerar lo que significaba para ella.

Se había dado cuenta de que lo que sentía por Nicole iba mucho más allá del mero deseo de vengarse, era mucho más profundo de lo que estaba dispuesto a reconocer. Y se había percatado cuando ella lo acusó de que su proposición formaba parte de su venganza. En ese momento cayó en la cuenta de que no había pensado en Charles Wilson al encontrar la prueba de embarazo, sino solo en Nicole y en el bebé.

Todo lo que le importaba en la vida estaba relacionado con ella, con la mujer que lo había rechazado sin contemplaciones en la playa.

A pesar de que él no aceptaba una negativa por respuesta, en esa ocasión tendría que hacerlo. Había complicado las cosas entre los dos de tal modo que no veía una salida.

A pesar de que ella siguiera con él y lo hiciera mientras pudiera amenazarla con el DVD, ¿qué demostraba eso? Nada, salvo que, de poder elegir, ella no estaría con él; una verdad que le resultaba extremadamente dolorosa.

Sabía que la amaba y que no se imaginaba la vida sin ella. Nate no quería casarse solo para criar a un hijo, que, por otro lado, había sido fruto de su imaginación, sino para quererla y pasar el resto de la vida con ella. Y deseaba que ella lo correspondiera.

Pero no sabía qué hacer, a pesar de lo bien que se le daba resolver problemas. Se sentía impotente.

¿Cómo convencerla de que sus intenciones eran sinceras? Lo había intentado en la playa, pero de forma equivocada, pues le había ordenado lo que debía hacer en vez de preguntarle qué le parecía.

Apartó la ropa de cama, se levantó y salió de la habitación. La luz de la luna iluminaba la casa, fría y oscura, como el futuro que lo esperaba sin Nicole a su lado. Tenía que encontrar una solución: su felicidad dependía de ello.

 

 

Seguían comportándose educadamente el uno con el otro, pensó Nicole mientras examinaba unos informes. Se mascaba la tensión entre ambos.

Nate le había dicho que fuera en su coche ese día porque él tendría que quedarse hasta tarde con unos clientes, de lo cual ella se alegró, porque estarían separados durante un tiempo. Se marchó aliviada del despacho.

Apenas entró por la puerta del piso, el teléfono comenzó a sonar. Se apresuró a responder la llamada.

–Dígame.

–Nicole, cariño, esperaba encontrarte en casa. ¿Qué tal el fin de semana? –preguntó su madre.

–Bien, fuimos a la casa de la playa.

–¿Has pensado en lo que te dije de los Jackson? No me parece buena idea que sigas viviendo con ese hombre.

–Soy una persona adulta, Cynthia, y hace mucho que decido por mí misma.

–Ya lo sé, pero déjame aconsejarte en esta ocasión porque sé mejor que tú de lo que estoy hablando.

Nicole tuvo que reprimir el deseo de colgar para que Cynthia dejara de meterse en su vida.

–¿Querías decirme algo más?

–Pues sí.

A Nicole le pareció que la voz de su madre se había alterado.

–Las cosas no están yendo aquí como pensaba y he decidido volver a Adelaida. Me encantaría que vinieras conmigo. Me marcho mañana por la mañana. Te dejaré un billete en el mostrador de facturación.

–No creo que…

Cynthia la interrumpió.

–No decidas ahora mismo, por favor. Piénsalo. No hemos tenido la oportunidad de conocernos. En Adelaida podríamos estar juntas y aprender a entendernos, y podrías conocer a tus primos. Al fin y al cabo, eres una Masters y tienes todo el derecho a estar conmigo.

¿Marcharse así, sin más? ¿Con su padre enfermo y con la amenaza de Nate de enviarle el DVD?

–Muy bien, lo pensaré.

–Estupendo –dio a Nicole los detalles del vuelo–. Espero verte mañana. Me muero de ganas.

Cynthia colgó antes de que su hija pudiera añadir nada más.

Nicole estaba aturdida. Su vida estaba destrozada. ¿Podía ser la propuesta de su madre el modo de volver a empezar, algo que necesitaba desesperadamente? ¿Podía sencillamente marcharse sin importarle las consecuencias de que Nate mandara el DVD a su padre? No le cabía duda alguna de que él lo haría. No descansaría hasta arruinar a su familia. Ella ya había cumplido su cometido, por lo que no la necesitaba. Pensándolo bien, podía deshacerse de ella del mismo modo que lo había hecho su padre.

¿Estaba dispuesta a dejar que Nate hiciera daño a su padre sin tratar de intervenir? ¿Y a acabar aquella relación de una vez por todas?

 

* * *

 

Cuando Nate se despertó, la cama estaba vacía. Al llegar la noche anterior después de tomarse unas copas con sus clientes, Nicole estaba profundamente dormida.

Miró el reloj de la mesilla. Era mucho más tarde de la hora a la que solían levantarse. Era evidente que ella se había ido al despacho.

Se levantó y fue a la cocina, donde se tomó un plátano y casi un litro de zumo de naranja, para aplacar la resaca. No tenía tiempo para más si quería recuperar el tiempo perdido.

Después de ducharse y vestirse, tomó un taxi.

–¿No viene la señorita Wilson con usted? –le preguntó April al entrar en la oficina.

Nate comenzó a inquietarse.

–¿No está en el despacho?

–No. Creí que vendría con usted.

–Avíseme si llama, por favor –le pidió él mientras se dirigía a su oficina, desde donde llamó al portero de su casa.

Cinco minutos después tuvo la confirmación de que Nicole había salido en su coche poco después de las cinco de la mañana. Otra llamada le confirmó que había llegado al aparcamiento de la oficina poco después y que se había vuelto a marchar diez minutos más tarde.

¿Dónde demonios estaba?

Volvió a teclear el número de Nicole y recibió la misma respuesta: que estaba apagado o fuera de cobertura. Pensó en su propio móvil, que llevaba sin sonar toda la mañana, y se lo sacó del bolsillo. La noche anterior lo había apagado y no había recordado volver a encenderlo. Esperó a que se iluminara la pantalla: había una llamada perdida y un mensaje de voz. Pulsó las teclas y oyó la voz temblorosa de Nicole.

–No puedo seguir contigo, Nate, Me está destrozando lentamente. Haz lo que quieras con el DVD, me da igual. Lo único que sé es que si no me alejo de ti, de todos, voy a perder el juicio. Llevo toda la vida tratando de serlo todo para todos, pero no puedo continuar haciéndolo. Tengo que cuidar de mí misma y, para variar, aprender a pensar en mí antes que en los demás. Estoy harta de que me digan lo que debo hacer. Mi madre me ha pedido que vaya con ella a Adelaida. Por favor, no trates de ponerte en contacto conmigo.

Había dejado el mensaje aproximadamente a las seis de la mañana, y parecía estar llorando al final. Nate experimentó un inmenso deseo de protegerla. Tenía que encontrarla. Necesitaba que alguien la cuidara mientras se recuperaba; alguien como él; no, desde luego, como Cynthia Masters Wilson.

Recordó que el teléfono móvil de Nicole tenía GPS, con el que podía localizarla dondequiera que estuviese. Llamó al informático de la empresa y este le prometió que lo conectaría y que, al cabo de unos minutos, le diría dónde estaba el móvil. Mientras esperaba, Nate buscó en el ordenador las salidas del aeropuerto internacional de Auckland. Con suerte no sería tarde para evitar que Nicole se marchara.

Sus esperanzas se desvanecieron cuando vio que el único vuelo directo a Adelaida esa mañana había salido a las ocho.

La ira y frustración que experimentó dieron paso a la determinación de subirse al primer avión que saliera para Australia y hacer que Nicole volviera.

Sonó el teléfono del escritorio.

–Nate, el GPS indica que el teléfono está aquí. ¿Estás seguro de que Nicole no está escondida en el despacho?

A Nate no le hizo gracia la broma. Abrió el cajón donde Nicole dejaba sus cosas. Allí estaba el móvil, con una nota en la que ella le decía que ya no lo necesitaba. Nate cerró el cajón lentamente, dio las gracias al informático y colgó.

Cerró los ojos y pensó en lo que haría. Volar a Adelaida era una opción clara, pero antes de hacerlo necesitaba algo que lo respaldara. ¿Y qué mejor respaldo que el apoyo del hermano de Nicole?

Fue a agarrar las llaves del coche y recordó que lo había dejado en casa. Había una parada de taxis cerca de la oficina y fue hasta allí para tomar uno.

–Quiero ver a Judd Wilson –dijo al llegar a la recepción de Wilson Wines, un cuarto de hora después.

–El señor Wilson no recibe hoy –le contestó la recepcionista.

Sin hacerle caso, Nate comenzó a subir las escaleras que conducían al despacho de la dirección de la empresa.

–¡Oiga, no puede subir!

–Ya lo creo que puedo –afirmo él subiendo los escalones de dos en dos.

Al final de la escalera vio a una mujer a la que reconoció: era Anna Garrick.

–¿Señor Hunter? –dijo ella con una expresión de sorpresa que sustituyó rápidamente por una máscara profesional.

–¿Dónde está Wilson? Tengo que verlo.

–El señor Wilson sigue en el hospital.

–No me refiero a Charles Wilson. Quiero ver inmediatamente a Judd Wilson.

–Tome asiento y veré si puede recibirle.

–No voy a esperar. Dígame dónde está. Es importante.

–¿Ah, sí? –dijo un voz masculina–. No te preocupes, Anna. Lo veré en el despacho.

–¿Dónde está Nicole? –le preguntó Nate sin tiempo para presentarse y ser cortés.

–¿Por qué no vamos a mi despacho y hablamos?

Judd Wilson lo miró con frialdad. Lo que recordó a Nate que estaba en su terreno y no podía irle con exigencias. Entró en el despacho y se sentó en una silla frente a un gran escritorio de caoba.

Si Jackson Importers era una empresa moderna, Wilson Wines era lo contrario. Había una sensación de longevidad.

Esa sensación le produjo envidia. Todo aquello debiera haber sido también de su padre, parte de su herencia. Pero la prioridad, en aquellos momentos, era averiguar dónde estaba Nicole.

–¿Y si me dice lo que desea? –Judd se sentó.

–Nicole se ha marchado. Tengo que saber dónde está para traerla de vuelta.

–Mi hermana es una mujer hecha y derecha. Si no puede localizarla es porque ella no lo desea.

–No está en sus cabales en estos momentos. Ha estado sometida a mucha presión y no creo que sea capaz de tomar decisiones racionales. Debe ayudarme, por favor.

–¿Deber? Creo que no. Ella se marchó para irse con usted, ahora lo ha abandonado. ¿Qué le hace creer que lo ayudaremos a traerla de vuelta?

–Creo que se ha ido a Adelaida con su madre.

Judd se recostó en la silla y enarcó una ceja.

–No, no puede haberlo hecho –dijo Anna Garrick desde la puerta.

–¿Por qué no? –preguntó Nate.

–Porque su pasaporte sigue en la caja fuerte.

Entonces, Nate no tenía ni idea de dónde podía estar. Sería como buscar una aguja en un pajar. Además, no tenía derecho a averiguarlo. Ella se había marchado por propia voluntad rompiendo todos los vínculos con él.

–Gracias– dijo con la voz quebrada al tiempo que se levantaba y se dirigía a la puerta.

–¿Puedo preguntarle por qué está tan desesperado por encontrarla?

–Porque la quiero y he cometido el error más estúpido de mi vida al dejarla ir.