Capítulo Ocho

 

 

 

 

 

A Aidan no le gustaba admitir errores. Pero mientras corría por la orilla de la península de arena que se adentraba en la bahía de Alleria, pensaba que acababa de cometer uno garrafal.

La brisa mecía los botes de pesca, cuyos cordajes chocaban contra los postes, provocando un harmonioso sonido de fondo. Era uno de los lugares favoritos de Aidan, pero aquella mañana estaba demasiado preocupado como para disfrutarlo.

No debía haber espiado a Ellie con Blake, ni menos aún haberle interceptado el paso cuando se iba.

Aunque le costara creer que Ellie fuera a volver con Blake, solo ella podía tomar esa decisión.

El sol apenas había asomado por el horizonte, así que en la playa solo había un par de valientes huéspedes dándose un baño antes el desayuno. Aidan intentó concentrarse en el sonido de sus pisadas sobre la arena y acompasarlo a los latidos de su corazón, pero fue en vano. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Ellie y Blake.

«Te recuerdo que no somos pareja», Aidan oyó la voz de Ellie y sintió el mismo dolor agudo en el pecho que cuando había pronunciado aquellas palabras.

Sacudió la cabeza. En el pasado, Ellie había estado de acuerdo con él en que Blake era un cretino, pero, ¿estaría planteándose volver con él? Si era así, no podía hacer nada al respecto. Como ella había dicho, no tenía derecho a intervenir en su vida. Tendría que hablar con Ellie y disculparse. Dar un paso atrás y aceptar que, si eso era lo que quería y todavía no estaba embarazada, volviera con Blake. Era lo más honesto por su parte, aunque le apeteciera tanto como caminar sobre un suelo cubierto de cristales rotos.

Además, tampoco sería tan grave. Si Ellie lo dejaba por Blake, no le costaría encontrar a otra mujer. Pero esa no era la cuestión.

No. La cuestión era que Ellie le gustaba, y mucho. Eso no significaba que se estuviera planteando mantener con ella una relación estable. Lo que le había sucedido a su hermano con Grace no le sucedería a él, porque no estaba en su naturaleza sentar la cabeza.

Por eso mismo, debía darle espacio a Ellie para que tomara sus propias decisiones. Si prefería que Blake fuera el padre de su hijo, y por mucho que la idea le repugnara, tendría que aceptarlo.

Aidan llegó al final de la lengua de arena y se detuvo para recuperar el aliento y disfrutar de la increíble vista del mar azul que se perdía en la distancia. Sacó la toalla que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón y se secó la frente y el cuello. Luego dio media vuelta y retomó al trote el camino de vuelta al hotel.

Decidido: si Ellie quería volver con Blake, tendría que dejarla ir. Objetivamente, era la mejor solución. Por un lado, el hijo de Ellie tendría un padre dispuesto a ejercer de tal; y por otro, continuaría trabajando para Sutherland en la isla. De esa manera, todos salían ganando.

Excepto que Blake sería el padre del hijo de Ellie. Y Aidan no confiaba en él. Si había dejado a Ellie una vez, podía volver a dejarla. Solo que estaría dejando atrás también a un niño, igual que la madre de Aidan y Logan los había abandonado a ellos. Definitivamente, Blake no era de fiar.

Quizá lo mejor era aferrarse al acuerdo que habían firmado y no dar la oportunidad a Ellie de cambiar de idea.

–Maldita sea –masculló Aidan, respirando profundamente para llenarse los pulmones del olor a salitre que impregnaba el aire y que le recordaba a la primera vez que Logan y él habían acudido a la isla.

Ralentizó el paso al aproximarse al hotel y recordó que entonces, como tantas otras veces, había confiado el futuro a su suerte y todo había salido bien. Así que tendría que actuar de la misma manera. Debía darle a Ellie la opción de elegir, aun cuando eso significara retirarse.

Se detuvo bruscamente. Aunque para él que Ellie no estuviera todavía embarazada era más una ventaja que un inconveniente, cabía la posibilidad de que ella, sin mencionarlo, se estuviera planteando probar suerte con otro.

–No digas tonterías –exclamó, malhumorado.

Ellie no era así. Y aun cuando estuviera teniendo dudas, le costaba creer que fuera a sustituirlo por Blake. Eso no modificaba que la decisión le correspondiera a él.

Cerca ya del hotel, Aidan llegó a una incómoda conclusión. Si lo importante era el bien de Ellie y de su bebé, no le quedaba más remedio que aceptar la posibilidad de que hubiera mejores candidatos que él.

 

 

–¿Que quieres qué?

–Quiero que, si lo deseas, vuelvas con Blake.

Ellie lo miró como si tuviera dos cabezas.

–Siento haber interferido anoche –continuó Aidan con solemnidad–. Debes hacer lo que sea mejor para ti.

Ellie lo miró en silencio tan prolongadamente que a Aidan le costó no aprovechar la pausa para rectificar. Para él aquella situación no era fácil, pero pensaba estar haciendo lo correcto.

–Te recuerdo que tú y yo tenemos un acuerdo –dijo ella, finalmente.

–Lo sé –dijo él–. Pero la decisión está en tus manos, Ellie. Hice mal espiándoos. Si él siente algo por ti…

–Pero tú mismo dijiste que no era fiar –le recordó Ellie–. ¿Has cambiado de opinión?

–No. Pero aquí solo importas tú. Temo haberte presionado para aceptar una situación que no te convence. Así que, si quieres considerar a Blake, o a otro hombre, debo darte la oportunidad de decidir.

–No sé qué decir –dijo ella, pensativa.

Aidan habría querido besarla y borrar cualquier duda de su mente, pero se obligó a decir:

–Quiero que tomes la decisión que te haga más feliz. Y sobre todo, que elijas al padre de tu hijo.

Ese debía ser él, pero Aidan no podía decirlo.

Ellie asintió lentamente.

–Así que no te importaría que eligiera a Blake como padre de mi hijo.

Eso no era lo que Aidan había dicho, pero solo podía contestar de una manera:

–Si eso es lo que quieres, no puedo hacer nada al respecto.

Ellie no podía creer que estuvieran manteniendo aquella conversación. Sentía que el corazón iba a hacérsele añicos. ¿Qué pretendía Aidan, que eligiera a Blake o se limitaba a actuar noblemente? No debía olvidar que la intención inicial de Aidan había sido que no se fuera de la isla. Si volvía con Blake, eso quedaría resuelto. Así que Aidan saldría ganando.

En cambio ella no veía ninguna ventaja a que a Aidan le diera lo mismo perderla.

La cabeza le daba vueltas y se llevó la mano al pecho. ¿Por qué le dolía tanto? Había hecho lo posible por evitar los errores de su madre y sin embargo, estaba descendiendo por una espiral que la conducía a su propio infierno.

En aquel instante, solo tenía una certeza. Necesitaba irse y reflexionar. No podía tomar una decisión mientras siguiera viendo a Aidan y acostándose con él.

–¿Qué pasa, Ellie? –preguntó él en tono preocupado–. ¿En qué piensas?

Ellie tomó aire y lo miró.

–Necesito tiempo para pensar, Aidan. Me has dejado confusa y ahora tengo que poner las cosas en perspectiva.

–¿Qué significa eso? –preguntó él, entornando los ojos.

–Que no vamos a mantener relaciones por un tiempo.

–¿Por qué no? –preguntó él, desconcertado.

Ellie le apretó la mano como si quisiera consolarlo.

–Lo siento. Sé que nuestro acuerdo era puramente práctico, así que puede que sea injusta, pero debo serte sincera. Me duele que te dé lo mismo que vuelva con Blake. Pensaba que lo dos estábamos pasándolo bien, pero ahora veo… Bueno, ahora mismo no estoy segura de nada. Dame tiempo para que piense cuál debe ser mi siguiente paso.

–¿Y si estuvieras embarazada? –preguntó Aidan.

Ellie tuvo que pestañear para contener un súbito deseo de llorar. Respiró profundamente y dijo:

–Ni siquiera lo había pensado. Pero si lo estoy, no habría duda de quién es el padre.

 

* * *

 

Ellie dobló otra servilleta y la añadió a la pila. Desde pequeña, cada vez que tenía que pensar algo importante, lo hacía planchando.

No tenía la menor intención de volver con Blake. Aidan lo sabía perfectamente, así que su comportamiento debía responder a que se sentía culpable por haber influido en sus sentimientos hacia Blake.

¡Pero lo que la sacaba de sus casillas era que le diera lo mismo la decisión que tomara! Era doloroso y humillante, y Ellie no sabía qué hacer.

Lo más inteligente sería evitar a Aidan durante las siguientes semanas, hasta que supiera si estaba embarazada. No sería sencillo, porque cada vez que lo veía lo único que quería hacer era besarlo y meterse en la cama con él. Pero eso solo le causaría problemas.

Su único consuelo era haberle dicho la verdad y que supiera que le había hecho daño. Pero, si se trataba de no mentirse, también había llegado el momento de que ella se enfrentara a la verdad: era hija de su madre y cada vez se parecía más a ella. Aunque detestara la idea, no podía negar que cuanto más tiempo pasaba, más unida estaba a Aidan y con ello corría el riesgo de perder la perspectiva, de obsesionarse con él.

Miró la pila de ropa perfectamente planchada. Necesitaba seguir pensando, así que miró a su alrededor buscando alguna otra prenda, lo que fuera.

–No, tranquila, si no estás obsesionada –masculló. Y decidió guardar la tabla y la plancha.

 

* * *

 

No debía haber abierto la boca.

Se había equivocado al pensar que hacía lo mejor. En realidad, había querido que lo eligiera a él y oírselo decir, como si necesitara alimentar su propio ego. ¿Qué le estaba pasando?

–Maldita sea –masculló a la vez que golpeaba una pelota de tenis por encima de la red.

Ellie era tan dulce que no la merecía. Y por tanto, Blake la merecía aún menos. Así que la decisión estaba clara: no consentiría que Ellie volviera con un hombre que no le llegaba ni a la suela de los zapatos.

–¿Se puede saber qué te pasa? –preguntó Logan después de que Aidan no hiciera nada por devolverle la pelota–. Estás ido.

Logan tenía razón. No haber encontrado a Ellie en su cama por primera vez en muchas mañanas le había arruinado el día. Pero no estaba dispuesto a contárselo a Logan.

–Te podría ganar con una mano atada a la espalda –dijo–. Saca.

 

 

Era el séptimo día sin sexo.

Aidan veía a Ellie en la oficina, donde actuaba con su habitual eficacia y era cordial con todo el mundo.

Aidan se estaba volviendo loco. Nunca había hecho nada tan estúpido como animar a Ellie a volver con Blake.

La noche anterior, había decidido ir al bar para buscar a alguna mujer con la que acostarse y mantener sexo sin ataduras. Había visto a unas cuantas lo bastante atractivas y que estaba seguro que habrían aceptado la invitación, pero finalmente había cambiado de idea.

–¿Qué demonios te pasa?

Aidan alzó la cabeza y vio a Logan en la puerta.

–Déjame en paz –le contestó.

En lugar de hacerle caso, Logan entró y se acercó hasta el escritorio.

–Tu secretaria temporal ha amenazado con dimitir y Sarah, la chica de correos, está llorando. ¿Cuál es el problema?

–Ha olvidado clasificar mi correspondencia –dijo Aidan entre dientes.

Logan se inclinó sobre el escritorio.

–Perdona, no he oído bien.

Aidan se negó a repetir la estúpida queja que acababa de expresar, así que se limitó a farfullar:

–Me has oído perfectamente.

–Tienes razón. Por eso mismo me pregunto desde cuándo te has convertido en un príncipe –Logan alzó la voz para añadir–: ¡Ordena tu propia correspondencia!

Eso era lo que Aidan estaba haciendo, pero no estaba dispuesto a admitirlo.

–Gracias por el consejo. Ahora, ¿te importa dejarme en paz?

–No, hasta que me digas qué demonios te pasa –dijo Logan, caminando de un lado al otro delante de Aidan–. Llevas toda la semana insoportable; los empleados están hartos de ti. Así que vete de vacaciones o enróllate con alguien. Haz lo que sea, pero reacciona.

–No puedo tener un rollo –masculló Aidan.

Logan se paró en seco.

–¿Perdona?

–He dicho que te vayas.

–No –dijo Logan–. Has dicho que no puedes tener un rollo.

–Da lo mismo lo que haya dicho. Estoy ocupado. Márchate.

Logan sonrió.

–¿Hay algún asunto médico que debas contarme?

Aidan se puso en pie y señaló la puerta.

–Fuera de aquí.

Sin inmutarse, Logan se limitó a reír.

–Creo que sé de qué se trata.

–No tienes ni idea.

–Claro que sí. Tiene que ver con Ellie.

–Te equivocas.

–¿De verdad? –Logan hizo como que pensaba y añadió–: Pues cuando Grace habló con ella, le dijo… Bueno, supongo que no te importa. Ya me voy.

–Espera. ¿Qué te ha dicho Grace? ¿Qué le contó Ellie?

–Lo siento. Tengo que irme.

–No vas a ir a ninguna parte.

Logan rio.

–Vaya, vaya. Así que estás enamorado.

–Vete de aquí.

–Está bien –cuando Logan llegó a la puerta se volvió y dijo–: Pero cuanto antes lo admitas será mejor para todos.

–No tengo nada que admitir a nadie.

Logan alzó las manos en señal de rendición.

–Vale, sé un desgraciado. Pero deja de volcar tu mal humor en los demás.

Cuando cerró la puerta, Aidan se dejó caer sobre el respaldo de la butaca, preguntándose qué horrible pecado habría cometido en otra vida para ser castigado en la presente con un hermano gemelo.

 

 

La noche siguiente, Aidan decidió trabajar hasta tarde para rematar los contratos del nuevo restaurante que iba a abrir en Tierra de Alleria, el único pueblo que había en la isla. Tierra, como lo llamaban los habitantes, era un pueblo victoriano con un puerto pintoresco, que se había transformado en destino turístico de viajeros acaudalados.

Los nuevos dueños planeaban aprovecharse de la creciente moda de comida vegetariana gourmet. Aidan imaginaba que el menú atraería a celebridades obsesionadas con la nutrición y a las mujeres de empresarios ricos con yates de lujo.

Pensar en el pueblo le recordó la escapada que Ellie y él habían hecho allí hacia unas semanas. Aidan la había llevado a su restaurante favorito, un pequeño local francés con comida casera y una excelente lista de vinos. Habían cenado en una mesa con vistas espectaculares al encantador puerto y un mar azul turquesa que se perdía en el infinito.

Ellie había pedido un guiso y él un bistec con patatas. La carne estaba tierna y sabrosa y las patatas, fritas a la perfección. Había una salsa en la que Ellie mojaba las patatas, y verla saborear cada bocado había excitado a Aidan hasta sentirse dolorido. Después, habían vuelto precipitadamente a casa para hacer el amor durante horas.

Aidan se obligó a concentrarse en el trabajo, y continuó leyendo contratos hasta que se dio cuenta de que faltaba uno. Repasó la carpeta, pero no lo encontró. Instintivamente, llamó a Ellie, con la seguridad de que ella lo encontraría.

Unos minutos más tarde entraba en su despacho y Aidan la observó embelesado. Llevaba un vestido rojo con una torera a juego, y Aidan no pudo evitar preguntarse por qué estaba tan elegante.

Iba a agradecerle que le llevara el contrato, pero las palabras que escaparon de su boca fueron otras:

–¿Qué demonios le has contado a Grace?

Ella lo miró atónita.

–¿A qué te refieres?

–Me has oído perfectamente –dijo Aidan, levantándose y rodeando el escritorio–. No quiero que hables con Grace antes de comentarlo conmigo.

–¿Ah, no? –dijo ella, alzando la barbilla–. ¿Ahora resulta que no puedo hablar con mis amigas?

Esa no era la cuestión. Aidan frunció el ceño.

–Si se trata de… Olvídalo. No quiero que…

Ellie entrecerró los ojos y dio un paso adelante.

–¿Qué es lo que no quieres?

–Escucha, Ellie –dijo Aidan, esforzándose por sonar razonable–. No es asunto mío si tú y Blake…

–¿Qué pasa con Blake y conmigo? –dijo ella, retadora.

Aidan apretó los dientes y cambió de tema.

–Da lo mismo. Dame la carpeta y vete a casa.

–Aquí la tienes –dijo ella, dejándola con ímpetu sobre el escritorio. Y con gesto airado, añadió–: ¿Qué te hace pensar que me voy a casa?

Aidan se puso furioso pensando que insinuaba que se iba con Blake.

–No vas a ir a ninguna parte –dijo, amenazador.

–¿Ah, no? ¿Quién va a impedírmelo?

–Yo.

Aidan tomó a Ellie por las solapas de la chaqueta y la besó posesivamente. Ella le devolvió el beso con la misma intensidad y pegó las caderas a su sexo en erección.

Sintiendo el cerebro nublado por una sensual niebla de placer, Ellie pensó que no había nada más maravilloso que aquello. Aidan actuaba salvajemente, sin control. O quizá solo lo percibía así porque hacía siglos que no se besaban.

No significaba nada. Era puro sexo. Salvaje, tórrido, fabuloso, pero solo sexo. Para Aidan no representaba nada más. Ni para ella, se recordó Ellie. Así que aunque Aidan creyera tener derechos sobre ella, seguía sin tener la menor intención de establecer con ella una relación duradera. Y ese sí que era un gran paso.

Ellie llevaba siete eternos días tratando de resistirse a Aidan. Sabía que estaba obsesionada con él, pero ya no podía evitarlo. Lo único bueno era que, al haber sufrido en sus propia carne lo que había pasado su madre, por fin había conseguido perdonarla.

En cuanto a su situación, Ellie había decidido dejar de negarse a sí misma. Y en aquel instante tomó la decisión de limitarse a disfrutar lo que había entre Aidan y ella mientras durara. Estaba harta de obsesionarse con estar obsesionada. Si Aidan solo le ofrecía diversión, la aceptaría.

Aidan le tiró suavemente del cabello y separó sus labios de los de ella.

–Lo digo en serio, Ellie: no vas a salir con Blake.

–Claro que no –dijo ella, sonriendo.

–Me alegro. Ven aquí –musitó él. Y volvió a besarla.

 

 

Dos semanas más tarde, los primos Duke llegaron a la isla para la boda de Tom Sutherland y Sally Duke.

Aidan y Logan acudieron a recibirlos cuando bajaron de la limusina. Aidan dio un abrazo a Sally. Ella le miró a los ojos y, posando sus manos en su rostro, dijo:

–Oh, Aidan, soy tan feliz de que seas mi familia…

Las palabras golpearon a Aidan en el pecho.

–Yo también me alegro –consiguió articular, antes de que Sally se volviera hacia Logan, momento que Aidan aprovechó para quitarse un par de lágrimas que, para su asombro, le habían humedecido los ojos.

–¡Mira quién está aquí! –exclamó Sally. Y salió disparada.

Aidan se volvió a tiempo de verla saludar a Ellie con un fuerte abrazo y un par de besos. Frunció el ceño preguntándose de qué se conocían.

Logan le dio un codazo.

–Quita esa cara –le avisó.

Aidan recordó la fama de casamentera de Sally y su suspicacia se disparó.

–¿De qué se conocen?

Logan se encogió de hombros.

–Supongo que la última vez que Sally vino de vacaciones. No te preocupes. No corres peligro.

–Te recuerdo que la última vez que estuvo aquí, la acusaste de ser una bruja.

–Una bruja buena –le corrigió Logan.

–Sí, pero bruja al fin y al cabo.

–Acuérdate que pensaste que estaba loco por preocuparme –le recordó Aidan.

–Y tenía razón –dijo Logan.

–Solo me preocupaba por ti. Pero ya ves de lo que sirvió. También tú estás casado.

–Así es –dijo Logan, animadamente–. Y ahora parece que Sally y Ellie son íntimas. Qué coincidencia, ¿no?

–Maldita sea –masculló Aidan al ver charlar a las dos mujeres–. Voy a tener que estar atento.

–¿Para qué molestarte? –dijo Logan, riendo–. Acepta lo inevitable.

Aidan frunció el ceño.

–Que tú te hayas casado no quiere decir que todos los demás seamos tan tontos como para seguir el mismo camino.

–Es verdad, debo ser tonto –Logan se rascó la cabeza–. No sé en qué estaba pensando. ¿Cómo va a atarse a alguien como tú una mujer tan encantadora como Ellie?

–¡Muy gracioso! –dijo Aidan con desdén.

–No sé por qué te resistes a admitir que estás enamorado de Ellie.

–Vaya, otra frase patética de recién casado.

Logan le dio una palmadita en la espalda.

–Va a ser muy divertido verte caer, hermano.

 

 

Tom Sutherland y Sally Duke se casaron a los dos días, rodeados de sus amigos y familiares en un recóndito lago con una catarata, al pie de las colinas de la isla, con la bahía como fondo.

Ellie se sintió honrada por ser invitada, y encantada por Sally y Tom, tan felices por haberse encontrado después de tantos años viviendo solos. Para Ellie era increíble que Sally, una viuda que había pasado años intentando localizar al hermano perdido de su difunto marido, Tom, finalmente lo hubiera encontrado.

Dando un suspiro, Ellie pensó que nadie se merecía tanto como Sally Duke ser feliz.

–Está todo precioso –susurró Grace–. Gracias por ayudar con la decoración.

–No he tenido que hacer nada, es el marco perfecto –dijo Ellie.

–Es mi sitio favorito de toda la isla –dijo Grace con timidez.

Ellie sonrió. Su amiga le había confesado que lo había descubierto un día buscando esporas y que había vuelto a él a menudo con Logan.

Ellie pensó que le gustaría ir allí con Aidan. Nunca había visto un lugar tan romántico. Pensar en Aidan hizo que volviera la mirada hacia él y Logan, los dos atractivos gemelos que ocupaban su posición al lado de su padre.

Durante la ceremonia, Ellie prestó especial atención a los votos de la pareja. Las palabras fueron tan sencillas, pero tan emotivas y cargadas amor, que Ellie se sintió abrumada por la intensidad de los sentimientos que se le despertaron. Grace le pasó un pañuelo de papel, y Ellie lo aceptó porque era normal llorar en una boda. También se había emocionado en la de su hermana y en la de Logan y Grace.

Para evitar llorar, miró a Aidan, convencida de que su presencia la apaciguaría.

En ese momento él la miró y le guiñó un ojo. Ellie sonrió. Y se dio cuenta de que daba lo mismo que algún día fuera el padre de su hijo; que hubieran firmado un acuerdo legal; que ella hubiera terminado demostrando que era digna hija de su madre al obsesionarse por un hombre; que no hubiera esperado ni enamorarse ni casarse nunca. El hecho era que estaba enamorada hasta el tuétano de Aidan y que quería pasar con él el resto de su vida. Aunque no tuviera la fortuna de tener un hijo, siempre querría permanecer con Aidan.

Y eso era imposible.

Súbitamente, no pudo respirar. Se puso en pie y salió al pasillo. Grace le tomó la mano, pero Ellie masculló una disculpa y dejó la ceremonia. Recorrió el paseo bordeado con pétalos de rosa y caminó sin rumbo hasta llegar a un recodo, donde se apoyó en el tronco de un cocotero dejando escapar un suspiro.

Estaba al borde de un ataque de pánico al darse cuenta de la intensidad de sus sentimientos por Aidan.

–¿Ellie?

Esta se volvió y vio a Grace.

–¿Estás bien? –preguntó su amiga.

Ellie se tragó las lágrimas.

–Vuelve a la ceremonia, Grace. Logan te va a echar de menos.

–Logan está perfectamente. Estoy más preocupada por ti.

Ellie sacudió la cabeza sin decir palabra.

–¿Qué te pasa, cariño? –insistió Grace.

–No puedo hablar de ello –susurró Ellie.

Grace suspiró y le tomó una mano.

–Las bodas pueden ser muy traicioneras para personalidades sensibles como las nuestras, ¿no crees?

–Así es –susurró Ellie.

Grace le retiró un mechón de cabello tras la oreja.

–¿Estás segura de que no quieres hablar?

Ellie asintió con la cabeza.

–¿Se trata de Aidan?

Ellie abrió los ojos desmesuradamente, pero se tapó la boca con la mano por temor a que una sola palabra abriera las compuertas del llanto.

–Sé que lo amas –dijo Grace con dulzura.

–¡Dios mío! –gimió Ellie–. ¿Es tan obvio?

–Claro, cariño. Al menos para mí. Pero se ve que para él, no. Los hombres pueden ser tan torpes.

Ellie rio y al instante se sintió mejor.

–Sobre todo los Sutherland –añadió Grace–. Pueden hacer que una mujer pierda la confianza en sí misma. Pero es imposible no enamorarse de ellos. Hay que admitir que son guapísimos.

–Así es –dijo Ellie con un suspiro.

–Lo sorprendente es que tú hayas identificado las señales –dijo Grace–. Yo no tenía ni idea.

–¡Pero si eres un genio! –protestó Ellie.

–¡Sobre todo eso! –exclamó Grace –. Yo más bien diría que soy un poco tonta, pero estoy empezando a espabilarme.

–Entonces debes saber que no tengo la menor posibilidad con Aidan.

–No, claro que no –dijo Grace con expresión seria.

–No me estás siendo de mucha ayuda.

Grace rio con dulzura.

–Ellie, Aidan tendría que ser un completo idiota para no enamorarse de ti. Y el hermano gemelo de mi esposo no es idiota.

–Agradezco tu palabras, aunque no sirvan de nada –dijo Ellie, sonriendo.

Grace rio y le frotó el brazo.

–Tienes mejor aspecto. ¿Volvemos a la ceremonia?

–Supongo que sí –dijo Ellie–. Pero, ¿prometes no contarle a nadie que me he comportado como una cría?

–No tienes nada de cría, pero si te hace sentir mejor, te lo prometo. Ahora, volvamos antes de que los hermanos Sutherland nos echen de menos.