–Está enamorada de ti.
–No digas tonterías –dijo Aidan, aunque la sugerencia le produjo un golpe de calor en el pecho. Silenció el partido de baloncesto que estaba viendo–.
–Ha sabido que era yo en cuanto ha abierto la puerta. Así que me he disculpado y me he ido.
–¿La has dejado sola? –preguntó Aidan, sin saber por qué le inquietaba.
–Si –dijo Logan–. Una vez se ha dado cuenta de que no ibas a ir, no parecía especialmente interesada en continuar la velada. Más bien parecía dolida. Pero la cuestión es que solo Grace había sido capaz de distinguirnos tan rápidamente.
–No me gusta lo que insinúas –protestó Aidan–. ¿También tú has decidido hacer de celestino?
Logan resopló y, plantándose delante de Aidan, le amonestó con el dedo.
–¿Recuerdas cuando hicimos el intercambio con Grace?
–Claro –dijo Aidan.
Pero frunció el ceño al recordar los detalles. Había sido él quien había sugerido recurrir al truco porque estaba convencido de que Grace solo quería utilizar a Logan como trampolín en su carrera profesional. Pero a los pocos segundos de encontrarse en la playa, Grace había sabido que no era Logan.
A Aidan le habían bastado unos minutos para darse cuenta de que Grace amaba a su hermano sinceramente.
Resultaba increíble que las circunstancias hubieran cambiado de tal manera que Logan y él hubiera intercambiado papeles.
Pero daba lo mismo lo que su hermano pensara, porque no podía ser verdad. Ellie no le amaba. Solo quería un bebé, no una relación estable.
Aidan miró a su hermano, que seguía bloqueándole la visión de la pantalla.
–Ellie nos conoce desde hace mucho más tiempo que Grace, así que es lógico que nos distinga.
–No a simple vista. Además, nos ha distinguido desde que nos vimos por primera vez en Nueva York. Dice que sonreímos de una manera distinta, o algo así.
Aidan se concentró en recordar. ¿Ellie siempre había sido capaz de diferenciarlos?
–Venga ya.
–De verdad, ha descrito tu sonrisa. Y tus ojos –dijo Logan con expresión escéptica.
–Cierra la boca –dijo Aidan.
Logan alzó las manos.
–Es verdad, tío. Ha sido una conversación patética. Ya ves qué sacrificios hago por ti.
Aidan resopló con sorna, pero al instante preguntó:
–Así que la has dejado sola.
–Sí. Y ahora voy a dejarte a ti y me voy a casa con mi mujer.
Ellie echó el cerrojo y apagó la luz del porche. Aunque estaba desilusionada y dolida con Aidan por no haber aparecido, también se sentía esperanzada después de hablar con Logan.
Aidan sabía que le había hecho daño y en aquel momento, ante su puerta, se preguntaba si le dejaría pasar o si le echaría. Tampoco sabía muy bien qué quería decirle, aparte de pedirle perdón. ¿O en realidad quería oír de sus labios lo que había dicho Logan, que Ellie lo amaba?
Aidan apartó aquellas preocupaciones de su mente, llamó a la puerta y esperó.
Ellie tardó en abrir lo bastante como para que Aidan llegara a temer que no quisiera hablar con él. Cuando finalmente lo hizo, estaba en pijama y bata.
–Aidan, ¿qué haces aquí?
–Me has invitado a cenar –se apresuró a decir él.
–Así es, pero como no has venido, he congelado la comida –Ellie pareció dudar si hacerle pasar o no, pero acabó por abrir la puerta–. Adelante.
Una vez dentro, Aidan la abrazó y le acarició el cabello, musitando disculpas.
–Lo siento, lo siento. Soy un idiota. Mi hermano y yo a veces nos comportamos como si tuviéramos doce años. Para compensarte, ¿dejas que te invite mañana a cenar?
Ellie respiró profundamente y dijo:
–Muy bien. Gracias.
–¿Qué más puedo hacer para demostrarte cuánto lo siento?
–Aidan, sé que lo sientes –dijo ella en un susurro.
Aidan la besó con dulzura.
–¿Me dejas pasar la noche contigo?
–¿Por qué?
Él la miró sorprendido.
–Porque estamos juntos. Yo te gusto. Tú me gustas… Y, ya sabes…
–¿Yo te gusto?
–Claro que sí –Aidan se pasó las manos por el cabello, impacientándose consigo mismo–. Lo sabes perfectamente.
Ellie suspiró de nuevo y le tomó el rostro entre las manos.
–Lo que sé, Aidan, es que te amo. Ya sé que no quieres oírlo, pero es lo que siento. Y después de hablar con Logan, he decidido que tengo que ser sincera. Si a pesar de saberlo, quieres quedarte, eres bienvenido.
Sin mirarla de frente, Aidan se abrazó a ella y, ocultando el rostro en su cabello, dijo:
–Quiero quedarme.
Aidan no había repetido las palabras de Ellie. Había vuelto a disculparse por intercambiarse con Logan; y ella le había perdonado con una sonrisa.
Pero Ellie no podía negar que se sentía dolida. Tendría que vivir con ese dolor porque no tenía opción. Y decir la verdad le había sentado bien.
Las dos semanas siguientes, se sumergió en el trabajo y evitó cualquier conversación de tipo personal con Aidan. Siguieron pasando las noches juntos, pero Ellie solo hablaba de trabajo.
Ella ya le había confesado su amor, Aidan sabía lo que sentía, así que no valía la pena repetirlo. Además, si se dejaba llevar por sus sentimientos, acabaría por creer que había un posible futuro para ellos y olvidaría que solo tenían en común un documento en el que se especificaba que compartían un objetivo: que ella se quedara embarazada. Una vez lo lograran, Ellie estaba segura de que Aidan la evitaría y ya solo se verían fuera del trabajo cuando quisiera ver al bebé.
Aidan detuvo el bote de pesca en un lugar apartado de la bahía, lejos del hotel. Logan colocó las sillas y las cañas, antes de sacar de la nevera portátil dos cervezas y pasarle una a Aidan.
Este le dio un trago, la dejó en el compartimento de la silla diseñado para ello, puso el cebo en el anzuelo y lanzó el hilo.
–¡Qué buen día! –dijo, acomodándose.
–Sí –Logan se sentó a su lado y lanzó su caña–. Me encanta este sitio. La mejor decisión de nuestras vidas fue comprar esta isla.
–Desde luego.
Pescaron en un cómodo silencio hasta que Aidan dijo súbitamente:
–Ellie me está volviendo loco.
Logan rio.
–Debía haber apostado algo a cuánto tardarías en hablar de ella.
–No tiene ninguna gracia –dijo Aidan–. Trabaja sin parar.
–Por si te has olvidado, Ellie es ahora nuestra socia –dijo Logan–. Cuanto más trabaje más dinero ganaremos. Así que debería ser algo positivo.
–Ya lo sé –contestó Aidan, contrariado–, pero me preocupa. Está obsesionada, no habla de otra cosa.
–Vuestras conversaciones de cama deben ser apasionantes.
–Cállate.
–Bueno, eso si seguís… –Logan hizo un gesto con los dedos.
–Que te calles –repitió Aidan con firmeza.
–¿Eso quiere decir que no?
–No tenemos ningún problema en ese departamento –masculló Aidan–, pero incluso en esas circunstancias, Ellie solo habla de trabajo.
–Quizá sea un mecanismo de defensa –dijo Logan a la vez que se ajustaba la gorra.
–¿Qué quieres decir?
–Míralo desde su punto de vista –dijo Logan–. Está enamorada de ti pero como sabe que tú no vas a comprometerte, está empezando a marcar distancias.
–Gracias, Freud.
–Oye, tú me lo has preguntado. Además, no hace falta ser psicólogo para verlo. Basta con no estar ciego.
–La culpa de todo la tienes tú –dijo Aidan súbitamente.
–¿A qué re refieres? –preguntó logan, atónito.
–Ellie empezó a cambiar la noche del intercambio.
Logan dejó escapar una carcajada.
–Perdona, pero empezaste a estar paranoico con Sally.
Aidan se quedó pensativo. Aunque Logan no tuviera razón, recordó que había llegado a mostrarse hostil con Sally, y decidió llamarla para disculparse.
Recogió el hilo, cambio el cebo y volvió a lanzarlo, mientras continuaba pensando en Ellie.
En realidad, Aidan ni siquiera sabía qué era el amor. Solo sabía que quería estar con ella todo el tiempo.
Dos días más tarde, Ellie observaba atónita la cruz rosa que se había dibujado en la prueba de embarazo.
–¡Dios mío! –susurró–. ¡Estoy embarazada! –exclamó, haciendo una pirueta en la cocina. El corazón le latía con fuerza en el pecho–. Verás cuando se lo diga a Aidan. Va a estar…
Se detuvo bruscamente y respiró profundamente. ¿Cómo iba a reaccionar Aidan? Encantado, se dijo Ellie. Y volvió a bailar. Pero una vez más, perdió el ritmo. Iba a ser madre. Eso era lo importante y no sus estúpidos sueños de una familia que incluía a Aidan. Una cosa era que quisiera dar su apoyo al bebé, tal y como estipulaba el contrato, y otra muy distinta que se fuera a enamorar de ella y vivieran juntos.
Eso no significaba que no fuera a estar encantado con la noticia. Era un buen hombre y aunque no la amara, Ellie sabía que sentía afecto por ella. Sacudió la cabeza. Aquel no era el momento de concentrase en lo malo: estaba embarazada. Su sueño se había cumplido, y este nunca había incluido a un hombre.
Por otro lado, era inevitable que se le pasaran aquellos pensamientos por la cabeza. Porque el hombre en cuestión era uno concreto, Aidan. Y a Ellie le costaba imaginar su vida sin él, sin sus brazos arropándola, sin poder acurrucarse contra su maravilloso cuerpo, sin rozar su piel, o besar sus labios.
En el pasado, Ellie se habría sentido incómoda con las fantasías sexuales, pero ya no. Gracias a Aidan había descubierto su sexualidad, y eso no iba cambiar aunque estuviera embarazada. De hecho, estaba ansiosa por explorarla aún más, y quería hacerlo con Aidan.
Se abrazó a sí misma y, cerrando los ojos, rezó agradecida por la criatura que llevaba en su vientre, porque creciera saludable y feliz. Y también para que Aidan abriera los ojos y se diera cuenta de que ella y el bebé eran su familia. Lo primero que tendría que hacer, era contárselo.
Ellie salió de su casa con paso firme y cruzó el bosque de cocoteros para ir en busca de Aidan y contarle la noticia. Cuando dobló la esquina hacia la terraza del bar lo vio caminar hacia una mesa y el corazón le dio un vuelco al ver lo guapo que estaba.
Ellie levantó el brazo para saludarlo, pero justo en ese momento, una de las mujeres que estaba en la mesa se puso en pie de un salto y se colgó de su cuello. El biquini que llevaba apenas cubría sus voluptuosas curvas. Desde donde estaba, Ellie pudo oír sus grititos de alegría. Las otras tres mujeres que la acompañaban comentaron lo bastante alto como para que llegara a Ellie que la amiguita de Aidan había estado en la isla con anterioridad y aquel era el hombre del que les había hablado.
La visión se le nubló y sintió unas náuseas que no tenían nada que ver con el embarazado, sino con haber sido lo bastante estúpida como para enamorarse de un hombre cuyo objetivo había sido que no dejara la compañía.
Mientras se alejaba precipitadamente del bar, Ellie pensó que no podía acusarle de faltar a su palabra. Había cumplido los dos términos del acuerdo. Y había llegado el momento de que recuperara su propia vida.
Siendo así, la cuestión para Ellie era cómo poder seguir viviendo en la isla, trabajando con Aidan, cuando sabía que lo amaba y que no era correspondida.
Hasta ese momento se había sentido capaz de hacerlo, pero tras la escena que acababa de presenciar, cambió de idea. No concebía estar cuidando de su bebé mientras Aidan flirteaba con las huéspedes del hotel.
Eso tampoco significaba que fuera a huir como una cobarde. Ella era una profesional y se negaba a renunciar a su vida y a sus amistades de la isla. Adoraba aquel lugar, así que marcharse no era una opción.
Por otro lado, no iba a negarle a su hijo la posibilidad de tener una relación con su padre. Porque aunque Aidan no tuviera intención de casarse, era un buen hombre y querría estar cerca de su hijo.
Solo le quedaba una salida: se quedaría en la isla, pero se mudaría al pueblo, o a la costa sur, aunque dejar la casa que había llegado a considerar su hogar le resultara casi insoportable.
–Dios mío –susurró.
Se sentía demasiado confusa para pensar. Por el momento necesitaba ir a algún sitio, alejarse y reflexionar. A algún sitio tranquilo fuera de la isla para no caer en la tentación de ir en busca de Aidan y suplicarle que la amara.
Pero no, ella nunca haría algo así. No sería como su madre.
Echó a correr hacia su casa y al llegar preparó una bolsa de viaje con ropa para varios días, un neceser y algunos libros. Luego fue a la cocina a hacer cuatro llamadas. A continuación, envió un mensaje de texto a Aidan anunciándole que dejaba la isla por unos días, que le había surgido una emergencia.
Cerró la puerta de la casa con llave y fue al hotel. Para evitar encontrarse con Aidan entró por la cocina y cruzó el vestíbulo hacia la entrada en la que la esperaba la limusina que había pedido.
–¡Ellie!
Oyó que la llamaban cuando justo llegaba al vehículo. Al volverse, vio a Grace, que trotaba hacia ella.
–Hola. Te he visto pasar por el… –dijo Grace cuando llegó a su lado. Al ver la bolsa preguntó–: ¿Vas a alguna parte?
En ese momento el chófer se bajó y tomó la bolsa de las manos de Ellie.
–Voy a visitar a mi hermana un par de días.
Grace le dio un abrazo.
–¿Va todo bien? –preguntó.
–Sí. No. Sí. ¡Oh, Dios! –Ellie estalló en llanto.
–Cariño –Grace la abrazó de nuevo–. ¿Qué te ha hecho Aidan?
–¿Aidan? Nada. No pasa nada –Ellie se secó las lágrimas precipitadamente–. Solo me voy un par de días, pero las despedidas siempre me emocionan. Como las bodas.
–A mí me pasa lo mismo –dijo Grace, comprensiva. Ellie supo que no la había engañado, pero que era tan considerada como para fingir que la creía–. Si necesitas cualquier cosa, llámame. Y vuelve pronto. Sabes que aquí todos te queremos.
–Lo sé –dijo Ellie, sorbiéndose la nariz y dominando las ganas de llorar–. Gracias, Grace. Tengo mucha suerte de que seas mi amiga.
–Yo sí que tengo suerte contigo –Grace le apretó el brazo–. Y Aidan. Te aseguro que te necesita mucho más de lo que cree.
–Ya veremos –dijo Ellie. Y forzó una amplia sonrisa–. Tengo que irme o perderé el avión.
–Adiós, Ellie. Hasta pronto –se despidió Grace.
–¿Cómo que se ha ido? ¿Adónde?
–Lo siento, señor Sutherland –dijo la secretaria–. Solo ha dejado dicho que se ausentaría por unos días.
Aidan volvió a su despacho con el ánimo ensombrecido. ¡Adónde demonios se había ido!
La había visto marcharse del bar hacía una hora y la habría seguido de no haber sido interceptado por unas huéspedes que insistieron en charlar con él.
No iba a empezar a quejarse de las turistas que les proporcionaban tan buenas ganancias, pero tenía que admitir que estaba saturado de mujeres ricas cuyo único objetivo era gastar dinero. Además, nunca había comprendido que estuvieran maquilladas y arregladas como para salir de noche incluso cuando estaban en la piscina. Pero esa era otra cuestión.
Como sabía que Ellie lo había visto, cuando vio que se marchaba en lugar de esperarlo dedujo que estaba ocupada y que se verían más tarde. De hecho, había planeado raptarla y pasar con ella una romántica tarde haciendo el amor en la cascada del bosque.
Pero al llegar al despacho había encontrado un mensaje en el que le decía que se iba de la isla. Aidan la llamó al instante, pero no obtuvo respuesta alguna.
–Espero que estés contento.
Aidan se volvió hacia la puerta y vio a Grace.
–¿Por qué? ¿A qué te refieres?
–Solo sé que Ellie es lo mejor que te ha pasado en la vida y que vas a perderla.
–No es verdad –dijo Aidan, ansioso–. Dime dónde ha ido.
–¿Por qué?
Aidan miró a Grace atónito.
–¿Cómo que por qué? Porque la necesito aquí.
–Sí, pero ¿por qué? –Grace se cruzó de brazos y lo miró fijamente–. ¿Ha olvidado firmar algún contrato? ¿Tiene que ver a algún cliente?
Logan se acercó y le pasó el brazo por los hombros a Grace. Aidan le lanzó una mirada furibunda, pero su hermano se limitó a sonreír.
–No tengo tiempo para que me entretengáis –dijo Aidan, comprobando por enésima vez si tenía un nuevo mensaje de Ellie.
Grace dio una patada al suelo con un resoplido de impaciencia.
–Aidan, ¿por qué quieres que Ellie vuelva?
–Eso –preguntó Logan–. No tenemos nada urgente entre manos. Deja que se vaya unos días.
–No. La necesito aquí.
–¿Por qué? –preguntó Logan.
–Dejadme en paz. Los dos –dijo Aidan, airado.
–¿Cómo puedes ser tan testarudo? –dijo Grace, sacudiendo la cabeza.
–¿Podéis dejarme tranquilo? –dijo Aidan, al borde de perder la paciencia.
–Apenas hemos empezado –dijo Logan. Y acercándose al mueble bar, sirvió dos whiskies y le pasó uno a Aidan. Luego se sentó en una butaca y tomó a Grace de la mano para sentarla en su regazo.
–¡Vaya, supongo que no tengo salida! –masculló Aidan, sentándose tras el escritorio.
–Me da lo mismo que seas tan idiota como para negarte a admitir que estás enamorado de Ellie –dijo Logan–. Pero no estoy dispuesto a perder a la mejor socia solo porque seas un cabezota.
–¿Qué le has hecho a Ellie para que se haya ido?
Aidan recordó que cuando vio a Ellie en la terraza, esta lo había mirado y súbitamente había cambiado de trayectoria. ¿Por qué?
De pronto lo supo.
–Maldita sea –masculló Aidan–. Unas huéspedes estaban coqueteando conmigo. Fue entonces cuando Ellie…
–Pero Ellie no es celosa –dijo Logan–. Debiste decirle algo.
–No es celosa, pero tiene un corazón delicado –dijo Grace–. Y sabe que tú no estás dispuesto a entregar el tuyo. Puede que al verte con esas mujeres haya sido más consciente que nunca.
Aidan se pasó las manos por el cabello con gesto de desesperación.
Aunque odiara admitirlo, lo que decía Grace tenía sentido.
–¿Por qué no reconoces que la amas tanto como ella a ti? –dijo Logan–. Puedes confiar en ella, Aidan. No te hará daño.
–Mira quién habla, el experto en relaciones –dijo Aidan con sarcasmo.
Logan rio.
–Cambiar de opinión no es pecado –dijo, sonriendo a su mujer y haciéndole una carantoña.
Saturado con la imagen de los dos tortolitos, Aidan se sirvió otra copa, fue junto al ventanal y contempló la magnífica vista de las palmeras que se mecían sobre el fondo de la blanca arena de la playa y el agua turquesa de la bahía de Alleria.
Aquello era todo por lo que había luchado y sin embargo, en aquel instante no significaba nada para él, porque Ellie no estaba a su lado. ¿Sería esa la verdadera razón de que hubiera insistido en que se quedara?
De pronto lo vio claro. No era por el negocio, sino porque la quería cerca. A su lado todo era mejor, todo funcionaba.
Solo se había ido hacía una hora y ya la echaba de menos. La necesitaba. La isla como símbolo de todo lo que había logrado en la vida no significaba nada si no podía compartirla con la persona a la que había llegado a amar más que a ninguna otra en el mundo.
–¿Tienes un plan? –preguntó Logan.
Aidan apretó los dientes, sabiendo perfectamente lo que tenía que hacer. Apuró la copa, y dejando con ímpetu el vaso sobre la mesa, miró a Grace y a su hermano.
–Voy a suplicarle que vuelva.
–¿Por qué? –preguntó Grace con dulzura.
Aidan sonrió al darse cuenta de que esa era la misma pregunta que Ellie le había hecho la noche en que Logan y él se habían intercambiado. Cuando fue a su casa y le pidió que le dejara pasar la noche con ella, Ellie había preguntado: «¿Por qué, Aidan?».
–Porque la amo –dijo.
–Buena respuesta –dijo Logan–. Puede que funcione.
Ellie se había acomodado en el sofá para echar una cabezada cuando sonó el timbre de la puerta. Por un instante, se tensó pensando que podía ser Aidan, pero al instante se dijo que era imposible.
Aidan estaba a mil quinientos kilómetros de Atlanta. Brenna acababa de irse a hacer la compra después de dejar a los niños en el colegio y Brian, su cuñado, estaba en el trabajo. Así que, como Ellie estaba muy cansada, decidió no contestar.
Al oír que llamaban de nuevo, gruñó. Quizá era algún conocido de Brenna y debía contestar. El timbre sonó de nuevo, dejando claro que quienquiera que fuera no pensaba marcharse.
–¡Ya va, ya va! –masculló mientras iba a abrir. Cuando lo hizo, creyó que estaba soñando y las piernas le flaquearon–. Aidan –susurró.
Sin esperar a que lo invitara él entró, cerró la puerta, la abrazó y la besó.
Ellie se dejó envolver por su presencia, su aroma, el sabor de sus labios, y rezó para que aquel instante se prolongara.
Pero era imposible.
–Ellie, sé que me amas –dijo Aidan cuando rompió el beso–. Quiero que vuelvas a casa.
–Si has venido a decirme que estoy enamorada de ti, es mejor que te vayas –dijo ella, impasible.
–No lo niegues –dijo él–. Me amas.
Ellie se alejó de él con paso firme y de pronto se volvió.
–¿Por qué voy a negarlo si ya te lo he dicho? Pero si piensas que voy a dejarlo todo y a volver contigo a Alleria estás muy equivocado.
–Te necesitamos, Ellie.
–¿Quién? –preguntó ella, elevando la voz.
Aidan resopló.
–Está bien: yo te necesito. No sé dar un paso sin ti.
–Vaya, me necesitas –dijo ella, airada–. No parece que eso te haga muy feliz. Admítelo, Aidan, harías cualquier cosa para que siga trabajando con vosotros.
–Me da lo mismo el trabajo. Por mí, como si dimites mañana mismo –replicó él–. Quiero que vuelvas porque te necesito en mi vida.
–Pero si tienes a todas las mujeres que quieras –dijo Ellie. Y se arrepintió al instante de sonar como una harpía celosa.
Obviamente, Aidan sabía a qué se refería porque de pronto sonrió, satisfecho.
–Sabía que me habías visto. ¿Por qué no me salvaste de esa espantosa mujer? Me preparó una emboscada.
–Oh, pobrecito niño –murmuró Ellie.
–Es verdad –dijo él, intentando ponerse serio–. De hecho, iba camino de buscarte para que nos escapáramos a la cascada para hacer el amor el resto de la tarde.
Ellie estuvo a punto de suspirar imaginando la escena.
Deseaba tanto a Aidan que se sentía desfallecer, las piernas apenas se le sostenían.
–Pero te fuiste y no conseguí localizarte –concluyó Aidan–. ¿Por qué?
Ellie quería decirle porqué, quería echarse en sus brazos y suplicarle que la amara. Pero en lugar de hacerlo, preguntó:
–¿Qué haces aquí, Aidan?
Él la miró con ojos brillantes.
–He sido un idiota por no darme cuenta en todos estos años de lo maravillosa que eres. Siempre te he deseado.
Ellie parpadeó.
–¿Y por qué no me has dicho nada?
–¿No has oído que me he llamado idiota?
Ellie estalló en una carcajada.
–Ha sido lo mejor que has dicho hasta el momento.
–Es verdad, Ellie. He sido un estúpido. He tenido que esperar a que te fueras para darme cuenta de todo el tiempo que he perdido, pero te prometo que te compensaré –Aidan la tomó por los hombros y la miró a los ojos–: Te amo, Ellie. Amo todo lo que eres.
–¿Me-me amas?
–Sí. Hasta me gustan tus presentaciones de PowerPoint, tus severos trajes de chaqueta, la forma en que te pones el lápiz detrás de la oreja cuando estás concentrada…
–¡Dios mío, Aidan! –dijo ella, tapándose la cara con la manos–. Haces que suene como si fuera una institutriz.
–Yo adoro a las institutrices –dijo él, tomándole la mano y besándole los dedos uno a uno–, y los trajes –tras una pausa en la que la miró con ojos chispeantes, añadió–: Aunque tengo que admitir que como más me gustas es en biquini.
–¡Me lo imaginaba! –dijo ella haciendo un mohín.
–No sé mentir –dijo Aidan. Y cuando sonrió sus labios se curvaron tal y como Ellie le había descrito a Logan.
–Oh, Aidan –susurró Ellie.
Él le retiró el cabello de la cara.
–Por favor, vuelve a casa. Eres la única chica en biquini a la que he amado. Por favor, te echo de menos.
–Yo también a ti.
–Ven a casa y formemos una familia –suplicó Aidan–. No quiero uno, sino muchos hijos, y siempre sabrán cuánto los amo a ellos y a su madre. Por favor, vuelve a casa, cásate conmigo y ámame siempre, Ellie.
¿Cómo poder negarse?
–Te amo tanto, Aidan… Claro que quiero casarme contigo.
–Gracias, muchísimas gracias –susurró Aidan. Y la besó con ternura.
Cuando abrió los ojos, vio que Ellie tenía una enorme sonrisa.
–Me alegro de que quiera bebés, porque estoy embarazada, Aidan.
Él abrió los ojos desmesuradamente.
–¡Dios mío! ¿De verdad?
Ellie le tomó la mano y se la llevó al vientre.
–¿Te molesta?
–¿Molestarme? –dijo Aidan. Y soltó una carcajada–. No. Me he quedado sin habla. Estoy feliz.
Se besaron una vez más y Ellie sintió que su corazón rebosaba de amor. Cuando abrió los ojos, Aidan la estaba mirando.
–No puedo esperar a llegar a casa –musitó él–. Quiero hacer el amor contigo toda la noche. Y un día de estos nos tomaremos el día libre e iremos a la catarata para que pueda explorarte milímetro a milímetro.
Ella se estremeció de solo imaginarlo. El cosquilleo que sentía siempre que Aidan estaba cerca había vuelto, y estaba ansiosa por demostrarle cuánto lo amaba. Compartirían el resto de sus vidas. le tomó la mano a Aidan y, sonriendo, dijo:
–Llévame a nuestro hogar, Aidan. Llévame a Alleria.