Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Nate vio que Raoul lo miraba mientras salía con Nicole. Le hizo un gesto con la cabeza y su amigo le guiñó el ojo, pero su expresión cambió al reconocer quién era ella. Nate reprimió una sonrisa de superioridad.

En los años que llevaba tramando cómo humillar a Charles Wilson nunca se había imaginado que su hija fuera a estar en sus brazos y que se sintiera enormemente atraído por ella. Sería idiota si no aprovechaba semejante oportunidad. Pero tenía que ser precavido y no comenzar la casa por el tejado. Después de tomar algo en su casa, podría llamar a un taxi para que la llevara a su domicilio, pero algo le decía que sería poco probable.

Abrió el Maserati que los esperaba junto a la acera.

–Un coche muy bonito –comentó ella mientras Nate le abría la puerta.

–Me gusta viajar con estilo.

–Y a mí me gusta eso en un hombre.

Estaba seguro de que así era. A ella nunca le había faltado de nada en la vida. Todo lo contrario. Y cabía esperar que sus exigencias con respecto a un hombre fueran elevadas.

A diferencia de Nicole, él sabía lo que costaba conseguir algo. Su padre se lo había demostrado durante casi toda su infancia. Después de que Charles Wilson lo echara de la empresa que habían creado juntos, Thomas tardó años en recuperar la credibilidad y crear su propia empresa. Y aunque había hecho lo imposible para proteger a su único hijo, la experiencia había marcado a Nate, y de ella había extraído dos reglas que regían su vida: la primera era tener mucho cuidado a la hora de confiar en alguien.

La segunda era que todo valía en la guerra y en el amor.

Nate arrancó y se dirigió a la autopista que iba hacia el noroeste.

–¿Vives en el oeste?

–Sí. Tengo dos casas, pero mi hogar está en Karekare. ¿Sigues queriendo esa copa?

Vio que ella tragaba saliva antes de responder.

–Sí, hace siglos que no voy a Karekare.

–Sigue prácticamente igual: hermoso y salvaje.

–¿Como tú? –le preguntó ella con los ojos brillantes.

–Más bien como tú.

Ella rio.

–Tus palabras son un bálsamo para un alma herida.

–¿Herida?

–Cosas de familia. Es muy complicado y aburrido para contártelo.

Nate se había enterado de la vuelta del hijo pródigo al hogar de los Wilson. ¿Era ese el problema de Nicole?

–El viaje es largo. Estoy dispuesto a escucharte si quieres hablar de ello.

Ella lanzó un profundo suspiro.

–Me he peleado con mi padre. Aunque parezca un tópico, no me entiende.

–¿No es esa una prerrogativa de los padres?

–Supongo –reconoció ella riéndose–. Pero me siento utilizada. Llevo toda la vida tratando de estar a la altura, de ser la hija perfecta, la trabajadora perfecta… Bueno, perfecta en todos los aspectos. ¡Y mi padre cree que lo que tengo que hacer es sentar la cabeza y tener hijos! No me valora en absoluto. Llevo cinco años ayudándole en la empresa familiar y dice que solo es un pasatiempo para mí.

–¿Por esa discusión has ido al club esta noche?

–En efecto. No podía quedarme bajo el mismo techo con él ni un segundo más. ¡Ah, no! Ya no es su casa, ni la mía. Se la ha dado a mi querido hermano –resopló enfadada–. Perdona. Será mejor que cambiemos de tema. Hablar de mi familia me pone de mal humor.

–Lo que la señora desee –contestó Nate, aunque ardía en deseos de saber más cosas sobre la situación familiar de los Wilson.

–Eso está mejor. Me encanta esa actitud.

–¿No es la que siempre adoptan los demás contigo?

Nicole se giró ligeramente en el asiento y lo miró.

–Lo dices como si me conocieras.

–No me has entendido bien. Creo que una mujer como tú consigue lo que desea sin problemas.

Ella volvió a resoplar y cambió de tema.

–Háblame de tu casa. ¿Tiene vistas al mar?

Él asintió.

–Me encanta la costa oeste: las playas de arena negra, las olas salvajes…

–¿Haces surf?

–No, siempre me ha dado miedo. Hay líneas que no cruzo. Soy hija única y mi padre me ha sobreprotegido.

–¿Hija única? Acabas de mencionar a un hermano.

–Vivía con nuestra madre hasta hace poco. ¿Por qué volvemos a hablar de ese tema?

Él la miró. Sus manos anhelaban acariciarle el rostro. Volvió a concentrarse en la carretera. Sí, la deseaba. Y estaba dispuesto a tenerla. Pero no podía perder el control.

–¿Y tú? –preguntó ella–. ¿Cómo es tu familia?

–Mis padres han muerto: mi madre, cuando estaba en la universidad; y mi padre recientemente. No tengo hermanos.

–¿Así que estás completamente solo? ¡Qué suerte! –ahogó un grito al darse cuenta de su falta de tacto–. Lo siento, no debí haber dicho eso.

–No importa. Los echo de menos, pero estoy contento de que hayan compartido mi vida. Mi padre fue un excelente ejemplo para mí. Se dejó la vida, en sentido literal, para que no nos faltara de nada, y yo traté de compensárselo después de licenciarme, y empecé a trabajar en la empresa familiar.

Nate no le ofreció detalles a propósito. No iba a decirle de quién era la culpa de que su padre hubiera tenido que trabajar así.

Cambió de tema al tomar la salida de la autopista que los conduciría a la playa.

–¿Qué te parece hacer surf este fin de semana?

–¿Este fin de semana?

–¿Por qué no te quedas? ¿Tengo tablas y trajes de neopreno de sobra?

–¿Y ropa también? –señaló su enorme bolso, que estaba en el suelo del coche–. Aunque sea grande, no es una maleta.

Él se echó a reír.

–Haremos las cosas sobre la marcha. ¿Te fías de mí?

–Claro. Si no lo hiciera, no estaría aquí.

Él extendió la mano, tomó la de ella y le acarició la muñeca con el pulgar.

–Muy bien.

Volvió a agarrar el volante. Vio por el rabillo que ella se acariciaba la muñeca. Sonrió satisfecho. La noche iba de maravilla.

 

 

Al quedarse en silencio, Nicole se preguntó por qué se fiaba de él. Era instintivo, ya que no lo conocía.

Se dijo que se merecía una noche como aquella. Su cuerpo le decía que Nate era el hombre adecuado para conseguir que se olvidara de todos sus problemas, al menos esa noche.

La piel todavía le cosquilleaba donde le había acariciado. ¿Esperaba hacer el amor con ella? Solo de pensarlo, una oleada de deseo la recorrió de arriba abajo. Nunca había reaccionado con aquella intensidad ante nadie. Le bastaba mirar sus manos en el volante y cómo sus largos dedos se doblaban en torno al cuero para desear que estuvieran sobre ella, dentro de ella. Apretó los muslos con fuerza. El mero pensamiento de que la acariciara estaba a punto de hacerla explotar. ¿Cómo sería cuando lo hiciera?

Carraspeó para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta.

–¿Estás bien? –preguntó Nate.

–Sí. Es un largo trayecto de la ciudad a tu casa. ¿Trabajas en la ciudad?

–Sí. Tengo un piso allí para pasar las noches en que estoy demasiado cansado para conducir hasta Karekare, aunque duermo mejor con los sonidos del mar y del bosque.

–Suena idílico.

–Pronto lo comprobarás por ti misma.

Ella se quedó callada. Y debió de dormirse, ya que de pronto el Maserati subió una empinada cuesta y se introdujo en un garaje bien iluminado. Miró el reloj: eras casi las dos de la mañana. Estaba muy lejos de sus conocidos y de su hogar, pero no se inquietó. Había llegado hasta allí por elección propia.

–Hogar, dulce hogar –dijo Nate mientras le abría la puerta del coche.

Nicole aceptó su mano para bajar. Él no la soltó, sino que la condujo hasta la puerta de la casa, que, una vez abierta, dio paso a un enorme espacio abierto que hacía las veces de comedor, salón y cocina. Los muebles y la decoración eran sencillos pero caros.

–¿Te sigue apeteciendo una copa? –preguntó Nate mientras se llevaba la mano de ella a los labios y la besaba.

–Por supuesto. ¿Qué vamos a tomar?

–Hay champán en la nevera, o podemos tomar una copa de licor.

–Mejor lo segundo.

Algo fuerte y que se subiera a la cabeza. Nate la soltó para ir al mueble bar a servir las bebidas. Ella se acercó al ventanal y escuchó el sonido de las olas. Vio a Nate, que se acercaba con las copas, reflejado en el cristal.

–Vamos a brindar –afirmó él.

–¿Por qué? –preguntó ella mientras agarraba la copa y la alzaba hacia el reflejo de Nate.

–Por dos almas heridas y por que sanen.

Ella asintió y bebió. Era whisky.

–Está muy bueno –dijo volviéndose hacia él. Se quedó sin aliento al ver su mirada.

–Es el mejor –afirmó él mientras acercaba su rostro al de ella.

El corazón de Nicole se aceleró. Si aquel beso fuera a ser como el del club, se moría de ganas de recibirlo. Entreabrió los labios, fijó la mirada en la boca masculina y cerró los ojos cuando él puso sus labios en los de ella y le lamió suavemente el inferior.

–A esto lo llamo yo lo mejor –dijo él.

Apretó sus labios contra los de ella, le rodeó la espalda con un brazo y la atrajo hacia sí. Él ya estaba excitado, lo cual hizo que la sangre de Nicole corriera más deprisa por sus venas. Apretó las caderas contra él y sintió la dureza y longitud de su excitación. Su cuerpo respondió con deseo, humedad y calor.

Los labios y la boca de Nate sabían a whisky. Cuando él se echó hacia atrás, su cuerpo fue a buscarlo como si una fuerza magnética la atrajera.

Nate dejó las copas en un estante cercano. Después le introdujo las manos en el cabello para atraer su cara hacia sí. Esa vez la besó con mas deseo, como si le hiciera una promesa de lo que iba a suceder.

Nicole le sacó la camisa del pantalón e introdujo las manos por debajo. Le arañó levemente con las uñas mientras sus dedos le recorrían la columna vertebral. Se dijo por última vez que no debería estar allí ni haciendo aquello. Pero el deseo venció a la lógica.

Él la deseaba. Ella lo deseaba. Era algo básico y primario, y era lo que Nicole necesitaba en aquel momento. Eso y un montón de satisfacción.

Nate le desabrochó la chaqueta. Sus manos eran anchas y cálidas. Le rodeó la cintura y subió hacia el sujetador.

Se separó de los labios de Nicole y recorrió con los suyos su mandíbula y el cuello. Ella notó que se le hinchaban los senos y se le endurecían los pezones hasta el punto de hacerle daño al rozarse con el satén del sujetador. Cuando él le rozó uno con la punta de la lengua, se estremeció como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Él concedió la misma atención al otro, y fue como si le hubiera atravesado el corazón con una lanza.

La lengua de Nate recorrió el borde del sujetador hasta descender por el valle entre ambos senos. Ella comenzó a jadear mientras el corazón se le desbocaba. Sintió la mano masculina en la espalda que le desabrochaba el sujetador dejándole los senos libres. A continuación le quitó la chaqueta y le empujó los tirantes del sujetador para que cayeran. Después tiró las prendas al suelo.

Atrapó uno de sus pezones con los dientes y lo lamió con su lengua ardiente. A Nicole comenzaron a temblarle las piernas y se aferró a él, a punto de perder el sentido por el placer que le producía. Apenas se dio cuenta de que las manos masculinas bajaban a su falda. La prenda fue a parar a sus pies, junto a las otras.

Vestida solo con unas minúsculas braguitas y los zapatos de tacón, hubiera debido sentirse vulnerable cuando Nate acarició cada centímetro de su piel con la mirada. Pero se sintió deseada y poderosa.

–Dime lo que quieres –le pidió él.

–Quiero que me acaricies.

–Dime dónde.

Ella se agarró los senos y los elevó ligeramente.

–Aquí –dijo con voz ronca.

–¿Y…?

Ella bajó la mano hasta el elástico de las braguitas.

–Aquí –le tembló la voz al sentir el calor que había entre sus piernas y la humedad que esperaba las caricias masculinas.

–Dime lo que te gusta –dijo él poniendo la mano encima de la suya.

–Esto –afirmó ella mientras introducía su mano y la de él por debajo de la tela.

Condujo la mano masculina con la suya hasta la abertura y las sumergió en la humedad antes de volver a llevarlas hacia arriba, hasta el botón que pedía a gritos que lo acariciaran. Primero rodeó aquel punto sensible con sus dedos, después con los de él, aumentando la presión para luego disminuirla y repetir el ciclo.

–Sigue acariciándote –pidió el mientras llevaba la mano más abajo hasta alcanzar los suaves pliegues de su piel.

La agarró con el otro brazo para sostenerla mientras se aproximaba más a ella. Nicole notó la tela de los pantalones masculinos en los muslos desnudos antes de concentrarse únicamente en que él le estaba introduciendo un dedo, luego otro. Sus músculos los aferraron mientras él los deslizaba arriba y abajo y le acariciaba con cuidado las paredes internas.

La inundó una oleada de calor y placer. La unión de las caricias de ambos la llenó de una abrumadora conciencia de la presencia masculina, de su fuerza y de su poder sobre ella. Nunca había experimentado nada igual.

Nate se inclinó ligeramente y atrapó uno sus pezones con la boca y lo succionó con fuerza. Mientras lo hacía, ella notó que aumentaba la presión de sus dedos en su interior, lo cual bastó para que el placer fuera tan intenso, tan inconmensurable, que le fallaron las piernas.

Todo su cuerpo experimentó una sacudida con la intensidad del orgasmo. Notó que Nate se retiraba de su interior, a pesar de que sus músculos seguían contraídos.

Él la tomó en sus brazos y la llevó a una habitación oscura.

Nicole logró darse cuenta de que era su dormitorio mientras él la depositaba sobre la cama. A la luz de la luna que entraba por la enorme ventana, vio que él se desnudaba y desvelaba toda su belleza ante sus ojos. Él le quitó los zapatos y, después, sus manos comenzaron a subir por sus piernas. Cuando llegó a las braguitas, se las quitó lentamente, le abrió las piernas y se situó en medio de ellas.

Se inclinó hacia la mesita de noche, sacó una caja de condones y se puso uno. Ella le colocó las manos en los hombros. A pesar de su evidente excitación, se situó frente a la entrada del cuerpo de ella con movimientos lentos, controlados y deliberados. La miró a los ojos dándole, incluso en aquel momento, la oportunidad de cambiar de idea, de decidir lo que quería. Ella le respondió echando la pelvis hacia delante para darle la bienvenida.

Nate la besó con labios tan ardientes como los de ella, le acarició la boca con la lengua mientras se introducía en su interior. Los músculos de ella se extendieron al ajustarse a su tamaño. Le puso las manos en la cabeza e introdujo los dedos en su cabello, mientras él la sostenía, y lo besó con toda la fuerza que le quedaba.

Su cuerpo revivió cuando él comenzó a moverse con embestidas poderosas y profundas, tan profundas, que a ella le pareció que le llegaban al alma antes de volver a hundirse en el abismo del placer sexual. Él se puso rígido y soltó un grito ahogado de liberación mientras alcanzaba el clímax entre escalofríos y ella lo apretaba rítmicamente con su cuerpo.

Volvieron a besarse mientras él se tumbaba sobre ella. Aquello era real, él era real.

Lo que habían hecho superaba todas sus experiencias anteriores y, por último, cuando la venció el sueño, desaparecieron los problemas y preocupaciones de su vida.