Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Cuando Nate se despertó se dio cuenta de que se había quedado dormido no solo encima de Nicole, sino también dentro de ella. Se apartó con cuidado para no despertarla. Buscó la punta del preservativo, pero no la halló. Se apartó aún más de ella y su cuerpo echó de menos inmediatamente su calor.

El preservativo seguía en el interior de Nicole. Aterrorizado, se preguntó si tomaría la píldora, pero se calmó de inmediato: una mujer como ella no dejaría nada al azar. Era poco probable que tuvieran que preocuparse por un posible embarazo.

No, era el momento de centrarse en el placer. Se moría de ganas de repetir la experiencia.

Buscó el preservativo entre las piernas de Nicole y se lo sacó con cuidado. Fue al cuarto de baño a tirarlo. Al volver a tumbarse se puso otro preservativo y la atrajo hacia sí.

Ella se acurrucó instintivamente contra su cuerpo y abrió los ojos sonriendo. Él le acarició la mejilla. Una cosa era saber por Raoul que Nicole Wilson era una mujer atractiva con una habilidad increíble para los negocios, y otra descubrir que además era una amante cálida y generosa.

Devolver a Nicole a su padre había dejado de ser una posibilidad. Con un poco de suerte, la ira de ella contra su padre y su hermano sería lo suficientemente profunda para que los abandonara y se pasara a Jackson Importers… y a la cama de Nate, con lo que su empresa triunfaría y sus noches serían muy satisfactorias.

Claro que cabía la posibilidad de que prevaleciera la lealtad de ella a su familia, lo que implicaría recurrir a métodos más creativos para mantenerla a su lado. No quería hacerle daño: su objetivo era Charles. Pero si alterarla un poco era el precio de su venganza y de que se quedara con él, estaba dispuesto a pagarlo.

–Eres hermosa –afirmó él con sinceridad.

–Está oscuro –replicó ella en tono ligeramente burlón–. Todos somos hermosos en la oscuridad porque no se ve nuestro lado malo.

–Tú no lo tienes –se inclinó y la besó.

–Todos lo tenemos. Simplemente, a veces lo ocultamos.

Sus labios se unieron en un estallido de deseo. Esa vez, el fuego interior de Nate no lo desbordó como le había sucedido la vez anterior, pero su deseo de ella no había disminuido. La saborearía lenta y completamente.

El tiempo desapareció y lo único importante fue dar y recibir placer. Cada caricia estaba destinada a producir un gemido o un suspiro en el otro, cada beso era una promesa de lo que iba a suceder.

Y cuando ella se puso encima de él y descendió sobre su tersa carne, él se rindió por completo a sus exigencias.

Ese clímax no fue menos intenso que la primera vez, y cuando Nicole se desplomó en sus brazos y rápidamente se quedó dormida, él se aseguró de que no volviera a suceder el mismo accidente con el preservativo.

Cuando Nate se despertó, el sol se filtraba por la ventana. Extendió el brazo. La cama estaba vacía. Se sentó en el borde y se desperezó.

–Bonita vista –dijo una voz detrás de él.

Él se volvió despacio y sonrió al ver que Nicole había encontrado la cámara de video que utilizaba para filmar los restos que dejaban las olas en la playa.

–¿Tienes licencia para usarla? –preguntó él.

–Me gusta aprender sobre la marcha –respondió ella.

Solo llevaba puesta la camisa de él, que le dejaba las largas piernas al aire.

La sangre de Nate comenzó a correr más deprisa.

–Me parece que se subestima la experiencia práctica, ¿no crees? –ya estaba completamente excitado, y se le acababa de ocurrir una idea.

–Por supuesto. Y también el valor de las ayudas visuales.

Nate se dijo que le había leído el pensamiento.

–Tengo un trípode.

Ella se echó a reír y él tuvo que contenerse para no lanzarse sobre ella.

–Yo diría que más de uno –afirmó Nicole bajando el objetivo de la cámara y volviendo a subirlo al rostro de él.

Era traviesa, y a él eso le gustaba en una mujer.

–Voy a por el otro –dijo él guiñándole el ojo.

Pasó a su lado y la besó en los labios.

–¿Por qué no te vas poniendo cómoda en la cama? Tardaré un minuto.

Tardó menos, y colocó el trípode en diagonal con respecto a la cama. Ella le dio la cámara. Tenía las mejillas encendidas y los ojos brillantes. Los pezones endurecidos, que se percibían a través de la camisa, demostraban su excitación. Él colocó la cámara en el trípode.

–¿Estás segura de esto?

–Totalmente. Y después, cuando lo veamos, podremos analizar qué hay que mejorar.

Nate pensó que era imposible hallarse más excitado de lo que estaba.

–¿Por dónde te parece que empecemos? –preguntó.

–Creo que tengo que conocerte mejor –dio una palmada en el borde de la cama–. ¿Por qué no te sientas?

Lo hizo. Ella se puso de rodillas sobre la alfombra y colocó las manos en la parte externa de los muslos masculinos.

–Me parece –prosiguió– que anoche todo giró en torno a mí, por lo que hoy lo hará en torno a ti.

Un ligero temblor recorrió el cuerpo de Nate mientras observaba que las manos de ella le acariciaban los muslos de arriba abajo, cada vez un poco más cerca de la parte interna.

–¿Te gusta? –preguntó ella.

Incapaz de hablar, él se limitó a asentir.

–¿Y esto?

El cerebro de Nate estuvo a punto de estallar cuando ella se inclinó y le rozó con la lengua la punta del miembro excitado, que experimentó una sacudida y segregó una gota que ella rápidamente lamió. El pelo de Nicole le rozaba los muslos y le impedía verle la cara. Él se lo apartó y lo mantuvo recogido en su nuca con la mano. Quería verlo todo. Y que la cámara también lo hiciera.

 

 

Nicole experimentó una extraña sensación de posesión al acariciar levemente con la lengua la erección de Nate, de arriba abajo. Sintió el calor que despedía mientras lo hacía y cómo temblaba él tratando de no perder el control. Pero lo perdió cuando ella lo tomó en la boca.

Nate lanzó un sonido gutural, y ella supo en qué momento iba a alcanzar el clímax. Aumentó la presión de la boca y de la lengua y el ritmo de los movimientos hasta que él lo alcanzó. Disminuyó el ritmo mientras tomaba la última gota de la esencia masculina y él volvía a gemir y caía sobre la cama.

Ella se tumbó de lado, apoyada en un codo, y le acarició el estómago y el pecho hasta que él recuperó el aliento. Nicole pensó que la velocidad a la que se recuperaba decía mucho a favor de su condición física y su energía. Él extendió el brazo y la atrajo hacia sí para besarla. Comenzaba a excitarse de nuevo, y ella se sintió de maravilla al saber que era por su causa.

–Debe ser hora de desayunar –afirmó con los labios casi pegados a los de él.

–Todavía no. Cuando tengamos más ganas. Y creo que te deberías quitar la camisa.

Se la desabrochó y tomó uno de sus senos en la mano mientras le acariciaba con el pulgar el pezón endurecido.

–Ya tengo muchas ganas.

Él le quitó la camisa y se tumbó sobre ella.

Lo que siguió fue un curso de cómo proporcionar mucho placer en muy poco tiempo. Nate se aplicó y le demostró lo habilidoso que era con accesorios muy simples: la punta de la lengua, el aliento, la caricia con la punta de los dedos…

Ella estaba a punto de suplicar, de gritar, cuando él se puso un condón y finalmente la penetró llevándolos a ambos al reino del júbilo.

La cámara lo grabó todo.

Esa mañana marcó la pauta de los tres días siguientes. De vez en cuando se levantaban para bañarse o comer, hasta que la fascinación mutua que experimentaban los llevaba de vuelta a la cama.

El lunes por la mañana, Nicole estaba exhausta, física y emocionalmente. La noche anterior, mientras trataban de comer como dos personas civilizadas, habían visto el video que habían grabado. Pero la comida se había enfriado en los platos porque la acción en la pantalla había vuelto a despertarles el deseo.

Nate seguía durmiendo a su lado. Nicole se sorprendió de lo natural que le resultaba estar con él, ya que apenas se conocían. En el trabajo, sus compañeras hablaban y se reían sobre sus aventuras de una noche con tipos a los que no esperaban, y en algunos casos no deseaban, volver a ver, y ella nunca había pensado que se vería en semejante situación.

Los días pasados con Nate le parecían unas vacaciones, no solo del trabajo y la responsabilidad, sino de sí misma. No le importaba que el viernes anterior la hubieran estado esperando en el despacho. No había dicho a nadie dónde estaba, ni había consultado los mensajes de su móvil.

¿Qué más daba si los abandonaba a todos, a su padre; a su hermano, al que no conocía; a su mejor amiga, ya que era evidente que ella les traía sin cuidado?

Se dijo que no daba igual. El jueves estaba muy enfadada y se había portado de una forma impropia de ella. En su fuero interno sabía que su familia y Anna la querían y que estarían preocupadas por su paradero.

La persona que estaba en la cama con un desconocido no era ella. Se lo había pasado muy bien, desde luego, pero todo tenía que acabar en algún momento.

La invadió un sentimiento de culpa que hizo que se levantara y fuera al cuarto de baño, donde se echó a llorar. Se había portado de forma irracional y estúpida. Los veintiséis años de su vida tenían sus raíces en el otro lado de la ciudad, en su hogar, con su familia. ¿Qué importaba que su padre le hubiera entregado las escrituras a Judd? Era evidente que su hermano no iba a echarla a la calle. Él, al igual que Anna, era una víctima de las artimañas paternas.

En cuanto a su padre… Le sería difícil perdonarlo, pero no podía olvidar que la había cuidado y protegido toda la vida. Y seguía siendo su padre. Tenían que llegar a un acuerdo, y ella estaba dispuesta a dar el primer paso.

Se lavó la cara, salió del cuarto de baño y cruzó silenciosamente el dormitorio. Al cerrar la puerta soltó el aire que no se había dado cuenta de estar reteniendo. ¡Por Dios! Ya era mayorcita para decidir por sí misma. El fin de semana había sido fabuloso, justo lo que necesitaba, pero no había necesidad de escabullirse como si fuera una ladrona.

Fue al lavadero a recoger la ropa interior que había lavado y el traje de chaqueta, que había cepillado y colgado en una percha. Se vistió. Agarró el bolso, se cepilló el cabello, se lo recogió con una goma y volvió al dormitorio a por los zapatos. Tendría que llamar a un taxi para ir a trabajar.

Nate estaba despierto.

–¿Vas a algún sitio? –le preguntó mientras ella se ponía los zapatos.

–Sí, es hora de volver a la realidad. Ha sido un fin de semana estupendo, gracias.

–¿Ya está?

–¿Qué? ¿Quieres más?

–Siempre quiero más, sobre todo de lo que hemos hecho.

–No he dicho que no quiera volver a verte.

–Pero lo has dado a entender.

Nicole le dirigió una mirada nerviosa.

–Mira, tengo que ir a casa y luego a trabajar.

–No.

Nicole comenzó a tener miedo.

–¿Qué quieres decir?

–Quiero decir que vas a trabajar conmigo.

Nate se levantó, agarró los vaqueros que se había quitado la noche anterior y se los puso tranquilamente. Nicole trató de no mirarlo. La atracción sexual no podía distraerla. ¿A qué demonios se refería al decir que iba a trabajar con él? Ni siquiera sabía a lo que Nate se dedicaba. Y él no sabía nada de ella… ¿o sí?

–Creo que no me has entendido. Tengo un empleo que me encanta y una familia a la que…

–No me digas que los quieres, Nicole, después de lo que te han hecho.

Ella se arrepintió de haber hablado demasiado en el coche.

–Sigue siendo mi familia. Por lo menos tengo que aclarar las cosas.

–Creo que no se lo merecen. Además, pronto estarán claras.

–¿De que demonios hablas? –preguntó ella cruzando los brazos.

–Cuando tu familia sepa con quién has pasado el fin de semana, dudo mucho que te reciban con los brazos abiertos. No le caigo muy bien a tu padre –esbozó una media sonrisa, como si se estuviera riendo de un chiste que solo él entendía.

–¿Por qué iba a importarle con quién he pasado el fin de semana? –preguntó ella con brusquedad.

Nate se le acercó.

–Porque soy Nate Hunter Jackson.

¿Nate Hunter? ¿El multimillonario que llevaba una vida apartada, el nuevo director de Jackson Importers, que buscaba la ruina de la empresa de su familia? Su padre nunca había tenido palabras amables para Thomas Hunter ni para sus empleados.

Pero ¿había dicho Nate Hunter Jackson?

–Ya veo que has establecido la relación –prosiguió él con frialdad–. Sí, soy el hijo de Thomas Jackson. ¿No es gracioso? Durante todo el tiempo que tu padre acusó al mío de estar con tu madre, en realidad, mi padre estaba con mi madre.

Nicole lo miró horrorizada. La cabeza comenzó a darle vueltas. ¡No solo había estado acostándose todo el fin de semana con un desconocido, sino con el enemigo!