Las elecciones de 1962 fueron las más dramáticas para Carlos Miró Quesada desde aquellas en las que el caudillo Sánchez Cerro abatió las aspiraciones de Haya de la Torre de tomar el poder. Casi treinta años después, el peligro de que el Jefe Máximo de la secta llegara a Palacio volvía a asomar. Impedido en múltiples ocasiones de ser candidato, debido al veto del Ejército y a un artículo de la Constitución de 1933 que proscribía a los partidos internacionales, esta vez Haya había recibido el visto bueno de Prado para postularse como el abanderado de la Alianza Democrática, coalición del APRA con dos socios menores: el Movimiento Democrático Peruano, partido de gobierno, y la facción de la Unión Revolucionaria que lideraba Luis A. Flores, quien había pasado de perseguir y torturar apristas a solicitar cupos parlamentarios en sus listas. La Unión Revolucionaria, luego de perder el favor popular en la década del cincuenta, se había partido en dos. La florista había adoptado, aunque sea de la boca para afuera, un talante más democrático. La otra rama, que mantenía el primigenio ideario ultraderechista y fascista del partido, estaba dirigida por el comandante Alfonso Llosa y apoyaba en las elecciones a Acción Popular, que tenía nuevamente a Fernando Belaunde como candidato. También compitió por la presidencia el exdictador Manuel Odría, muy popular en las barriadas de la capital y en algunas regiones de la costa y de la sierra, donde pervivía el recuerdo de las obras y de la bonanza económica que su gobierno había producido entre el robo y la represión.
Mi abuelo esta vez apoyará a Belaunde, inicialmente sin segundas intenciones ni componendas, obsesionado por cerrarle el paso al APRA y su líder, a quien seguía considerando el asesino intelectual de sus padres. Para ello reflotó al órgano de propaganda del Partido Renovación Nacional, el semanario Hoy, que había aparecido unos cuantos meses para las elecciones de 1956. Desde ahí atacará con virulencia la candidatura de Haya, recordará con fotos, documentos y testimonios los numerosos crímenes del aprismo, ridiculizará hasta el límite a sus jerarcas en la sección «Pequeñas biografías de pequeños hombres», y escribirá editoriales en los que denunciará a sus compatriotas del peligro nacional que el sangriento partido significa para el Perú. Pronostica que el APRA siempre fue minoría y que lo seguirá siendo, que el ochenta por ciento del país votará contra los sectarios, y alerta contra el fraude que el gobierno de Prado está organizando para conceder la victoria a su candidato oficial. Cuando publica uno de estos editoriales, arma una primera plana con la frase «Mensaje al país del Dr. Carlos Miró Quesada Laos», acompañada de una foto suya de medio cuerpo, con traje y corbata, en pose casual, dentro de su oficina. Esa foto, esos titulares, no eran sino parte del arsenal de artificios con los quería dar la apariencia del líder carismático que nunca fue.
Pues bien. Por su posición ante el APRA el acercamiento con los acciopopulistas era solo cuestión de tiempo. Se hizo amigo de algunos de ellos, quienes lo reciben como un aliado natural. Incluso es voceado como candidato a diputado por Lima, junto a dos o tres miembros de la Unión Revolucionaria fascista (a principios de los sesenta Acción Popular, como sucedió con la Democracia Cristiana unos años antes, se convirtió en un improvisado refugio para lo más selecto de la extrema derecha). Mi abuelo movió sus hilos para hacerse de un lugar en la lista parlamentaria, pero el joven periodista Mario Castro Arenas, simpatizante del APRA, se enteró de la jugada y denunció en un programa de televisión a los dirigentes departamentales de Acción Popular por abrirle un espacio en la contienda electoral «a un conocido fascista como Carlos Miró Quesada Laos», recordando a miles de televidentes su pasado de camisa negra, los elogios a Mussolini y la marcha sobre el Callao. Mi abuelo respondió indignado a Castro Arenas desde las páginas de Hoy, lo amonestó por arrogarse la potestad de definir quién era fascista y quién no y volvió a su vieja estrategia: acusar a los apristas de hipócritas y recordar que ellos fueron los primeros en importar las marchas, símbolos y lemas del fascismo al Perú. Sin embargo, Acción Popular retrocedió y uno de sus voceros de prensa anunció que ellos no habían entrado en conversaciones con Carlos Miró Quesada y que no sería candidato al Congreso por su agrupación. El incidente es rápidamente olvidado, como sucede con las miles de anécdotas que conforman toda campaña electoral, pero le confirma a mi abuelo que existe una sombra de la que no se ha podido librar, a pesar de todos sus esfuerzos, y que lo anula de entrada para participar en el juego político grande. En privado, algunos dirigentes belaundistas le recomiendan que tenga paciencia, que luego de ganar las elecciones se pondrán en contacto con él, que no lo abandonarán. Que siga apoyando.