ESCENA IV

Pedro.—El Padre Rojas.—Después, Sabel.

 

el padre rojas

Tengo que dirigir á usted un ruego en nombre de esa pobre señora.

 

pedro (con extrañeza).

¿En nombre de Octavia?

 

el padre rojas

Sí, señor, sí; pero siéntese, y escuche. Tenga la bondad. Esa desgraciada señora...

 

pedro (levantándose violentamente).

No necesito escuchar. Sé todo lo que usted va á decirme. ¡Nunca, nunca debí haber consentido que usted entrara en esta casa!

 

el padre rojas

Saldré de ella en cuanto usted tenga á bien indicármelo. Pero siéntese, dispénseme ese favor. Ya conocía yo ese genio impetuoso. Nuestro Padre San Ignacio solía decir de ciertos arrebatos, como el de usted en este momento, que eran la exageración de una virtud. Ahí verá usted por qué no me ofenden. Ahora, con franqueza, ¿usted no quiere sentarse? Dígame si el permanecer de pie es como una indicación de que me vaya.

 

pedro (friamente).

Es todo cuanto usted quiera.

 

el padre rojas

Sentiría que en esta ocasión desmintiese usted ese carácter tan franco y tan sincero, por que le aseguro que me es muy simpático.

 

pedro

Gracias.

 

el padre rojas

Hace un momento creo haberle oído algo así como que usted ya sabía de antemano todo cuanto yo tenía que decirle.

 

pedro (con violencia).

Y lo sé.

 

el padre rojas

En ese caso sabrá usted que yo no tengo ninguna cosa que decirle. Quien tiene que decirle algo, muy doloroso ciertamente, es esa señora. Este humilde jesuíta no tiene otro carácter que el de emisario.

 

pedro (con violencia creciente).

Para hablar conmigo Octavia no necesita emisarios. No los ha necesitado jamás.

 

el padre rojas (levantando la voz gradualmente).

Ahora los necesita. Tal es la voluntad de Dios.

 

pedro (apasionado).

Yo no oiré á nadie más que á ella.

 

sabel (asoma un momento en la puerta de la alcoba).

¡Chist! Tengan consideración y hablen bajo.

 

el padre rojas

Pobre mujer, ¡parece la lealtad misma!...

 

pedro (en voz baja, pero con calor).

Todos ustedes tienen la vanidad de las conversiones.

 

el padre rojas

Yo hago lo que me dicta mi conciencia.

 

pedro

Yo también.

 

el padre rojas (con dulzura).

No.

 

pedro (con enojo).

Sí.

 

el padre rojas

Usted solamente atiende la voz del pecado.

 

pedro

La de mi corazón.

 

el padre rojas (con unción).

 

Para que esa señora pueda morir tranquila, para que yo pueda absolverla de sus culpas, es preciso que usted salga de esta casa para no volver.

 

pedro

Mi sitio está ahí dentro, á la cabecera de Octavia.

 

el padre rojas

Ese sitio puede ser el de la madre, el del marido, el de los hijos, el mío también; el del amante, nunca. ¿Desoirá usted el ruego de esa señora?...

 

pedro

Lo desoiré, sí, lo desoiré. Porque no es Octavia quien exige que me vaya. Es usted, que la tiene amedrentada con la idea del infierno.

 

el padre rojas

No; redimida con la esperanza del perdón y del Cielo.

 

pedro (en voz contenida y amenazadora).

Si Octavia se muere, si se agrava nada más, no sé lo que haré, no lo sé. De usted solamente será la culpa, de usted, que en vez de traerle consuelos, le ha traído remordimientos. ¡Que no se agrave! ¡Que no se agrave!