El Padre Rojas.—Pedro.
el padre rojas
Después de lo que el señor doctor ha dicho, usted, sin duda alguna, habrá reflexionado. La mejoría de esa pobre señora le señala á usted el camino que debe seguir. Esa pobre señora, cuyo pecado ha sido quererle, le ruega, le suplica, que no turbe su conciencia; que huya de su lado, sin intentar verla; que la olvide y que la perdone.
pedro (con tristeza).
Así son todos los milagros de ustedes. Triunfar de una infeliz mujer enferma, que agoniza, que delira, que muere; amargar con remordimientos horribles sus últimos momentos. ¿Qué pecado puede haber en que yo le cierre los ojos?
el padre rojas
Hijo mío, si nuestras culpas han de sernos perdonadas, es á condición de que el llanto de la penitencia las lave.
pedro (con pasión).
Yo no quiero que Octavia sufra. Yo no quiero que Octavia llore.
el padre rojas (con dulzura).
Quien no quiere sufrir, quien no quiere llorar es usted.
pedro (con pasión).
Yo, sí.
el padre rojas
Pues tenga usted un acto de fortaleza. Abandone esta casa. Que la conciencia triunfe del corazón.
pedro (con desesperación).
¿Y á dónde iré yo? ¡Solo! ¡Solo como los muertos! ¡Octavia! ¡Mi Octavia! ¡Tú no puedes querer que yo me vaya!
el padre rojas
Cálmese. Sosiéguese usted. Lo quiere, lo quiere porque Dios le ha tocado en el corazón.
pedro (con repentina energía).
Yo saldré de esta casa si Octavia lo desea; pero antes le diré que si me voy es porque la adoro.
el padre rojas
Evitemos una despedida tan dolorosa, hijo mío.
pedro
¡El mayor dolor es no verla! ¡Usted no se ha separado nunca de una mujer á quien se quiere más que á uno mismo; de una mujer que es toda nuestra vida! ¡Usted no sabe lo que es eso!
el padre rojas
Yo he tenido que separarme de mi madre para vestir este hábito. Mi madre, que era una santa, me animaba á entrar en religión; pero cuando llegó el momento de separarnos, se abrazó á mí, llorando: — ¡Hijo mío, que me quedo sola en el mundo! ¡No te vayas! Y yo no me fuí.
pedro
Pero usted ha profesado.
el padre rojas
Algún tiempo después entré en religión; pero para ello fué preciso que abandonase mi casa fuitivamente, á la media noche. Mi pobre madre dormía.
pedro
Y á usted no se le ocurrió entrar en su alcoba y darle un último beso.
el padre rojas
No. Porque en vez de uno le hubiera dado tantos, que mi madre se hubiera despertado.
pedro
¡Todos los que usted le hubiera dado á su madre quiero yo dárselos á Octavia! Quiero estrecharla entre mis brazos por última vez. Quiero que ella también por última vez me diga...
el padre rojas (interrumpiéndole).
Lo que esa desgraciada señora tiene que decir a usted, no son ya frases que puedan murmurarse al oído, no son ya protestas y juramentos de amor; es el lenguaje del deber y de la religión, áspero como la corona de espinas que ciñeron al Salvador del mundo.