ESCENA XII

pedro.—Doña Soledad.—Octavia.—Sabel.—El Padre Rojas.

 

el padre rojas (en la puerta).

¿Dan ustedes su permiso? (Sorpresa general.)

 

doña soledad

Pase usted, Padre Rojas.

 

octavia (cogiendo una mano de Pedro).

Ya sabes cómo estoy, no me des un disgusto. (Vase Sabel.)

 

el padre rojas

¿Cómo sigue la enferma? ¿Y ustedes todos? ¿Qué tal? (Designando á Pedro). Al señor le ha sorprendido mi visita; lo estoy viendo.

 

pedro

En efecto; no esperaba volver á ver á usted en mi casa.

 

octavia (mirando á Pedro, y juntando las manos, como quien ruega).

¡Pedro!

 

padre rojas

Pues le diré que vengo á enterarme de la salud de esta hija querida (volviéndose á Octavia con cariño). La verdad, temía que se hubiese agravado con nuestras intransigencias de ayer: las de usted y las mías. ¡Válganos Dios! Felizmente, veo que no ha sido así. Crea usted que no tenía la conciencia completamente tranquila.

 

doña soledad

¡Usted, padre Rojas!

 

padre rojas

Sí, señora, yo. (Se dirige á Pedro). Si hubiese sufrido una recaída, ambos seríamos responsables; yo, quizás, en primer lugar. (Pedro, sin querer oir más, comienza á pasearse.)

 

octavia

¡Qué bueno es usted, Padre Rojas!

 

doña soledad

¡Es un santo! Usted, Padre, se pasmará de verme en esta casa. Parece que soy consentidora... Ya sé, Padre, que nunca debí descender á esto... Es una humillación muy grande...

 

el padre rojas

Una madre no se humilla cuando está al lado de su hija enferma. La acción de usted me parece naturalísima, señora.

 

octavia

¡Pero qué bueno es usted, Padre!

 

doña soledad

¡Un santo!

 

el padre rojas (con impaciencia cariñosa).

¡Quieren ustedes hacerme el señaladísimo favor de callarse! (Se pone en pie para irse.)

 

octavia

No se vaya usted, Padre.

 

el padre rojas

Sí, hija mía. (Mirando á Pedro, que durante toda la escena se ha estado paseando, con visibles muestras de impaciencia). Puede ser que esté estorbando...

 

doña soledad

¡Jesús! Pero qué cosas tiene usted, Padre. Lo mismo Octavia que yo estamos encantadas oyéndole esas cosas. Y de los demás, no creo que le importe á usted mucho.

 

pedro (con cortesía irónica).

Desde ahora, ya sabe usted que yo en mi casa no significo nada.

 

el padre rojas

Todo lo contrario.

 

octavia (juntando las manos).

¡Pedro!...

 

doña soledad (al Padre Rojas).

¿Dígame usted, Padre, si no es una mártir? (Despidiéndose de Octavia). Hija mía, yo también me voy. Nunca pagarás á tu madre el sacrificio de haber venido aquí. (Octavia besa las manos de su madre.)Solamente puede hacerse por una hija. ¡Adiós!

 

octavia

Prométeme que has de volver.

 

doña soledad

Si, hija mía; volveré. ¡Ojalá pudiera estar siempre á tu lado! (Transición.) Ahora ven á despedirte de la niña.

 

octavia

¡Mamá, no me separes de mi hijlta! ¡Déjámela!...

 

doña soledad

Sé razonable, Octavia.

 

octavia

¡Mi hija, es mía! No quiero ser razonable.

 

doña soledad

octavia, mira que esa niña es un ángel. ¡Yo la enseñé á quererte, y te quiere más que á mí! ¡Para ella eres una santa! ¡No seas tú quien arranque la venda que aún cubre aquellos ojos queridos! ¡No hagas que mañana se avergüence de su madre!

 

octavia (con angustioso afán).

¡Sí, que no sepa nunca!...

 

pedro

Que lo sepa. Sabrá que su madre fué una mártir y una santa.

 

el padre rojas

Mejor sería que ciertas cosas pudiese ignorarlas toda la vida.

 

octavia

pedro, tienen razón. ¡Yo soy mala! ¡Muy mala!

 

doña soledad

¡Pobre hija mía! No eres mala, no; eres desgraciada.

 

octavia

Es mi castigo, Pedro...

 

pedro

¿Qué quieres? ¿Que no se lleven á tu hija? Yo te juro que no se la llevarán.

 

octavia

Sí, sí; Pedro que no se la lleven.

 

el padre rojas (á Pedro).

No me parece razonable que usted se oponga con un escándalo.

 

doña soledad

¡Octavia, estás loca! No escuches á ese hombre. (Volviéndose á Pedro, con fiereza). ¡Aún no está usted satisfecho de su obra! ¡Era poco deshonrar á la madre ante los ojos del mundo; hay que deshonrarla también ante los ojos de su hija!

 

octavia

¡Ay! ¡Qué dolor tan grande! Pedro, déjalos... Mamá, llévatela... ¿No habrá oído nada, verdad? Allá no se oye... ¡Dios mío, quisiera morirme!

 

pedro

No te disgustes así, Octavia.

 

el padre rojas (á Pedro y á Octavia).

Ahí tienen ustedes cómo Dios Nuestro Señor castiga á los que abandonan la senda del deber.

 

doña soledad (separando al Padre Rojas del lado de Octavia).

Déjeme usted á mí, Padre. (A Octavia). ¡Habrá boba! ¿Quién habla de morirse? En cuanto puedas salir verás á la niña. Yo te lo prometo. Lo principal es que te pongas buena. Ven ahora á despedirte. (Octavia, sollozando, se incorpora, apoyada en el brazo de su madre.)

 

el padre rojas (á Pedro).

¿No siente usted el remordimiento de haberlas separado?

 

pedro

No.

 

doña soledad

Haz por dominarte, hija mía. (Octavia da algunos pasos apoyada en el brazo de su madre, que abandona de pronto con un gesto trágico.

 

octavia

¡No, eso no puede ser! (Corre á la puerta de la alcoba y cae, agarrándose á las cortinas). ¡Sabel! ¡Sabel! Escóndela, que van á robártela. (Volviéndose á su madre). ¿Pero tú crees que yo estoy loca? ¿Crees que voy á dejarte que te lleves á mi hija? ¡Mi hija es mía! ¿Para qué has venido? Para hacerme sufrir, ¿verdad? ¡Te mandó él! ¡Te mandó él!...

 

doña soledad

¡Octavia, no te pongas así!

 

pedro

Cálmate, Octavia. Tranquilízate...

 

el padre rojas

Tranquilícese usted.

 

octavia

¡Ten cuidado, Sabel, que van á robártela! (Volviéndose á Pedro). Tú también te alegras de que me la roben, porque la quiero más que á ti.