ESCENA IX

Octavia.—Doña Soledad.—El Padre Rojas.

 

el padre rojas (jovial y bondadoso).

¡Calma! ¡Calma, señoras mías! Ese caballero no está aquí. Ahora queda en mi celda. Dios Nuestro Señor le ha tocado en el corazón.

 

doña soledad (juntando las manos).

¡¡¡Qué dice usted!!!

 

octavia (con melancolía).

¡Ya no le veré!

 

el padre rojas (grave).

Ya no, hija.

 

octavia

¡Creí que me quería más! ¡Abandonarme así! ¡Ingrato! ¡Ingrato!

 

doña soledad

¡Por Dios, Octavia! (Al Padre Rojas).Hace un momento era ella la primera en lamentar su extravío, en llorarlo. Cuando usted llegó nos disponíamos á salir; me la llevaba á mi casa. ¡Estaba convencida, resuelta!

 

octavia

Tenía una esperanza que ahora no tengo. ¡Esperaba que Pedro no se resignase á perderme!

 

doña soledad (severa).

¡Octavia!

 

octavia

Yo, al salir de aquí, renunciaba á su amor, es verdad; pero él debía buscarme, correr á mi lado, y si le cerrabais las puertas echarlas a bajo, y no separarse de mí nunca, nunca...

 

doña soledad

¡Octavia¡ ¡Octavia!

 

el padre rojas

Déjela usted que desahogue su pena. Ese amor tan grande, que á nosotros casi nos asusta, quizá le sirva de disculpa á los ojos de Dios.

 

octavia (ansiosa).

Padre, ¿crée usted que Dios me perdonará?

 

el padre rojas (solemne).

¡La bondad de Dios no tiene límites! (con dulzura.) Dentro de algunos momentos, hija mía, recibirás una visita, que espero sea para tu conciencia atormentada, bálsamo de dulcísimo consuelo.

 

octavia

Padre, ¿habla usted de Juan Manuel?

 

el padre rojas

Sí.

octavia

¡Yo no quiero verle, Padre! ¡Líbreme usted de ese tormento!

 

doña soledad (con reproche).

¡Octavia!

 

el padre rojas

Ahora, usted debe procurar despojarse de todo sentimiento mundano, purificar su espíritu con la oración; para un alma sinceramente cristiana, no hay consuelo tan grande como saber que sus culpas le han sido perdonadas por Dios y por los hombres. ¿Usted lo siente así, verdad, hija mía? (Octavia solloza.)

 

octavia

¡Déjenme ustedes llorar, porque si no lloro me muero! (Se arroja sollozando en la «chaise-longue». El Padre Rojas hace seña á Doña Soledad de que la deje. Ambos se alejan en silencio. Doña Soledad recoge las cartas que Octavia ha dejado caer, y se las enseña al Padre Rojas. Hablando en voz baja se acercan á la chimenea. Se sientan frente á frente; proceden á quemar las cartas, graves, silenciosos, casi solemnes. Octavia vuelve los ojos y los ve. Quiere incorporarse, y no puede. El Padre Rojas y Doña Soledad van quemando las cartas una á una, sin ver á Octavia, que, fijos los ojos en el fuego, agoniza lentamente. Oscila fúnebremente la luz de la bujía que alumbra la escena. Al espirar Octavia se apaga la luz. Doña Soledad repara en unas cartas que el Padre Rojas saca de sus sobres para que se quemen mejor.

 

doña soledad

¡Esa letra es mía! (Al decir esto, el Padre Rojas arroja las cartas en la chimenea. Doña Soledad mete las manos en el fuego y las coje. Leyéndolas.) ¡Son las cartas que yo la escribía cuando estaba en el Sagrado Corazón! ¡Hija de mi alma, las conservaba! (Vuelve la cabeza y ve á Octavia, muerta.) ¡Octavia! ¡Octavia! ¡Hija mía querida! (Se abraza al cadáver.)