9. Lorenzo

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—Buen trabajo, Lorenzo.

Lorenzo coloca la regadera en la mesita y toca las orquídeas. Hojas, corola. Se inclina, las huele.

—Diría que sí. Están listas para venderse, señora Rita. ¿Las tomo?

—Rita está más que bien —lo detiene ella en voz baja—. Después de todos estos años todavía te pierdes en formalismos. ¿Qué haré contigo?

—Discúlpame, en ocasiones no lo pienso. La fuerza de la costumbre.

Rita le apoya una mano en el hombro. Lorenzo ve la sombra de su cabeza que se voltea a la izquierda y luego a la derecha.

—El invernadero está en perfectas condiciones. Todas las plantas y las flores están bien. Debo aumentarte tu salario. Aunque seguro me lo ibas a pedir.

Lorenzo asiente. Sería una fantástica idea, ese dinero le estaría muy bien. Pero ya sabe cómo son las cosas: cuando se trata de promesas sobre un posible aumento. Rita acusa imprevistos vacíos de memoria a corto plazo. Sin embargo, Lorenzo no quiere mentirle, el invernadero no es perfecto.

—Gracias. En realidad, no todas las plantas gozan de buena salud. Las rosas, por ejemplo. Las del fondo, en la esquina, tienen oidio.

—¿Qué?

Lorenzo le abre paso. Trabaja en el invernadero desde hace más de cinco años, y sabe que siempre ha hecho un trabajo excelente, tanto que el negocio Corazzesi es el más abastecido del barrio. Todos los clientes lo felicitan por el cuidado de las plantas.

Lorenzo recuerda todavía el día en que Rita lo contrató.

Se dirigió a ella para adquirir una Begoña rex, que quería regalar a una nueva vecina. Rita eligió la planta y se la dio sin demasiados cumplidos. Él decidió asegurarse del estado de salud de la planta, así que tocó las raíces, la tierra y olió las hojas. Lorenzo le hizo notar que el precio solicitado era demasiado elevado, porque la Begoña estaba enferma. Ningún problema, se ocuparía él mismo de curarla, pero le parecía correcto pedir un descuento.

Rita se resintió, le dijo que el precio era adecuado y que la planta no sufría de ninguna enfermedad. Por el tono de voz Lorenzo intuyó que era sincera y no quería aprovecharse de un invidente. No se había dado cuenta del problema. Así que tomó una de las últimas hojas, la giró señalando la mancha gris en el peciolo y en la nervatura. El clásico síntoma de la enfermedad Botrytis cinérea, causada probablemente por la humedad. Un daño recuperable, bastaba utilizar funguicidas específicos y exponer la planta a una zona ventilada, evitando corrientes excesivas de aire. Es decir, solo hacía falta astucia.

La señora Corazzesi se sorprendió. Le preguntó si era florista, Lorenzo le respondió en tono de broma, diciéndole que tenía solo el pulgar verde. Así ella le ofreció un café, y se conocieron. Lorenzo todavía no se lo puede explicar, a menudo no tiende a dar demasiada confianza a los desconocidos, mucho menos a hablar de sí. Tal vez fueron la espontaneidad de Rita y su carácter hosco lo que creó aquella extraña alquimia.

Incluso le contó que su madre, muerta de leucemia hacía algunos años, siempre había sido una apasionada de las plantas y las flores. Dado que, a causa de su ceguera en estado avanzado, Lorenzo estaba obligado a estar en casa, Irene le enseñó todo lo que sabía sobre la manera de hacer crecer las flores. También un invidente puede curar las plantas gracias al olfato y al tacto.

Rita se quedó en silencio, sorbiendo lentamente el café. Finalmente se levantó, le preguntó si tenía trabajo. Lorenzo respondió que lo estaba buscando, así que le ofreció empleo en el invernadero detrás del negocio.

Él estuvo entusiasta: Su verdadera pasión era la música, pero necesitaba dinero. Era una ocasión que no podía dejar pasar.

—Me parece que estas rosas están bien. Yo las vendería... —le dijo Rita poco convencida, inclinándose en las macetas.

—¿Segura?

—¿Segura? ¿Qué preguntas? Claro. Más o menos. Al diablo Lorenzo, dime inmediatamente que es eso del oidio... —se detiene balbucea algo—. ¿Acaso ya me lo habías dicho?

—Varias veces.

—Bien, te tocará repetirlo. Además, eso quiere decir que no fuiste claro en tu explicación —replica cáustica.

Lorenzo sonríe.

—Entonces, las hojas son más onduladas que lo normal, en la hoja hay presentes restos de polvo blanco. Lo percibí por el olor.

—No veo nada.

—Tampoco yo.

—Acaba.

—Es el mal blanco, Rita.

Ella se levanta.

—¿Hacía falta tanto? Bastaba decirlo, y qué diablos. No es más que iodio.

—Oidio.

—Pero qué importa cómo se llama. Te diviertes complicándome la vida, Lorenzo Cassai. Y yo no tengo tiempo que perder.

—Solo son dos nombres —respondió Lorenzo divertido.

—No lo diría. Mal blanco es simple, el otro es impronunciable. Está bien, esperaré a vender estas rosas. Ya me imagino esa bruja de Mariella que vuelve a atontarme con una perorata infinita. Se da cuenta de todo, que Dios la bendiga. O no. Como sea, vamos al punto, ¿podemos resolver lo más rápido la cuestión del mal blanco? Hoy me quedaré sin rosas, miseria.

El otro, estira los brazos.

—En realidad, ya te había advertido. Demasiadas plantas están amontonadas en esta esquina, las rosas se sofocarían. Demasiada humedad.

—Detesto decirte que tenías razón. Pero no tengo todo este tiempo para perder. ¿Cómo se resuelve esto?

Lorenzo suspira. Quiere mucho a Rita, gracias a su salario se ha pagado el conservatorio. Pero desde años se pregunta por qué Rita Corazzesi abrió un negocio de flores, si está dotada de tan poca paciencia hacia la madre naturaleza. Rita es una hábil emprendedora, y sabe hacer volver el balance con métodos mágicos. El resto tiene una importancia secundaria. Como comprender si su invernadero se está transformando en un cementerio de plantas secas.

—Ya las estoy curando desde ayer —responde después de un poco.

—Podé la primera fila, estaba por iniciar con la segunda en cuanto terminase con las orquídeas. Los productos con base de azufre se están terminando, deberías apresurarte para una nueva provisión.

—Debo apresurarme a ir con esa arpía de Sonia si no quiero hacer un papelón con los clientes. Todos en busca de estas malditas rosas. No es solo San Valentín, ¿sabes? Cada día parece que haya un extramaldito motivo para regalar rosas. Rosas blancas, rosas rojas, rosas amarillas. Porque cada color tiene un significado bíblico, ¿cómo no? Pero qué importa el color, una rosa es igual que otra. Incluso las azules. A propósito, ¿te conté la última? Un tipo ayer me las pidió negras, posiblemente secas, para un funeral. Entonces, quiero decir, ¿cómo se le ocurre regalar rosas negras y secas? ¿Y sabes cuál era el significado de la rosa negra y seca según él? El negro significa renacimiento, una flor seca es eterna porque no perece. Para un funeral, ¿pero te das cuenta? Le sugerí que tomase un crisantemo, ¡que además cuesta más! Y ¿sabes lo que me respondió ese desequilibrado? Que el crisantemo es una flor pasada de moda. Lo juro, eso dijo. Tesoro mío, vas a un funeral no a un desfile de moda. Regalas flores a un muerto, ten por seguro que estará callado como una tumba. Nada que ver, la gente siempre es más extraña. Malditas sean las rosas. Y maldita Sonia. Ya la veo reírse en cuando pase el umbral de aquel agujero de invernadero que apesta a tierra podrida. Lista para redoblar el precio de las rosas, es lista esa idiota. Y maldita sea... Ah, pero basta de hablar. Déjame ir a verificar el estado de esas ganancias, no se vayan a pasar de sol. Voy a tomar el azufre. Me parece que en tu confusa charla dijiste eso.

—¿Y dónde? ¿Ya telefoneaste al proveedor?

Rita responde fastidiada.

—No.

—Es posible que ya sea tarde y hoy no te lo traigan.

—Cristo, Lorenzo, es solo un poco de azufre. Lo encontraré, te lo prometo. A costa de ir al infierno por él. Ahí seguramente no falta.

Su voz se esfumó lejana, imprecando contra el mundo entero. Todo por unas cuantas rosas. Lorenzo no le ha dicho, pero él adora a las rosas. Aunque parezcan flores banales y fuera de moda.

Sonríe y se pone a trabajar. Transcurre la siguiente media hora curando las flores del invernadero hasta que, puntual como un reloj suizo, escucha que alguien se mueve a su espalda.

—¿Son ya las tres? Increíble, el tiempo vuela. —Estira los brazos, se quita los guantes y el delantal—. No seas impaciente, Virgilio, ahora vamos...

Todavía tiene alguna hora libre antes de volver a casa. Florencia es una ciudad llena de cosas que nunca podrá ver. Y lugares llenos de perfumes.

Lorenzo sabe perfectamente a dónde ir.

Un lugar que nunca ha querido olvidar.