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Lorenzo llena el tazón de Virgilio con un puñado de croquetas, luego toma el abrigo. Noviembre acaba de comenzar, pero el invierno rígido ha llegado antes de lo previsto a Florencia.
Se pregunta si este año nevará, después de tantos años, sería maravilloso poder volver a ver la nieve con sus ojos. Así como el mar, las montañas, el desierto y todo el universo.
Lamentablemente debe posponer. Ahora la prioridad absoluta es Sofía, se debe ocupar de ella. Han transcurrido dos semanas desde la muerte de Isabella, y ella entró en un estado de desesperación total. Al principio, había transformado el dolor en ira y obsesión, para encontrar al asesino de su madre. Luego había llorado un día entero, encerrándose en su habitación. Después comenzó a vagar por la villa, el parque, la terraza. Ana la había escuchado hablar sola, la había tratado de calmar, pero solo recibió insultos y respuestas ácidas.
Ana discutió mucho con León, pidiéndole posponer el regreso a China, prevista para la semana siguiente. Este último, sin embargo, le respondió que estaba obligado a cerrar las actividades, luego volvería por un periodo más largo.
Ana propuso entonces llevarla con un especialista, para ayudarla a superar el ataque nervioso, León parecía estar de acuerdo. Lorenzo, en cambio, no era de la misma opinión: Sofía tenía solo necesidad de descansar, de tranquilizarse y salir de la villa. Después de varios intentos, de hecho, había logrado convencerla de acompañarlo a un paseo por el centro de Florencia.
Cuando sale de la puerta de la casa, Lorenzo ve el auto de Ana estacionado poco distante. Lorenzo entra en el auto, Ana lo saluda con una sonrisa. Sofía se gira lentamente, lo besa en los labios. La expresión en su rostro es exhausta.
Se adentran en el tráfico citadino. Ana se queda en silencio, mientras Sofía observa fuera de la ventana con la mirada perdida en el vacío. Lorenzo se siente impotente, quisiera ayudarla, pero teme que cualquier palabra no pueda hacer más que empeorar la situación. En un tiempo, bastaba una broma tonta para subirle el ánimo, ahora, arrancarle una sonrisa se ha vuelto una misión imposible. Ha intentado también tocar el violoncelo, ni la música ha sido capaz de sacudirla. Total indiferencia.
Descienden del auto en una vía lateral al Duomo, Lorenzo da cita a Ana en la tarde. Prosiguen por las calles del centro, deteniéndose de vez en cuando delante de alguna vitrina de zapatos o bolsas. Sofía se cierra en un mutismo extenuante, él trata de hacerla hablar, quisiera comprar un traje gris elegante para el invierno.
—No se sabe nunca, tal vez este invierno logro tocar en alguna parte —le dice mostrando una sonrisa. —Sofía apenas asiente—. No quiero pasar otro año encerrado en el conservatorio. A propósito, finalmente ha llegado el premio por el recital, la beca de estudio. Poco dinero, como me imaginaba. Apenas y puedo pagar la escuela, y no toda. Sofía mira al suelo, tal vez ni siquiera ha escuchado—. ¿Tú, en cambio? —le pregunta—¿Sofía?
—¿Yo qué?
—Recuerdo que una vez dijiste que querías inscribirte en la universidad. —Dice Lorenzo al llegar a una transversal del camino.
—Una vez.
—Pero renunciaste.
—No lo he pensado más.
—Tal vez ha llegado el momento.
—Tienes razón, ahora podría ser un buen momento, tengo un rostro nuevo.
Lorenzo se yergue.
—No quería decir eso.
—Sería una justa observación. Nunca viste mi rostro.
Lorenzo disminuye la velocidad.
—Debemos seguir adelante, Sofía.
—Debo seguir adelante.
—Debemos pensar en nuestro futuro.
—En mi futuro.
—Yo en la música, tú en la universidad.
—Cierto.
—Estoy contento.
—Contento una mierda.
Aquel imprevisto asalto de ira toma por sorpresa a Lorenzo. Sofía se acerca, lo mira directo a los ojos. Su voz es suave y cortante.
—Debo pensar en el futuro porque todo ha terminado, ¿eso quieres decir?
—¿Terminado?
—Y que debo dar vuelta a la página. Como si nada hubiese sucedido.
—No digo esto, no te agites —trata de calmarla.
—Seguir adelante. Como lo hacen todos.
Lorenzo se detiene.
—Todos estamos contigo, tratamos de ayudarte.
—¿Ah sí? ¿Y quién, mi padre tal vez? Había comprado el boleto para Hong Kong tres días después del funeral. ¿Sabías esto?
—No, lo siento.
—¿O Ana? No creo, está demasiado ocupada ahora que tiene el control total de la villa.
—Ana te quiere mucho, lo sabes.
—O tal vez tú, ¿tú que tienes la brillante idea de llevarme de compras al centro? ¿Y me preguntas mi parecer? —Sofía levanta la voz, señalando la vitrina—. El traje gris ¿el que combina con la camisa blanca? ¿La corbata de qué color?
—Me agradaría tu consejo.
—Sin embargo, siempre te has vestido sin pensar en los colores.
Por primera vez, Sofía se dirige a él con un tono helado e iracundo.
—Enojarte con el mundo no te hará sentir mejor.
—Gracias por iluminarme —lo para ella.
—Hiciste lo posible por comprender el motivo de la tragedia.
—No lo suficiente, al parecer.
—Poco a poco las cosas se ajustarán.
Sofía lo mira de soslayo.
—Por favor, al menos tú evítame frases pre-fabricadas.
Lorenzo se altera.
—Te recuerdo que también yo perdí a mi madre. Sé lo que quieres decir. Y no es una frase pre-fabricada.
—Eras pequeño y había un motivo claro. Nos conocimos y jugamos a ver quién era el más desdichado. Ahora dime, ¿quién ganó?
—¡Sofía termina con ello! —se enfurece él—- ¿De qué sirve combatir al mundo si el mundo no quiere combatir contra ti?
Ella retrocede un paso, sonríe.
—Qué bella lección de filosofía.
—¡Solo te dije que te comprendo, porque también yo sufrí por la pérdida de mi madre!
—Irene no era tu verdadera madre.
Aquellas palabras hieren a Lorenzo como un cuchillo entre los omóplatos. Se detiene. La mira a los ojos, incrédulo. Apenas frena el deseo de darle una bofetada.
—Estás fuera de ti. No te das cuenta de lo que dices. Déjalo ya. —Susurra intentando dejarla atrás, pero Sofía le bloquea el camino.
—No, no dejamos eso, ni un carajo. ¿Piensas que soy una idiota, Lorenzo? ¿Qué no he escuchado las charlas que tienes con Ana y mi padre? ¿Piensan que estoy sorda?
—¿De qué hablas?
—La villa tiene miles de ojos y orejas. Todas esas charlas sobre lo difícil que será superar esta fase. Oh, la pérdida de una madre, ¡después de la de un hermano! Un duro golpe que podría poner en peligro la salud mental de la pobre Sofía, ya muy precaria y desestabilizada. Oh, ¡Justo ahora que se había recuperado! ¡Oh, qué destino cruel! ¡Oh, esperemos que un especialista resuelva el problema! Un especialista ¿entiendes? Donde me quieren encerrar, ¿en un hospital psiquiátrico?
Lorenzo se queda inmóvil. Abre los ojos, desconcentrado.
—No han dicho estas palabras. Y siempre me he opuesto. ¿Esto es lo que escucharon tus miles de orejas?
—¿Opuesto? —se suelta a reír Sofía—. Apenas lo escuché de tu voz.
—No soy tu padre. No estoy en posición de poder decidir por ti.
Sofía le aferra la camiseta.
—Nadie está en la posición de decidir por mí, ¿comprendes? Nadie debe hacerlo, ¡nunca más!
Lorenzo la detiene en seco.
—Me equivoqué. Es evidente que necesitas ayuda.
—Ah, finalmente. Eso es lo que piensas. ¡Qué pena! ¡La pobre loca Sofía!
Lorenzo le aferra la muñeca.
—¡Ya basta!
Ella se suelta, le apunta con un dedo.
—¡Me estás lastimando! Eres un mentiroso, eso es lo que eres. Ayer, con Ana programaron el día de hoy.
—¡Porque esperaba que necesitases de distraerte! ¿En qué me equivoqué esta vez, maldita sea? —Solo entonces, Lorenzo se pone a gritar. Se forma un grupo de personas del otro lado de la calle—. Ya me cansaste, Sofía, basta.
La otra le envía una mirada helada.
—También tú, Lorenzo.
—Bien, entonces ten un bello paseo sola. Tal vez aclares un poco las ideas.
—Oh, pobre víctima.
—Maldición, Sofía. Cuando te calmes, llámame. Siempre estaré disponible para escucharte.
Lorenzo le da la espalda.
Y se aleja.