46. Sofía y Lorenzo

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Sofía se sienta en un banco de mármol, exhausta. Coloca la maleta cerca de las piernas, cruza los brazos sobre el pecho.

Observa.

Una madre sosteniendo la mano de su hija. El padre, justo detrás, arrastrando con dificultad un enorme carrito. Hay un par de jóvenes, un poco más lejos, que se susurran al oído palabras de amor. Una anciana con aire ausente y melancólico, buscando el número del vagón y le pide ayuda a un controlador. Un hombre vestido con un elegante traje hojea un periódico mirando con impaciencia su reloj en la muñeca. Un muchacho joven con una mochila, corre abriéndose camino a través de la multitud a fin de no perder el tren.

Ya no son marionetas que Sofía ve y maniobra a través de la ventana. Es el mundo real. Son rostros, miradas, voces. Las salidas y llegadas. Un continuo ir y venir, como si aquellas vías uniesen la ciudad de Florencia con el mundo que la rodea. Tentáculos que se extienden a países lejanos.

La estación de Santa Maria Novella está llena de gente. Sofía ve a través de ellos con curiosidad y envidia. Espía sus movimientos, se imagina el complejo mosaico de su existencia, de la que ella está haciendo parte. Sofía es una sombra que pasa y que todo el mundo verá por un breve momento y se olvidará en el siguiente. Sin embargo, en ese momento, se trata de una salida o una llegada, la vida de todos los desconocidos es una aventura que está a punto de comenzar.

La de Sofía, sin embargo, ha llegado a su fin. Abandonará para siempre Florencia, huirá lejos, donde podrá comenzar todo desde el principio.

El frío se acuña en la ropa, y penetra hasta el hueso. Es el miedo a un futuro incierto, el miedo de vivir sola y no poder contar con nadie. De no hacerlo, a inclinarse ante el menor obstáculo. Debe darse por vencida. Bajar la cabeza y aceptar las imposiciones de León.

Sofía ha odiado su vida y su rostro, haciendo caso omiso de todo a su alrededor, rompiendo para siempre la cúpula de la felicidad en la que se había refugiado con Lorenzo. Acusó al mundo sólo para no aceptar sus errores.

A fin de no sufrir y culpándose, Sofía ha creado una realidad imaginaria. Un asesino oculto en las sombras, el único que proporciona una coartada para no culparse a sí misma de nuevo. Se ha ilusionado en haber formado un futuro diferente, para poder salir de la desesperación. Voló impulsada por la música y el amor de Lorenzo, pero la conciencia ha sido una piedra de plomo que le hizo perder el equilibrio, haciéndola caer en el vacío de la angustia.

Destruyó todo lo que era tan precioso. Lorenzo, la única persona que realmente amaba. León, que sólo ha visto en ella la forma de realización de sus errores. Samuele, el amigo de la infancia que fue capaz de ayudarla en todas las circunstancias y tal vez sentir un sentimiento no correspondido. Ana, la trabajadora doméstica de los Álvarez que era como una segunda madre.

La verdad es aún más difícil de aceptar. La Sofía Siniestra no fue borrada. Sigue viviendo dentro de ella y consumiendo en llamas todo lo que roza. Para hacerla creer en una realidad que no existe, empujándola hacia la locura.

Sofía retiene sus lágrimas. Aprieta el pañuelo rojo de la abuela Freira a su cuello, una vez que la manta suave de la izquierda de Sofía. Ve su reflejo en un plato. La escudriña en cada centímetro. Esos labios simétricos, aquella piel aséptica y libre de imperfecciones. Tan absoluta, tan hipócrita, tan anónima.

Es sólo una máscara, que nunca podrá cubrir los horrores que acechan en su alma. Brasas que nunca se convertirán en polvo. Los dedos la acarician delicadamente, después se doblan y hunden las uñas en la carne.

Quisiera arrancarse aquel rostro, arañar la mejilla para hacer emerger a la Sofía de tiempo atrás.

Quisiera pasar todos los maravillosos días en compañía de Lorenzo.

Quisiera pedir disculpas a su madre, diciéndole que la quería mucho.

Quisiera reconstruir la familia que nunca tuvo.

Quisiera, pero ya es demasiado tarde, porque Sofía se tiñe con un pecado original que nadie puede borrar. Ha perdido para siempre su Edén.

El silbido de un tren la regreso a la realidad. Ya es hora de que Sofía desaparezca entre las personas.

Que aquel vagón devore su vida pasada y, en su vientre, la lleve lejos.

*

Los brazos inertes en las almohadas. Mirando fijamente en el suelo de baldosas.

Lorenzo no entiende cómo sucedió. Samuel y Ana le contaron todo. ¿Es posible que no sea consciente de la locura que consume lentamente Sofía? Por lo tanto, se siente culpable de no haber estado cerca. Él no ayudó. No entendió su sufrimiento, sus ojos no han visto más allá de una sonrisa fabricada. No evitó que Sofía se hiciera daño, destruyendo su vida y causándose mal.

—Nunca es demasiado tarde, Lorenzo.

Lorenzo levanta la cabeza, se encuentra con la cara de Rita.

—Sofía no quiere estar conmigo. Eso es lo que me dijo ayer.

—Lo sé. Pero fue sólo un momento de ira y confusión. Tú eres el único que puede ayudarla a superar esta difícil situación.

—El mío sería otro fracaso. Sofía necesita una ayuda que no soy capaz de ofrecer.

Rita sonríe.

—Estás equivocado, Lorenzo. Ve el mundo a tu alrededor, se han convertido en ciegos a las verdades más profundas. Tú fuiste quien hizo renacer la vida en el corazón de Sofía. Nadie más ha tenido éxito.

—No creo que haya funcionado. Sofía vive en un mundo poblado por fantasmas.

—El dolor de un pasado que la ha acompañado durante doce largos años no se borra de un día para otro. Eran felices, Lorenzo, fuiste su luz en la oscuridad. Isabella sucumbió a la desesperación, no permitas que Sofía cometa el mismo error.

—Todo era perfecto, por supuesto, antes de que ambos quisiéramos interrumpir nuestras vidas. Ella con un rostro nuevo, yo con ojos que me muestran el mundo detrás de la oscuridad. Hemos tenido todo, y ahora no tenemos nada.

Rita se levanta de su silla, mira al techo.

—Ahora ya estás listo para una nueva vida. En el mundo. Mano a mano. Ir a buscar tu Evita.

Lorenzo asiente con la cabeza. Rita está en lo cierto, no debe darse por vencido.

—Voy a tratar de nuevo. Voy a tener éxito.

Ella se le acerca y le pone una mano en el hombro.

—Todo se resolverá para el mejor, estoy segura.

En ese momento llega un mensaje de texto. Lorenzo toma el teléfono y lo lee.

PERDÓNAME, LORENZO. PERDÓNAME POR TODO. TE AMO, POR SIEMPRE.

Le muestra a Rita, que se queda sin habla.

—Hablé con León, ayer. Dijo que Sofía había comprado boletos para el tren, pero no pensé que quería irse tan pronto. No dejes que se vaya, Lorenzo, no condenes tu vida al arrepentimiento.

Rita está en lo cierto, Lorenzo no puede permitir que Sofía desaparezca para siempre.

Llegan a la estación diez minutos más tarde. Rita lo acompañó a toda prisa en el automóvil, sin respetar ninguna señal y pasando con el semáforo en rojo.

El caos de Santa Maria Novella es desconcertante. Mira el cartel de salida de los trenes, es una lista interminable. Ellos van en todas las direcciones a las ciudades italianas. Bolonia, Pisa, Roma, Bari, Milán.

—¿Dónde has ido, Sofía? —Pregunta en voz alta, marcando su número de teléfono. No hay nada que hacer, su teléfono está desconectado—. ¡Sofía! —Grita—. Sofía, ¿dónde estás? —La gente pasa por allí. Mirándolo, tratando de entender lo que sucede—. ¡Sofía! —Grita de nuevo.

Y una vez más, hasta lastimarse la garganta.

Pero en aquel estruendo confuso, la voz de Sofía es la única que está en silencio.

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Epílogo - En una tierra de dioses y monstruos era un ángel que vivía en el jardín del mal

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"El pecado original consiste en limitar el Ser. No lo cometas".

Richard Bach