El violín
Quise ver el violín y aquella piedra
purpúrea y transparente que servía
para alisar sus cuerdas: yo insistía.
(Desde un grabado me miraba Fedra.)
El mundo entero era un presentimiento,
y el piso de madera que crujía
arcano en el silencio presidía
la dulce gravedad de ese momento.
Una cuerda tocaste con el arco:
junté mi oído a la madera lisa
y prorrumpí en incontenible risa.
En el río leonado pasó un barco.
Cuando yo lo miraba susurraste:
“Dame el violín”, qué triste, y lo guardaste.