Hablan las estaciones
INVIERNO
Para que no haya muerte que renueve
inscripciones, ni flores, ni letargos,
ni basura, ni insultos tan amargos
conservo mis objetos en la nieve.
Para que no haya envidia que se eleve
en las llamas o niebla repentina
ni mentiras con ojos de adivina
como sal, como azúcar, es mi nieve.
Soy de piedra desnuda, soy un friso.
Tiene mi cántaro blancura leve
y a veces me parezco al paraíso.
Hay relámpagos, viento, truenos, llueve
bajo mi luz celeste. ¡Que me abreve
todo lo que me falta y me conmueve!
OTOÑO
Cuando se cubre el dióspiros de frutas naranjadas,
cuando se cubre el mar de guirnaldas de espuma
que avanza por la arena y en el aire se esfuma
lamida por las lenguas de las olas saladas,
cuando se pone azul el agua del Atlántico
y tiembla y reverbera un vaho bajo el cielo
que sale de la tierra y el sol hunde su pelo
amarillo en las nubes de un poniente romántico,
he llegado de nuevo, soy tu estación dilecta.
Que no parta me pides en un tono de queja.
¡Por qué sólo tres meses te quedas y se aleja
tu esplendor lentamente, dando y perdiendo vida!
¡Dorada y adorada! ¡Prestidigitadora
que la estatua con símbolos de piedra conmemora!
PRIMAVERA
Con sus leopardos el verano me ama
y se acuesta a mis pies pacientemente
para esperar que muera mi presente
y se marchite mi adornada cama.
Mi llegada del campo bruscamente
en la ráfaga de aire que proclama
un cielo azul convencional que me ama,
me inunda de perfumes entre gente.
Sólo alguien que está triste y que me estudia
detrás de las persianas me repudia
en desvelada siesta: esconderá
la cara entre las manos y verá
a través de los dedos como rejas
hórridas flores y torcazas quejas.
VERANO
Como un tigre amarillo es mi calor.
Mueren de sed mis aves y mis frutos.
Hay helados, tinieblas, sustitutos,
cinematógrafos para mi amor,
hedor de flores y de sahumerios,
prolongaciones que al poniente dejan
pornográficas voces que se quejan
y niños destructores de adulterios.
Intimidad continua, intimidad,
de insectos que se besan, un sin fin
de ruidos y de olores, de maldad
y ese grito entreabierto de matraca
que tienen las chicharras del jardín
entre cantos nostálgicos de urraca.