Morir
Yo iba a morir aquella misma noche
y vi el fin de mi vida como un broche
de amatistas y de oro impenetrable
y con resignación irreparable.
¿Acaso era un espejo? Vi mi cara
y dejé que la luz la traspasara;
un tintero y mi busto eran de bronce;
un reloj invisible dio las once,
el médico me hablaba de otras cosas;
en mis muñecas puso las esposas,
miré los vidrios de las quietas puertas,
oí la voz de las baldosas muertas.
Y ahora advierto que esa muerte fría
era mi dicha: a Dios se la pedía.