Ceibo

He visto tantos ceibos,

he amado tantos ceibos.

Mírenlos en el lago

tratando de abrazar

los ávidos narcisos

que beben en el agua

sus formas reflejadas;

podría dibujarlos

con los ojos cerrados,

sus durísimas flores

arrogantes y rojas

parece que no nacen

para morir como otras.

“Arbol, ¿qué hombre serías

si no fueras un árbol?”,

le he preguntado a un ceibo.

“Aldo, ¿qué árbol serías

si no fueras un hombre?”

le he preguntado a un hombre.

“No me importa ser árbol”.

“No me importa ser hombre”,

contestaron los dos.

El canto de los grillos

no me permitió oír

lo que después dijeron,

pero sé que hasta el alba

enumeraron nombres

en una letanía

que aún no concluyó

porque no están inscriptos

en su genealogía.