Persuasión del sueño

¿Qué palabra callada no adivino?

¿Qué lección que no es mía has aprendido?

¿Qué destino que busco ya no es tuyo?

¿Qué te detiene en mí? ¿Qué amor? ¿Qué muro?

No existen ni el dinero ni las tiendas,

ni los remates de las casas viejas,

ni basuras lujosas, miserables

en las casas que pueblan esta tierra.

No existen los zapatos que mirábamos

en los escaparates alineados

ni esas filas de postres, de sombreros,

que esperan que alguien pronto se los lleve.

No existen los botones verdes, grises,

Dios mío, ni el vestido, cada día

el cuello, las corbatas y los trajes,

ni los prontuarios ni los pasaportes

ni el pescado plateado y las verduras

en el mercado en un rincón oscuro.

No existe aquella sala gris de espera

ni la oficina con sus anaqueles.

No existe la pobreza ya de nadie

ni la velocidad con automóviles.

Ven conmigo. La noche nos prefiere.

Sigamos un sendero que nos lleve

a un mundo sin objetos para amarnos.

Quedemos en silencio. Que el espacio

olvide las palabras que dijimos

en los lugares más inverosímiles.

Las persianas están todas cerradas

y nadie pasa por ninguna calle.

Los ladrones también están durmiendo

y el agua que no duerme nunca, duerme.

Las piedras ásperas que tienen párpados

ensimismadas nos verán pasar.

No interrumpe su voz azul el eco

en los sitios perfectos de la tierra.

Es hermosa la vida y es horrible

—por ser hermosa, horrible al ser horrible—.

Dame tus manos en la oscuridad,

contempla lo visible en las tinieblas,

sin mirar, sin pensar, sin preferir.

Como si de nosotros mismos fuéramos

una maravillosa aparición,

con nuestros pies desnudos sin movernos

a la vigilia seamos antagónicos,

que mañana seremos ¡ay! los otros.