El abrazo
Como en el laberinto de una rosa
presos entre los pétalos suaves
y organizados del amor, con claves,
los dos pensaban en la misma cosa:
en la separación, que es horrorosa,
y el equilibrio del abrazo. Graves
diciéndose incesantes “¡ay, no sabes!”
y “te detesto” con voz afectuosa
evocaron echados en el lecho
las fogatas remotas de la infancia,
evocaron la arcana exuberancia
del vegetal, en su continuo acecho,
y el hábito adquirieron mutuamente
él de ser madreselva, ella serpiente.