Cama

En dormitorios que no veré más

que fueron los testigos de mis viajes;

en dormitorios hondos como bosques

y que están dedicados al asombro,

en los que se desplazan con un tren

para llevarnos a un lugar cualquiera;

en los barcos anclados al adiós

con un ojo de buey que encuadra el sol;

en los que persistieron con rumores

de chicharras, con lunas delictuosas;

en los otros que son meros pasillos

que nos adjudicaron en la infancia;

en los secretos, que el amor concede;

en aquellos que son sólo una playa

con las mesas de luz hechas de arena;

en aquellos que son una azotea

o entre los abanicos de las palmas

un pedazo de tierra de un domingo

tuve una cama que no olvidaré.

Su cabecera fue a veces de bronce,

de madera, de pecho o de follajes,

de papeles de diario o de cemento.

Su colchón fue de pasto o de baldosas,

de tigre o de león embalsamado,

de lana o de mosaicos o de plumas,

de arena suave o de algún cuerpo humano.

Cama en la oscuridad, supuesto río,

que lleva a las regiones subterráneas

del sueño, del silencio o del reposo.

Horizontal como el desierto fuiste

como el fondo del mar y silenciosa...

En ti escuché los ruidos más remotos

que llegan de los puertos y del campo.

En ti supe morir estando viva;

vivir cuando creí que estaba muerta.

Asesiné, olvidé y amé sin tregua,

bajo tus baldaquines invisibles.

Un infinito perro no sería

más constante que tú, a través del tiempo.